Fabulilla
Ella estaba bañándose.
De pronto, sintió que algo le hacía cosquillas en el dedo gordo del pie izquierdo. No gritó porque hubiese sido inútil: estaba sola.
Recordó que ese mes no habían fumigado porque ella había salido de viaje.
—¡Ja! ¡Lo sabía: cucarachas otra vez! Pero, si la mato, voy a tener que terminar de bañarme con esa asquerosidad. ¿A ver? Tal vez podamos convivir.
Estiró la mano y alcanzó los anteojos que había dejado en la repisa, bajo el espejo.
Se los puso y, a través de los cristales empañados, lo que vio tratando de trepar torpemente por su pierna no era una cucaracha sino un hombre.
Desnudo.
Perfecto.
Todo suyo.
¡Claro, era demasiado pequeño pero, mejor que nada... perdón, nadie...! ¿No?
—¡Qué linda sos! —dijo una voz, imposible de aguda.
—No. No puede ser. No puedo estar oyéndolo.
—¡Preciosa!
Se paralizó, mientras el agua seguía deslizándose pies abajo, desde su pelo empapado. Ya no sabía si gritar, desmayarse o... ponerse a conversar.
—Si supieras cuánto hace que buscaba una mujer como vos... —siguió la voz imposible, como si nada—. Pero, tal vez, no la encontraba porque me creía superior. Hoy no tengo miedo de que una mujer sea mejor que yo.
—¿Ah, no? —dijo ella, sin dejar de notar el temblor incrédulo de su propia voz.
—No.
¡Y le sonreía!
Ese varón diminuto le sonreía, ahora recostado cómodamente sobre el hueco de los dedos de sus pies. Con los bracitos detrás de la cabecita, la miraba arrobado y sonreía.
¡Y por supuesto, ella no era de yeso... tampoco! ¿Cuánto tiempo iba a resistirse a unas alabanzas que caían en su alma como la lluvia sobre los campos resecos? ¿Y con qué pretexto? ¿La diferencia de tamaño?
—¿Cómo te llamás?
Ella sacudió la cabeza salpicando agua que olía a crema de enjuague, y contestó:
—Eliana.
—¡Hermoso nombre, como vos! Porque vos sabés que sos hermosa, ¿no?
Si lo sabía, hacía mucho que no escuchaba a alguien decírselo, y empezó a olvidarse de todo lo que no fuese esa tibieza que iba creciendo dentro de ella y a su pesar.
—¿Y vos?
—¿Yo qué? No, yo no soy hermoso pero sí atractivo, y lo sé.
—¡No, tonto! ¿Cómo te llamás?
—Belisario.
—¡Belisario... qué original!
Fascinada, ya sin reservas, Eliana se puso en cuclillas para verlo y oírlo mejor. Le tendió la mano invitándolo a subir, y lo acercó a su boca.
Y se enamoraron.
Y ella no se lo comió... temerosa de volver a su profunda soledad anterior.
Soez
Juguete basura
hierba subterránea
nene con hambre
mujer vencida
hombre rabioso
crujido de plástico.
Soez
mentir amor
vender gente
comprar vida
pisar la risa
rastrillar las ganas
freír cerebros
bombardear flores
apestar papeles escritos
quemar pizarrones.
Soez
coser sexos
cortar sexos
medir el aliento
acabarse el pan de todos.
Decir soez es soez.
... ¿O no es?
Ana Silvia Mazía
maziana6@yahoo.com.ar
http://www.wordspalabras.blogspot.com/
Ella estaba bañándose.
De pronto, sintió que algo le hacía cosquillas en el dedo gordo del pie izquierdo. No gritó porque hubiese sido inútil: estaba sola.
Recordó que ese mes no habían fumigado porque ella había salido de viaje.
—¡Ja! ¡Lo sabía: cucarachas otra vez! Pero, si la mato, voy a tener que terminar de bañarme con esa asquerosidad. ¿A ver? Tal vez podamos convivir.
Estiró la mano y alcanzó los anteojos que había dejado en la repisa, bajo el espejo.
Se los puso y, a través de los cristales empañados, lo que vio tratando de trepar torpemente por su pierna no era una cucaracha sino un hombre.
Desnudo.
Perfecto.
Todo suyo.
¡Claro, era demasiado pequeño pero, mejor que nada... perdón, nadie...! ¿No?
—¡Qué linda sos! —dijo una voz, imposible de aguda.
—No. No puede ser. No puedo estar oyéndolo.
—¡Preciosa!
Se paralizó, mientras el agua seguía deslizándose pies abajo, desde su pelo empapado. Ya no sabía si gritar, desmayarse o... ponerse a conversar.
—Si supieras cuánto hace que buscaba una mujer como vos... —siguió la voz imposible, como si nada—. Pero, tal vez, no la encontraba porque me creía superior. Hoy no tengo miedo de que una mujer sea mejor que yo.
—¿Ah, no? —dijo ella, sin dejar de notar el temblor incrédulo de su propia voz.
—No.
¡Y le sonreía!
Ese varón diminuto le sonreía, ahora recostado cómodamente sobre el hueco de los dedos de sus pies. Con los bracitos detrás de la cabecita, la miraba arrobado y sonreía.
¡Y por supuesto, ella no era de yeso... tampoco! ¿Cuánto tiempo iba a resistirse a unas alabanzas que caían en su alma como la lluvia sobre los campos resecos? ¿Y con qué pretexto? ¿La diferencia de tamaño?
—¿Cómo te llamás?
Ella sacudió la cabeza salpicando agua que olía a crema de enjuague, y contestó:
—Eliana.
—¡Hermoso nombre, como vos! Porque vos sabés que sos hermosa, ¿no?
Si lo sabía, hacía mucho que no escuchaba a alguien decírselo, y empezó a olvidarse de todo lo que no fuese esa tibieza que iba creciendo dentro de ella y a su pesar.
—¿Y vos?
—¿Yo qué? No, yo no soy hermoso pero sí atractivo, y lo sé.
—¡No, tonto! ¿Cómo te llamás?
—Belisario.
—¡Belisario... qué original!
Fascinada, ya sin reservas, Eliana se puso en cuclillas para verlo y oírlo mejor. Le tendió la mano invitándolo a subir, y lo acercó a su boca.
Y se enamoraron.
Y ella no se lo comió... temerosa de volver a su profunda soledad anterior.
Soez
Juguete basura
hierba subterránea
nene con hambre
mujer vencida
hombre rabioso
crujido de plástico.
Soez
mentir amor
vender gente
comprar vida
pisar la risa
rastrillar las ganas
freír cerebros
bombardear flores
apestar papeles escritos
quemar pizarrones.
Soez
coser sexos
cortar sexos
medir el aliento
acabarse el pan de todos.
Decir soez es soez.
... ¿O no es?
Ana Silvia Mazía
maziana6@yahoo.com.ar
http://www.wordspalabras.blogspot.com/
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