ENTREVISTA A LA NARRADORA ORAL Y FLAMANTE ESCRITORA ANA MARIA BOVO
“La sencillez es trabajosa”
Su primer libro, Rosas colombianas, está emparentado con el mundo de las telenovelas y tiene un tono que por momentos remite al folletín. Fiel a su vocación narradora, Bovo cuenta que, en el proceso de escritura, se contaba la novela a sí misma.
Por Silvina Friera
En el living de Ana María Bovo no podían faltar las rosas colombianas de color pastel. No son un decorado más en ese departamento de la calle Balcarce, que conserva las puertas y buena parte de los azulejos y cerámicas originales de 1928. Esas rosas, contraseña de las adictas a la telenovela Café con aroma de mujer, que llevaba la heroína, Ga-viota, en su corona de novia, son un elemento clave en la vida de Inés, la protagonista de Rosas colombianas (Emecé), la primera novela de Bovo. “Nunca me había entusiasmado tanto con una telenovela. Durante ocho meses tuve una certeza al despertarme: entre las tres y las cuatro de la tarde iba a sentirme bien”, admite Inés, que prefiere hundirse en el sopor de los cafetales, en un clima de pura ilusión, para desentenderse de las cosas que no funcionan, como su matrimonio. Para esquivar esa tristeza típica de un divorcio anunciado que no se quiere asumir, ella se dedica a solucionar los problemas de su plomero italiano.
Estructurada en tres partes y con un tono por momentos cercano al folletín, la trama invita a sumergirse en tres momentos de la vida de la protagonista marcados por las pérdidas –el marido, la desaparición de su prima Elena– y los viajes a España, donde conocerá a sus tías andaluzas, Emilia y Anica, dos personajes inolvidables que parece que se hubieran escapado de un film de Almodóvar, sobre todo Anica. Aunque dejó de estudiar porque tenía la “inteligencia dormida”, esa anciana de “gracia fina” es una maestra por su manera de hablar, por esa oralidad que es una delicia para el oído de los lectores. “Y ahora vienes tú, como una paloma que trae el olivo en el pico para decirme que yo, del otro lado del mar, también tenía familia”, le dice Anica a su sobrina.
Como si necesitara de la protección y la sabiduría de Anica, a quien conoció realmente en un viaje a España, para esta nueva etapa en la que estrena “tímidamente” el oficio de escritora, Bovo tiene una fotografía de la anciana donde aparece sentada a la mesa de la cocina de la casa de su ama con vestido negro, un mantón de lana y el pelo tirante sujeto en un rodete. Actriz, docente, narradora oral y flamante escritora, con humor zumbón desmiente el mito de lo tenebrosa que puede resultar la experiencia de la escritura. En la entrevista con PáginaI12 cuenta que el proceso de pasar de la oralidad a la letra impresa fue un espacio de felicidad. “Yo tenía entendido que a veces la escritura es muy tortuosa, que la página en blanco genera angustia, pero por recomendación de mi médico salía a caminar tres veces por semana. Al principio me daba pereza, pero aproveché esas caminatas para rumiar la novela en mi cabeza. Primero concebí la estructura y, cuando la armé, supe cómo empezaba y terminaba cada una de las partes que eran bastante autónomas entre sí. Toda la concepción de la novela se dio del mismo modo en que concibo los textos para mis espectáculos”, explica Bovo. “Muchas adaptaciones literarias todavía no las llevé al papel, las sigo teniendo en el disco rígido de mi memoria. Después de rumiarla en silencio, me contaba la novela a mí misma, la decía en voz alta; por momentos la escribía en borradores, a mano, porque no manejo el teclado, y después gracias a mis asistentes, Lourdes y Gabriela, aparecía escrita en la pantalla de la computadora. Luego la imprimía, la corregía, volvía a rumiarla y volvía al papel.”
Bovo, que actualmente está presentando un espectáculo de narración oral, Relatos. Nuevas y viejas historias, en Clásica y Moderna (ver aparte), señala que por su oficio de narradora buscó deliberadamente escribir la novela de esa manera. “Quería conservar para la voz de Inés una impronta fuerte de oralidad, que hubiera más panorama de la acción que panorama de la conciencia, que los personajes se mostraran a partir de lo que hacían y decían, que se presentaran así mismos como se presentan los personajes en el cine.”
–¿Qué fue lo que más le costó en ese pasaje entre la oralidad y la escritura?
–Hacer la mediación, que la novela estuviera bien escrita, preservando la sencillez y la impronta de oralidad. La sencillez fue lo más trabajoso para mí, porque por momentos me tentaba ponerme más compleja. Renunciar a “mostrarse inteligente” me costó un poquito, quizá porque tenía una platea temida de lectores, otros escritores, que a lo mejor podían pensar que simplificaba demasiado la escritura. Pero finalmente me afiancé en algo que a mí me ha dado mucha satisfacción a lo largo de mi trabajo como narradora que es, como dice Truman Capote, “escribir claro como un arroyo que corre por el campo”.
–Además de sus tías andaluzas, ¿qué otros materiales autobiográficos utilizó?
–Yo viajé con mi plomero italiano a Italia para que se reencontrara con su madre; fue un personaje muy entrañable para mí y para mi hija, sólo que cuando vi la telenovela Café con aroma de mujer, él ya había muerto. A partir de experiencias autobiográficas desplegué todo un mundo de ficción que a la vez me otorgó nuevos recuerdos, como si ahora dudara un poquito de la verdad que se puede verificar de la verdad verosímil de la ficción. Cuando un 22 de septiembre de hace veintidós años atrás conocí a mis dos tías andaluzas, no sabía que ahí tenía el germen de una novela ni que iba a ser escritora, si es que me puedo llamar así a partir de esta primera novela. Las rosas colombianas llegaron a mi vida después, un poco a través de la telenovela y de mis visitas al mercado de flores. Yo añoraba mucho las rosas de los jardines de los barrios, o de los fondos de las casas de los inmigrantes, que son unas rosas más desprolijas. Se fueron mezclando vivencias personales con la ficción, y la novela fue adquiriendo autonomía por fuera de mi experiencia personal.
–¿Rosas colombianas es un homenaje a la telenovela?
–No pretendía hacer un homenaje a la telenovela, pero sí quería darle el lugar que tiene en la construcción del ideal amoroso, de los amores para toda la vida. El divorcio de Inés es la ruptura del final feliz que ella esperaba para su vida, de un amor para siempre, y a partir de eso empieza esa travesía en busca de una nueva identidad. No me propuse un homenaje, pero a partir de la energía, de la alegría que me dio a mí Café con aroma de mujer, hay un acto de gratitud hacia esa felicidad de suspender el espacio de la siesta, como dice Cecilia Absatz en su ensayo, dejar atrás el malhumor de los colectiveros, las corridas bancarias y sumergirse en ese lugar de sensualidad y de ensoñación que proponen las telenovelas.
–¿La telenovela es un elemento de socialización entre las mujeres?
–Sí, de empatía, de conversación. Compartir una telenovela es el brote de una conversación. Con Café con aroma de mujer me pasó que la alegría de la protagonista, a pesar de su desventura, me resultaba muy sanadora, como un acto de reparación. Inés hace el recorrido de la heroína de una telenovela porque va superando muchas adversidades y termina sabiendo quién es en el final. Cecilia Absatz dice en Mujeres peligrosas: la pasión según el teleteatro que muchas veces en las telenovelas hay un señuelo amoroso detrás del cual va la heroína, pero que fundamentalmente está conociéndose a sí misma. Inés no quiere renunciar a los finales felices, yo tampoco quería que renunciara...
Bovo confiesa que “tímidamente” empieza a sentirse escritora. “Creo que empecé a serlo hace tiempo, cuando escribía mis propios espectáculos, pero como los iba rumiando en mi cabeza, no les otorgaba entidad literaria. Ver la novela publicada empieza a devolverme la imagen de escritora. Adivino ahí un porvenir interesante. Cuando sea muy mayor y no pueda salir a escena, seguiré escribiendo”, bromea. La tía Anica, que vivió en el pueblo Alsodux y murió a los cien años, se devora literalmente la tercera parte de Rosas colombianas. Bovo recuerda que aunque Anica fue sólo tres meses al colegio, tenía una impronta poética muy arraigada en el decir popular. “La gente te regala unas frases maravillosas, la copla sigue estando a flor de piel, en boca de todos; te sumergís en agua fresca y surge a borbotones lo que ellos llaman la ‘gracia fina’. Las vecinas decían de Anica que era ‘fina como los corales, detallosa como ninguna’. Elaboraban frases con una naturalidad enorme, escuchabas literatura oral todo el tiempo, sin que se propusieran ser inteligentes.”
–Una de esas frases maravillosas que repetía Anica es que tenía “dormida la inteligencia...”
–Ella contaba que la habían retirado de la escuela porque la maestra le había dicho a su patrón que su inteligencia estaba dormida. Anica me preguntaba si creía que la inteligencia podía despertarse alguna vez (risas). Ese encuentro fue muy enriquecedor para mí. Como tengo el entrenamiento de oír, traté mucho de captar desde el oído. Muchas veces me detenía en las puertas de las casas, cuando recorría el pueblo de-sierto a la hora de la siesta, porque las mujeres cantaban mientras lavaban los platos o tendían la ropa. Eran unas voces conmovedoras... Cuando Emilia abría las puertas del cementerio, decía, como Gabi, Fofó y Miliki: “¡Cóomo están ustedeees!...”, esa manera tan festiva de entrar a un cementerio era muy loca y hermosa.
–Se nota en la novela que la relación de sus tías con la muerte es muy natural, no es algo trágico...
–Me fascinó que la muerte fuera como un tránsito más. Había una espera de la muerte que la sobrellevaban no diría con ilusión, sino con mucha naturalidad. La única ambición que tenía Anica era tener una tumba propia, era su único lugar de obstinación, no había tenido casa propia y quería una tumba a estrenar (risas).
Silvina Friera
Fuente: Diario "Página/12"
Todos los derechos reservados
http://www.pagina12.com.ar/
“La sencillez es trabajosa”
Su primer libro, Rosas colombianas, está emparentado con el mundo de las telenovelas y tiene un tono que por momentos remite al folletín. Fiel a su vocación narradora, Bovo cuenta que, en el proceso de escritura, se contaba la novela a sí misma.
Por Silvina Friera
En el living de Ana María Bovo no podían faltar las rosas colombianas de color pastel. No son un decorado más en ese departamento de la calle Balcarce, que conserva las puertas y buena parte de los azulejos y cerámicas originales de 1928. Esas rosas, contraseña de las adictas a la telenovela Café con aroma de mujer, que llevaba la heroína, Ga-viota, en su corona de novia, son un elemento clave en la vida de Inés, la protagonista de Rosas colombianas (Emecé), la primera novela de Bovo. “Nunca me había entusiasmado tanto con una telenovela. Durante ocho meses tuve una certeza al despertarme: entre las tres y las cuatro de la tarde iba a sentirme bien”, admite Inés, que prefiere hundirse en el sopor de los cafetales, en un clima de pura ilusión, para desentenderse de las cosas que no funcionan, como su matrimonio. Para esquivar esa tristeza típica de un divorcio anunciado que no se quiere asumir, ella se dedica a solucionar los problemas de su plomero italiano.
Estructurada en tres partes y con un tono por momentos cercano al folletín, la trama invita a sumergirse en tres momentos de la vida de la protagonista marcados por las pérdidas –el marido, la desaparición de su prima Elena– y los viajes a España, donde conocerá a sus tías andaluzas, Emilia y Anica, dos personajes inolvidables que parece que se hubieran escapado de un film de Almodóvar, sobre todo Anica. Aunque dejó de estudiar porque tenía la “inteligencia dormida”, esa anciana de “gracia fina” es una maestra por su manera de hablar, por esa oralidad que es una delicia para el oído de los lectores. “Y ahora vienes tú, como una paloma que trae el olivo en el pico para decirme que yo, del otro lado del mar, también tenía familia”, le dice Anica a su sobrina.
Como si necesitara de la protección y la sabiduría de Anica, a quien conoció realmente en un viaje a España, para esta nueva etapa en la que estrena “tímidamente” el oficio de escritora, Bovo tiene una fotografía de la anciana donde aparece sentada a la mesa de la cocina de la casa de su ama con vestido negro, un mantón de lana y el pelo tirante sujeto en un rodete. Actriz, docente, narradora oral y flamante escritora, con humor zumbón desmiente el mito de lo tenebrosa que puede resultar la experiencia de la escritura. En la entrevista con PáginaI12 cuenta que el proceso de pasar de la oralidad a la letra impresa fue un espacio de felicidad. “Yo tenía entendido que a veces la escritura es muy tortuosa, que la página en blanco genera angustia, pero por recomendación de mi médico salía a caminar tres veces por semana. Al principio me daba pereza, pero aproveché esas caminatas para rumiar la novela en mi cabeza. Primero concebí la estructura y, cuando la armé, supe cómo empezaba y terminaba cada una de las partes que eran bastante autónomas entre sí. Toda la concepción de la novela se dio del mismo modo en que concibo los textos para mis espectáculos”, explica Bovo. “Muchas adaptaciones literarias todavía no las llevé al papel, las sigo teniendo en el disco rígido de mi memoria. Después de rumiarla en silencio, me contaba la novela a mí misma, la decía en voz alta; por momentos la escribía en borradores, a mano, porque no manejo el teclado, y después gracias a mis asistentes, Lourdes y Gabriela, aparecía escrita en la pantalla de la computadora. Luego la imprimía, la corregía, volvía a rumiarla y volvía al papel.”
Bovo, que actualmente está presentando un espectáculo de narración oral, Relatos. Nuevas y viejas historias, en Clásica y Moderna (ver aparte), señala que por su oficio de narradora buscó deliberadamente escribir la novela de esa manera. “Quería conservar para la voz de Inés una impronta fuerte de oralidad, que hubiera más panorama de la acción que panorama de la conciencia, que los personajes se mostraran a partir de lo que hacían y decían, que se presentaran así mismos como se presentan los personajes en el cine.”
–¿Qué fue lo que más le costó en ese pasaje entre la oralidad y la escritura?
–Hacer la mediación, que la novela estuviera bien escrita, preservando la sencillez y la impronta de oralidad. La sencillez fue lo más trabajoso para mí, porque por momentos me tentaba ponerme más compleja. Renunciar a “mostrarse inteligente” me costó un poquito, quizá porque tenía una platea temida de lectores, otros escritores, que a lo mejor podían pensar que simplificaba demasiado la escritura. Pero finalmente me afiancé en algo que a mí me ha dado mucha satisfacción a lo largo de mi trabajo como narradora que es, como dice Truman Capote, “escribir claro como un arroyo que corre por el campo”.
–Además de sus tías andaluzas, ¿qué otros materiales autobiográficos utilizó?
–Yo viajé con mi plomero italiano a Italia para que se reencontrara con su madre; fue un personaje muy entrañable para mí y para mi hija, sólo que cuando vi la telenovela Café con aroma de mujer, él ya había muerto. A partir de experiencias autobiográficas desplegué todo un mundo de ficción que a la vez me otorgó nuevos recuerdos, como si ahora dudara un poquito de la verdad que se puede verificar de la verdad verosímil de la ficción. Cuando un 22 de septiembre de hace veintidós años atrás conocí a mis dos tías andaluzas, no sabía que ahí tenía el germen de una novela ni que iba a ser escritora, si es que me puedo llamar así a partir de esta primera novela. Las rosas colombianas llegaron a mi vida después, un poco a través de la telenovela y de mis visitas al mercado de flores. Yo añoraba mucho las rosas de los jardines de los barrios, o de los fondos de las casas de los inmigrantes, que son unas rosas más desprolijas. Se fueron mezclando vivencias personales con la ficción, y la novela fue adquiriendo autonomía por fuera de mi experiencia personal.
–¿Rosas colombianas es un homenaje a la telenovela?
–No pretendía hacer un homenaje a la telenovela, pero sí quería darle el lugar que tiene en la construcción del ideal amoroso, de los amores para toda la vida. El divorcio de Inés es la ruptura del final feliz que ella esperaba para su vida, de un amor para siempre, y a partir de eso empieza esa travesía en busca de una nueva identidad. No me propuse un homenaje, pero a partir de la energía, de la alegría que me dio a mí Café con aroma de mujer, hay un acto de gratitud hacia esa felicidad de suspender el espacio de la siesta, como dice Cecilia Absatz en su ensayo, dejar atrás el malhumor de los colectiveros, las corridas bancarias y sumergirse en ese lugar de sensualidad y de ensoñación que proponen las telenovelas.
–¿La telenovela es un elemento de socialización entre las mujeres?
–Sí, de empatía, de conversación. Compartir una telenovela es el brote de una conversación. Con Café con aroma de mujer me pasó que la alegría de la protagonista, a pesar de su desventura, me resultaba muy sanadora, como un acto de reparación. Inés hace el recorrido de la heroína de una telenovela porque va superando muchas adversidades y termina sabiendo quién es en el final. Cecilia Absatz dice en Mujeres peligrosas: la pasión según el teleteatro que muchas veces en las telenovelas hay un señuelo amoroso detrás del cual va la heroína, pero que fundamentalmente está conociéndose a sí misma. Inés no quiere renunciar a los finales felices, yo tampoco quería que renunciara...
Bovo confiesa que “tímidamente” empieza a sentirse escritora. “Creo que empecé a serlo hace tiempo, cuando escribía mis propios espectáculos, pero como los iba rumiando en mi cabeza, no les otorgaba entidad literaria. Ver la novela publicada empieza a devolverme la imagen de escritora. Adivino ahí un porvenir interesante. Cuando sea muy mayor y no pueda salir a escena, seguiré escribiendo”, bromea. La tía Anica, que vivió en el pueblo Alsodux y murió a los cien años, se devora literalmente la tercera parte de Rosas colombianas. Bovo recuerda que aunque Anica fue sólo tres meses al colegio, tenía una impronta poética muy arraigada en el decir popular. “La gente te regala unas frases maravillosas, la copla sigue estando a flor de piel, en boca de todos; te sumergís en agua fresca y surge a borbotones lo que ellos llaman la ‘gracia fina’. Las vecinas decían de Anica que era ‘fina como los corales, detallosa como ninguna’. Elaboraban frases con una naturalidad enorme, escuchabas literatura oral todo el tiempo, sin que se propusieran ser inteligentes.”
–Una de esas frases maravillosas que repetía Anica es que tenía “dormida la inteligencia...”
–Ella contaba que la habían retirado de la escuela porque la maestra le había dicho a su patrón que su inteligencia estaba dormida. Anica me preguntaba si creía que la inteligencia podía despertarse alguna vez (risas). Ese encuentro fue muy enriquecedor para mí. Como tengo el entrenamiento de oír, traté mucho de captar desde el oído. Muchas veces me detenía en las puertas de las casas, cuando recorría el pueblo de-sierto a la hora de la siesta, porque las mujeres cantaban mientras lavaban los platos o tendían la ropa. Eran unas voces conmovedoras... Cuando Emilia abría las puertas del cementerio, decía, como Gabi, Fofó y Miliki: “¡Cóomo están ustedeees!...”, esa manera tan festiva de entrar a un cementerio era muy loca y hermosa.
–Se nota en la novela que la relación de sus tías con la muerte es muy natural, no es algo trágico...
–Me fascinó que la muerte fuera como un tránsito más. Había una espera de la muerte que la sobrellevaban no diría con ilusión, sino con mucha naturalidad. La única ambición que tenía Anica era tener una tumba propia, era su único lugar de obstinación, no había tenido casa propia y quería una tumba a estrenar (risas).
Silvina Friera
Fuente: Diario "Página/12"
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1 comentario:
Es haberla escuchado la primera vez sin haberla visto casi.Transitó sola desde su silla todo su talento. En su escuela ya éramos un grupo grande de admiradores. Terminó inspirándome un cuento. Felicitaciones a Silvinay a Ana María toda la admiración y el cariño. Mercedes Sáenz
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