Seguir trepando la vida
Cabalgarla
Revolcarnos en ella
Hasta dejarla exhausta
De tanto vivirla
Miguel Angel de Boer
Hubo una terrible una utópica una violenta una esperanzada época en que el mundo parecía abrirse al poder de las flores, al poder de la imaginación, a la libertad y la tolerancia, a la justicia, al Hombre Nuevo que finalmente no caminó bajo las alamedas. Pero entonces parecía posible, parecía que los ideales vencerían la realidad cristalizada, que romperían los antiguos totems de amenazantes deidades vigilantes, vaciarían los cajones y secarían los roperos húmedos.
Se esparcía la sensación de catástrofe feliz, de derrumbamiento necesario, la increíble sensación de que después del terremoto se podría construir una nueva y hermosa ciudad para los hombres.
Estaban los que sabían y los que no sabían. Los que, estando, no estuvieron. Los que nunca se enteraron, los que escuchaban bolero y jamás se dieron cuenta de que el rock volaba las cabezas de sus vecinos, los que leían Corin Tellado y veían telenovelas, esos no tuvieron nada que elegir. Inocentes en su tranquila ignorancia, nadaron a favor de la corriente y todavía siguen en su confortable dormitar.
Los otros, los jóvenes de entonces que escuchaban leían pensaban y discutían, esos llegaron a la bifurcación donde los caminos se separaban.
Hubieron los que con el alma a flor de ojos se dieron a la utopía. Certeros o errados, se dieron a la utopía. A algunos los mataron. Sus cuerpos se perdieron en el mar, el río, la tierra vasta. A otros les fue peor. Cuenta Miguel Angel De Boer que mataron a su joven esposa, a él lo torturaron. Pero los sobrevivientes sobrevivieron; como él, que volvió a pesar de todo a encontrar el amor, se dio a la paternidad, continuó desde donde lo dejaron y desde donde pudo con la labor de denunciar la injusticia, ejercer la poesía, poner todavía y a pesar de todo frágiles maderitas en el engranaje triturante del sistema triunfador. Manalive, hombrevivo con la vida como substancia como centro como humana dignidad de existir agotando la existencia. Me contaba el doctor Miguel Angel que había expuesto como psiquiatra en un congreso, y al otro día estaba haciendo cola para actuar de extra en una película. Maravillosa revancha ésta la de seguir vivo.
Otros que también supieron y sintieron, encontraron razones para construirse una piecita donde masticar la decepción. Oyeron las sirenas en las calles pero cerraron las ventanas, se preservaron con juicio y cordura. ¿Se salvaron? Se instalaron en la prudencia, se acostumbraron al cálculo y aprendieron a cuidarse de las corrientes en invierno, y en los veranos de los golpes de calor. Explican lo inevitable de la derrota, la inutilidad de la lucha, y casi les creemos. Se los ve como atrapados en un eterno fracaso, como cansados para siempre, inmóviles, desganados y desgastados. Capaz que duren hasta los cien años, quizás duren, porque murieron en los setenta.
Los que se dieron a la peligrosa tarea de vivir, los que no se traicionaron y se regalaron y murieron o sobrevivieron son los sobrevivientes. Los otros, esos; esos son los muertos.
Mónica Russomanno
russomannomonica@hotmail.com
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