domingo, 2 de noviembre de 2008

Atilio Borón: Putrefacción moral en la Casa Blanca


ALAI AMLATINA, 31/10/2008, Buenos Aires.- La enumeración de las
atrocidades cometidas en los últimos tiempos contra los pueblos y la
naturaleza para salvaguardar el sistema capitalista ocuparían todas las
páginas de este diario. (1) Quisiéramos detenernos en una, de gran
actualidad ante la inminencia de las elecciones presidenciales en
Estados Unidos y la votación que días atrás tuvo lugar en la Asamblea
General de las Naciones Unidas, donde 185 de los 192 países miembros
aprobaron, por decimoséptima vez, una resolución exigiendo poner fin al
bloqueo iniciado hace cuarenta y seis años en contra de Cuba. En
diecisiete oportunidades Washington ignoró olímpicamente las
recomendaciones, prácticamente unánimes, de la comunidad internacional.
Y todavía tiene el descaro de arrogarse la misión de diseminar la
justicia y la libertad a lo largo y a lo ancho del planeta.

No se conocen antecedentes de un repudio tan universal a las políticas
del imperio, acompañado en la defensa de sus fechorías tan sólo por
Israel (su Estado-cliente y gendarme regional en Medio Oriente) y Palau.
Merece una digresión el caso de este micro-Estado que, según informa el
sitio web de la CIA, es conjunto de islitas de 451 km cuadrados con una
población de 21.093 habitantes. Es un país “independiente”, que vota en
la ONU y se alinea con la Casa Blanca, razón por la cual seguramente
será caracterizado por sus publicistas como una sólida y vibrante
democracia.

No parece molestar a Washington en este caso el tema del partido único,
recurrentemente utilizado para criticar a Cuba, porque en este baluarte
de las libertades del lejano Pacífico sencillamente no existen partidos
políticos, según lo informa también la CIA. No es que sólo hay uno y eso
es malo; no hay ninguno, pero en este caso eso es bueno y no provocan el
desvelo que a la inefable Condoleezza Rice le produce la débil
arquitectura institucional del sistema político en Venezuela o Bolivia.
Tampoco lo hace el hecho de que en Arabia Saudita, gran amigo de
Washington, los partidos políticos estén prohibidos. De todos modos,
estos son detalles nimios que, en el caso de Palau, se compensan con
largueza cuando se recuerda que ese protectorado del Tío Sam firmó un
Tratado de Libre Asociación con Estados Unidos que lo convierte de facto
en una colonia, pero una de un tipo muy especial. Puede sentarse en la
Asamblea General para votar a favor de sus amos, y opinar y proponer
resoluciones sobre asuntos de interés mundial.

No tuvo la misma suerte Puerto Rico, que Washington se preocupó desde la
misma fundación de la ONU para incluir a ese botín de guerra en la lista
de Territorios No Autónomos y, por lo tanto, inhabilitados para
integrarse a la ONU. Sus cuatro millones de habitantes, más otros tantos
que residen en Estados Unidos, no pueden opinar sobre ningún asunto. Los
de Palau sí.

Afortunadamente en esta ocasión, las Islas Marshall, que la propia CIA
describe como un simple “testing ground” (banco de prueba) de la
cohetería del Pentágono –algo que hasta hace poco también hacían en la
Isla puertorriqueña de Vieques- , y Micronesia decidieron desobedecer
las órdenes de la Casa Blanca y se abstuvieron de votar en contra de Cuba.

Decíamos putrefacción moral porque no hay otra forma de calificar el
pertinaz sostenimiento de un bloqueo durante casi medio siglo, ¡caso
único en la historia de la humanidad!, que es en realidad un prolongado
escarmiento propinado a Cuba por haberse animado a luchar por su
verdadera independencia. Un castigo ejemplarizador, de esos que los
esclavistas y los “conquistadores” de España y Portugal aplicaban con
total sadismo a los que tenían la osadía de pretender liberarse de sus
cadenas. Otras potencias colonialistas no se quedaron atrás en este
torneo de infamias y oprobios. Francia, sin ir más lejos, impuso a la
joya de sus colonias en el Caribe, Haití, en 1825, el pago de una enorme
indemnización (equivalente a unos 21 mil millones de dólares de hoy) por
los “perjuicios” ocasionados a los latifundistas franceses por su
independencia. Además estableció, previo envío de una flotilla de
cañoneras, un tributo del 50 por ciento a todos los bienes que entrasen
o saliesen de ese desafortunado país, la primera república al Sur del
Río Bravo. Esta deuda desangró al país: se terminó de pagar en 1947.
Después de más de un siglo de saqueo “legalizado” y avalado por los
campeones mundiales de la libertad, la democracia y la justicia la que
había sido una de las islas más ricas del Caribe quedó sumida en la
miseria más absoluta.

Pero Cuba no pudo ser igualmente doblegada, y eso no se perdona. Es un
pésimo ejemplo que debe erradicarse de la faz de la Tierra. Ahí están
Venezuela, Bolivia y Ecuador para demostrar la malignidad del contagio.
Y los otros gobiernos, que sin haberse infectado con el virus de la
autodeterminación y la dignidad nacional, coquetean con los rebeldes.

Ni aun la fenomenal devastación producida por dos gigantescos huracanes
hizo que Estados Unidos pusiera temporalmente entre paréntesis su
criminal política para honrar los valores humanistas y solidarios sobre
los cuales, dicen, se funda la sociedad norteamericana. Tal como lo
declarara el canciller Pérez Roque en la ONU, el saldo de este desastre
fue de “más de 500 mil viviendas y miles de escuelas e instituciones de
salud afectadas, un tercio del área cultivada devastada y una severa
destrucción de la infraestructura eléctrica y de comunicaciones, entre
otros daños”.

Su reconstrucción, una empresa humanitaria por definición, se vería
enormemente facilitada si la Casa Blanca tuviera todavía un pequeño
resto de nobleza y moralidad y permitiera a La Habana adquirir los
bienes que necesita en Estados Unidos. Pero es inútil: no lo tiene. La
Revolución no quiere regalos; quiere comerciar, pagando en efectivo y
por adelantado sus compras, lo que favorecería a empresarios y
trabajadores de ese país y ayudaría a revitalizar, aunque sea en pequeño
grado, una economía que ya se despeña hacia la recesión.
Pero ni eso admite la Casa Blanca. De ahí que sea sólo lógico hablar de
la podredumbre moral en que se revuelcan sus ocupantes. Una
administración que ya demostró su total insensibilidad y colosal
ineptitud (aparte de un mal disimulado racismo) ante el flagelo que el
Katrina provocó entre los suyos en New Orleáns. Una degradación moral
que, para colmo, se combina con la inaudita estupidez de la pandilla
reaccionaria que en estos días manda en Washington y que acelera el
hundimiento del país en toda clase de pantanos de los cuales no saldrá
indemne: Afganistán, Irak, Medio Oriente y, ahora, el estallido de la
fenomenal burbuja financiera alentada por esa gente a lo largo de tantos
años. De este modo, Cuba deberá adquirir en tierras lejanas bienes que,
por el bloqueo y los fletes, terminan siendo carísimos. Será todo más
difícil, pero la Revolución Cubana ha dado repetidas muestras de no
arredrarse ante la adversidad ni ser vencida por ella. Ahora tendrá la
oportunidad de demostrarlo una vez más. Y para ello contará con la
solidaridad del mundo entero, excepto ese trío despreciable y rufianesco
que votó en su contra en la ONU.

Dr. Atilio A. Boron es director del Programa Latinoamericano de
Educación a Distancia en Ciencias Sociales (PLED), Buenos Aires, Argentina

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mis felicitaciones al autor deeste texto. Tiene una claridad conceptual que permite entender de una vez, el daño permanente a una ideología diferente.

Atte Loreto Silva
Escritora chilena