domingo, 13 de diciembre de 2009

Cristina Villanueva



Isla a la deriva

Lo único cierto es esta casa
fragmentos vivos
somos uno en dos en cada objeto
ahora dividida
ya no recibo cartas en la piel de la alfombra.
lo único mío es
esta casa tuya que habla
atraviesa ciudades
fiesta de los caminos
en el mantel de flores hechizadas.
Me muevo o me sujeto con el cuerpo memoria
y la casa me narra
en el silencio

la escucho,
envuelta con migajas de tu luz




La noche de los caballos como seda

A la mujer a veces se le encabritaba la mirada.
Era como si un río de caballos negros y sedosos la traspasara en la búsqueda del mar.


Un día se dejó ir desnuda, con pequeños adornos de corales rojos y negros.

Llegó hasta la orilla.

No sabía si seguir o volver a la blandura del sueño.

El cazador de gestos sabe el final.

Sea como sea que termine la historia, a la mujer nadie le quitará de los ojos el brillo de los caballos galopando su noche.




Esa calle



Yo conocí una calle que está en cualquier lugar

Una calle que da al mar,

a la caída del sol, al incendio


una calle que termina en jardín

un jardín que se abre

una calle que se pierde en la selva



una calle que linda con el grito

con animales de seda innumerables

con barcos que se mueven en la luz

y ceremonias que matan el desierto


Decir yo he conocido

Es decir la presiento.

Esa calle me espera


Desnuda de carteles

alguna vez
Voy a reconocerla




Furia de lo vivo


La carne de las flores cae en racimos


Resbala en el aire


Agujeritos de luz en la mancha verde
Por donde los espías del cielo
Nos dan señales..


La belleza está en lo inesperado.


Una hoja se suelta casi con dolor

Emisario que trae la noticia.


“Los ángeles no existen:
son ustedes”


Cristina Villanueva

1 comentario:

luis concha henriquez dijo...

**La belleza está en lo inesperado**. Cristina afortunada. Le llegan las preseas sin elocuencia extrema. Algo de su corazón palpita en el galope de sus caballos de seda.
Mujer al fin.
Sugiero ser leída en tardes lentas y sorbo a sorbo.
Se paladea el vino y allí llega la euforia.
Tras tanta tersitud hay fuego oculto.
Confieso me ha costado este pasar por sus colinas verdes. Tropecé con su calle, hablé con ella, me salpiqué de envidia y la proclamo Reina en su fortuna.
La de saber zurcir prosa y poema, sin eludir escotes y claveles.