jueves, 28 de octubre de 2010

NO HABRÁ NINGUNO IGUAL, NO HABRÁ NINGUNO...

Nuestro Homenaje a Néstor Kirchner que estará siempre presente a nuestro lado alentándonos para continuar con su legado.
Toda nuestra fuerza a Cristina para seguir adelante con el
PROYECTO NACIONAL Y POPULAR.
La Máquina de Escribir llora hoy lágrimas de tinta negra, pero no solo de dolor... para que con ellas se refuerce la lucha.
¡GRACIAS NÉSTOR!... ¡ADELANTE CRISTINA!...

domingo, 24 de octubre de 2010

Censo 2010: Pensando en el futuro


Horacio González: Historia criminal



Por Horacio González *

Sonidos de disparos al borde de las vías. Salen del socavón profundo de la política nacional. Pueden trastocar el curso de las cosas. Los hechos que llevaron a la muerte de Mariano Ferreyra, militante del Partido Obrero, ocurrieron cerca del lugar donde asesinaron a Kosteki y Santillán. Muchos lo recordaron así, enlazando dos hechos no tan diferentes. Hay que agregar que en esa misma zona fue fusilado Julio Troxler en 1974. Eslabones diversos de una cadena que serpentea en las cuencas sombrías de la historia reciente. Pero, en este caso, no actuaron aparatos clandestinos del Estado ni fuerzas remanentes de represión, sino infames pandillas armadas en el interior de cenáculos políticos sindicales. No debe costar esfuerzo identificarlas –rápidamente– en cuanto a las responsabilidades directas y genéricas. Las ortodoxias duelísticas de las hinchadas de fútbol, tema recurrente del drama nacional, tampoco son ajenas a este oscuro despunte asesino. Y las policías. Estas nunca terminan de suprimir la corriente interna de pasividad, si no de simpatía, con que miran al gangsterismo calificado que opera como protección mafiosa de toda clase de entidades decadentes.
Se había sustraído a esas mismas fuerzas policiales represivas del conflicto social. Pero esto ya es menos de lo que se precisa. No es suficiente una actitud autocontenida. Bienvenida la sistemática prudencia. Pero no alcanza. No llega al fondo del problema quien suponga que la violencia de grupos privados, actuantes en oscuras cavidades sindicales, son costumbrismos que pueden calladamente mantenerse bajo control. Hay escalones que la política argentina conoce muy bien: primero el patoterismo especializado, luego la portación de armas, después la decisión misma de apretar el gatillo. Son estadios crecientes de una barbarie social que pueden o no recorrerse en su totalidad. Sobre ellos supo ensayarse una turbia tolerancia. Pero ahora esos peldaños pudieron transitarse como una serie finalmente consumada.
Este asesinato del joven militante es pues una cuestión de Estado. Exige conductas consonantes con la gravedad que esto implica. Un manto aciago vuelve a formarse sobre los estamentos y estructuras institucionales del país. No se había disipado enteramente. Es incompatible con cualquiera de los nombres, derivados y profundizaciones que querramos para la democracia. Es urgente remontar el camino que nos ha llevado al desmantelamiento del ferrocarril, crimen cultural ostensible. Pero es doloroso comprobar que si una muerte ilumina nuevamente esa grave falla de las políticas públicas, asalta nuestra conciencia la idea de que ninguna muerte debería ser necesaria para darnos cuenta de lo que abundantemente se sabe. ¿Qué se espera? ¿Qué esperamos para torcer estos infaustos destinos?
Es momento entonces de reponer entre todos la claridad de las palabras y actitudes. Desquiciadas pero poderosas instituciones sociales argentinas –tema sobre lo que atestiguan demasiadas direcciones sindicales corroídas– albergan en su corazón espurio el recurso a la violencia como principio para resguardar posiciones que ya no tienen aval colectivo. Marcelo Ferreyra es una víctima de esta configuración funesta. Mártir es. Mártir estudiantil-obrero. Inesperado corazón de nosotros mismos, de nuestros corazones percudidos. Su vida es el testimonio de la insatisfacción del sector cuantioso de la juventud argentina respecto, primero, de la forma estrecha en que se realizan las opciones laborales y existenciales, y segundo, de la tacaña manera en que las fuerzas políticas establecidas practican sus quehaceres. La muerte que le ha tocado nos rebaja y cuestiona a todos. Agrieta nuestra conciencia y pone un luto consternado en nuestros trabajos y compromisos.
Una muerte, esta muerte, sacude la conciencia política general. En varios planos. Un plano lo vemos en las palabras que se pronuncian reafirmando o buscando interpretaciones. Con razón, se mencionan los viciados mecanismos de antiguos poderes inertes que desfalcan las legítimas expectativas obreras. Otro plano lo vemos en el desafío que para todos los militantes políticos presupone hablar de una muerte que pone a luz los oscuros obstáculos que subyacen en una sociedad turbada. Surgen a veces muestras de un hablar político que redunda en afirmaciones que se dirían igual si esa muerte hubiera o no hubiera ocurrido.
Pero todos sabemos que ha ocurrido y que no siempre acuden a nuestra disposición las reflexiones y conductas adecuadas para evitar que ese asesinato quede apenas envuelto en expresiones costumbristas por la que todos ya atravesamos. Meramente confirmatorias de lo que ya sabemos o creemos saber. Investigación. Desde ya. Condenas. Desde ya. Proyectos para desmantelar los nódulos de complicidad burocrática e instrumental que abriga al tropel de asesinos asalariados. Desde ya. Pero, sobre todo, poder renovar la vida política con una cuota excepcional de esfuerzos, que espero que todos podamos recrear en nuestra conciencia. Porque se trata de ver esta muerte en singular, desde allí donde brota todo compromiso y fervor, desde ese momento impensado en que lo que no tenía que ocurrir ha ocurrido. En ese vértigo temporal deben situarse los nuevos conocimientos profundos sobre el borde último de las cosas. Pongamos entre paréntesis lo necesario de nuestras convicciones y actividades para abrirnos al modo en que la muerte de Marcelo Ferreyra exige designar de modos más eficaces e imaginativos esta coyuntura dramática de un país, que aun necesita dar su último grito de emancipación respecto de una historia criminal que lo acecha.

Horacio González
* Sociólogo. Director de la Biblioteca Nacional.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/


Cristina Villanueva: Esta vez tiene que ser distinto



Una curva y el camino dobla, se bifurca. No es la tragedia que sigue lo estipulado. Es el signo de interrogación, el nuevo paisaje país inexplorado. La curva parece fácil pero no, lo simple es seguir hacia la embestida frontal con el pasado que espera adelante. La repetición terca. La curva es disminuir la velocidad, pensar. La historia no termina, se sigue escribiendo, asoma lo desconocido,el miedo a experimentar, no saber, tolerar lo que nos retuerce. Darle paso al silencio, a las mezclas.
Esta muerte aunque nos remite al mismo dolor, nos tiene que cambiar a todos. No hay inocencia, todos estamos implicados.
Aunque algunos parecen empeñados en adjudicar el mal absoluto a las dos presidencias en las que más se ha valorado la vida y la libertad. No debemos caer en simplezas tales como hacer lo que ellos hacen, apretar el botón de los prejuicios. Ellos usan la descalificación, contra las mujeres, los pobres, los morochos, los sindicalistas. Las patotas están en la iglesia que no reaccionó frente a los que, en su nombre, agredieron a las mujeres que estaban debatiendo sobre aborto y rompieron una escuela púbica. Hay patotas empresariales y trabajadores que defienden los intereses de los patrones y se vuelven ellos mismos empresarios. Y en una feroz emboscada mataron e hirieron. Hay patotas de grupos monopólicos de la información que nos impiden ver canal 23 y otras señales. Ellos no quieren la libertad, quieren ser la única voz. Hay patotas de la ciudad de Buenos Aires que nos impiden acceder al avance de la ciencia y a una muestra como Tecnópolis, unión de trabajo, pensamiento y creación. Son las patotas del odio, el pasado, lo conocido. Tratemos de no reaccionar en espejo, dejemosle el odio a ellos. Tratemos de usar nosotros otra pulsión que no sea la de la muerte. Apelemos el eros que une y complejiza. Esta vez tiene que ser distinto.

Cristina Villanueva
libera@arnet.com.ar

Rubén Vedovaldi: Mariano Ferreyra



¿Una patota de la Unión Ferroviaria atacó a balazos a un grupo que intentaba cortar una vía en repudio por despidos?

Importa saber quién pero más importa aclarar por qué mataron a Mariano Ferreyra, un dirigente estudiantil de 23 años, e hirieron a otros dos manifestantes.

Los tres, miembros del Partido Obrero.

Es fácil pronunciarse repudiando el asesinato, nadie quiere perder terreno ¿A qué sector le conviene reprimir o matar y porqué?

Rubén Vedovaldi

Carta de Chicha Mariani a la dueña de Clarín



María Isabel Chorobick de Mariani, primera presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, le reclamó por medio de una carta abierta a la empresaria Ernestina Herrera de Noble que deje de obstaculizar la investigación en la que se busca determinar la identidad de las criaturas que adoptó durante la última dictadura y le pide que “coopere con la Justicia”. El mensaje fue en respuesta a un artículo publicado por Clarín en el cual los abogados de Marcela y Felipe Noble Herrera sugirieron que es “cronológicamente imposible” que su clienta sea Clara Anahí Mariani, secuestrada el 24 de noviembre de 1976, porque el trámite de adopción está fechado seis meses antes.
Chicha Mariani recordó que durante la dictadura era “común la emisión de documentación apócrifa y de datos falsos” para encubrir apropiaciones. “Tengo 86 años y no quiero morirme sin reencontrarme con mi nieta, y creo que es posible que Marcela y Clara Anahí sean la misma persona”, escribió Mariani, presidenta de Abuelas hasta 1989 y titular de la Asociación Anahí. “También soy consciente de que tal vez Marcela no sea mi nieta y que sea la nieta de alguna de las mujeres que me acompañaron” en Abuelas de Plaza de Mayo, agregó. “En cualquiera de los dos casos, cuando se conozca la verdad sentiré la satisfacción de que se haya recuperado la identidad y la historia de una joven que aún hoy sigue siendo víctima del daño producido por quienes perpetraron el plan sistemático de robo de bebés”, afirmó.
Un día después de que Mariani manifestara ante el Tribunal Oral Federal 6 su sospecha de que su nieta pueda ser la niña que la empresaria dijo haber encontrado en una caja de zapatos, los abogados Ignacio Padilla y Roxana Piña contestaron en Clarín con la historia oficial sobre las adopciones de la viuda. La versión fue desmentida por los propios testigos de la imputada, detenida en 2002 por el juez Roberto Marquevich por “falsificación de documentos públicos, inserción de datos falsos y uso de documento público falso”, le recordó Mariani en su carta abierta.
“La única manera de comprobar o descartar un vínculo identitario son los análisis genéticos que usted viene obstaculizando desde hace muchos años”, le reprochó. “Por eso le pido, con todo respeto, que si usted quiere demostrar la inexistencia de tal vínculo, coopere con la Justicia y contribuya a que los análisis de sangre se realicen tal como lo establece la ley, sin que las pruebas sean contaminadas y evitando cualquier tipo de artilugio tendiente a evitar el conocimiento de la verdad”, reclamó.
“A modo de ejemplo de la documentación falsa producida con el fin de robar niños”, Mariani le recordó el caso de Paula Logares, quien había nacido en 1976 y fue inscripta por sus apropiadores como nacida dos años después. “La supuesta ‘imposibilidad cronológica’ que se menciona en su diario era de dos años, mucho mayor a seis meses”, destacó. La ex presidenta de Abuelas le recordó a la empresaria que el cruce del ADN de Marcela y Felipe Noble Herrera con todo el banco de datos genéticos “es lo que corresponde porque así lo indica la ley”, y también que la propia viuda de Noble admitió en una carta que publicó en 2003 “la posibilidad de que ellos y sus padres hayan sido víctimas de la represión ilegal”.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/

Abuelas de Plaza de Mayo: 33 años



Inauguración el 22 de octubre a las 18hs. en Figueroa Alcorta 2977
La muestra permanecerá abierta hasta el 7 de noviembre y puede verse todos los días de 8:00 a 20:00 con entrada libre y gratuita.

A propósito del Nobel otorgado a Vargas Llosa



Carta a Julia Urquidi

Por Gabriela Polit Dueñas *

Querida Julia,

Al enterarme de que su sobrino y ex marido Mario Vargas Llosa recibió el Premio Nobel de literatura, no pude sino acordarme de usted. Disculpe la torpe ocurrencia, pero es que al juzgar por las confesiones en la ficción y en la autobiografía de su sobrino, o mejor dicho, de su ex, ya que el prefijo destaca una relación terminada, usted ocupó un lugar muy importante en la vida literaria de Mario. Por eso pienso que es la persona con quien puedo compartir mis inquietudes.
Julia, mal que le pese, su ex es uno de los mejores narradores latinoamericanos de los últimos tiempos. Para quienes hemos leído su obra con algún orden cronológico, conocemos que su mejor literatura empieza en los ’60 y termina en el ’93. También sabemos las dos que desde que incursionó en la vida política profesional, cuando decidió postularse a la presidencia de su país, su vuelo fue como el de Icaro. Su esposa Patricia se lo advirtió. Pero los hombres, Julia, y usted sabe eso muy bien, tienen una selectiva deficiencia auditiva. El dijo que haría política por una razón moral. Patricia sabiamente tradujo la grandilocuente frase de Mario en términos más simples: “Fue la aventura... de escribir, en la vida real, la gran novela”. No es invento mío, Julia, el mismo Mario lo escribe en la página 46 de su autobiografía.
Como yo, imagino que usted reconoce que en los libros escritos hasta el ’93, su literatura se destaca por mostrar de manera incisiva, con gran prosa e inteligentes tramas, las relaciones de poder entre el oficial del ejército y la prostituta; entre el hombre rico y su amante chofer de origen afro; entre la chola de clase media y el burócrata ambicioso; contando la vida cotidiana de la política. También explora la relación de amor entre un joven promesa y su tía, la de odio entre el hijo y el padre. Estas historias, Julia, son tan universales como profundamente peruanas. A ese Perú clasista, mestizo, racista, machista, quizá nadie lo narró tan bien.
Pero la experiencia política de su ex resultó antiliteraria en un sentido muy borgeano. Borges decía que la realidad imita a la literatura. Pero Mario no tuvo esa suerte. El, que había incursionado con minucia en la mente de personajes tan arraigados en la realidad de su país, no supo hacer suyos los votos de la gente. La literatura le hizo un quite cuando le dio la victoria política a un contrincante que hablaba peruano con acento extranjero y sabía tanto del Perú como su ex de ingeniería. Ese paradójico fracaso político, sin embargo, acercó a nuestro Icaro al Sol y al calor de su llamas se perdió el mejor fuego de su ficción.
El pez en el agua parece ser el umbral entre sus grandes obras y las demás. El pez es la historia de su vida pública, la de político fracasado que justifica su pérdida en el relato autobiográfico y la de quien cuenta su genealogía como escritor. Comienza a los 10 años cuando el padre aparece para reclamar el lugar junto a la madre, obligando al pobre Mario a vivir el complejo de Edipo al revés. Quizá por eso es que su ex tiene tanta aversión al psicoanálisis. Ha vivido contra la corriente de una teoría cuyo flujo es uno de los más caudalosos de la cultura moderna. ¿Se deberá a eso su terca manía de narrar el poder?
En El pez Mario nos cuenta que de la mano dura del padre se hizo hombre y, desafiando su mirada homofóbica que veía en la pasión por las letras el indefectible afeminamiento de su hijo, se hizo escritor. Disculpe la intromisión. Pero a pesar de que él se empeña en ver así ese paso enorme que le significó desobedecer al padre y escribir, yo siempre percibí en ese gran paso su mano, Julia. Debe ser porque en este mundo todavía son los hombres los que ponen los pies y las mujeres las manos.
La valentía para confrontar a Ernesto, ese padre abusivo y maltratador, tenía que venir de una prueba contundente de hombría. Y esa prueba fue usted, querida. Sin usted, Mario jamás hubiera sido escritor. En ese universo autoritario y violento del padre, viniendo de ese micromundo tan chauvinista como el colegio militar, no creo que el joven Mario se hubiera atrevido a ningún desafío si no tenía a su lado una hembra que simbólicamente le probara la hombría. Y usted, Julia, además de encantadora e inteligente, le llevaba trece años de experiencia a ese muchacho. ¡Por supuesto que lo llevó de la mano!
Quizás eso también explica esa obsesión con prostíbulos, con la búsqueda de experiencias sexuales que avalen a sus personajes como hombres y los acrediten como agentes de la política, del Estado, de ejército. La frustración con la política quizá se condense mejor en ese amor homosexual de Cayo Bermúdez con su chofer. Sólo desde ese universo homofóbico y machista desde el que narra Mario puede servir la homosexualidad para representar el mundo abyecto de la política. Por supuesto, sé que en términos de su ex la definición sería la contraria: representar la frustración política con el acto abyecto de la homosexualidad. Disculpe, Julia, que lleve las reflexiones del Premio Nobel al campo de la sexualidad y el género. Pero usted más que yo debe reconocer que no es un capricho mío, sino que por el contrario, es su propio sobrino quien se sirvió de las diferencias entre los géneros para narrar magistralmente el poder.
Pocos personajes me hicieron reír tanto como Pantaleón, Mario comprendió que el poder, la autoridad, la sexualidad y el deseo son indispensables para reír. Y no me va a decir, Julia, que la sensualidad de los encuentros de Panta con Olga Arellano tienen algo en común con el erotismo de manual con el que su ex experimenta en Los cuadernos de Don Rigoberto. A eso me refiero cuando le digo que Mario hizo buena literatura hasta el ’93. No quiero repasar los títulos de las obras que ha publicado desde entonces, aunque unas fueron mejor logradas que otras. Quizá la suspicacia para narrar el Santo Domingo de Trujillo resultó persuasiva para muchos, o la vida de Flora Tristán. Pero convengamos que su Niña Mala viajando por el mundo es más una novela de folletín. Lo cierto es, Julia, que son estas novelas y el Mario de los últimos veinte años, lo que me impulsa a escribirle esta carta.
El premio regresa a esta esquina de la lengua después de veinte años. En 1990 lo recibió Octavio Paz, en el ’89 Camilo José Cela, pero a mí el Nobel de Mario me recordó a Gabriel García Márquez. Quizá porque los dos pertenecieron al mismo campo literario que puso a las letras latinoamericanas en un radar de consumo más amplio. Quizá también por la mezquina idea de que finalmente a Mario le llega el momento de revancha. Y aquí va a tener que perdonarme, Julia, por la imprudencia, pero ¡qué diferencia, querida! No hablo de la calidad narrativa, porque para serle honesta, y aunque a los suecos les suene a sacrilegio, los premios no reconocen solamente calidad. Si así fuera, tardaríamos años elaborando reclamos de imperdonables olvidos y extremas generosidades. Así que dejemos eso de la neutralidad de lado.
La diferencia de la que hablo, querida Julia, es la de los tiempos que corren. Cuando le dieron el premio a García Márquez en 1982, todavía teníamos fe. Celebramos la celebración de Macondo porque sentíamos la necesidad de que terminaran los regímenes autoritarios, porque aunque habíamos dejado de creer en Cuba, Nicaragua nos había nacido; porque la violencia que azotó a Macondo venía de verdugos identificables, y porque creíamos que el tiempo de esos verdugos llegaría pronto a su fin. El premio fue una señal de que esa fe tenía sentido. Sí, Julia, sé que usted me dirá que al describir así la celebración del premio confieso ser una hereje en el sagrado territorio literario, y lo admito. Es la malsana tendencia a idealizar el pasado, pero le confieso, Julia, que en esos años hasta creía en la ecuánime objetividad de los jurados y la sabia neutralidad de la Academia.
Ahora son otros tiempos. Ya no tengo la misma fe y, para serle honesta, mi reacción cuando escuché que su ex recibía el premio que él tanto ha codiciado, fue de perplejidad. Me alegré, sí, pero no por las razones que nos dan los periódicos, los críticos literarios, las instituciones, esos discursos del reconocimiento a la lengua castellana; del tributo a la gran narrativa latinoamericana, o específicamente a la peruana. No. Todas esas colectividades a las que se pertenece o no no hacen que se pueda sentir el premio como propio. Lo que hace que un premio sea compartido son lo ideales. Por eso es que este Nobel es de Mario Vargas Llosa y de nadie más. Y si hubo alegría en mí, fue por él.
Julia, el mundo ideal de su ex, sobre el que escribe con asiduidad en El País, y para el que reclama la expansión de libres mercados, la privatización de los servicios, criticando las acciones de los estados, es muy distinto al mundo al que yo aspiro. El celebra la expansión económica de Perú sin reconocer los enormes costos sociales, sin mirar los escombros de una memoria resquebrajada ni la herida traumática en la gente por tanta muerte impune que dejó la guerra contra el terrorismo. En ese mundo de Mario, querida Julia, los premios sólo pueden ser individuales. Ese es el motivo que no me permite celebrar con euforia a su Escribidor. Créame que reconozco en usted el tesón, y en Mario el trabajo prolífico y sesudo, digno de muchas distinciones. Pero para que yo pueda celebrar ese premio como he celebrado otros, tendría que sentirlo un poco mío, y no puedo.
Supuse, querida Julia, que a usted, por razones distintas, le pasaba lo mismo y por eso decidí escribirle. Usted, como ex esposa de Mario, yo como su lectora, tenemos en este momento algo en común. Pero ya la he abrumado bastante. Le pido disculpas si en algo la ofendo, o si he sido imprudente. Le he escrito con la vehemencia de quien necesita compartir inquietudes. Si en algún momento decido brindar por Mario y por ese galardón que ha recibido, pensaré en usted, Julia, en esa mano de mujer sabia que lo ayudó a convertirse en el gran escritor que es.
Con profunda admiración,

Gabriela Polit Dueñas
* Universidad de Texas, Austin

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/

Libros: Cortázar El Mago, de Carmen Ortiz



CORTÁZAR
EL MAGO
de Carmen Ortiz
(Diada, Buenos Aires, 2010, 224 páginas)

Por Germán Cáceres

La primera parte de este libro es una versión revisada de otro anterior de Carmen Ortiz, Julio Cortázar una estética de la búsqueda, de 1984, en el que refiere la vida del escritor y su adhesión incondicional a la literatura. Las ciento veintiocho citas que recorren el ensayo son jugosos aportes de reflexión para profundizar en el vasto mundo de su obra. La bibliografía complementa esa contribución, y deslumbra la parte referida a la física cuántica del apartado titulado “Hacia una realidad distinta”. Recordemos que en 2006 la autora realizó otro acercamiento a Cortázar a través de una hermosa novela, La historia desconocida de la Maga.
En este libro se puntualiza que en Cortázar hay una búsqueda de la realidad ultrasensible, de un espacio de cuatro dimensiones y de un tiempo que no es lineal. Fue siempre un renovador del lenguaje y su actitud estuvo encaminada hacia la vanguardia literaria. A la vez, en sus textos prima el humor y un tono lúdico ligados a un pensamiento alógico, propio del poeta y del primitivo mago. En sí, su estética se conecta con el surrealismo y el Alfred Jarry de Gestos y opiniones del doctor Faustroll, patafísico, de 1898.
Apunta la autora con su prosa clara y de notable concisión que Cortázar expuso su pensamiento sobre los dos géneros que más abordó en “Del cuento breve y sus alrededores”, que figura en Último round, y respecto a la novela en “La teoría del túnel. Notas para una ubicación del surrealismo y el existencialismo”. Acerca del cuento realiza una reflexión aguda sobre el carácter revelador del lenguaje poético y proclama su profunda admiración por Los cantos de Maldoror, del Conde de Lautréamont, y de Una temporada en el infierno, de Arthur Rimbaud. Además de enunciar que el existencialismo elige la propia construcción del hombre, afirma que: “Es significativo que el dadaísmo se propusiera abiertamente una empresa de dislocación, de liquidación de formas. A ello seguiría el surrealismo como etapa de liquidación y destrucción de fondos”. “Este avance en túnel, que se vuelve contra lo verbal desde el verbo mismo pero ya en plano extraverbal…”. Ideas que hacen evocar tanto el Ulises como el Finnegan´s Wake, de James Joyce, y, también, el objetivismo, movimiento que no intentaba comprender ni abrir juicio sobre la realidad, sino sólo captar sus fenómenos, o sea el estar allí de las cosas, y que contó con escritores de la talla de Natalie Sarraute, Michel Butor, Alain Robbe-Grillet, Claude Simon y Marguerite Duras. Pero, pese a esta actitud en principio distante, en sus textos estos escritores —sobre todo Robbe-Grillet— organizaban tramas intrincadas, en las cuales los personajes se perdían entre pasillos, dobles, juegos de espejos y complicadas bifurcaciones. Otro ejemplo ilustrativo es su guión para el filme El año pasado en Marienbad, que dirigió Alain Resnais.
Sin embargo, la autora recalca que su medular teoría de la novela la expuso en Rayuela, uno de cuyos ejemplos es la aseveración de Morelli: “Mi libro se puede leer como a uno le dé la gana (…) Lo más que hago es ponerlo como a mí me gustaría releerlo. Y en el peor de los casos, si se equivocan, a lo mejor queda perfecto”. De esta manera privilegia al lector, es decir al receptor de la obra.
En el capítulo que aborda “La intertextualidad en la narrativa cortazariana”, Carmen Ortiz demuestra su erudición literaria al señalar las fuentes de varias obras maestras de Shakespeare y al referir conceptos de A. J. Greimas, Gérard Gennette, Tzvetan Todorov, Rosmary Jackson y Mijail Bajtín. Otro hallazgo es indicar que Cortázar en Los premios abrevó en La esfera, de Ramón J. Sender, el célebre autor de Siete domingos rojos.
En relación al carácter fantástico de los cuentos de Cortázar, la escritora argentina Liliana Díaz Mindurry lo califica de rioplatense. Pero nuestra ensayista sostiene que “La multiplicidad de significaciones es propia del mundo fantástico y de la estética cortazariana”, y toma partido por la definición que brinda Rosemary Jackson (en Fantasy: literatura y subversión) acerca de que el género muestra los vacíos que en la realidad no se pueden explicar.
El mundo simbólico de Cortázar recibe un pormenorizado estudio y se enumera la presencia de figuras o estructuras, dobles, sociedades secretas, juegos, la función alegórica de los animales, pasajes ocultos, puertas cerradas y un cierto erotismo. Esta artillería apunta a otro mundo, a una zona inasible y huidiza, una revelación prácticamente inalcanzable, en las que la nociones de tiempo y de espacio pierden solidez, como se puede constatar en sus cuentos “El otro cielo”, “La noche boca arriba” y “Todos los fuegos el fuego”. Este ámbito recuerda “La tercera orilla del río”, ese estupendo texto de João Guimarães Rosa que interroga metafísicamente por esa tercera orilla a la que nunca se arriba.
Como Cortázar se comprometió políticamente a partir de su viaje a Cuba en 1961, vale la pena mencionar estas palabras suyas que Carmen Ortiz rescata: “Yo pertenecía a un grupo (…) antiperonista, que confundió el fenómeno Juan Domingo Perón, Evita Perón y una buena parte de su equipo de malandras con el hecho que no debíamos haber ignorado y que ignoramos que con Perón se había creado la primera gran convulsión, la primera gran sacudida de masas en el país…”. Y remarca que Cortázar se volcó a la revolución cubana no por una actitud intelectual sino por intuición, por un sentimiento humanista, espíritu que plasmó en su literatura, que nunca fue panfletaria ni intentó convencer sino sólo mostrar y denunciar. Y “Por eso, su estética de la búsqueda no pudo quedarse en la renovación formal o lingüística, en la penetración ontológica de la otredad, necesitaba ir más lejos, proyectarse al mejoramiento social”, como lo reflejó en los cuentos “Reunión”, “Alguien que anda por ahí”, “Segunda vez” —que fue prohibido por la dictadura militar— “Apocalipsis de Solentiname”, “Graffiti”, “Recortes de prensa”, “Satarsa”, “Pesadillas”, “La escuela de noche” y la novela El libro de Manuel. Después de participar en el Tribunal Russell II, Cortázar escribió Fantomas contra los vampiros multinacionales, donde interviene él mismo mezclándose con personajes de ficción. En su mayor parte es una historieta, que dibujó Alberto Cedrón, e incluye textos, ilustraciones, collages, viñetas.
Este libro finaliza con “La laberíntica persecución del artículo oculto”. Aquí la autora demuestra su capacidad narrativa porque el capítulo se lee como un relato de suspenso, como si se tratara de la búsqueda de un tesoro o de una civilización desaparecida. Al final encuentra la nota en la sala de microfilm de la Bibliothèque Sainte Geneviève, situada en Saint Germain des Prés, en París. Se trata de “Ni traidor ni mártir”, que apareció el 7 de abril de 1969 en el diario Le Nouvel Observateur y que analiza el caso Padilla.
De la misma manera que el cineasta Alexander Kluge propone invertir la linealidad del tiempo y ver la filmografía de Hitchcock en clave de Truffaut, tal vez el aporte más estimulante y renovador de Carmen Ortiz esté en la apelación a la física cuántica para interpretar la obra cortazariana. Su análisis promueve, asimismo, una gran tarea divulgadora. Tal vez la tesis principal la constituya el principio de incertidumbre del alemán Werner Heisenberg, Premio Nobel de física de 1932, que propuso —en palabras de la autora— que “Se debe aceptar que el simple hecho de observar una cosa la cambia y que el observador forma parte del experimento”. Es decir, rige la probabilidad, no la certeza del principio de causa-efecto de la física clásica. Pero estos postulados sólo tienen validez en el mundo subatómico, en las partículas de energía llamadas cuantos. Por tanto, las premisas científicas rigen según las escalas en que se desarrollan: una tabla de madera cae rápidamente y si se le acerca un fósforo tarda en hacer fuego; en cambio, las astillas de madera demoran en su caída pero se las puede encender con suma facilidad.
Recomiendo leer la novela En busca de Klingsor, de Jorge Volpi, ganadora del premio Biblioteca Breve. En ella aparecen como personajes científicos del siglo XX que revolucionaron la ciencia. Entre ellos figura el citado Heisenberg, que durante la Segunda Guerra Mundial estaba tratando de fabricar la bomba atómica para Alemania, pero se le adelantaron los EE. UU. —con la ayuda del Reino Unido y Canadá— a través del Proyecto Manhattan dirigido por Robert Oppenheimer. Su lectura obligará a consultar constantemente las observaciones de Carmen Ortiz.
Otro consejo es ver las series de TV que aborden esta temática. Porque mientras Cortázar intuía que “Esas cosas que se producían y parecían coincidencias o casualidades yo las sentí siempre desde muy niño respondiendo a un sistema de leyes diferentes al sistema de leyes aceptables y conocibles por todo el mundo”, hoy los guionistas de televisión se informan sobre estos principios y los aplican en sus ficciones. En la serie Flashforward, una pareja de mediana edad comenta que cuando fueron estudiantes concurrieron a facultades cercanas pero no llegaron a conocerse. Y él le dice que hay muchos mundos paralelos — en evidente alusión a la “interpretación de los universos múltiples”, del científico Hugh Everett—, y que posiblemente esos jóvenes que fueron se relacionaron en alguno de ellos. Aclaremos que flashforward quiere decir narrar algo que sucederá en el futuro, un recurso mucho menos usado que el flashback, que retrotrae la historia al pasado. Sin embargo, el primer acto de El tiempo y los Conway, del dramaturgo J.B. Priestley, transcurre durante la amena fiesta de cumpleaños de una adolescente. En el segundo acto la joven, en una suerte de premonición, vislumbra una reunión dieciocho años más tarde con la misma gente, pero deteriorada hasta la sordidez. El tercer acto retorna a la fiesta, que el espectador observa perturbado porque ya sabe qué destino siniestro aguarda a los personajes.
En la serie Lost, una distorsión temporal lleva a los personajes a un futuro lejano, de modo que ya fallecieron en su vida previa, y en ese otro tiempo ulterior asumen personalidades y experiencias diferentes. Pero en el caso de que dos amantes del pasado se encuentren, pese a que no se reconozcan, vuelven a enamorarse y son asaltados por recuerdos fugaces de la vida remota. En Stargate Atlantis, un equipo viaja en una máquina especial a varios universos paralelos, y en uno de éstos sus integrantes se topan con ellos mismos, pero muertos. De alguna manera, estas ficciones no hacen más que alimentar una antigua fantasía humana, la de la inmortalidad. De modo que no sería necesario pactar con el diablo ni ingerir ningún brebaje, tampoco acudir al auxilio de la ciencia o de la técnica; las leyes secretas que rigen los múltiples mundos se encargarían de hacernos imperecederos.
Cortázar el mago nos sumerge de lleno en esta cuestión. Por ejemplo, brinda una esmerada explicación de “la paradoja del gato de Schrödinger”, el extraño caso especulativo de un minino encerrado en una caja que puede estar a la vez vivo y muerto, y que fue presentado por el físico austriaco del mismo nombre, que obtuvo el Premio Nobel en 1933 (compartido). Esta paradoja fue muy controvertida, al punto que Stephen Hawking, el famoso autor de la Breve historia del tiempo, exclamó “cada vez que escucho hablar de ese gato, empiezo a sacar mi pistola”.
Es obvio indicar que Cortázar el mago resulta estimulante para volver a visitar los maravillosos libros del escritor argentino y, especialmente, acercarnos a aquellos textos no leídos y que resultará fácil ubicar porque Carmen Ortiz menciona su obra completa.
Tanta recomendación de libros, películas y series conducen a una terminante e inevitable conclusión: no se pierdan de leer Cortázar el mago. Es tan imprescindible como apasionante.

Germán Cáceres

Libros: Nieve, de Orhan Pamuk



NIEVE
De Orhan Pamuk
(Punto de lectura, Madrid, 2008, 672 páginas)

Por Germán Cáceres


Aunque esta novela no es de reciente edición, merece analizarse porque trata con gran solvencia y seriedad el tema del islamismo, sobre el cual nuestro país obtiene información principalmente a través de los medios.
La historia se desarrolla en Kars, una ciudad fronteriza de Turquía venida a menos y asolada por la indigencia, el desempleo y el maltrato de las mujeres por parte de sus padres y maridos. Esta es la razón aparente de que se produzca una fuerte racha de suicidios de jovencitas, quienes invocan que su decisión se debe a sentimientos religiosos, ya que no se les permite usar velo en las universidades. Sin embargo, como el suicidio está prohibido por el Corán, terminan siendo moralmente condenadas por los islamitas, que las consideran ateas y proclives a la misma prostitución que —según ellos— caracteriza a la mujer occidental. De alguna manera esta oleada de muertes evoca la novela 2666, de Roberto Bolaño, en la que denuncia los asesinatos de mujeres en México.
La República de Turquía fue proclamada por su líder máximo Mustafá Kemal Atatürk en 1923, y su constitución laica instauró una sociedad democrática, el alfabeto latino, el derecho a voto de la mujer y la prohibición del uso del velo. Su objetivo era modernizar el país con el propósito de alejarlo del atraso y de ciertas tradiciones retrógradas. Pero estas sanas ideas progresistas fueron impuestas por la fuerza y la represión sangrienta emprendida por un militarismo autoritario, y no pudieron ensamblarse las ideas renovadoras occidentales con los aspectos valiosos del islamismo, una religión monoteísta abrahamánica que reconoce como profetas —además de a Mahoma— a Moisés y a Jesús, entre otros, y toma en cuenta el Antiguo y el Nuevo Testamento, aunque su guía espiritual sea el Corán.
Este dilema no resuelto ha provocado terribles contradicciones como el surgimiento de un fundamentalismo islámico aberrante y patético. A ello se suma el integrismo (pretende que el dogma religioso se extienda a todos los aspectos de la vida social), el nacionalismo kurdo y la rivalidad entre las distintas etnias que conforman la sociedad civil de Kars: turcos, armenios, azerbaijanos, turcomanos. Todo ello ha transformado la vida política en una pesadilla, en la cual el espionaje obsesivo es moneda común. Es palmario que Orhan Pamuk (1952, Estambul, Premio Nobel 2006, traducido a más de cuarenta idiomas) usa la pequeña ciudad fronteriza como símbolo de lo que ocurre en toda Turquía, cuyos habitantes sufren un profundo complejo de inferioridad por su pobreza y a la vez sienten un odio visceral hacia los europeos, dado que entienden que para éstos “¿…lo importante no son la democracia, la libertad y los derechos humanos sino que el resto del mundo imite a Occidente como monos?”.
Pero este es sólo el entorno de las fuertes pasiones humanas que movilizan a los personajes. Así, las mujeres están muy perturbadas en cuanto a su comportamiento sexual (“Cada vez que pruebo a concentrarme, me convierto en mi imaginación en una extraña malvada… o en una mujer lujuriosa”), pero a su vez el hombre también se desorienta hasta la patología, y llega a exaltarse y querer morir de amor por una joven que sólo conoce de vista y cubierta con velo.
El protagonista es Ka, un poeta turco exiliado en Frankfurt, que regresa a Kars, su lugar de nacimiento, para realizar una investigación periodística sobre las jóvenes suicidas y las elecciones municipales. Es sumamente inseguro y neurótico, lo abruman dudas de todo tipo, y su conducta es ciclotímica, ya que a ratos lo asaltan imágenes de fugaz dicha para sumergirse luego en los abismos del pesimismo (“… era de esas personas que temen la felicidad porque luego puede hacerles sufrir”/”Sentía en su interior, junto a una sensación de pérdida, la paz espiritual de los que han decidido que nunca serán felices”). Sorprendentemente, en esta sociedad puritana y prejuiciosa, Ka se enamora de la bella Ipek, quien está separada y que, antes, de casada, compartió conjuntamente con su hermana —una ferviente luchadora que no quiere desprenderse del velo— a un amante fundamentalista.
Orhan Pamuk se reconoce como el relator de la historia y adopta una actitud omnisciente. Asimismo, utiliza el flashforward como recurso, es decir adelanta a veces el desarrollo de un suceso futuro y rompe de esta manera la linealidad de la narración.
Hay una curiosa representación teatral, retransmitida por televisión a toda la población, desde la cual se implementa un golpe de estado para reprimir a los partidarios del Islam (“el ´golpe militar´ se había hecho contra los ´integristas´ que estaban a punto de ganar las elecciones municipales y contra los nacionalistas kurdos”). A partir de esto hecho la violencia política y la traición se apoderan de la ciudad. Un personaje proclama: “Si el pueblo no teme a los fanáticos y no se refugia en el Estado, en el ejército, ocurre como en algunos estados tribales de Oriente Medio y Asia y cae en brazos de la reacción y la anarquía”.
Pamuk también emplea su prosa, de una nitidez cristalina (maravillosa la traducción de Rafael Carpintero), para imprimir un tono triste y melancólico a la novela a través de la lírica descripción de la nieve implacable y omnipresente que castiga a Kars (“¡Qué bonita caía la nieve! ¡Con qué copos tan grandes! ¡Con cuánta decisión, silenciosa y como si no fuera a cesar nunca!”). Esa nevada cegadora hace evocar la ominosa y mística ballena blanca del Moby Dick, de Herman Melville. Precisamente, el protagonista está escribiendo un poemario que titulará Nieve, como el mismo libro que se comenta.
Se está ante una obra estupenda, de múltiples facetas, y en la cual aparece el ser humano en todo su misterio y en su escasa capacidad para interpretarse a sí mismo y a los demás: “¿Hasta qué punto es posible comprender el dolor y el amor de otra persona? (…) “¿Hasta qué punto puede ver Orhan el novelista la oscuridad de la vida difícil y dolorosa de su amigo el poeta?”.

Germán Cáceres

Cine: Huellas y Memoria de Jorge Prelorán, de Fermín Rivera



HUELLAS Y MEMORIA DE JORGE PRELORÁN
(Idem, Argentina, 2009)
Guión y Dirección: Fermín Rivera. Fotografía: Emiliano Penelas. Montaje: Emiliano Serra, Pablo Valente y Fermín Rivera. Sonido: Gino Gelsi. Música Leo Chialvo. Cámara: Emiliano Penelas y Fermín Rivera. Distribuye: Carlos Fisner.

Por Germán Cáceres

Jorge Prelorán (en palabras de Manuel Antín, que aparece en el filme) es uno de los más grandes directores de la historia de nuestra cinematografía. Pero, no sólo se han visto y proyectado pocos de su filmes, sino que apenas es conocido por el público.
Claro, su obra pertenece al género documental, que tanto cuesta imponer a un espectador que gusta más de la ficción y deja así de lado a clásicos como Robert Flaherty, John Grierson y Jean Rouch —por sólo citar a tres— y apenas se ha acercado a Frederick Wiseman (el de La danse, 2009), pero sí, hay que reconocerlo, al notable Michael Moore. El trabajo de Prelorán recibió un importante aporte en los años sesenta al obtener un subsidio del Fondo Nacional de las Artes que le permitió realizar varios filmes en coproducción con la Universidad Nacional de Tucumán y bajo la coordinación del Doctor Augusto Raúl Cortázar, un eminente investigador del folklore.
Además, Prelorán optó por el cine antropológico y lo hizo con mínimos recursos: era guionista, director, fotógrafo, productor y usaba una modesta cámara, si bien contó con la colaboración inapreciable de Lorenzo Nelly y Sergio Barbieri y principalmente de su esposa Mabel. Un concepto fundamental de su estética (de sus denominadas etnobiografías) es la necesidad de captar el cuerpo y el alma de un individuo: al lograrlo, se representa no sólo a su comunidad, sino también a todos los seres humanos. Por eso no le hacía un reportaje, sino que lo filmaba en su rutina diaria, para lo cual convivía con él y su familia en los lugares más recónditos y desprovistos de comodidades. Y, evitando emitir comentarios sobre lo que observaba, la voz del mismo protagonista —a través del sonido asincrónico— daba vida a esas potentes imágenes que registran zonas pobres y expoliadas del país. De esta manera, el filme de Rivera ofrece secuencias de un santero de la Puna en Hermógenes Cayo (1969), de un hachero en Los hijos de Zerda (1978), o de un caso de transculturación en Zulay frente al siglo XXI (1992). Y aparecen reiteradamente esas ceremonias religiosas tan singulares que testimonian la vida simbólica que anida en el hombre.
Prelorán no fue comprendido políticamente: se lo acusaba de revulsivo al registrar la injusticia social y a la vez de reaccionario al no inducir a la lucha por la liberación. Como opina la investigadora Graciela Taquini en la película, no se reparó en que el director argentino bregaba por el humanismo. Además, condenaba los prejuicios racistas, los cuales, según él, se originaban en el desconocimiento de los pueblos originarios.
Su cine austero y realista, producto de la inmediatez, no debe hacer olvidar el gran sentido estético que evidenciaba en su creativa compaginación. Por otra parte, en Castelao (Biografía de una ilustre gallego) (1980), da una muestra maravillosa de su refinamiento al centrarse en la producción de este genial dibujante e intelectual.
El mérito principal de Fermín Rivera es considerarse discípulo del maestro y haber abrevado en su estética (ya lo hizo en su opera prima Pepe Nuñez, luthier, 2005). Evita dar explicaciones y se acerca al corazón de su extensa filmografía (más de sesenta documentales), desplegando parte de ella mientras la banda sonora transmite las agudas reflexiones en off de Prelorán. Logra así una bella y valiosa película, después de un arduo rodaje que llevó cinco años, y que seguramente provocará que más de un espectador quiera rastrear esa filmografía (el Cine Club La Rosa brindó durante setiembre una retrospectiva de sus cortometrajes). Pero Rivera contó con un equipo brillante: es impresionante la calidad y belleza de la despojada fotografía de Emiliano Penelas, el montaje de Emiliano Serra, Pablo Valente y del mismo director, el impecable sonido de Gino Gelsi y la hermosa sutileza de la música de Leo Chialvo.
Jorge Prelorán falleció en el año 2009, a los 75 años, en Los Angeles, donde se había exiliado en 1976. Fue docente en la Universidad de California (UCLA), su filme Luther Metke at 94 (1980), acerca de un constructor de cabañas, fue nominado al Oscar, y legó su obra para su preservación al Smithsonian, un conjunto de museos de Washington. En base a sus experiencias cinematográficas dejó escritos numerosos textos con ilustraciones, que no consiguió editar. En 2005 se le concedió el Astor de Oro por su trayectoria en Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
Huellas y memoria de Jorge Prelorán obtuvo los premios al mejor documental en el 5º Festival de Cine Latinoamericano (FESAALP), mejor documental zona centro en el Festival de la Patagonia ARAN 2010 y mención especial del jurado en el 9º Festival de Cine de Tandil. Evidentemente, es imperdible.

Germán Cáceres

Teatro: Vientos que zumban entre ladrillos, de Diego Faturos



VIENTOS QUE ZUMBAN ENTRE LADRILLOS

Autor y dirección: Diego Faturos. Intérpretes: Manuela Amosa, Francisco Lumerman, Lisandro Penelas y Ana Scannapieco. Asistente de dirección: María Latzina. Escenografía: Sofía Rapallini y Mariana Samman. Iluminación: Ricardo Sica. Prensa: María Sureda. Teatro: Timbre 4, Avda. Boedo 640, CABA, domingos 17 horas.

Por Germán Cáceres

El principal personaje es nada menos que Eugène Ionesco (1912-1994), el escritor francés de origen rumano y miembro de la Academia Francesa que fue uno de los máximos representantes del teatro del absurdo. En Vientos que zumban entre ladrillos, el dramaturgo (Lisandro Penelas) ha decido aislarse completamente del mundo junto con su hija (Manuela Amosa) y un amigo de la familia (Francisco Lumerman), y viven encerrados en una habitación sin puertas, cuyo piso está inundado y en la que sólo hay una cama —en ella duermen los tres juntos—, una silla, libros apilados y un nebulizador.
Esta encerrona disparatada remite a la célebre producción de Ionesco (por ejemplo, La cantante calva, La lección, Las sillas y El rinoceronte), en la cual un humor cruel describía situaciones irracionales, mientras los diálogos desplegaban una catarata de paradojas. Pero en Vientos que zumban entre ladrillos no hay mucho lugar para la risa, sino una clave existencial cercana a la de A puertas cerradas, de Jean-Paul Sartre, que registraba un horrendo infierno psicológico. Aunque en la pieza de Faturos campea la soledad y la desesperación, así como el temor a la muerte, también hay lugar para atisbos de felicidad, como si ésta únicamente pudiera gozarse de a ratos pero sin embargo posibilitara que la vida valiese la pena. Y esta suerte de alegría está encarnada en una visitadora social (Ana Scannapieco), que irrumpe para despertar fogonazos de esperanza, así como la perspectiva de superar la angustia a través del amor.
Los personajes duermen casi todo el día, y los sueños se erigen en un tema recurrente, dado que Ionesco y el amigo dialogan sobre ellos durante la vigilia (la hija es muda), además de comprobar que a veces son idénticos o se complementan entre sí. Otra de las delicias de esta bella obra es la calidad poética de sus textos, que a veces se entremezclan con declaraciones que el propio dramaturgo francés realizó en entrevistas.
La actuación cumple un papel fundamental en esta puesta. Lisandro Penelas responde con profesionalismo a las exigencias de un personaje difícil y cuenta con una dicción impecable para enunciar extensos y complicados parlamentos. Ana Scannapieco participa con soltura de esos diálogos y su presencia escénica otorga una luminosidad que la sombría reclusión del trío reclamaba. Francisco Lumerman es un asombro de espontaneidad y frescura al componer una suerte de tierno freak que imprime una nota de calidez y naturalidad. La sutileza y la expresividad gestual y corporal son las virtudes que exhibe Manuela Amosa para responder a las dificultades interpretativas de la hija muda.
Sofía Rapallini y Mariana Samman plasmaron una escenografía cuyo ascetismo y síntesis dotan al escenario de belleza visual y riqueza conceptual. Impecable la iluminación de Ricardo Sica, que supo crear un clima que oscila entre la pesadilla y el resplandor.
Diego Faturos demuestra ser un excelente dramaturgo (esta obra fue destacada en los premios “Teatro del Mundo 2006”) y un diestro director, que no duda en utilizar recursos como la proyección de imágenes —con los cuatro personajes inmersos en ensoñaciones plenas de dicha—, muy en la línea de la estética empleada por este grupo en puestas anteriores de Francisco Lumerman, que aquí participa como actor.

Germán Cáceres

Entrevistas: Gioconda Belli



El triunfo inesperado de las mujeres y de la izquierda erótica

Por Ivana Romero

La escritora nicaragüense, que en los ’70 se integró al Frente Sandinista de Liberación, presentó su última novela en Buenos Aires y se refirió a la maternidad, al feminismo y a las diferencias que hoy la separan de Daniel Ortega.

Del mismo modo que los creyentes atisban en sueños mensajes de sus santos y deidades, Gioconda Belli tuvo una visión. O dos. La primera comenzaba con la frase “José de la Aritmética, vendedor de raspados, nunca olvidaría el día que las mujeres tomaron el poder” en una evocación similar al inicio de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. La otra también tenía algo de realismo mágico. Se trataba de una mujer que se moría (para siempre, por un rato; en ese momento Gioconda no lo sabía) y entonces se le aparecían todos los objetos que había perdido en vida. Pasaron más de diez años y, con el tiempo, las imágenes pasaron a ser parte fundamental de El país de las mujeres, la última novela de esta escritora nicaragüense nacida en Managua.
La novela, que obtuvo el Premio Hispanoamericano La otra orilla, cuenta la llegada al poder en un país difuso llamado Faguas (“Fuego y Agua, un lugar parecido a mi Nicaragua”, dirá Gioconda) de un grupo de mujeres, artífices del Partido de la Izquierda Erótica (PIE) que tiene página web muy de veras: . En él se reivindica el poder femenino como manera de transformar el mundo a través del “felicismo”, una ideología que, como aclara el manifiesto del PIE “trata de que todos seamos felices, que vivamos dignamente, con irrestricta libertad para desarrollar nuestro potencial humano y creador, y sin que el Estado nos restrinja nuestro derecho a pensar, decir y criticar lo que nos parezca”.
A través del relato clásico pero también de la incorporación de documentos históricos, mails y cables periodísticos (apócrifos pero de gran actualidad en su contenido), el libro cuenta cómo las mujeres, con la presidenta Viviana Sansón al frente, llegan al poder de un modo casi accidental, luego de la erupción de un volcán que tiene un efecto insospechado entre la población masculina de Faguas: reduce de manera drástica los niveles de testosterona. Más allá de las humoradas de las que se nutre el relato, es imposible separarlo de la voz narradora. En los ecos del PIE subyace toda la pasión militante de Gioconda, que en los ’70 fue miembro del Frente Sandinista. “Este libro es el manual de la Izquierda Erótica. Y también es el plan de gobierno que he soñado para Nicaragua”, afirma.

–¿Qué son los raspados?
–Ah, vos te referís a lo que vende José de la Aritmética, ese señor que se iba a llamar José de Arimatea, como el personaje bíblico, pero parece que su madre se enredó al anotarlo (risas). Es un granizado que se echa en un barquillo y se sirve con sirope. Es muy sencillo de fabricar y por eso mucha gente lo vende en carritos pintados con colores brillantes. En mi cabeza vi a este señor en una esquina con sus raspados, rodeado de una masa de gente, viendo cómo las mujeres han tomado el poder, cómo habla la flamante presidenta, Viviana Sansón. Él piensa: “Dios mío, cómo fue que pasó esto.” Escribí treinta páginas pero, como decimos en Nicaragua, se me pasmó, se me trabó, se me congeló la imaginación. Por otro lado, siempre me quedó la espina de que yo tenía que escribir esta novela porque quería contar cómo había sido la experiencia que tuvimos con el Partido de la Izquierda Erótica en los ’80 en Nicaragua, que efectivamente existió, creado por un grupo de mujeres que militábamos en el sandinismo.
–¿Cree que es una novela política? Porque su eje es la reflexión sobre el poder aunque no en un sentido tradicional.
–Sí, claro que es una novela política pero con un enfoque distinto a otras. La política puede ser divertida y creativa. No tiene que ser de puñales, traiciones e intrigas sino que también puede ser un ejercicio de absoluta creatividad. Y acá, en la novela, se da una creatividad bien bonita. Estas mujeres no están pensando en que llegarán al poder en el momento en que empiezan a imaginar una nueva forma de gobierno. Sus propuestas y manifiestos son más que todo una provocación y resulta que la realidad las va empujando hacia la culminación de sus sueños de una manera casi milagrosa.
–Usted propone un poder que se construye desde lo erótico como fuerza de vida y desde lo maternal. ¿Cómo reconcilia su idea de maternidad con lo criticado que ha sido ese concepto desde varios feminismos por considerarlo un destino impuesto para las mujeres?
–Yo no quería provocar a las feministas, pero sí creo que en parte el feminismo se ha quedado estancado con planteos poco flexibles. ¿Por qué vamos a negar lo maternal como capacidad de dar vida, una de las fuerzas fundamentales de la mujer? El problema es que la maternidad ha funcionado como forma de sujeción de las mujeres, que en general deben abandonar sus estudios, sus deseos y dedicarse exclusivamente a los hijos. Por eso debería existir una sociedad en la cual la maternidad no sea penalizada sino celebrada, donde la mujer reciba toda la ayuda necesaria para ejercer esa maternidad de una manera social, con compañía, con posibilidad, con oportunidades, que se le premie en su rol, no que se le castigue. Es necesario definir en la sociedad qué significa la maternidad para la mujer pero también para el hombre. Por eso en la novela por ejemplo, los hombres en la universidad reciben lecciones de maternidad.
–De todos modos, para empezar el trabajo, una vez en el poder las mujeres tienen que mandar a los hombres a sus casas.
–Es que para todo este edificio que están montando, ellas lo necesitan. El hombre ejerce una autoridad casi sin querer porque es parte de una tradición, de un esquema social determinado. Entonces si te ponés a crear una nueva sociedad donde va a primar lo femenino, los hombres te van a decir “eso no va a funcionar” porque ellos están analizando la propuesta desde su propio punto de vista. Si vos querés salirte de ese esquema mental, primero tenés que sacarlo a ellos, temporalmente claro (risas). Los mandás a descansar con salario pago y todo.
–Uno de los personajes más fuertes de la novela, además de la protagonista Viviana Sansón, es Juana de Arco. Su historia guarda muchos puntos de contacto con Zoilamérica Narváez, que acusó al marido de su madre, el actual presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, de haberla abusado desde niña.
–Todos los casos de abuso tienen puntos en común por su dramatismo. Ese caso fue muy doloroso e impactante en Nicaragua. Pero en particular a la historia de Juana la encontré en los testimonios de abuso sexual de muchachas que estuvieron en Casa Alianza en Honduras, un refugio para mujeres. Allí estaba Patricia, que cuenta esta historia que yo cuento, de un modo casi literal, que fue vendida por su familia y terminó en la casa de un alto funcionario. Entonces me impresionó mucho la historia y los números. La Juana de Arco es un personaje que se me ocurrió porque en cierta manera es un yo joven, pero atormentado por esta violación. Es que también uno de los objetivos de mi relato era denunciar la violencia contra las mujeres y el tráfico de personas. Como digo en el libro, 27 millones de personas en el mundo, 400 veces más que el número total de esclavos forzados a cruzar el Atlántico desde África, son víctimas del tráfico humano. Y el 80% son mujeres.
–En varios oportunidades usted se ha pronunciando de modo muy crítico sobre el gobierno de Ortega. ¿Cómo vive esta situación, ya que ambos han sido parte del Frente Sandinista?
–Se vive como una lucha más porque el compromiso político que asumí, para ponerlo en términos simples, es con una Nicaragua mejor. Una se compromete con eso, no con la gente que esté en el partido, no con el partido mismo. Yo tenía un fuerte sentido de pertenencia al Frente Sandinista, que era mi familia. Romper con ese colectivo fue muy duro. Pero sobre todo hubo una sensación de traición, porque en mi mente yo no rompí con el sandinismo sino que fue Ortega quien lo hizo. Muchos de nosotros sentimos que nos quedamos en el sandinismo y que lo que hizo Ortega fue tomar el logo, apropiarse de la marca y darle su propio sello: caudillista, individualista, populista y mentiroso. O sea, lo paradójico de todo esto es verlo a Ortega como un engendro del somozismo contra el cual luchamos. Porque Ortega miente constantemente y no tiene escrúpulos para alterar todo el sistema democrático nicaragüense para que le sirva a sus intereses personales de perpetuarse en el poder.

Ivana Romero
Fuente: Tiempo Argentino, sábado 9 de Octubre de 2010
http://www.tiempoargentino.com.ar/

Osvaldo Bayer: “Facón Grande” en Frankfurt



Por Osvaldo Bayer
Desde Frankfurt del Meno, Alemania


Paseo por esta Feria del Libro titulada con orgullo “la feria del libro más grande del mundo”. Un mérito, sin duda.
Pienso. Mientras, recorro estos inmensos salones con libros que sonríen por todos lados y nuestros escritores que desde grandes retratos miran más extrañados que nunca al mundo que los rodea. Y Rep, que los presenta tal cual eran en realidad en sus murales que nos persiguen y nos ponen alas de mariposas.
Libros, libros, libros. Me digo: en el país que alguna vez fue el mayor exportador de armas del mundo, encontramos esto.
Antes, el máuser, la cruz de hierro como símbolos de la virilidad noble. Y aquí libros, con personajes y fantasías que se asoman y nos invitan a abrirlos. El lento camino a la sabiduría, hoja por hoja.
Libreros que hablan alto, bibliotecarios que ordenan letra por letra. Escritores que sonríen en el paraíso, personajes de la fantasía que se asoman por todos los rincones en este aeropuerto de ilusiones.
Ilusiones. De pronto me dan golpecitos en la espalda. Es el editor alemán Dieter Schmidt. Sin pronunciar una sola palabra, pone un libro en mis manos con gesto algo religioso. Miro la tapa: el gaucho Facón Grande. El patagónico.
No puedo creerlo. Facón Grande en la Feria de libro de Frankfurt. La Historia hace justicia. El gaucho fusilado por el Ejército argentino por haber puesto la cara para pedir un poco más de dignidad para los trabajadores patagónicos en aquel tétrico 1921 de Hipólito Yrigoyen.
El editor Dieter Schmidt me entrega la edición alemana de La Patagonia rebelde. La acaricio. Ocho años de exilio me costó publicarla en mi país argentino. Y ahora se publica en el país donde pasé mi exilio. El destino. La paradoja humana. Me alegro sobre todo por Wilckens. Kurt Gustav Wilckens, el anarquista alemán que hizo justicia a tantos peones fusilados. Aquella mañana de enero de 1923, cuando esperó en la calle Fitz Roy, enfrente del 1º de Infantería, en Palermo. Cuando el orgulloso teniente coronel Varela salía de su casa con sus botas bien lustradas. Le salió al paso y lo enfrentó. Frente a frente. Y allí le arrojó el envío del vengador. La explosión de la ira del pueblo, la bomba libertaria. La explosión despertó a Buenos Aires. Los anarquistas en los barrios obreros cantaron ese día “Hijo del Pueblo”, por Wilckens. El alemán no se dio prisa. Le acertó luego seis balazos al uniformado fusilador. Las balas con las cuales había fusilado a cientos de peones rurales patagónicos ahora se daban vuelta y acababan con el fusilador. Nada queda impune.
Wilckens fue asesinado en la cárcel por un mercenario. Recuerdo cuando hace más de tres décadas viajé a la ciudad alemana de Bad Bramstedt, lugar donde había nacido Wilckens y encontré su casa paterna. Me recibió un sobrino suyo, quien me saludó como si me hubiera esperado toda la vida. El siempre había investigado sobre cuál había sido el destino de su tío Kurt Gustav Wilckens y ahora llegaba un desconocido de un país tan lejano como Argentina para darle noticias de él. Le dije que Kurt Gustav había muerto, asesinado en la cárcel, y le relaté su tarea de vengador de 1500 peones patagónicos fusilados por el Ejército argentino. Recuerdo su emoción. Primero creyó que le venía a contar sólo fantasías argentinas, pero luego, al abundar yo en datos, se dio cuenta de que estaba ante la verdad. Me abrió los cajones de un viejo escritorio. Allí había fotos familiares de la niñez y la juventud del vengador, papeles y cartas.
En la Feria del Libro de Frankfurt me paseo por largos corredores entre los miles de libros expuestos. Me prometo a mí mismo ir a llevar un libro de La Patagonia rebelde de esta edición alemana a la biblioteca de la ciudad natal de Wilckens. Tal vez algún sindicato de esa ciudad llame a su salón de asambleas, en el futuro, con el nombre de “Kurt Gustav Wilckens”, el que dio su vida para vengar la muerte de tantos trabajadores.
También pienso en aquellos dos huelguistas, el “alemán” Otto, cuyo apellido nunca pude encontrar, y Pablo Schulz, de origen también alemán. El “alemán” Otto –como era nombrado por sus compañeros– le gritó antes de morir al fusilador capitán Viñas Ibarra: “Así no se mata a un hombre, ni en la guerra europea se fusiló a prisioneros desarmados”, y antes de morir le dijo a otro alemán, Walter Knoll: “Saludos a la vieja patria”.
Pienso en ellos y en que sus vidas han quedado retratadas en idioma alemán, en esta edición. Tal vez por relatos familiares alguien los volverá a descubrir y se atreva a visitar la Patagonia y poner una flor en las tumbas masivas de fusilados, hoy ya señalizadas.
Fueron a morir lejos, injustamente. Por pedir apenas un poco más de dignidad.
Espero que al leer estas líneas algún afiliado al partido radical influya para que por fin esa entidad política pida disculpas por ese crimen masivo de tal magnitud cometido por el gobierno de Hipólito Yrigoyen.
Tuve también la satisfacción de que el film Awka Liwen (“Rebelde amanecer”) sobre el genocidio cometido por Roca contra nuestros pueblos originarios se diera en plena Feria del Libro de Frankfurt. Ver en pantalla los rostros de los hijos de la tierra. Narrar la tragedia de los genocidios cometidos en nuestras pampas por Rauch, Rosas y Roca. El desalojo de esos pueblos de sus tierras ancestrales, y su persistencia de vivir pese a todo con su música casi silenciosa, con los ecos de sus horizontes lejanos, con el trabajo de sus manos y la tristeza nunca olvidada de su pasado. Primero, los españoles con su codicia; luego los argentinos uniformados. Al final del film hubo un aplauso cerrado seguido de un silencio profundo. Emoción. Y un sentimiento de culpa europeo. Por sus antepasados, los “colonizadores”.
Este público tan europeo tomó conciencia. Las preguntas se sucedieron. ¿Cómo pudo ocurrir eso? Sí, la codicia. La Sociedad Rural Argentina financió parte de la expedición de Julio Asesino Roca, perdón, Julio Argentino Roca. Al presidente de la Sociedad Rural Argentina de ese entonces, Martínez de Hoz, les fueron otorgadas 2.500.000 hectáreas de tierras. ¿Cómo? Sí, en letras: dos millones quinientas mil hectáreas, Martínez de Hoz, el bisabuelo, nombre conocido ¿no?
Claro, pero hubo también europeos que hicieron cosas buenas en nuestro suelo. Me gustó mucho que los alemanes hicieran ayer un homenaje al editor Peuser. ¿Se acuerdan de la Guía Peuser? ¿Y de la editorial Peuser? Tal vez la más famosa de las editoriales argentinas del siglo pasado. Peuser fue un alemán que emigró a la Argentina, innovador de la técnica editorial, importando siempre las máquinas impresoras más modernas. Fue un editor de la literatura gauchesca y su edición del Fausto de Estanislao del Campo batió todos los records de ventas. Llegado de Alemania a los 14 años, hijo de un humilde zapatero, llegó a ser uno de los editores más grandes del suelo argentino y además, con su tendencia social, fundó en su empresa la primera caja médica para atender a sus empleados y obreros. Merecido homenaje. Su bisnieta, presente en el acto, derramó lágrimas agradecidas. Un fabricante de libros, no de armas, don Peuser.

Osvaldo Bayer
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/

Jaroslaw Iwaszkiewicz: Ícaro



Imagen: Brueghel, Ícaro


Hay un cuadro de Brueghel llamado Ícaro. En él se ve a un campesino que ara la tierra en un alto acantilado sobre el mar; un pastor impasible apacienta su rebaño, y un pescador tiende las redes en la costa. A lo lejos, puede vislumbrarse una tranquila ciudad. En el mar navega, con las velas desplegadas, un barco en cuyo puente unos comerciantes discuten sus negocios. En fin, estamos ante los afanes y preocupaciones cotidianos, frente a una vida de simples menesteres y problemas humanos sencillos. ¿Dónde está Ícaro? ¿Dónde está aquél que trató de alcanzar el sol? Sólo, si observamos minuciosamente el cuadro, podremos descubrir en un rincón del mar un par de piernas que se sumergen en el agua, y arriba, revoloteando en el aire, unas cuantas plumas que el brusco descenso desprendió de las alas ingeniosamente fabricadas. La caída ha ocurrido hace un instante apenas. Se trata del temerario que, según la leyenda griega, construyó unas alas para volar y se elevó a tal altura que llegó cerca del sol. Sus rayos fundieron la cera con que se había pegado el joven las plumas, y el desdichado se precipitó en el abismo. La tragedia ha ocurrido; helo allí que se hunde y se ahoga en el mar. Pero los hombres nada han advertido. Ni el campesino que ara la tierra, ni el comerciante que navega, ni el pasajero que contempla el cielo, ninguno se ha dado cuenta de la muerte de Ícaro. Sólo el poeta o el pintor la han visto y la han transmitido a la posteridad.
Ese cuadro me viene a la memoria cada vez que recuerdo un episodio que me tocó vivir. Era en junio de 1942 o 1943. Un bellísimo crepúsculo de verano descendía sobre Varsovia, un resplandor rosado creaba sombras que embellecían las casas destruidas, y en el hormigueo impetuoso de la multitud que subía a los tranvías para llegar a casa antes del toque de queda, el conjunto de los vestidos civiles ocultaba los uniformes, raros a esa hora. En aquel momento las calles de Varsovia, animadas y bellas en el esplendor de junio, podían dar la impresión de que la ciudad estuviese libre de los invasores. Sólo por un instante...
Esperaba el tranvía en la parada de la esquina de la calle Trebacka con la Krakowskie Przedmiescie. Las rojas carrocerías tranviarias, campanilleaban sonoramente y se alineaban, una tras otra, a lo largo de Krakowskie Przedmiescie. La gente se aglomeraba para subir, saltaba a los estribos, se colgaba de las puertas, se apiñaba tanto dentro como fuera de los vehículos. De cuando en cuando, pasaba a toda prisa un "cero" rojo, reservado a los alemanes, y por ende casi vacío. Debí esperar bastante tiempo un tranvía en el que se pudiese entrar con menos dificultad. Pero, cuando al fin llegó uno, no tenía ya deseos de subir; de improviso le había tomado gusto a aquella multitud que me rodeaba indiferente del todo a mi presencia. Frente a mí, sobre su pedestal, se erguía la estatua de Mickiewicz; en torno al monumento humildes plantas floridas emanaban un grato perfume; los automóviles trazaban con un chirrido la curva frente a la iglesia de las Carmelitas; los muchachos pregonaban a gritos sus periódicos; frente a un resplandeciente escaparate hormigueaban los vendedores de cigarrillos y de pasteles; se cerraban con ruido las puertas metálicas y las rejas de las tiendas; en el jardincillo, los bancos estaban repletos de viejos y jóvenes; gorjeaban los gorriones, fijos ellos también en las ramas de los frágiles arbolillos... Todo esto se sumergía lentamente en el azul crepúsculo de la tarde estival. En ese instante sentía pulsar el corazón de Varsovia, e instintivamente me mezclé entre la multitud para permanecer un poco más de tiempo junto a ella y entre ella y disfrutar de aquel atardecer varsoviano.
En un determinado momento observé a un muchacho que venía por la calle Bernardcka. Apareció detrás de un tranvía en marcha, y se detuvo en el pequeño camellón, de espaldas al ir y venir de la multitud, con la cara vuelta hacia la acera y sin apartar los ojos de un libro con el que había surgido en aquel crepúsculo cada vez más gris. Podía tener quince años, dieciséis a lo sumo. De tanto en tanto, mientras leía, sacudía la rubia cabellera, y, con la mano, apartaba después los cabellos que le caían sobre la frente. Del bolsillo, sobre su cadera, asomaba un segundo libro. El primero lo llevaba abierto frente a los ojos y evidentemente era incapaz de desprenderse de él. Con toda probabilidad, lo había conseguido hacía poco de un compañero o de una biblioteca clandestina, y sin esperar a la llegada a casa, se mostraba impaciente por conocer el contenido, aún en la calle. Me desagradaba no saber qué libro era; de lejos parecía un manual, pero me decía que ningún manual puede despertar tan vivo interés en un joven. ¿Serían versos? ¿Tal vez un libro de economía? No lo sé.
El muchacho permaneció un poco en el camellón, inmerso en la lectura. No hacía caso de los empellones, ni de la multitud que se apiñaba alrededor de los vehículos. Detrás de él se asomó más de una cara enrojecida, pero él seguía sin apartar la mirada del libro. Y después, siempre con el libro bajo los ojos, tal vez molesto por los empujones y el estrépito, o tal vez asaltado de improviso por una necesidad inconsciente de llegar a su casa, lo vi descender a la calzada, frente a un automóvil que apareció en aquel instante.
Se oyó el chirrido violento de los frenos y el silbido de los neumáticos sobre el asfalto. Con la intención de evitar el choque, el conductor viró bruscamente y detuvo en seco el vehículo en la esquina de la calle Trebacka. Advertí, lleno de espanto, que era un coche de la Gestapo. El muchacho del libro trató de esquivar el automóvil, pero inmediatamente se abrió la portezuela posterior y dos individuos, con el casco adornado por una calavera, saltaron a la calle. Se hallaban exactamente frente al muchacho. Uno de ellos gritó algo con voz gutural y el otro, trazando con el brazo un gesto circular, invitó con mofa al muchacho a subir.
Aún ahora puedo ver a aquel joven, detenido frente a la portezuela, confuso, totalmente avergonzado... Veo cómo se disculpaba, cómo movía la cabeza en un ingenuo gesto de negación, semejante a un niño que promete: "No lo volveré a hacer"... Parecía estar diciendo: "No he hecho nada... sólo esto...", e indicaba el libro que había producido su descuido. Como si hubiese sido posible explicar alguna cosa. Se negaba a subir al auto, como en un último impulso de la vida que estaba perdiendo.
El gendarme le pidió los documentos, le arrebató de las manos la carta de identidad que había extraído de un bolsillo, y con un gesto violento, lo empujó hacia el interior. El otro lo ayudó. Subió el muchacho y tras él los hombres de la Gestapo; la portezuela se cerró y el vehículo partió bruscamente, dirigiéndose a toda velocidad hacia la avenida Szucha...
Lo perdí de vista. Desolado por lo ocurrido, miré en torno mío, buscando comprensión en alguien. El muchacho del libro había desaparecido para siempre. Con el más grande estupor, comprobé que nadie se había dado cuenta del suceso. De manera tan fulminante se había desarrollado lo que he descrito. Todos los peatones que formaban aquella multitud se hallaban tan ocupados en sus propios afanes, que el rapto del muchacho les había pasado inadvertido. Unas señoras que había a mi lado discutían si era conveniente tomar tal o cual tranvía, dos tipos encendían sus cigarrillos tras el poste de la parada, una vieja con una cesta en la mano junto a la pared, repetía sin tregua su "Limones, limones magníficos, limones...", como un conjuro budista, y otros jóvenes corrían por la calle tras el tranvía que se iba, arriesgándose a terminar bajo un automóvil... Mickiewicz estaba allí, tranquilo, y las flores exhalaban un suave perfume; un leve vientecillo agitaba las tiernas ramas en derredor del monumento. La desaparición de aquel joven no había significado nada para nadie. Sólo yo había visto ahogarse a Ícaro. Permanecí allí aún mucho tiempo, aguardando que la multitud se disgregase. Pensaba que tal vez Michas, así lo llamé en la imaginación, volvería. Me imaginaba su casa, sus padres que esperaban su regreso, a la madre mientras preparaba la cena, y no podía resignarme a que ellos no pudiesen saber de qué manera había desaparecido su hijo. Conociendo las costumbres de nuestros ocupantes, preveía que no habría podido liberarse de sus tentáculos. ¡Y todo había ocurrido de un modo tan estúpido! La insensata crueldad de aquel secuestro me sobresalta y me turba todavía.
Aquellos que han muerto en las batallas, que sabían por qué morían, encontraron tal vez consolación en la idea de que su muerte tenía sentido. Pero quienes como mi Ícaro han sido sumergidos en el mar del olvido por una razón tan cruel como insensata...
Llegó la noche. La ciudad se adormecía en un sueño febril, malsano... Me aparté por fin de la parada, pasé junto al monumento de Mickiewicz, y me dirigí a pie hacia mi casa... Mientras continuaba persiguiéndome la imagen de Michas, que movía la cabeza como si dijera: "No, no, la culpa es del libro... En adelante, tendré más cuidado..."

Jaroslaw Iwaszkiewicz
Texto rescatado para La Máquina de Escribir por Cristina Pailos

Jaroslaw Iwaszkiewicz nació en Varsovia el 20 de febrero de 1894 y murió en la misma ciudad en marzo de 1980, en Ucrania. Poeta, novelista, cuentista, dramaturgo, crítico de literatura y de música, ensayista. Traductor de Shakespeare, Andersen, Kirkegaard, Rimbaud, Claudel, Gide, Giraudoux, Pablo Neruda, Czechow y Tolstoi. Fue presidente de la Unión de Escritores Polacos y dirigió la revista Twórczosc (Creación). Renunció a hacer una lista de sus principales obras, porque ésta resultaría larguísima. Me limito sólo a mencionar que Iwaszkiewicz no es totalmente desconocido en México, donde se publicaron dos traducciones de sus libros: Chopin, en 1948 (sep) y Madre Juana de los Ángeles, en 1977 (Era).
Iwaszkiewicz es un personaje gigantesco y total que no deja de asombrar a sus contemporáneos. Su vasta cultura literaria y musical, su conocimiento de varias filosofías y literaturas europeas —sin hablar del conocimiento de varios idiomas de este mundano, diplomático y viajero incansable—, el ejercicio ininterrumpido de diversas disciplinas literarias, su profundo humanismo, el culto firme a la individualidad de raíz romántica, la preocupación por lo dramático y lo misterioso en la existencia, hacen de este longevo escritor, nacido a finales del siglo xix, uno de los grandes presentes de la literatura polaca contemporánea. La actividad creadora de Iwaszkiewicz durante sus últimos años, junto con su rara capacidad de evolucionar, parecen verdaderamente inagotables.
Debutó como poeta en 1919 con su libro Las octavillas. Junto con los otros poetas del grupo “Skamander”, forjó los principios de una nueva poética abierta a las inspiraciones de varias culturas y varias tradiciones, tanto a la estilización como a la “cotidianidad” concebida como un valor vital y estético de una poesía que tenía que superar las exaltaciones verbales del expresionismo desmesurado del periodo del modernismo.

Silsh: Pase Ud.



- Pase Ud.
no se detenga -

Haga como si estuviera en casa.
Arrastre sus pantuflas
sobre el parquet lustroso
escupa sin pudor esa semilla
y siéntese
sobre el sombrero nuevo del abuelo.

Alce sus piernas a la altura del ombligo
con leve rotación hacia ambos lados
para que - entre los pies -
sus ojos acomoden
acalambrados glúteos
frente al televisor que pinta peces.

Maneje con control y sin alcohol
desde el rincón remoto de su cuarto.

Distraiga su atención unos segundos
y haga el clic necesario
con su traje de buzo
al sumergirse en cuotas
del mundo que le venden
al contado.


Ahora sí - no se distraiga -


[Seguimos trabajando para Ud.
y por Ud.
haciendo y deshaciendo]

- Ud. descanse -




© Silsh
(Silvia Spinazzola)
Argentina
http://www.silsh.com.ar/

Virginia Edit Perrone: Trazos de Octubre



Hoy no pude venir, vino la costumbre
en su nave gris, mi sexo quedó
entre camalotes, esperándome.

*****

A qué fuego ilustrado le entrego
mi silencio, y que diga:
-aquí hay un caldero humano,
cuidado con su Letra

*****

El suburbio de mi Letra me dejó
analfabeta de mi propia Escritura.

*****

Se sabía agua sagrada y sacrílega, en dónde
lavar el pez de su cintura, cómo hundir la sal
en la estridencia de una Palabra.

*****

Fusila su paredón de rosas contra un
muro de estambres, sangra la navaja
herida cuando triunfa el pétalo.

*****

Tajo de sus propias sobras, la Poesía,
que beba de su restos, y luego reste.

*****

Le pregunto a la rosa Pagana,
-dónde es tu Dios.

*****

Hay tantos nombres en la lluvia,
qué bestias sueltan la desolación,
qué sombra paria bebe amores ajenos.

*****

Era sólo el intento, un tonel partió
la Letra, -absurda pueba de palomas
y volví para avanzar.

*****

Soy dueña de esta lágrima,

-sal, murmúrame en que lluvia fui.

*****


-Volvete sombra, soy de mi Letra.

*****

Las migas del pan que devoramos lentos,
el pan que, lento, nos devora.

*****

El puñal de barro y el terco querer.
Estamos haciendo los deberes Gitanos.

*****

Soy colina que parte la tarde, y me

beben sus pedazos.

*****


Cruzada por la Palabra, escrita
en la Letra que me escribe.

*****


No me des el cristal, te pido todos los umbrales.

*****

Descalzaré mi sombra, y la niña
que fui se lloverá Poema.

*****

Virginia Edit Perrone
http://virigniaperrone.blogspot.com/

Diana Poblet: 4 Poemas



Incesante López


en el refugio del sigilo

los diarios

los postes

las plazas

en la orilla de los trenes

la indolencia del subte

en la mirada esquiva

la espalda que va delante

en el talón de septiembre o la cintura de octubre

en palabras impronunciables del poema abollado

con la memoria en alforja y a la defensiva

ignoro el olvido

te busco



aunque invada lo siniestro

lime nervio la espera

lo mínimo sea Everest

los días apaguen tu foto

apremie lo inmediato

en primavera de insistencias

rutina demandante y noche sin fin

igual porfiamos

tu ausencia, arde



no estás

y te buscamos.





Ímpetu


Entró con el invierno

por robar el fuego incineró manantiales



el lago ardió

se hizo brasa



testimonio

pasión

mentira



ya no será posible mirar el agua

sin incendiar los ojos.

(De Pétalos y Espada)



Volver

Es el mundo, este prado incierto

adonde aún andamos a tientas.

Asombrados,

con más sombras que claridades



cuánto faltará para despertar

y leernos otra vez en las miradas,

como cuando éramos niños



y saber en la puerta de un ojo,

que hemos llegado a casa.




Mentirse



tal vez no pudo

y deslizó escarchas de silencio

no supo cómo

y fue su temor la ira

y su no caricia el tormento



tal vez no pudo

esquivado los infiernos raptar la
brasa

renacer en otros

egocéntrica le quedó esa soledad

que aún atrapa distraídos



solitarios publicistas

de pasquines y tango.



Tal vez no pudo.




Diana Poblet
http://www.remontandosoles.blogspot.com/
http://diana-poblet.blogspot.com/

Silvia Loustau: Poemas de De Mar y Madres



"Elegí esa foto del otoño en el Bosque de La Plata, ciudad en la que estudié, milité, amé. Ciudad en la que todas las Utopías eran posibles.
Ciudad donde comenzó a crecer, en muchos de nosotros , la semilla de la Patria Justa Libre y Soberana, ciudad donde los chacales estaban , pacientemente, esperando."
Silvia Loustau


XV


érase una vez

cuando

dios

se paseaba

por los campos del abandono.



estaba ciego.



no veía

la grisura

de paraísos perdidos.

los pies verdes gigantes.

no olía la hiel

almendras amargas.




dios

soplaba

un aire apocalíptico.

colgaba

trenzas negras

en el cuello

de quienes

sin permiso

abrieron

la puerta

de su reino.


XV

il était une fois

quand

dieu

se promenait

par les champs de l’abandon.



tel un aveugle



il ne voyait pas

la grisaillerie

de paradis perdus.

les pieds verts géants.

il ne sentait pas le fiel

amandes amères.




dieu

soufflait

un air apocalyptique

accrochait

des tresses noires

au cou

de ceux qui

sans autorisation

avaient ouvert

la porte

de son royaume.


XXV

a Marucha Rave, en ella todas las Madres



Madre amada
mujer de cicatrices y solsticios
amiga de los pordioseros
eterna compañera de los torturados
ven, ayúdame en la amanecida.
déjame descansar la memoria
en tus faldas
inundadas del perfume agrio de los ausentes

XXV

à Marucha Rave, en elle toutes les Madres*

Mère aimée
femme aux cicatrices et aux solstices
amie des mendiants
compagne éternelle des torturés
viens, aide-moi au lever du jour.
laisse-moi reposer ma mémoire
sur tes jupes
inondées du parfum aigre des absents


* Il s’agit ici — le lecteur l’aura compris — des “Mères de la Place de Mai” (Las Madres de la Plaza deMayo), connues dans le monde entier parce qu’elles exigeaient de connaître le destin des leurs enfants “disparus” et qu’elles allaient régulièrement manifester sur la Plaza de Mayo à Buenos Aires en y tournant silencieusement pendant de très longues heures. Pour tenter de les discréditer, les responsables du régime les appelaient “Les folles de la Place de Mai” (Las locas de la Plaza de Mayo).



de: De Mar y Madres – Silvia Loustau
Editorial Martín- editor@editorialmartin.com
traducción : Pedro Vianna ( París)
Extraído del blog de Silvia Loustau
http://silvialoustau.blogspot.com/