Balvanera
Por Miguel A. Semán
(APe).- Yo pensaba que de un momento a otro la iban a echar. Que iban a decirle que no molestara a los clientes y se fuera. Pero el dueño del cyber, cómplice o distraído, la dejaba revolotear como una mariposa o como una pulga saltarina entre las computadoras.
Pronto me di cuenta que sólo se arrimaba a los hombres. Los miraba un poco y después se iba. Al rato volvía a rozarlos y volvía a mirarlos para volver a irse.
Tendría once años, cuando mucho.
Al fin llegó mi turno. Se me paró al lado, casi íntima, y me tocó el brazo con la yema de unos dedos donde ya se había gastado la inocencia.
Me pidió cinco pesos. Se los di. Me quedé con los ojos fijos en la pantalla. No quería mirarla. No quería preguntarle el nombre ni los años.
Lucía, escuché.
¿Qué?
Me llamo Lucía, dijo como si me leyera el alma.
Me pregunté quién habría fabricado eso. Esa infancia disfrazada de mujer que estaba intentando seducirme. La miré. Al fin la miré a los ojos. Era dulce y más. Tenía ternura y otro poco de algo que no alcanzaba a ser lo que parecía.
Pensé que si hubiese tenido diez años me habría enamorado locamente de ella. Pero era muy tarde o demasiado pronto.
Rápida. Cortante, así como había dicho su nombre, me clavó las palabras: Lo que podía llegar a hacerme por otros cinco pesos.
No tengo armas para responder a esos ataques. No supe qué decirle. Le di unos billetes y me fui. Pagué y salí a la calle. La dejé sola. Revoloteando. Saltando de un hombre a otro.
Caminé unos metros. En la esquina una mujer de menos de treinta que parecía de cincuenta ofrecía lo mismo por un precio más bajo. Era la cara de Lucía pero con arrugas y sin dientes. Si seguía alejándome de Rivadavia iba a encontrar, seguro, mojones de mujeres, con los mismos rasgos, cada vez más viejas y baratas.
Lucía salió a la vereda, se paró sobre el cordón y miró como si buscara a alguien. De las sombras se desprendió un patrullero. Sigiloso, temible, se deslizó sobre la calle como un yacaré en busca de su presa. Ella lo miró y en sus ojos inmensos se metió la noche.
Me fui. Caminé por Solís hacia Belgrano. Quería entrar en un bar, pedir asilo y agarrarme a una mesa hasta que saliera el sol.
Miguel A. Semán
Fuente: Agencia de Noticias Pelota de Trapo
resumen_agencia@pelotadetrapo.org.ar
http://www.pelotadetrapo.org.ar/
Por Miguel A. Semán
(APe).- Yo pensaba que de un momento a otro la iban a echar. Que iban a decirle que no molestara a los clientes y se fuera. Pero el dueño del cyber, cómplice o distraído, la dejaba revolotear como una mariposa o como una pulga saltarina entre las computadoras.
Pronto me di cuenta que sólo se arrimaba a los hombres. Los miraba un poco y después se iba. Al rato volvía a rozarlos y volvía a mirarlos para volver a irse.
Tendría once años, cuando mucho.
Al fin llegó mi turno. Se me paró al lado, casi íntima, y me tocó el brazo con la yema de unos dedos donde ya se había gastado la inocencia.
Me pidió cinco pesos. Se los di. Me quedé con los ojos fijos en la pantalla. No quería mirarla. No quería preguntarle el nombre ni los años.
Lucía, escuché.
¿Qué?
Me llamo Lucía, dijo como si me leyera el alma.
Me pregunté quién habría fabricado eso. Esa infancia disfrazada de mujer que estaba intentando seducirme. La miré. Al fin la miré a los ojos. Era dulce y más. Tenía ternura y otro poco de algo que no alcanzaba a ser lo que parecía.
Pensé que si hubiese tenido diez años me habría enamorado locamente de ella. Pero era muy tarde o demasiado pronto.
Rápida. Cortante, así como había dicho su nombre, me clavó las palabras: Lo que podía llegar a hacerme por otros cinco pesos.
No tengo armas para responder a esos ataques. No supe qué decirle. Le di unos billetes y me fui. Pagué y salí a la calle. La dejé sola. Revoloteando. Saltando de un hombre a otro.
Caminé unos metros. En la esquina una mujer de menos de treinta que parecía de cincuenta ofrecía lo mismo por un precio más bajo. Era la cara de Lucía pero con arrugas y sin dientes. Si seguía alejándome de Rivadavia iba a encontrar, seguro, mojones de mujeres, con los mismos rasgos, cada vez más viejas y baratas.
Lucía salió a la vereda, se paró sobre el cordón y miró como si buscara a alguien. De las sombras se desprendió un patrullero. Sigiloso, temible, se deslizó sobre la calle como un yacaré en busca de su presa. Ella lo miró y en sus ojos inmensos se metió la noche.
Me fui. Caminé por Solís hacia Belgrano. Quería entrar en un bar, pedir asilo y agarrarme a una mesa hasta que saliera el sol.
Miguel A. Semán
Fuente: Agencia de Noticias Pelota de Trapo
resumen_agencia@pelotadetrapo.org.ar
http://www.pelotadetrapo.org.ar/
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