Benito perdió un día de clase por un paro docente. Pero ningún político va a aflojar porque las huelgas inciden menos que el poder económico.
“Nosleyomariacelia”, dice el cuaderno de mi hijo, Benito, que tiene 6 años y está aprendiendo a escribir. María Celía no es su maestra sino la psicopedagoga de la escuela. La maestra de Benito se llama Antonia y cuando tuvo neumonía la reemplazó María Celía. “No hay maestras, somos una raza en extinción. Ya nadie quiere ser maestro. Por eso no hay suplentes”, me explicó la vicedirectora de una escuela pública de Colegiales en donde ponen tantas ganas para enseñar que dan ganas de volver a aprender.
El mismo día que el Senado frenó las retenciones al campo, después de 127 días de conflicto, los maestros de la Ciudad de Buenos Aires hicieron su primer paro. Yo, como mamá, veo que Benito deja de sumar los sonidos para que cada eco forme la voz de las palabras, y no me gusta que su aprendizaje se detenga. Sin embargo, defiendo el derecho a huelga de sus maestros. Por eso le expliqué a Benito que no ir a la escuela era también una enseñanza para su vida.
Desde luego, pensé, los maestros no podrían sostener un conflicto de 120 días, como lo hicieron los del campo. Ni lo podrían mantener las enfermeras del Garrahan, otro oficio que se va quedando sin vocaciones y por ende casi sin gente para asistir a los enfermos. Esos gremios no tienen el poder de poner entre paréntesis al país durante cuatro meses. En realidad, pienso que al país no lo detuvo un movimiento agrario sino el poder económico. Y los innumerables errores del gobierno. Pero los gobierno pasan, y la enseñanza que deja un conflicto tan extenso -de que al país lo sigue gobernando la minoría de los que más tienen- servirá también para acumular experiencia cuando llegue la hora de “tocar” otra vez sus intereses.
Quienes tras la caída de la resolución 125 gritaban ¡Argentina, Argentina! no celebraban la reducción del IVA ni el aumento de las asignaciones familiares ni triunfo de los asalariados en paritarias más o menos dignas. En estos días de antikirchenirsmo explícito tuve que apelar a un argumento innegable: yo no la voté. Pero a la vez me asaltó el recuerdo de una frase de Eduardo Galeano sobre Cuba: “¿Si nunca creí que fuera el paraíso por qué ahora tendría que pensar que es el infierno?”.
Y si este gobierno no hizo todo lo que tendría que hacer –ya lo sabemos- tampoco es que no hizo nada y, en eso, parece que hay amnesia o que cunde el “cuánto peor, mejor”. No es necesario ser K para acordarse que en el 2001 –el año en el que nació mi hijo Benito y los chicos que hoy están en primer grado- mi sueldo era un manojo de gauchitos patacones y federalísimos lecops, y los despidos de muchos amigos de la revista en donde yo trabajaba no fueron un cuento chino. Eso no quita que las críticas al gobierno son sensatas, y son las mismas que yo hice, hago y haría. Pero, en el Senado, no sólo se trataba de que este gobierno tuviera la posibilidad de imponer retenciones. También de que el poder político supiera que al poder económico se le puede poner un límite. Porque si este no es el gobierno que quiero –por algo no lo elegí- sí podría venir otro que aprendiera del error.
Hace años creía que el voto era sólo la parte más chiquita de la democracia y que, por eso, había dejado de ser representativa. Ahora, en cambio, pienso que el voto calificado ya califica y que con la caída de la 125 el voto perdió su pequeño –pero popular- sentido democrático en el que todos tienen derecho a él y no sólo los que tienen poder de lobby. La gente –la mayoría de la gente- votó a un gobierno que ya había impuesto retenciones y que eligió –cuando subió la soja- aumentarlas. Una protesta que no podrían haber sostenido los estudiantes –¿se acuerdan cuando los secundarios cortaban la calle por un día y Magdalena los mandaba a aprender lecciones de democracia?-, ni los docentes, ni los desocupados. Ni los que no tenían mucho para ganar y poco para perder.
Benito perdió un día de clase después de un paro docente. Pero con un día de clase menos ningún político va a aflojarles nada a los maestros. Porque ahora los votos y las huelgas inciden mucho menos que el poder económico. Por suerte al cuaderno de Benito todavía le sobran hojas. Espero que todavía queden maestros y maestras que lo ayuden a escribirlas.
Luciana Peker
lpeker@yahoo.com
“Nosleyomariacelia”, dice el cuaderno de mi hijo, Benito, que tiene 6 años y está aprendiendo a escribir. María Celía no es su maestra sino la psicopedagoga de la escuela. La maestra de Benito se llama Antonia y cuando tuvo neumonía la reemplazó María Celía. “No hay maestras, somos una raza en extinción. Ya nadie quiere ser maestro. Por eso no hay suplentes”, me explicó la vicedirectora de una escuela pública de Colegiales en donde ponen tantas ganas para enseñar que dan ganas de volver a aprender.
El mismo día que el Senado frenó las retenciones al campo, después de 127 días de conflicto, los maestros de la Ciudad de Buenos Aires hicieron su primer paro. Yo, como mamá, veo que Benito deja de sumar los sonidos para que cada eco forme la voz de las palabras, y no me gusta que su aprendizaje se detenga. Sin embargo, defiendo el derecho a huelga de sus maestros. Por eso le expliqué a Benito que no ir a la escuela era también una enseñanza para su vida.
Desde luego, pensé, los maestros no podrían sostener un conflicto de 120 días, como lo hicieron los del campo. Ni lo podrían mantener las enfermeras del Garrahan, otro oficio que se va quedando sin vocaciones y por ende casi sin gente para asistir a los enfermos. Esos gremios no tienen el poder de poner entre paréntesis al país durante cuatro meses. En realidad, pienso que al país no lo detuvo un movimiento agrario sino el poder económico. Y los innumerables errores del gobierno. Pero los gobierno pasan, y la enseñanza que deja un conflicto tan extenso -de que al país lo sigue gobernando la minoría de los que más tienen- servirá también para acumular experiencia cuando llegue la hora de “tocar” otra vez sus intereses.
Quienes tras la caída de la resolución 125 gritaban ¡Argentina, Argentina! no celebraban la reducción del IVA ni el aumento de las asignaciones familiares ni triunfo de los asalariados en paritarias más o menos dignas. En estos días de antikirchenirsmo explícito tuve que apelar a un argumento innegable: yo no la voté. Pero a la vez me asaltó el recuerdo de una frase de Eduardo Galeano sobre Cuba: “¿Si nunca creí que fuera el paraíso por qué ahora tendría que pensar que es el infierno?”.
Y si este gobierno no hizo todo lo que tendría que hacer –ya lo sabemos- tampoco es que no hizo nada y, en eso, parece que hay amnesia o que cunde el “cuánto peor, mejor”. No es necesario ser K para acordarse que en el 2001 –el año en el que nació mi hijo Benito y los chicos que hoy están en primer grado- mi sueldo era un manojo de gauchitos patacones y federalísimos lecops, y los despidos de muchos amigos de la revista en donde yo trabajaba no fueron un cuento chino. Eso no quita que las críticas al gobierno son sensatas, y son las mismas que yo hice, hago y haría. Pero, en el Senado, no sólo se trataba de que este gobierno tuviera la posibilidad de imponer retenciones. También de que el poder político supiera que al poder económico se le puede poner un límite. Porque si este no es el gobierno que quiero –por algo no lo elegí- sí podría venir otro que aprendiera del error.
Hace años creía que el voto era sólo la parte más chiquita de la democracia y que, por eso, había dejado de ser representativa. Ahora, en cambio, pienso que el voto calificado ya califica y que con la caída de la 125 el voto perdió su pequeño –pero popular- sentido democrático en el que todos tienen derecho a él y no sólo los que tienen poder de lobby. La gente –la mayoría de la gente- votó a un gobierno que ya había impuesto retenciones y que eligió –cuando subió la soja- aumentarlas. Una protesta que no podrían haber sostenido los estudiantes –¿se acuerdan cuando los secundarios cortaban la calle por un día y Magdalena los mandaba a aprender lecciones de democracia?-, ni los docentes, ni los desocupados. Ni los que no tenían mucho para ganar y poco para perder.
Benito perdió un día de clase después de un paro docente. Pero con un día de clase menos ningún político va a aflojarles nada a los maestros. Porque ahora los votos y las huelgas inciden mucho menos que el poder económico. Por suerte al cuaderno de Benito todavía le sobran hojas. Espero que todavía queden maestros y maestras que lo ayuden a escribirlas.
Luciana Peker
lpeker@yahoo.com
1 comentario:
Este escrito me resultó muy refrescante. Para mí, es lo más claro, coherente, digno, bien escrito, razonable y humano que he leido sobre la situación actual de Argentina durante este comienzo del ciclo corto de la crisis 'global', que afecta a cada pais de una manera un poquito diferente,claro, pero que en esencia es producio por lo mismo en todas partes (excepto China por ahora, por supuesto, que aun lucha por ser del todo capitalista).
Mi viejo corazón aleteó al leerte, Liliana, con la esperanza de que los benitos y las benitas, con mamás como esta Liliana, podrán empezar a pensar en serio en reemplazar a las generaciones aniquiladas, aquellas bases sociales que diezmó el genocidio de la última dictadura.
Ningún pais se recupera de eso sino en varias generaciones, y eso, tal vez.
No obstantre, quienes fuimos expulsados de allí por la mafia gobernante en los setenta y sus aliadas/os civiles, podemos respirar mejor leyendo esta manera de decir y de querer, tan, tan nuestra.Eso no se perdió!...
Un abrazo fuerte a Liliana, a Benito,a sus maestras,y a Aldao.
Cuanto más unidos y unidas estemos, más temprano triunfaremos.
Nos deseo suerte.
Marta R. Zabaleta(desde el exilio chileno-aregnmtino, en Londres).
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