jueves, 17 de diciembre de 2009

Miguel Angel de Boer: Reencuentro



Mientras me dirigía hacia el lugar, sentía que el agobio se iba acrecentando por la incertidumbre, más aún porque el camino me era totalmente desconocido pese a que no quedaba tan alejado de la ciudad en donde vivía.
El paisaje se presentaba extraño, de esos con los que uno se suele encontrar en la patagonia bastante a menudo - si se la recorre, claro-. lo que hacía que todo semejara una escena irreal, onírica.
Cuando la noche anterior me informaron que los chicos se encontraban ahí, no dudé en decidir mi partida a primeras horas de la madrugada, y eso por temor a la posibilidad de perderme por la falta de iluminación en la zona.
Luego de tantos años de búsqueda y espera, mi corazón palpitaba de alegría, a la vez que una amarga sensación de angustia y temor me abrumaban casi hasta lo insoportable por no saber con que habría de encontrarme.
Ya en el camino, o mejor dicho en la huella, la vegetación de las laderas del cañadón se hacía gradualmente mas copiosa, pues solo en lo alto de las lomas quedaba al descubierto la estructura rocosa que subyacía, resaltada por los primeros rayos de sol que recién comenzaban a asomar en el nuevo día.
Con la tensa cautela que impone lo inexplorado, me fui acercando muy lentamente tratando de no pensar para no distraerme, pero también como un modo de tranquilizarme y no dejarme ganar por la euforia.
Ignoro cuanto había transcurrido cuando comencé a divisar un pequeño poblado desdibujado por la oscuridad que aún persistía, donde se destacaba una casona blanca que, supe de inmediato, era la que buscaba.
El silencio era casi absoluto a no ser por algún tenue ladrido que se escuchaba de tanto en tanto y por el portazo que di al bajar del auto, pese a que traté de hacerlo con la mayor delicadeza, por respeto a los moradores que, por lo que se observaba, parecían aún estar descansando.
Pero ni bien me hicieron pasar me sorprendió un insospechado movimiento dentro de la casa, dando evidencia de que ya hacía rato que estaban en actividad, como si estuvieran en un tiempo y un espacio distintos. También pude percatarme de que las dimensiones eran mas grandes de lo que supuse puesto que se veían varios pasillos y numerosas habitaciones, semejando un hotel o algún tipo de alojamiento, en las cuales se distribuían las camas en distintas ubicaciones.
La persona que me atendió al llegar, fue la misma que me iba presentando, aunque tuve la certeza de que todos sabían quien era, y solo confirmaban, al verme o darme la mano, una presencia que hacia tiempo que estaban aguardando. Sin llegar a la frialdad, el trato era distante y superficial, expectante. Sabían el motivo de mi visita, si así se puede llamar, pero tanto ellos como yo ignorábamos el desenlace que habría de tener la misma.
Cuando por fin nos dirigimos a la habitación donde estaban los chicos, un torbellino se agolpó en mi mente, pues por fin me reencontraría con ellos, sin saber si los reconocería, con que cambios los vería o me verían y, más que nada, sin saber cual sería la reacción que se produciría luego de tanto tiempo, el cual me parecía ahora infinito.
Al abrir la puerta y encender las luces, nuevamente me sorprendieron la altura del techo y la amplitud de las paredes, como asimismo el hecho de que no hubieran otros muebles que no fueran las camas donde estaban durmiendo.
Cuando me fui acercando el impacto fue aún mayor, pues parecía que los que allí se encontraban eran niños pequeños, lo que no coincidía con lo que estaba buscando puesto que desde la última vez que estuvimos juntos habían transcurrido no menos de veinte años.
No obstante, tomé coraje y comencé a despertarlos uno a uno, con todo el cuidado que podía como para no irrumpir con brusquedad en sus sueños.
Y entonces…..
…Uno a uno fueron desperezándose como lo hacían de chicos cuando los despertaba para darles la leche, para llevarlos al jardín o a la escuela o bien para que salieran a jugar o a pasear a algún lado.
…Uno a uno me saludó como si fuera un día más de su infancia, con total naturalidad, en contraste con lo que yo sentía, pues para mí implicaba retomar una secuencia milagrosa que se había interrumpido atrozmente esa noche imborrable que quisiera no recordar.
…Uno a uno me abrazó con sus pequeñas manitos y sus bracitos tersos, acurrucándose en mi pecho como entonces, con la absoluta seguridad de que yo estaba con ellos para siempre.
…Uno a uno me besó con sus labiecitos suaves, mientras sentía el palpitar sereno de sus corazoncitos felices.
…Uno a uno me miró con todo el amor y la ternura del mundo, y con sus vocecitas aún somnolientas solo atinaron a decirme:
“Hola, Pá….”

Miguel Angel de Boer
Comodoro Rivadavia, 22/09/09

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno, e inesperado el final, me gustan tus cuentos, Querido Miguel, como así tambien tus poemas.Un abectuoso saludo.

Juan Carlos Siarez dijo...

Al leer me veo en la soledad de la meseta patagónica, o asombrado el oberservar el espectacular cuadro que se presenta al entrar en los bosques de la cordillera, además de disfrutar de la singularidad de la gente de "tierra adentro" en este reencuentro con lugares y personas que...
¿Cómo termina Miguel? O ¿Cuándo y cómo empezó la historia?
Un cuento que te atrapa y te mantiene con la espectativa hasta el final, o mejor dicho hasta que comienza la verdadera historia sin contar.
Buenísimo Miguel, como siempre.
Aprovecho para desearte Felices Fiestas. Un abrazo