jueves, 17 de diciembre de 2009

Teatro: Ten piedad de mí



TEN PIEDAD DE MÍ
Por Germán Cáceres


Autora: Bea Odoriz. Elenco: Leonor Manso, Ingrid Pelicori, Héctor Bidonde, Pablo Pollitzer, Pochi Ducasse, Jorge Sánchez y Carla Baglivo. Instrumentistas en grabación: Mandred Kremer – Manuel de Olaso. Colaboración coreográfica: Florencia Gleizer – Ximena Barrionuevo. Vestuario: Cecilia Zuvialde. Diseño gráfico: Petre. Diseño de iluminación: Fabricio Ballarati. Escenografía: Ariel Vaccaro. Fotografía: César Daneri. Asistencia de dirección: Lautaro Mackinze. Dirección: Bea Odoriz. Los sábados a las 23.15 en la sala Raúl González Tuñón del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.


No hay una historia con desarrollo, sino la simple convocatoria a un almuerzo (un puchero) para festejar el cumpleaños de una mujer mayor (Pochi Ducasse), que es asistida por dos maestras de frontera devenidas mucamas, una seria y sobria (Leonor Manso) y la otra alegre y festiva a la que le gusta bailar (Ingrid Pelicori). Ambas están atemorizadas porque el hijo de la anciana está dispuesto a llevársela y a vender el departamento que habitan, y las dos criadas se quedarían literalmente en la calle. Al puchero asisten personas que apenas se conocen entre sí y que tampoco tienen trato con las tres señoras citadas: un hombre mayor traumatizado (Héctor Bidonde) y su extraño empleado (Jorge Sánchez), un cantante (Pablo Pollitzer), y una joven elegantemente vestida de verde (Carla Baglivo). Y nada más.

Sólo transcurren situaciones, que encuentran a los personajes en plena crispación: el señor mayor sufre de accesos de pánico y violencia mientras su empleado sostiene una relación sadomasoquista con él; la mucama sobria está pendiente del desalojo y maquina incluso un asesinato para evitarlo; los comportamiento de la criada alegre son ridículos y caricaturescos; el cantante no habla sino interpreta en alemán piezas de J.S. Bach y la mujer vestida de verde está dispuesta a mantener relaciones con cualquiera de los hombres que están en escena.

Pero pronto el espectador percibe que estos seres están acosados por la desolación y la angustia, que sólo desean arribar a la paz eterna para huir de este mundo que los trata con crueldad implacable. Las mucamas añoran la tranquilidad del campo, el goce de la naturaleza, el contacto con las cosas íntimas y bellas de este mundo. Además, campea en todo momento la omnipresencia de la vejez y de la muerte. En vez de incorporar a su vida cotidiana ese esplendor de la naturaleza, estos torturados personajes han internalizado la devastación del paso del tiempo, lo que los ha llevado no sólo a la más espantosa soledad sino a la sordidez y a la agresión. Sin rumbo ni objetivos, durante el almuerzo se entregan a la bebida, a comer desaforadamente, al torpe manoseo sexual, excesos que funcionan como vías de escape. Y la clave de este exigente drama se encuentra en la celestial música de Bach que propone el fin de los sufrimientos con la siguiente invocación: “Ven dulce muerte, ven sagrado reposo/ Ven y guíame hacia la paz/ Ya que estoy cansado del mundo”.

Bea Oderiz demuestra poseer un gran sentido de la teatralidad al escribir este texto tan renovador que descansa en la labor del elenco para expresarse. Su puesta en escena es, además, sobresaliente, sobre todo en la dirección de actores. Leonor Manso está magistral en sus silencios, en los movimientos escénicos y en esa máscara inescrutable que impone a su personaje. Ingrid Pelicori aporta la triste alegría de su desdichada criada, que sólo aspira a danzar para alejar su desamparo. Brillante y personal la composición de Héctor Bidonde, que pasa de la inacción a la mayor brutalidad. Compenetrada Pochi Ducasse en esa moribunda que, resignada, sabe que está a las puertas del fin de su vida. Excelente la voz de Pablo Pollitzer, que presta bellas contorsiones a su cuerpo siguiendo el ritmo de la música. Suelto y ágil Jorge Sánchez en ese misterioso empleado del que se ignora qué tipo de trabajo tiene. Carla Baglivo otorga convicción a un personaje frívolo y asolado por la desilusión.

La escenografía de Ariel Vaccaro demuestra capacidad de síntesis y de sugestión en el pequeño escenario de la sala. La inteligente y profesional iluminación de Fabricio Ballatari es un aporte fundamental. El vestuario de Cecilia Zuvialde revela talento y un compenetrado estudio de los personajes.

No siempre se puede asistir a una obra tan notable y tan óptimamente representada.

Germán Cáceres

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