R O M A
Por Miriam Cairo
Yo tengo la fortuna de pertenecer a las nacidas vivas, en términos de una existencia que contempla esperanzas desaforadas. Por más que lo intentara, no conseguiría nunca evitarme el deseo de hacerme feliz, de concentrarme en la búsqueda de los caminos que conducen a Roma.
No sé si con mis recursos, lograré aclarar los misterios básicos de la humanidad. Para ello hay buscadores oficiales, inquisidores sobresalientes. Yo los he leído. En sus ensayos verídicos se ocupan de personas no imaginarias, porque son las únicas a las que se le pude comprobar el costado biológico de la vida.
En mi caso, yo trazo otros caminos. En términos de los destacados, formaría parte de una "existencia emergente". El mote es una manera de mantenerme con vida, hasta que se les ocurra eliminar las existencias inconvenientes.
Si acaso, usted perteneciera a la clase de nacidas vivas que desean malvivir con su fortuna, sugiero que deje de dibujar líneas demasiado rectas en el camino de su vida. No fuerce su alma por complacer a los que exhiben credenciales no siempre falsas, promueven la higiene mental y el menosprecio de las rutas que conducen a Roma.
Para fortalecer el sabor oriundo de su especie, en desmedro del sabor impuesto por los modelos intachables, podría comenzar por alquilar una película en la que un solo capulí entre y salga de dos bocas. Olvide el catecismo. Deshágase del arnés cultural y concéntrese en la escena. Vea el balanceo tenso del trampolín cuando es suelto por los primeros labios e inmediatamente atrapado por la comisura atenta de la otra boca. No piense en su madre. No paralice la vibración del acto con la palabra "esposa". Sólo ubíquese en esa fracción de segundo en que la flor de nardo queda suspendida en el aire. Imagine la fragilidad momentánea de la vara perfumada, que luego de haber estado al abrigo del hondo paladar y la lengua deleitosa, entra en contacto con el frío y queda a la intemperie. Conmuévase. Compenétrese con la fugaz desolación del músculo que de inmediato experimenta el gozo de ser atrapado en el aire por una segunda boca. No le tema a la condena impuesta al ménage á trois. Piense ahora en la labor de este nuevo paladar, de las comisuras y las mejillas que comen sin morder y engullen sin apretar. Observe el novedoso detalle de la lengua hurgando con curiosidad apetitosa el casquillo perforado. Repare que esta segunda boca, al atrapar en el aire el capulí, también traga los rastros de saliva que dejara impregnada la primera lengua.
No se pregunte si usted lo haría. Olvídese de sí misma. Sólo mire a quienes pueden hacerlo. Sólo goce del acto de mirar. Desoriéntese hasta encontrar el camino abrupto y salvaje que la lleve a Roma.
Recuerde que usted forma parte de una existencia emergente y no tiene que cumplir con los requisitos de las intachables masas no imaginarias. Piense si no sería bueno que todo el mundo se pervirtiera en la felicidad y asuma el peligro de sentirse dichosa. Disfrute la virulenta misión de consentirse y agasajarse. Haga consigo lo que su alma, liberada de tapujos, le pidiera. Conciba todo lo que su feminidad le demandara. Sea imaginativa, sea audaz, sea usted misma. No hay ninguna obligación de parecerse al resto del mundo.
Si acaso, usted no hubiera probado aún su sabor interno, unja los dedos y primero deséeselos, luego, déselos de comer. Beba los hilos que vierte su propia copa. Sienta el aroma de su trémula flor. Aliméntese de sí misma, entrénese en la propia dicha, para luego darse de comer y de beber a quien usted elija. Si antes hubo hombres que poco hicieron por su feminidad, olvídelos piadosamente. Piense en lo feliz que será de ahora en adelante.
De aquí en más, cuando un hombre la bese, la suspenda, la electrice, póngale la mano allí, en el pequeño océano donde usted a solas ha aprendido a navegar. Enséñele el circundante movimiento, la manera en que las manos podrían hacerla naufragar dichosamente.
Una vez en la cama, en el escritorio o en la alfombra, imagínese a sí misma haciendo lo que precisamente esté haciendo: sea la protagonista prodigiosa de su propia obra sensual. Si acaso lo deseara, imagine también a alguien mirándola desde atrás. Exhíbase ante los ojos no presentes. Aliméntese del deseo que usted sabe le está generando a esos seres no reales que han venido a verla temblar. Agite las nalgas para ellos y para quien esté entre sus piernas. Hágalo sucumbir ante el sismo sostenido que provoca su fricción acostumbrada o anal.
Deje que los invitados de su mente hagan a su espalda esas y otras cosas que usted misma pueda inventar. Ni por un segundo crea que algo de lo que ocurre entre ellos y usted pueda ir en contra de lo que ocurre entre el que sucumbe y su boca. Recuerde que usted, ahora forma parte de los que han nacido vivos para malvivir con su fortuna. Y esté segura de que ésta es la clase de caminos que siempre la van a conducir a Roma.
Miriam Cairo
cairo367@hotmail.com
Por Miriam Cairo
Yo tengo la fortuna de pertenecer a las nacidas vivas, en términos de una existencia que contempla esperanzas desaforadas. Por más que lo intentara, no conseguiría nunca evitarme el deseo de hacerme feliz, de concentrarme en la búsqueda de los caminos que conducen a Roma.
No sé si con mis recursos, lograré aclarar los misterios básicos de la humanidad. Para ello hay buscadores oficiales, inquisidores sobresalientes. Yo los he leído. En sus ensayos verídicos se ocupan de personas no imaginarias, porque son las únicas a las que se le pude comprobar el costado biológico de la vida.
En mi caso, yo trazo otros caminos. En términos de los destacados, formaría parte de una "existencia emergente". El mote es una manera de mantenerme con vida, hasta que se les ocurra eliminar las existencias inconvenientes.
Si acaso, usted perteneciera a la clase de nacidas vivas que desean malvivir con su fortuna, sugiero que deje de dibujar líneas demasiado rectas en el camino de su vida. No fuerce su alma por complacer a los que exhiben credenciales no siempre falsas, promueven la higiene mental y el menosprecio de las rutas que conducen a Roma.
Para fortalecer el sabor oriundo de su especie, en desmedro del sabor impuesto por los modelos intachables, podría comenzar por alquilar una película en la que un solo capulí entre y salga de dos bocas. Olvide el catecismo. Deshágase del arnés cultural y concéntrese en la escena. Vea el balanceo tenso del trampolín cuando es suelto por los primeros labios e inmediatamente atrapado por la comisura atenta de la otra boca. No piense en su madre. No paralice la vibración del acto con la palabra "esposa". Sólo ubíquese en esa fracción de segundo en que la flor de nardo queda suspendida en el aire. Imagine la fragilidad momentánea de la vara perfumada, que luego de haber estado al abrigo del hondo paladar y la lengua deleitosa, entra en contacto con el frío y queda a la intemperie. Conmuévase. Compenétrese con la fugaz desolación del músculo que de inmediato experimenta el gozo de ser atrapado en el aire por una segunda boca. No le tema a la condena impuesta al ménage á trois. Piense ahora en la labor de este nuevo paladar, de las comisuras y las mejillas que comen sin morder y engullen sin apretar. Observe el novedoso detalle de la lengua hurgando con curiosidad apetitosa el casquillo perforado. Repare que esta segunda boca, al atrapar en el aire el capulí, también traga los rastros de saliva que dejara impregnada la primera lengua.
No se pregunte si usted lo haría. Olvídese de sí misma. Sólo mire a quienes pueden hacerlo. Sólo goce del acto de mirar. Desoriéntese hasta encontrar el camino abrupto y salvaje que la lleve a Roma.
Recuerde que usted forma parte de una existencia emergente y no tiene que cumplir con los requisitos de las intachables masas no imaginarias. Piense si no sería bueno que todo el mundo se pervirtiera en la felicidad y asuma el peligro de sentirse dichosa. Disfrute la virulenta misión de consentirse y agasajarse. Haga consigo lo que su alma, liberada de tapujos, le pidiera. Conciba todo lo que su feminidad le demandara. Sea imaginativa, sea audaz, sea usted misma. No hay ninguna obligación de parecerse al resto del mundo.
Si acaso, usted no hubiera probado aún su sabor interno, unja los dedos y primero deséeselos, luego, déselos de comer. Beba los hilos que vierte su propia copa. Sienta el aroma de su trémula flor. Aliméntese de sí misma, entrénese en la propia dicha, para luego darse de comer y de beber a quien usted elija. Si antes hubo hombres que poco hicieron por su feminidad, olvídelos piadosamente. Piense en lo feliz que será de ahora en adelante.
De aquí en más, cuando un hombre la bese, la suspenda, la electrice, póngale la mano allí, en el pequeño océano donde usted a solas ha aprendido a navegar. Enséñele el circundante movimiento, la manera en que las manos podrían hacerla naufragar dichosamente.
Una vez en la cama, en el escritorio o en la alfombra, imagínese a sí misma haciendo lo que precisamente esté haciendo: sea la protagonista prodigiosa de su propia obra sensual. Si acaso lo deseara, imagine también a alguien mirándola desde atrás. Exhíbase ante los ojos no presentes. Aliméntese del deseo que usted sabe le está generando a esos seres no reales que han venido a verla temblar. Agite las nalgas para ellos y para quien esté entre sus piernas. Hágalo sucumbir ante el sismo sostenido que provoca su fricción acostumbrada o anal.
Deje que los invitados de su mente hagan a su espalda esas y otras cosas que usted misma pueda inventar. Ni por un segundo crea que algo de lo que ocurre entre ellos y usted pueda ir en contra de lo que ocurre entre el que sucumbe y su boca. Recuerde que usted, ahora forma parte de los que han nacido vivos para malvivir con su fortuna. Y esté segura de que ésta es la clase de caminos que siempre la van a conducir a Roma.
Miriam Cairo
cairo367@hotmail.com
2 comentarios:
Instructivo. Aceptar generalidades descalificadoras a priori es etiquetar sin derecho. Felicitaciones a la autora.
MARITA RAGOZZA
PIdo disculpas. El comentairo esra para el texto de Mónica Russomano.
MARITA RAGOZZA
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