domingo, 27 de julio de 2008

Alicia Márquez: 2 Poemas


LA CITY



Ellos, de riguroso luto,

camisas blancas abiertas,

quizás una cruz,

o quizás nada.

Tienen el pelo sorprendido por el terror

que les produce la gente

que camina despacio.

Hablan rápido por el celular,

no tienen tiempo que perder,

comen rápido,

cruzan rápido la avenida

sorteando humos, autos cactus,

colectivos orcos, gente sonámbula.

Todo rápido, muy rápido,

se dan cuerda a la mañana, mientras

toman un yogur, parados,

que los hace fuertes y divinos,

para enfrentar el desafío de las mañanas.

Ellas, recién salidas del colegio,

vestidas con líneas rectas, maletines

como armas, celulares anexados

a sus orejas como aros extravagantes,

,trajecitos sastre, pantalón y saquito

de colores sobrios

y pechos locos buscando escabullirse

en algún momento de esa blusa de

monja arrepentida.

Comen bajas calorías rápido, hablan rápido,

caminan rápido. Miran para adelante.

Todos quieren llegar rápido

para aferrarse a sus escritorios y sentirse seguros

en el gran útero de la oficina, que los contiene

y los vuelve dioses rubios, mientras giran

en sus sillas con rueditas y

huyen al baño para contarse

los romances,

las novedades de los ascensos

y las caídas en desgracia.

Las mezquindades.

El horror al vacío.

La oficina, esa gran familia

que después los escupe, impiadosa.

Y afuera, la vida,

a la que no le importa nada de nada.




LA MUERTE HACE TRAMPA


La vida, para él,

era un profundo pozo,

un infinito pozo lleno de acechanzas.

Por eso quería matarse.

No le importaba el cielo,

ni las charlas cotidianas,

ni el sabor del chocolate.

Por eso quería matarse.

Siempre.

Quiso colgarse,

pero la cuerda arrastró una viga

que se desmayó arriba de su cabeza.

Pero no murió.

Después, rodeado de velas

y con música de Bach

trepando por las paredes

se cortó las muñecas.

Y mirando al techo de su dormitorio,

esperó.

Y se durmió.

Despertó a la mañana

y pensó que estaba allá.

Pero seguía acá.

En su dormitorio.

Con el ventilador de techo mareado,

la cómoda y el elefante con dinero en su trompa,

y las muñecas cicatrizadas.

Había heredado de su madre

la coagulación perfecta.

Desesperado, intentó, en la oficina,

el recurso final:

un frasco de pastillas de nunca jamás y

tres whiskies.

Cuando cayó bajo su escritorio,

los compañeros, que conocían

su adicción a la muerte

lo cubrieron con el sobretodo

y lo dejaron irse.

Pero no se fue.

La mujer de la limpieza

lo encontró babeando y arrastrándose

entre cables y computadoras.

Un día, en la más aburrida

de las colas de pago,

en la más triste cola de facturas de servicios,

en la más gris moratoria,

vio unos ojos.

Y vio una boca que le sonreía.

Tan luego a él!

Tan luego a él que no era más que un insecto.

Un nada.

Y se enamoró como un adolescente.

Y fue feliz.

Tan feliz que no podía creer

la dulzura, la comprensión,

la belleza, el amor.

Amor, con aes de asombro y oes de orillas de mar.

Y entonces,

entonces la muerte recordó

los reiterados pedidos

y le tocó el rojo corazón feliz.



Alicia Márquez
amarquez.alicia@gmail.com

1 comentario:

Gustavo Tisocco dijo...

Ali leerte es un placer, ya te dije que eres un descubrimiento personal.
Un abrazo Gus.