¿Hay algo peor que la perversidad? Sí, cuando se le suma la ignorancia o la estupidez. Porque les da sensación de omnipotencia y elimina todo freno racional.
Esas vaguedades reflexivas me surgieron en ocasión de ir a declarar en el juicio oral por la desaparición de mi viejo amigo y compañero Aldo Bustos. El Tribunal me señaló a los acusados, a quienes nunca había visto, y me sorprendí a mi mismo que más que odio o rencor, me causaban una sensación de extrañeza por la condición humana. ¿Qué clase de personas eran estos dos señores maduros, por debajo del rango militar? ¿Estos últimos treinta años, durmieron bien, vivieron con rutinaria normalidad? Hanna Arendt, en ocasión del juicio a Eichmann, estudió estos recovecos del espíritu humano que banaliza el mal. El peligro de la “irreflexión”, como ella dice. Un asesino común lo es por pasión o codicia. Tiene conciencia de su condición criminal y busca su expiación. Lo aterrador en estos casos que recién treinta años después se están juzgando, es la frialdad en las ejecuciones, fundadas sólo en abstracciones como son las formas de pensar, sin otra motivación de sentimientos, aunque sean malos.
Pero aún más que este aspecto sórdido y oscuro, me intriga cómo funciona esa “irreflexión” que los llevó a creer en una impunidad absoluta. Me cuesta creer que individual o colectivamente, como institución, no se les ocurrió que lo que estaban haciendo, tarde o temprano, se conocería. Que no hay crimen perfecto cuando éste tiene esas dimensiones masivas. Realmente hay que ignorar la Historia o ser muy estúpido para no percibir las consecuencias. Tenían el ejemplo de Nûremberg, pero decían que esos juicios lo hacían los vencedores y ellos habían ganado una guerra. Como serán, que hasta el día de hoy no se han dado cuenta de que si es que eso fue una guerra, la perdieron.
No hay nada más peligroso y dañino que la estupidez institucionalizada. Y en tal sentido el Ejército ha dado ejemplos históricos que son tragicómicos. En 1943, hasta el más distraído, luego de El Alamein y Stalingrado, sabía que Alemania tenía la guerra perdida. Los militares argentinos no; en su mayoría jugaron la carta nazi. En 1982, creyeron que podían ganar o empatar una guerra con Gran Bretaña y que los Estados Unidos serían, al menos, neutrales. En una época manejaban una hipótesis de guerra con el Brasil y por años se opusieron a la pavimentación de las rutas de Entre Ríos y Corrientes, un lodazal cuando llovía, para obstaculizar una eventual invasión. Claro, nosotros tampoco podíamos pasar, hubiera o no guerra.
Asesinaron, robaron, violaron, torturaron y secuestraron; todo convencidos que eran los modernos Cruzados que defendían los valores del mundo occidental y cristiano. Hasta el día de hoy no entienden por qué ese mismo mundo fue el que los condenó y repudió.
No estoy muy convencido de la utilidad de las penas, pero en el caso debería estar acompañada por una adicional que los obligara a estudiar para comprender el mundo y su humanidad. Y extender esa asignatura a las nuevas generaciones, civiles y militares, para que realmente esto sirva para afirmar que nunca más se repetirán hechos que nos avergüenzan como seres humanos.
Marcelo O'Connor
marcelooconnor@yahoo.com.ar
Fuente: Semanario Redacción -Entre Columnas-
Salta, sábado 12 de diciembre de 2009
Esas vaguedades reflexivas me surgieron en ocasión de ir a declarar en el juicio oral por la desaparición de mi viejo amigo y compañero Aldo Bustos. El Tribunal me señaló a los acusados, a quienes nunca había visto, y me sorprendí a mi mismo que más que odio o rencor, me causaban una sensación de extrañeza por la condición humana. ¿Qué clase de personas eran estos dos señores maduros, por debajo del rango militar? ¿Estos últimos treinta años, durmieron bien, vivieron con rutinaria normalidad? Hanna Arendt, en ocasión del juicio a Eichmann, estudió estos recovecos del espíritu humano que banaliza el mal. El peligro de la “irreflexión”, como ella dice. Un asesino común lo es por pasión o codicia. Tiene conciencia de su condición criminal y busca su expiación. Lo aterrador en estos casos que recién treinta años después se están juzgando, es la frialdad en las ejecuciones, fundadas sólo en abstracciones como son las formas de pensar, sin otra motivación de sentimientos, aunque sean malos.
Pero aún más que este aspecto sórdido y oscuro, me intriga cómo funciona esa “irreflexión” que los llevó a creer en una impunidad absoluta. Me cuesta creer que individual o colectivamente, como institución, no se les ocurrió que lo que estaban haciendo, tarde o temprano, se conocería. Que no hay crimen perfecto cuando éste tiene esas dimensiones masivas. Realmente hay que ignorar la Historia o ser muy estúpido para no percibir las consecuencias. Tenían el ejemplo de Nûremberg, pero decían que esos juicios lo hacían los vencedores y ellos habían ganado una guerra. Como serán, que hasta el día de hoy no se han dado cuenta de que si es que eso fue una guerra, la perdieron.
No hay nada más peligroso y dañino que la estupidez institucionalizada. Y en tal sentido el Ejército ha dado ejemplos históricos que son tragicómicos. En 1943, hasta el más distraído, luego de El Alamein y Stalingrado, sabía que Alemania tenía la guerra perdida. Los militares argentinos no; en su mayoría jugaron la carta nazi. En 1982, creyeron que podían ganar o empatar una guerra con Gran Bretaña y que los Estados Unidos serían, al menos, neutrales. En una época manejaban una hipótesis de guerra con el Brasil y por años se opusieron a la pavimentación de las rutas de Entre Ríos y Corrientes, un lodazal cuando llovía, para obstaculizar una eventual invasión. Claro, nosotros tampoco podíamos pasar, hubiera o no guerra.
Asesinaron, robaron, violaron, torturaron y secuestraron; todo convencidos que eran los modernos Cruzados que defendían los valores del mundo occidental y cristiano. Hasta el día de hoy no entienden por qué ese mismo mundo fue el que los condenó y repudió.
No estoy muy convencido de la utilidad de las penas, pero en el caso debería estar acompañada por una adicional que los obligara a estudiar para comprender el mundo y su humanidad. Y extender esa asignatura a las nuevas generaciones, civiles y militares, para que realmente esto sirva para afirmar que nunca más se repetirán hechos que nos avergüenzan como seres humanos.
Marcelo O'Connor
marcelooconnor@yahoo.com.ar
Fuente: Semanario Redacción -Entre Columnas-
Salta, sábado 12 de diciembre de 2009
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