Mis pies contagian la pereza a ese sol que aún no salta sobre las montañas. Vislumbro un espléndido día: el cielo lucirá radiante, la gente disfrutará del prematuro calor y serán esas mismas personas quienes expresarán en el verano, agobiadas por cuarenta y tantos grados: “qué sofocante, ni un solo día fresco tuvimos en invierno”.
Camino sin prisa reteniendo en mi alma el cielo gris que disfruté días atrás. Miro el rostro de las personas que cruzo. Me vuelvo y observo cada gesto, me detengo y examino cada palabra. Busco algo que me resulte familiar.
No lo veo, no lo puedo hallar. No lo sé encontrar, no sé dónde buscar. ¿Qué conozco de él? ¿Acaso sé quién es? No sé su nombre ni el lugar del planeta que recibe diariamente sus pasos. Mis ojos están vendados, ando a tientas sin saber si algún día lo encontraré.
Cierto acontecimiento lejano detuvo el tiempo mientras nuestras miradas se fundieron en una extraña sensación de deseo y urgencia. Luego el atropello: gritos y empujones, corridas y sirenas me abrumaron dentro de una realidad inesperada. Su mano me arrastró lejos de allí y nos hallamos solos, arrancando nuestras ropas, expulsando los pensamientos, desatando suspiros, explorando ocultos rincones, convulsionando la sangre, estallando de pasión. Y una vez en calma, sus dedos pasearon por cada milímetro de mi piel, me miró con dulzura, me besó con ternura y desapareció tan rápidamente que a nada pude atinar. Salí corriendo y me mezclé entre la multitud, lo busqué en cada rostro y en cada mirada. Nunca más lo volví a ver. Jamás tuve la certeza si estuvimos juntos o sólo fue una jugarreta de mi imaginación. Sin embargo, al evocar aquel instante mi corazón sale de sus límites, mi respiración se torna incontrolable, mi piel se eriza pensando en sus manos, mi cuerpo se estremece ante el deseo.
Nada sé de él. Tal vez está tan cerca mío como lo siento siempre: cuando necesito cerciorarme que no camina junto a mí, o cuando le escribo miles de palabras que jamás leerá, o cuando mi mente se enmaraña en esta obsesión.
Aprieto el recuerdo de ese encuentro, extiendo las palabras escritas, escondo los sentimientos dentro de mi corazón. Sólo eso tengo, sólo eso conservo de él. Sensaciones fugaces rondando mi vida. Un momento que no consigo olvidar… o tal vez no quiero olvidar.
Hoy reniego contra aquél recuerdo que se apoderó de mí. Hoy necesito liberarme de esa persona adherida a mi vida y a pesar de ello muy cerca de él estoy ahora mismo, observando y mirando con la impresión de que realmente está a mi lado.
Camino sin prisa para encontrarme con un hombre. Doy vuelta a la esquina expectante por esta reciente relación que debiera rescatarme. Pocos pasos me separan del bar donde veré a esta persona que conocí hace algunos días y ejerce cierta atracción sobre mí. Alguien se topa conmigo, levanto la vista mientras murmuro una disculpa y de pronto el tiempo se detiene en esa mirada, en esos ojos que jamás creí ver nuevamente. Observo más adelante, aquel hombre ya está esperando sentado al lado de la ventana a escasos metros de allí. Regreso a esos ojos que están frente a mí, esos ojos que esperé todos mis días, esos ojos que se llevaron todos mis sentimientos hace tanto tiempo atrás. Le regalo mi sonrisa más valiente mientras él toma mi mano entre la suya y caminamos presurosos en sentido opuesto al bar.
Invierno de 2003
Analía Pascaner
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sábado, 10 de noviembre de 2007
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