Nació... o quizás no nació nunca, para que sufrir el traumatismo
de un nacimiento, soportar el manoseo de manos sacudiéndote,
el griterío vociferante de voces extranjeras con notas desafinadas,
sentir en tu suave piel lluvias inesperadas para apartar lo que con
tanto arduo fervor has ido almacenando en tu querido ser...
¿para que nacer?, si tu estas ahí, siempre has estado ahí...
luchando contra infiernos infrahumanos, contra la misma
naturaleza envidiosa de tu existir...
Y tú, siempre victoriosa, siempre renovándote, reanudando lo
interrumpido, reiterando lo ya sabido, restableciendo tus daños
sufridos, consagrando el ardimiento de tu inequívoca nobleza.
Tú, que eres espuma del mar, encendimiento del mismo sol,
resplandor en la oscuridad sideral, música en los silencios alboréales,
esperanza para el indigente, fragancia para el universo que expandes
a tu arbitrario capricho, tú, que hasta el mismo Dios se embeleza
de tu propia creación. Tú, belleza de lo bello, que todo lo inundas,
que todo lo abarcas, que nada escapa a tu poder saciador de entregar
siempre hermosura. A ti que me deleitas con cada amanecer, cada
atardecer, cada brote del camino, cada arroyo corriendo hacia
su destino. A ti, belleza de mi mundo, ¿naciste? o...
¿para que nacer?, si naciste de lo ya nacido...
María Rodríguez
verdemar47@yahoo.es
de un nacimiento, soportar el manoseo de manos sacudiéndote,
el griterío vociferante de voces extranjeras con notas desafinadas,
sentir en tu suave piel lluvias inesperadas para apartar lo que con
tanto arduo fervor has ido almacenando en tu querido ser...
¿para que nacer?, si tu estas ahí, siempre has estado ahí...
luchando contra infiernos infrahumanos, contra la misma
naturaleza envidiosa de tu existir...
Y tú, siempre victoriosa, siempre renovándote, reanudando lo
interrumpido, reiterando lo ya sabido, restableciendo tus daños
sufridos, consagrando el ardimiento de tu inequívoca nobleza.
Tú, que eres espuma del mar, encendimiento del mismo sol,
resplandor en la oscuridad sideral, música en los silencios alboréales,
esperanza para el indigente, fragancia para el universo que expandes
a tu arbitrario capricho, tú, que hasta el mismo Dios se embeleza
de tu propia creación. Tú, belleza de lo bello, que todo lo inundas,
que todo lo abarcas, que nada escapa a tu poder saciador de entregar
siempre hermosura. A ti que me deleitas con cada amanecer, cada
atardecer, cada brote del camino, cada arroyo corriendo hacia
su destino. A ti, belleza de mi mundo, ¿naciste? o...
¿para que nacer?, si naciste de lo ya nacido...
María Rodríguez
verdemar47@yahoo.es
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