Hace muchos años en los patios de la escuela se formaba un trencito, y dos chicos hacían de barrera. Cuando atrapaban al último vagón entre los brazos le decían “frutilla o chocolate”, y el chico elegía frutilla o chocolate (no otra cosa, otra cosa no se podía), y se colocaba detrás del niño frutilla o el niño chocolate. Ganaba el que quedaba con la fila más larga detrás de si.
Ahora el gobierno y el campo nos piden que nos encolumnemos, también, sin darnos demasiada opción de elegir algo diferente a las dos únicas posibilidades.
Un problema económico se transformó en político y acabó en ideológico.
Los del campo se negaron a desalojar las rutas, desobedeciendo una orden judicial. El gobierno no da quórum para tratar el problema en el Senado. Los manifestantes peronistas llevaban palos y la policía los dejó correr a los contrarios. El país entero es rehén en el conflicto.
Todo está permitido. Los trasfondos son tan oscuros que todos pueden sacar basura de los otros armarios y arrojársela a la cara. En algún punto tienen razón, todos, especialmente cuando esas razones están fuera de contexto.
Y la sociedad se divide. Y volvemos a “los negros de mierda” versus “la gente que quiere trabajar”. El peor de los fracasos, el más miserable de los retrocesos. A favor o en contra, no se aceptan críticas, sólo adhesión incondicional.
Seré ingenua, no creo que este gobierno encarne el ideal socialista. No creo, tampoco, que toda la gente que apoya al campo sea de derecha. No creo que se busque un golpe de estado. No creo que la gente tenga que optar entre dos ideologías. Al menos no por ahora. Salvo que sigamos por esta vía muerta que termina en un enorme paredón sin salida.
Yo no quiero ni frutilla ni chocolate, o quiero las dos. Se puede. Para eso está la democracia. Pero para eso están los instrumentos democráticos, no los cortes de ruta, no los actos de apoyo o rechazo, no los discursos de barricada ni los emisarios bravucones.
Yo quiero legalidad para todos. Normas claras y vigentes para todos. Justicia social de veras y también, y especialmente en las provincias pobres (que la justicia social sea una bandera que nos una, no una pertenencia partidaria). Y que nuestros representantes nos representen. No hay otra manera de que funcione la cosa.
Frutilla, chocolate, dulce de leche, vainilla. ¿No era éste un país generoso?
Mónica Russomanno
russomannomonica@hotmail.com
Ahora el gobierno y el campo nos piden que nos encolumnemos, también, sin darnos demasiada opción de elegir algo diferente a las dos únicas posibilidades.
Un problema económico se transformó en político y acabó en ideológico.
Los del campo se negaron a desalojar las rutas, desobedeciendo una orden judicial. El gobierno no da quórum para tratar el problema en el Senado. Los manifestantes peronistas llevaban palos y la policía los dejó correr a los contrarios. El país entero es rehén en el conflicto.
Todo está permitido. Los trasfondos son tan oscuros que todos pueden sacar basura de los otros armarios y arrojársela a la cara. En algún punto tienen razón, todos, especialmente cuando esas razones están fuera de contexto.
Y la sociedad se divide. Y volvemos a “los negros de mierda” versus “la gente que quiere trabajar”. El peor de los fracasos, el más miserable de los retrocesos. A favor o en contra, no se aceptan críticas, sólo adhesión incondicional.
Seré ingenua, no creo que este gobierno encarne el ideal socialista. No creo, tampoco, que toda la gente que apoya al campo sea de derecha. No creo que se busque un golpe de estado. No creo que la gente tenga que optar entre dos ideologías. Al menos no por ahora. Salvo que sigamos por esta vía muerta que termina en un enorme paredón sin salida.
Yo no quiero ni frutilla ni chocolate, o quiero las dos. Se puede. Para eso está la democracia. Pero para eso están los instrumentos democráticos, no los cortes de ruta, no los actos de apoyo o rechazo, no los discursos de barricada ni los emisarios bravucones.
Yo quiero legalidad para todos. Normas claras y vigentes para todos. Justicia social de veras y también, y especialmente en las provincias pobres (que la justicia social sea una bandera que nos una, no una pertenencia partidaria). Y que nuestros representantes nos representen. No hay otra manera de que funcione la cosa.
Frutilla, chocolate, dulce de leche, vainilla. ¿No era éste un país generoso?
Mónica Russomanno
russomannomonica@hotmail.com
1 comentario:
Me gustó esta carta.
Gabriela Abeal
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