martes, 26 de agosto de 2008

Mónica Russomanno: Rompiendo la regla


La excepción confirma la regla, decían las maestras, y ya a tiernas edades no me parecía una buena máxima, esa. La regla, para mi, debía de ser una regla con todos los centímetros del mismo tamaño, de otra forma dejaba de ser una regla verdadera. Me preguntaba si hay excepciones a la ley de gravedad, por ejemplo, si un día podía yo salir volando cual inesperada y súbita excepción. Y no llegué a pensar, como Borges, que la muerte era una cuestión de estadísticas y uno podía ser el primer inmortal, pero podría haberlo pensado siguiendo el razonamiento precedente, y si hubiese contado en la infancia con una genialidad como la suya, leve o más bien marcadamente maliciosa e irónica.
Sin haber estudiado la validación del conocimiento, era yo tempranamente y por puro espíritu de contradicción una refutacionista. Cuando me dijeron en la secundaria que todos los animales actúan de igual forma pues obedecen infaliblemente a su instinto, me daba a pensar en los perros verdaderos que conocía; no en ese perro modelo salivando a dúo con el sonido de la campana, no, yo pensaba en los perros de andar por la calle y la casa, cada cual con un carácter marcadamente distinto, carácter que hacía que tuviesen los comportamientos más extraños y ajenos a un mandato de la especie. La Beltza, para no ir más lejos, con su mandíbula de perro pastor alemán se niega a comer cosas demasiado grandes, y sólo cuando están cortadas en pedacitos las acepta cual señorita inglesa modosa y santurrona.
Claro, las reglas ortográficas no son principios físicos. Las ciencias blandas y duras jamás podrán equiparar métodos de investigación. Y lo gracioso de las excepciones, su excepcional aporte en las reglas que desbarata los órdenes y enmaraña los armarios, lo cómico de las excepciones no se admite en la ciencia con postulados y etcéteras comprobables. Suelen ser gentes sin humor y con batas demasiado blancas estos científicos de la matemática y los conceptos abstractos.
Sin embargo, está la teoría de las cuerdas. Hay que ser físico para entender algo. Pero, y esto es lo maravilloso, es una teoría en la que creen muchos científicos pero no tiene comprobación posible, al menos por el momento. Es un acto de fe. A Einstein le llevó su tiempo permitir su publicación, hasta que determinó que tiene la posibilidad de ser verdadera. Si, la remota posibilidad de ser verdadera, con el agravante de que para que sea cierta, exige la existencia de más de las cuatro dimensiones que conocemos del universo. Alto, ancho, profundidad, tiempo… y otras cosas que no sabemos cómo son pero tienden a la forma rizada.
Exige tomarse unos vinos, cantarse algo y batir palmas.
En las ciencias duras, en la física, una de las más serias, se postula una teoría que exige que exista algo que nadie sabe a qué huele, si se parece a un pelo de sirena o a una hebra de la melena de Sansón.
Entonces se abre la puerta para que las excepciones nos rediman de la losa sepulcral de un mundo pétreo. Si la excepción es nada menos que una, (o veinte, no saben bien) dimensiones paralelas. Si el universo está construido de materiales ignotos, entonces es posible que alguna vez de la cruza de un caballo y una yegua salga por fin el unicornio, que en algún remoto lugar llueva sangre, que exista, alguna vez, un hombre absolutamente feliz.


Mónica Russomanno
russomannomonica@hotmail.com

2 comentarios:

Gabriela dijo...

Siempre me engancho con tus escritos, con los cuales concuerdo...Felicitacione, muy bueno.


Gabriela Abeal

Avesdelcielo dijo...

¡Bienvenida las excepciones ! Excelente. Felicitaciones.
MARITA RAGOZZA