Hice el corto viaje que va desde el aeropuerto al centro de La Habana en micro. Me encontré en una dimensión intraducible. Parecía una reunión de familia o mejor de amigos, amable y ambulante, todos hablaban entre ellos y conmigo. El chofer,la boletera,los que ocupaban asientos cercanos, dejaron esbozadas pequeñas historias. Un marido músico, una comida que le habían encargado a la señora mayor, una adolescente que asoma la alegría del cuerpo desde una foto.
A veces pellizcaba un poco de paisaje pero poco.
Isla nómada que me lleva al barrio viejo, en una isla que custodia los últimos sueños, en un mundo como una isla a la deriva del mercado.
Un mar, una sonrisa, un pueblo, un viaje. Lo puedo contar con palabras, la gente quiere números. Sobre todo hablando de Cuba. Las cifras de la pobreza en Chiapas, Santo Domingo, Guatemala, no interesan.
Muchos quiere saber cuánto ganan, qué compran con lo que ganan. Algunos tienen números que corren debajo de la piel, como una sangre aritmética.
Nombro un pequeño viaje, todos ayudando a la mujer con niño y bolso, mujeres y hombres con la mirada alta y digna, sonrisas cálidas como si me hubieran conocido desde siempre y el mar un compañero más...
Es tanto,tan diverso. Es dificil. Explicar como se vive sin la violencia esencial del capitalismo salvaje.
Los saludé,los conocía desde siempre de verdad, eran algo querido mío.
Me fui a caminar la ciudad de las columnas.
Lo cuento sin números, tal vez no interese.
o tal vez...
No hay que abandonar lo que está vivo.
Cristina Villanueva
pluma@velocom.com.ar
miércoles, 7 de noviembre de 2007
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