domingo, 3 de agosto de 2008

2 minitextos de Ricardo Rubio


El orden

El mañoso y breve Bruno Britos se casó con Chiquita Astolfi un viernes de abril a las siete de la tarde. A pesar de breve, Bruno Britos era un policía de los bravos, y le llenó a “chiquita” la alacena con latas, el ropero con ropa, el patio con plantas y le provocó cuatro hijas que a los doce agarraron la calle para no soltarla jamás. Chiquita Astolfí dejó que las arrugas le llenaran los ojos, y los dolores, el corazón y los huesos. Sus teñidos dejaron de ser prolijos, su cintura ensanchó y sus muslos encogieron. A Bruno Britos le tiraron el retiro en la tarde de un viernes de otoño; la fuerza le obsequió un reloj, una marcha y un diploma; recordaba ahora el sabor salado de sus lágrimas cuando el jefe le extendió la mano enguantada del adiós. Luego, las hijas pasaron los cuarenta, Bruno se hizo aún más breve y empezaron a achicarse sus recuerdos. “Chiquita”, por su parte, primero dejó de caminar, luego de sonreír y finalmente de respirar. La mayor de las hijas se arrojó del tanque de agua cuando le dieron “el positivo” y la menor se inyectó tres gramos diluidos en dextrosa detrás del tractor del atracadero. Rancias y putiviejas, las dos restantes aguardaban la herencia de la casa y la pensión de Bruno, el breve. Pero el hombre, ya sin memoria, tampoco recordaba la muerte. Ellas creyeron que jamás las dejaría, que acaso muriesen primero. Pensaron en arrojarlo desde la terraza, luego, de ahogarlo en la bañera, más tarde, de quemarlo en la cama o cortarlo en pequeños trozos o hervirlo y tirarlo a los perros o congelarlo y trozarlo a martillazos o envenenar su sopa, su leche, su agua, su bastón. ¿Cómo vaciarle el pellejo sin quedar manchadas? Un filme les dio la idea: quizá bastase un sobresalto para que el tenso y cansado corazón del viejo reventara. Y esa noche aparecieron los fantasmas, los ruidos, las cadenas, y el hombre sin recuerdos disparó dos veces su jamás olvidada cuarenta y cinco. Una sonrisa fértil acompañó los labios de Bruno, el breve, mientras cavaba una fosa en el jardín donde sembró al resto sus hijas. Sin quererlo, su cabeza y su entorno se pusieron de acuerdo.



Atún desmenuzado

Marina había pedido un oporto en el puerto. Odiaba el mar y los mariscos, el salmón y la salmuera, pero amaba a Marcos, amaba a Manuel y amaba a Mauricio, que solían pescar lejos, más allá de la línea de la distancia. Ahora cruzaba por la soledad del dique y no le importaba que aquel desconocido la siguiera con acechantes ojos de hiena para dársela en la dársena durante el bostezo seco y soso del anochecer. De un salto, el sátrapa se interpuso a su paso y puso su peso en el piso. Ella dejó que acariciara el solaz de su seda al deslizarse, que degustara el zumo salado de su savia, que bogara en su boca hasta las hondas aguas donde fugan los sabores y que luego restregara sus salientes indagando indicios para entrar en los ardores más íntimos de sus surcos secretos. Brusco y voraz, la sometió en silencio. Ella toleró la rastrera dentellada, el abrazo luciferino prendido a su cintura, el agitado rescoldo de la breve cópula, hasta que el rufián le vació el ardor entre las vísceras con el extenuado aliento que cancela la descarga. Exangüe, exánime y escurrido, el amoral se recompuso, se incorporó, organizó su cuerpo, su cinto, su cartera, y sonrió satisfecho ante el fulgor de aquella piel tendida al elogio de sus ojos. No supo cómo la red cayó desde la grúa ni de dónde surgió el arpón que le atravesó las tripas, ni pudo adivinar el cuchillo que le buscó el latido que escondía en el pecho. Marcos, Manuel y Mauricio miraron minuciosamente al muerto. Le quitaron la camisa, el cinto, las botas, y lo dejaron caer en la batea del picadero mientras el silencio huía de la urdimbre tremolante de la maquinaria. Marina, que aún tenía las tibias tibias y húmedos los húmeros, los invitó a su casa para seducirlos con los lances de su lencería, con los bultos de su interesada generosidad, con la fatalidad de sus ósculos profanos. Ninguno le reclamó la cartera.

Ricardo Rubio
http://ricardorubio.sosblog.com/

1 comentario:

Avesdelcielo dijo...

Completas descripciones logra R.R., en breves textos en los cuales maneja la imaginación y el suspenso en forma maestra, con una sutil crueldad. Volver a leer estos cuentos fueron un deleite.
MARITA RAGOZZA