La frase me quedó impresa en mayúsculas en la fiesta. Desde que murió Gerardo, dijo Cacho. Desde que murió Gerardo ya no toco más el teclado.
En los geriátricos los viejos se van muriendo despacio, en sus sillas, se van desvaneciendo, se empequeñecen. Ya no pueden ya no tienen más tiempo, ya se les pasó la oportunidad de hacer esas cosas que los hacían felices. Estando, ya no están más para nadie y menos para sí mismos. Ya no tienen tiempo aunque el tiempo sea un día interminable de estar sentados en esos sillones inmóviles.
Gerardo murió como un muchacho parisino, que en su lápida dice "muerto demasiado joven, amado, demasiado pronto". Sus amigos hicieron para él un gato enorme como escultura funeraria, un gato infantil y sonriente con pedacitos de azulejos de colores y espejitos. En medio de los mármoles y los ángeles dolientes, el gato multicolor recuerda a un muchacho que murió, como Gerardo, demasiado pronto.
Los viejos se desgastan con lentitud, y quién sabe qué cosas les movían las almas, qué música qué sabores, qué combinación de líneas o qué firuletes los hacían bailar. Ya no bailan, los viejos. Ojalá que hayan bailado cuando todavía tenían tiempo y ganas. Ojalá que la quietud sea el epílogo de un baile gozoso.
Gerardo se fue con mucho sin probar, mucho sin hacer, mucha vida sin vivir.
Y Cacho, (que algún día va a morir), dice "desde que murió Gerardo no toco el teclado". Cacho, que no va a vivir para siempre, que fue feliz cantando y sacando melodías a la voz, Cacho, que todavía vive, que no está sujeto, todavía, al silencio impuesto de los cementerios, dice que desde que murió Gerardo no toca más el teclado.
El gato sonriente de Montparnase dice que la vida es breve, colorida, un regalo efímero. Que los jóvenes mueren, que los adultos, viejos, niños, que todos moriremos. Pero que mientras tanto. Pero que la vida mientras tanto. Pero que la vida, dice el gato, realizado por jóvenes manos de jóvenes llenos de vida en homenaje al que murió demasiado joven y con demasiada vida sin vivir.
En el mismo cementerio está la tumba de Sartre, de Simone de Beauvoir, de Cortázar, de Ionescu, de muchos que no conoció el mundo pero conocieron sus amigos y parientes, y también sus enemigos. Todos tuvieron el momento pequeño o enorme de ejercer la felicidad. Mientras podamos tomarlo, es nuestro deber aprovechar ese momento fugitivo.
El gato de Montparnase sonríe entre las tumbas. He visto desde el Sena un reloj de sol en el que dice en latín, una lengua que ya nadie usa, que el tiempo es fugitivo.
Dale, Cacho, traete el teclado y dale, cantate una que sepamos todos.
Mónica Russomanno
russomannomonica@hotmail.com
En los geriátricos los viejos se van muriendo despacio, en sus sillas, se van desvaneciendo, se empequeñecen. Ya no pueden ya no tienen más tiempo, ya se les pasó la oportunidad de hacer esas cosas que los hacían felices. Estando, ya no están más para nadie y menos para sí mismos. Ya no tienen tiempo aunque el tiempo sea un día interminable de estar sentados en esos sillones inmóviles.
Gerardo murió como un muchacho parisino, que en su lápida dice "muerto demasiado joven, amado, demasiado pronto". Sus amigos hicieron para él un gato enorme como escultura funeraria, un gato infantil y sonriente con pedacitos de azulejos de colores y espejitos. En medio de los mármoles y los ángeles dolientes, el gato multicolor recuerda a un muchacho que murió, como Gerardo, demasiado pronto.
Los viejos se desgastan con lentitud, y quién sabe qué cosas les movían las almas, qué música qué sabores, qué combinación de líneas o qué firuletes los hacían bailar. Ya no bailan, los viejos. Ojalá que hayan bailado cuando todavía tenían tiempo y ganas. Ojalá que la quietud sea el epílogo de un baile gozoso.
Gerardo se fue con mucho sin probar, mucho sin hacer, mucha vida sin vivir.
Y Cacho, (que algún día va a morir), dice "desde que murió Gerardo no toco el teclado". Cacho, que no va a vivir para siempre, que fue feliz cantando y sacando melodías a la voz, Cacho, que todavía vive, que no está sujeto, todavía, al silencio impuesto de los cementerios, dice que desde que murió Gerardo no toca más el teclado.
El gato sonriente de Montparnase dice que la vida es breve, colorida, un regalo efímero. Que los jóvenes mueren, que los adultos, viejos, niños, que todos moriremos. Pero que mientras tanto. Pero que la vida mientras tanto. Pero que la vida, dice el gato, realizado por jóvenes manos de jóvenes llenos de vida en homenaje al que murió demasiado joven y con demasiada vida sin vivir.
En el mismo cementerio está la tumba de Sartre, de Simone de Beauvoir, de Cortázar, de Ionescu, de muchos que no conoció el mundo pero conocieron sus amigos y parientes, y también sus enemigos. Todos tuvieron el momento pequeño o enorme de ejercer la felicidad. Mientras podamos tomarlo, es nuestro deber aprovechar ese momento fugitivo.
El gato de Montparnase sonríe entre las tumbas. He visto desde el Sena un reloj de sol en el que dice en latín, una lengua que ya nadie usa, que el tiempo es fugitivo.
Dale, Cacho, traete el teclado y dale, cantate una que sepamos todos.
Mónica Russomanno
russomannomonica@hotmail.com
2 comentarios:
Gracias por darnos el arte de tus letras. te espero en mi blog para que me conozcas
Este es mi blog
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