domingo, 6 de julio de 2008

Ricardo Rubio: Dos nuevos bastante grises

Ricardo Rubio

Equívoco

El ronco Juan se avergonzaba de ser pobre pero no de ser analfabeto. A través del vidrio le llegaban los fantasmas de la calle. “No son míos”, pensaba. Las cosas le pasaban a él pero el mundo era de los otros. Ansiaba la moneda que podría brindarle la máscara feliz que los demás tenían repartida en ropa, ruedas, jardines y mujeres con pestañas. Ignoraba la herencia, la cuna, la religión y el desfalco. Nada sabía de tramoyas ni de trueques ni de trampas. Sólo limpiaba el vidrio, átono y atónito, ante el tumulto que llenaba la calle, cuando dio al traste con los trastos y cayó sobre la alfombra costosa. Al escándalo acudió una sonrisa soberbia que lo miró con el desprecio absurdo de la distancia. Él lo vio verlo de ese modo, desde tan lejos, desde tan arriba. El trapo trenzado trepó a la garganta del jefe que, a pesar de sus gravosos gestos, respiraba como todos, gemía como todos y era capaz de expirar como cualquiera. Hundido a la altura de sus deseos echó mano a la ropa del caído, a las llaves de su coche, al reloj de su apariencia y a la tentación brillante de sus monedas. Subió al Audi sintiéndose otro y partió hacia las calles llevado por el disparate de su trastorno. Hundido en la butaca, colgado de la cuerda del nuevo reloj, bebió la copa del consuelo con un estupor heroico parecido al plante de un palomo en celo. Se detuvo en un burdel, faroleó ante la matrona y pagó por la mejor. La madama notó su impronta falaz, el burdo histrionismo inútil, la vana transformación de una máscara por otra más cara, la absurda ocupación de lo inalcanzable; pero las monedas pagaron la fingida simpatía ante el que fingía ser otro. Al rato, Juan salió escurrido, satisfecho, ancho, y regresó al edificio. Trepó la escalera y terminó con el vidrio. Todo se hizo azul al llegar los agentes, ansiosos de poner orden en el desorden. Los hombres de ley lo miraron con hambre de justicia, con sed de sangre, con ambiciones de ascenso. Bajó la escalera, soltó el trapo y miró al jefe que aún se restregaba la garganta. Empotrado en la gatera de su destino, al ronco Juan lo único que lo avergonzaba era la pobreza.



Revancha

La dejó sola frente al juez de paz y se fue con otra que por otra abandonó al poco tiempo. Eso recordaba ahora con el tierno pensamiento de un niño asomado a la distancia. Miró a la loca del bar y pidió una botella. Desde entonces, el ocio del negocio lo consumía y el alcohol le agotaba las monedas, la garganta y le arrobaba del rostro. Un albur alborotado lo sumía en el fárrago atroz de una existencia llena de vacío y destiempo. Estaba recordándola cuando ella entró al local con una blusa ingenua y una pollera a dos aguas. Se miraron como en los viejos tiempos. Él sintió que lo buscaba; ella, que lo había encontrado. La mujer se detuvo sumisa ante su mesa y comparó el recuerdo con lo que estaba viendo. Ella sabía que él seguía en el oficio; se sentó, abrió la cartera y le mostró la foto de un fulano y un fajo de cinco que no ocultó hasta terminar con los detalles. Mirándola, él recordó la ingeniosa ingeniería de aquel cuerpo abierto a su última sonrisa, ahora mudo para él. Ella miró su reloj y ajena le dijo: “ahora”. Él consintió, se incorporó, se acomodó el treinta y dos todavía caliente de un asunto previo, y salió hacia la calle, dejándola allí, sumida en el ruido de la máquina de apuestas. Circuló por la avenida y encontró al candidato estacionado en la puerta del club donde ella le dijo que estaría. Se detuvo y caminó hacia el auto con el arma en la diestra. Al llegar, desde el asiento trasero le dispararon tres veces en el pecho. El humo aún recorría el silenciador cuando la mano enguantada del otro lo separó del caño. Media hora después, el sicario entró al bar, buscó a la mujer, se acercó a su mesa y reclamó el fajo de cinco, unos besos y, ya que estaba, una friega.

Ricardo Rubio
tintabuenosaires@yahoo.com
http://ricardorubio.sosblog.com/

2 comentarios:

Recomenzar dijo...

A través de la máquina de escribir llegué a este hermoso rincón
Saludos desde el mío

Avesdelcielo dijo...

Dos cuentos breves que dicen mucho. Uno lo releo y el otro lo leo por primera vez.
Una narrativa con lenguaje preciso, no exento, a veces, de un neo-lirismo.Felicitaciones al autor.
MARITA RAGOZZA