domingo, 31 de agosto de 2008

Mónica Russomanno: Furia y reposo


Las generalizaciones me provocan horror, pues atentan contra la individualidad, y borran los detalles, que acaso son lo único digno de mención en este mundo que mezcla sus colores y se va reduciendo a un marrón sucio homogéneo.

Pero, y esta es la trampa del lenguaje y del pensamiento, necesitamos crear categorías para referirnos a los individuos. Cuando digo que la Beltza es una perra, le estoy otorgando la posibilidad concreta de tener cuatro patas, orejas, hocico, de rascarse sentada y de orinar agachadita. Si me niego a nombrar su especie, al describirla, de inmediato y aún en contra de mi voluntad particularista, quien me escucha sabrá que es un perro, hembra.

Después vienen las generalizaciones de trazo medio y de trazo grueso, abarcando comportamientos y supuestas idiosincrasias. Caer en eso es peligroso.

Quien visita una tierra extraña, a su vuelta dirá cómo son los españoles, los franceses, los italianos, basándose en escenas vistas desde un autobús o en un hotel, y le dará igual que los Madrileños sean capitalinos y los de Extremadura muy extremeños. Los españoles son así, dirá, como si quien habita el borde del Cantábrico pudiese encajar como una pieza de puzzle con quien nunca ha bajado de las montañas.

Pero soy culpable de haber notado en Euskadi algunas cosas que me impactaron fuertemente por la diferencia con los hábitos y costumbres en mi ciudad, Santa Fe.

Viví cuatro semanas completas dentro de una familia euskalduna, compuesta por veinte personas. También realicé viajes de todo el día con dos señoras, anduve en piragua con una mujer joven, estuve en reuniones con matrimonios del lugar. Pude estar en contacto con gente y verlos moverse en sus vidas cotidianas. No puedo decir que sé cómo son, pero ciertas actitudes me saltaron a la cara.

Cuando algo no funciona, o se cae, o se rompe; cuando no pueden abrir un frasco o no encuentran lugar para estacionar, no exclaman “¡la puta madre!”. Cuando alguien hace algo inapropiado se quejan de la actitud, del comportamiento, de lo que esa persona hizo, no la denigran inmediata y personalmente con “¡qué pelotudo!”. Cuando están con sus parejas, no están haciendo constantes bromas solapadamente hirientes. Cuando están con sus amigos, el diálogo no es un intercambio de bromas ácidas e insultos que no se pueden contestar porque se supone que son eso, bromas. Hablar mal y suponer lo peor de los otros, aún sin conocerlos, no es habitual y constante.

En suma, me golpeó el bajo nivel de agresividad en las relaciones personales, a diferencia de la ferocidad y falta de paciencia que esgrimimos aquí, entre nosotros. Me golpeó porque dentro de la piscina no se puede hacer otra cosa que nadar, pero si uno halla una escalerilla se puede dar cuenta de que el reposo existe.

Y habrá negatividades de por allí y positividades de por aquí. Y excepciones, claro.

Pero anoto la observación de que en algún lugar, la gente, así, en general, la gente vive con menos furia, y me parece que es así, en general, un poco más feliz.

Mónica Russomanno
russomanomonica@hotmail.com


3 comentarios:

Gabriela dijo...

Así parace Mónica, estamos viviendo una actualidad, que hasta el buen día en ciertas ocaciones molesta, o será que ya nadie dice buen día, que cuando uno lo dice el resto considera que es una tomada de pelo, bueno...
Me gustó tu texto, aunque algunos hoy en día parace que a los que nos gustan los grises no está muy bien vistos, o sos blanco o negro.

Saludos.

Gabriela Abeal.

Silvia Loustau dijo...

Comparto con Mónica la molestia que causa el exceso de agresividad que vivimos dia a día. Y si pedís moderacion , o decís que te sentis herida, encima, te tachan de : estúpida..Excelente, y un abrazo

Silvia Loustau

www.silvialoustau.blogspot.com

Avesdelcielo dijo...

Creo que la furia por cosas banales es un desgaste y no hace feliz ni a uno ni a los otros. Quizás en el interior hay enojos no elaborados, pero no es la manera de canalizarlos. Muy buena reflexión.
MARITA RAGOZZA