Luciano Benjamín Menéndez defiende la represión durante la dictadura.
Durante la última audiencia del juicio que lo sienta en el banquillo junto a otros siete militares imputados por torturas y asesinatos durante la última dictadura militar, el represor hizo uso de la última palabra y manifestó que se trataba de “una guerra” con las organizaciones ERP y montoneros.
Menéndez dijo además que “los terroristas y guerrilleros de los 70, que antes estaban en la ilegalidad, ahora están en el poder””.
Sí Señoras y Señores, es verdad, y acaba de suceder en el “país del nomearuerdo porque no acordarme me conviene”. Sucede en esta zona geográfica simbólica en la que, parece, vivimos.
En fin, sepamos de una vez y para siempre, y no nos hagamos más los inocentes, o mejor, los pelotudos, que el País que tuvimos, o el que podemos llegar a volver a construir, no es casualidad, no es algo ajeno a nosotros.
En el sentido menos Humanista diría: “Detrás está la gente”, el Pueblo que respalda, por derecha o por pseudo izquierda, cada atracón de los insaciables de siempre. Y ellos entienden los guiños y las luces verdes.
No me parece casual que este Benjamín, que poco tiene de benjamín, se atreva a semejante nueva impunidad, en el momento en el que le dan la palabra. Ellos saben, ellos huelen como sibaritas antropófagos cuando un pueblo facilita las conidiciones para la impunidad.
Por eso digo: "Detrás está la Gente". Y en estos úlimos tiempos: "la gente" ¿dónde está?
El "malasombro" me despalabra circunstancialmente, por lo que me valdré de las Palabras de un otro. Copio un Editorial de Orlando Barone, que me parece un texto lúcido, al menos para empezar a decir algo, porque a nosotros: "nos debe quedar la Palabra."
Les mando mi abrazo, y va copia del Editorial.
Virginia.
"Un Fernandecito es poco, tenemos más hambre."
Por Orlando Barone.
"No es lo mismo pintar una casa que cambiarla por otra. No es lo mismo teñirse y cortarse el pelo que cambiar de cabeza.
Si fuera por los cambios que muchos quieren habría que cambiar toda la Argentina con los cambiadores incluídos. Cambiar un Fernández no es nada. Tampoco cambiar a más Fernández o a más ministros. O a todos y sin excluir al cadete. Esta exigencia de que el Gobierno cambie y cambie- y mucho- porque con un Fernandecito no alcanza, es curiosa. Porque no se sabe si proviene de los votantes del Gobierno o de quienes no lo votaron. Al parecer el voto negativo del Senado ha sido suficiente para que se desmienta a los millones de votos de diciembre. Es la nueva aritmética democrática. El sociólogo Zygmunt Bauman habla del amor líquido y del miedo líquido: debería estudiar a los argentinos líquidos. No quisiera seguir con las hipótesis, porque si fuera por cambiar, mucha gente “cletorizada” solamente dejaría en pie La Casa Rosada, pero pintada de otro color y con un nuevo presidente. Es que hay un inconsciente colectivo “mudador” que quiere mudar todo. Porque no le gusta nada: ni lo que pudiera gustarle; y eso es ya un disgusto vasto. A mucha gente este Gobierno la enajena con más exhasperación que si estuviera a merced de una invasión extrarrestre. Esa gran parte de la sociedad- que en la Opinión Pública parece mayoría - puja para apurar un parto de paternidad no identificable. Una paternidad dispersa entre un racimo de aspirantes políticos todavía inestables por más aliento mediático que se les inyecte. Legalmente faltan meses y años. Resulta desesperante. Por eso la sociedad se impacienta insatisfecha. Y no solo quisiera cambiar el Gobierno.
Sino que quisiera, democrática y nostálgicamente, que el que lo sucediera empleara aquella “cirugía sin anestesia” del reciente siglo pasado. Esa que operaba a los trabajadores y a los dueños de los comercios a cuchillazo limpio y despiertos, para que vieran cómo era el suplicio. A mucha gente ansiosa no se le ocurre que podría salir de la camilla toda estropeada y volver a estar lo mal que estaba. Ni imaginar que en una de esas se abandonaría el superávit fiscal, la alta reserva del tesoro, y el sostén del precio del dólar. Y que se pudiera volver atrás con la reducción del desempleo, la continuidad de los acuerdos con los trabajadores, la Corte Suprema, los derechos humanos, etc. La sociedad exige cambios y cambios: tiene más hambre. Quiere comerse todo el gabinete; a todos los malvados señalados por la profecía. No dejar ni siquiera el tapizado del sillón de Rivadavia. Y llamar a los Pallarols para que diseñen otro bastón para un tamaño más alto o más petiso. Un diseño criollo: con cabeza de toro y granos de cereal cincelados en el mango. Fantasean que cambiando el Indec la inflación avergonzada bajaría a cero. Que los shoppings y los aviones reventarían de gente humilde haciendo compras y de jubilados volando hasta Can Cun. Y que bajando más los impuestos, a ellos les aumentarían los ingresos, y que los científicos y los maestros volverían a estar lo bien que estaban antes. Y entonces sí, con gusto las corporaciones libérrimas, espontáneamente dejarían de ser oposición y se volverían “oficialistas”. Porque con los buenos, ser oficialistas sería un orgullo. Hay una sed insaciable de cambios. Pero nadie confiesa abiertamente qué es lo que más quiere de este Gobierno. Quiere algo imposible. Que no haya sido elegido."
Orlando Barone
Lic. Virginia Edit Perrone.
Sitio Web:: http://virginiaperrone.blogspot.com/
Durante la última audiencia del juicio que lo sienta en el banquillo junto a otros siete militares imputados por torturas y asesinatos durante la última dictadura militar, el represor hizo uso de la última palabra y manifestó que se trataba de “una guerra” con las organizaciones ERP y montoneros.
Menéndez dijo además que “los terroristas y guerrilleros de los 70, que antes estaban en la ilegalidad, ahora están en el poder””.
Sí Señoras y Señores, es verdad, y acaba de suceder en el “país del nomearuerdo porque no acordarme me conviene”. Sucede en esta zona geográfica simbólica en la que, parece, vivimos.
En fin, sepamos de una vez y para siempre, y no nos hagamos más los inocentes, o mejor, los pelotudos, que el País que tuvimos, o el que podemos llegar a volver a construir, no es casualidad, no es algo ajeno a nosotros.
En el sentido menos Humanista diría: “Detrás está la gente”, el Pueblo que respalda, por derecha o por pseudo izquierda, cada atracón de los insaciables de siempre. Y ellos entienden los guiños y las luces verdes.
No me parece casual que este Benjamín, que poco tiene de benjamín, se atreva a semejante nueva impunidad, en el momento en el que le dan la palabra. Ellos saben, ellos huelen como sibaritas antropófagos cuando un pueblo facilita las conidiciones para la impunidad.
Por eso digo: "Detrás está la Gente". Y en estos úlimos tiempos: "la gente" ¿dónde está?
El "malasombro" me despalabra circunstancialmente, por lo que me valdré de las Palabras de un otro. Copio un Editorial de Orlando Barone, que me parece un texto lúcido, al menos para empezar a decir algo, porque a nosotros: "nos debe quedar la Palabra."
Les mando mi abrazo, y va copia del Editorial.
Virginia.
"Un Fernandecito es poco, tenemos más hambre."
Por Orlando Barone.
"No es lo mismo pintar una casa que cambiarla por otra. No es lo mismo teñirse y cortarse el pelo que cambiar de cabeza.
Si fuera por los cambios que muchos quieren habría que cambiar toda la Argentina con los cambiadores incluídos. Cambiar un Fernández no es nada. Tampoco cambiar a más Fernández o a más ministros. O a todos y sin excluir al cadete. Esta exigencia de que el Gobierno cambie y cambie- y mucho- porque con un Fernandecito no alcanza, es curiosa. Porque no se sabe si proviene de los votantes del Gobierno o de quienes no lo votaron. Al parecer el voto negativo del Senado ha sido suficiente para que se desmienta a los millones de votos de diciembre. Es la nueva aritmética democrática. El sociólogo Zygmunt Bauman habla del amor líquido y del miedo líquido: debería estudiar a los argentinos líquidos. No quisiera seguir con las hipótesis, porque si fuera por cambiar, mucha gente “cletorizada” solamente dejaría en pie La Casa Rosada, pero pintada de otro color y con un nuevo presidente. Es que hay un inconsciente colectivo “mudador” que quiere mudar todo. Porque no le gusta nada: ni lo que pudiera gustarle; y eso es ya un disgusto vasto. A mucha gente este Gobierno la enajena con más exhasperación que si estuviera a merced de una invasión extrarrestre. Esa gran parte de la sociedad- que en la Opinión Pública parece mayoría - puja para apurar un parto de paternidad no identificable. Una paternidad dispersa entre un racimo de aspirantes políticos todavía inestables por más aliento mediático que se les inyecte. Legalmente faltan meses y años. Resulta desesperante. Por eso la sociedad se impacienta insatisfecha. Y no solo quisiera cambiar el Gobierno.
Sino que quisiera, democrática y nostálgicamente, que el que lo sucediera empleara aquella “cirugía sin anestesia” del reciente siglo pasado. Esa que operaba a los trabajadores y a los dueños de los comercios a cuchillazo limpio y despiertos, para que vieran cómo era el suplicio. A mucha gente ansiosa no se le ocurre que podría salir de la camilla toda estropeada y volver a estar lo mal que estaba. Ni imaginar que en una de esas se abandonaría el superávit fiscal, la alta reserva del tesoro, y el sostén del precio del dólar. Y que se pudiera volver atrás con la reducción del desempleo, la continuidad de los acuerdos con los trabajadores, la Corte Suprema, los derechos humanos, etc. La sociedad exige cambios y cambios: tiene más hambre. Quiere comerse todo el gabinete; a todos los malvados señalados por la profecía. No dejar ni siquiera el tapizado del sillón de Rivadavia. Y llamar a los Pallarols para que diseñen otro bastón para un tamaño más alto o más petiso. Un diseño criollo: con cabeza de toro y granos de cereal cincelados en el mango. Fantasean que cambiando el Indec la inflación avergonzada bajaría a cero. Que los shoppings y los aviones reventarían de gente humilde haciendo compras y de jubilados volando hasta Can Cun. Y que bajando más los impuestos, a ellos les aumentarían los ingresos, y que los científicos y los maestros volverían a estar lo bien que estaban antes. Y entonces sí, con gusto las corporaciones libérrimas, espontáneamente dejarían de ser oposición y se volverían “oficialistas”. Porque con los buenos, ser oficialistas sería un orgullo. Hay una sed insaciable de cambios. Pero nadie confiesa abiertamente qué es lo que más quiere de este Gobierno. Quiere algo imposible. Que no haya sido elegido."
Orlando Barone
Lic. Virginia Edit Perrone.
Sitio Web:: http://virginiaperrone.blogspot.com/
1 comentario:
Muy buen escrito!! Mercedes Sáenz
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