I
Dos de la mañana,
arrojo el humo entre los dientes,
imploro trascendencia,
en un precario intento de conquistar el silencio.
Déjame tocarte la mano,
besar tu rostro furtivo y profundo,
donde convergen hielo y sangre.
Déjame desvestir el misterio de las sombras,
istmo entre mares,
déjame darte a beber luz infinita,
sin dejar de ver el contorno de tu mano.
Dos de la mañana y un minuto.
No brota humo de mi boca,
el silencio sigue intacto,
gesto fundador de la madrugada.
II
Camino,
como si a cada paso
hiciera mío un trozo de tierra.
Como si a cada paso,
me habitara la nostalgia celeste
de las piedras del camino.
Con rumbo cualquiera,
sin siquiera la vocación
de encontrar el abismo,
envuelto en silencio
me crecen los sueños de la vida.
Vivo,
repitiendo el ritmo,
un compás de palabras,
pétalo arrojado al viento.
Camino,
con un corazón en el pecho,
en lugar de piedra,
que no late,
entona,
una canción que no conoce.
III
Sujeto tu dorso,
aprieto entre los dedos
tu carne contenida,
la curva de tus pechos.
Dices viaja,
y mis manos navegan tu cuerpo.
Eres real,
como la luz del sol en junio,
todo un canto.
Me cuesta fingir sorpresa ante el nacer de los celos,
y somos dos,
como la piel y la sangre.
Te tomo entre las manos,
desafío el enredo de gemidos
en las últimas horas de primavera,
del fulgor estremecido.
Escribimos nuestra historia por las tardes,
cuando la luz ensaya versos
en las paredes de mi cuarto.
IV
Desenredo en verso tu sexo,
navego el rastro cómplice de los dedos,
hueles a sal, a ola recién nacida,
con la cadencia de canto nuevo.
Me ancla
la poesía geométrica de tu cuerpo.
León Cartagena
Los Mochis, México
revistabarco@gmail.com
domingo, 7 de octubre de 2007
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