Por Leopoldo Brizuela
Coincidan o no con hechos reales, los dos mitos que circulan sobre el origen de Gardel resultan sumamente reveladores de las dos naciones que los concibieron: Argentina y Uruguay. Francia, curiosamente, jamás reivindicó ser la cuna de este artista infinitamente superior a cualquier cantante popular francés, incluida la notable Edith Piaf, ni mucho menos haber tenido sobre su formación algún tipo de influencia. El primer mito, el argentino, habla de un Charles Gardes nacido en Toulose en 1890, hijo de una madre soltera que, huyendo de la reprobación social, llega a Buenos Aires. Una vez instalada en el Abasto, doña Berta, gracias a un incansable trabajo como planchadora y lavandera de casas ricas y teatros (donde su hijo concibe el amor por la música, atisbando divos entre bambalinas), habría conseguido dar a Charles una educación básica y abrirle un futuro que él enriqueciera gracias a su milagroso talento musical. Como se ve, este primer mito -que el mismo Gardel fomentaba, menos con afirmaciones que sugerencias- dibuja una "santa madrecita" y un "santo varón" en los mismos términos de los tangos que él cantaría; pero, además, coincide punto por punto con el relato que, hasta hoy, miles de descendientes de inmigrantes hacen de su historia familiar. Se trata de una fábula cuya doble y machacona moraleja sostiene, por un lado, la esencial bondad del ídolo, y por otro, curiosamente, su carácter de "argentino típico".
El mito uruguayo, como suele suceder, resulta menos verosímil pero infinitamente más parecido a la vida real, y digno, no ya de un fabulista, sino de un William Faulkner. Para los "uruguayistas", Carlos sería el hijo no reconocido del coronel Carlos Escayola, un sangriento caudillo de Tacuarembó que, en vida de su primera esposa, se vuelve amante de la hermana menor de ésta. Cuando Escayola enviuda, se casa con la segunda hermana, lo que no impide que deje embarazada a una tercera, de sólo quince años, a la que manda a parir en una especie de campo de concentración, perdido en alguna de sus vastas estancias en la frontera de Río Grande. Cuando el niño nace en 1885, para evitar el escándalo, Escayola lo entrega a Berthe Gardes, una prostituta llegada de Toulouse a ofrecerse a los hombres de la Compañía Francesa del Oro; paga suculenta mediante, Berthe trae al niño a Buenos Aires después de una larga estada en Montevideo. A los vaivenes de este trato entre la prostituta francesa y esta especie de Barbazul tacuaremboense, que sólo muy irregularmente manda a Berthe el dinero prometido, se habría debido la infelicidad indecible de la niñez de Carlos, sus ausencias largísimas e inexplicables, sus tempranos roces con el hampa y la prostitución y la frecuentación de comités conservadores: centros de corrupción política -pero también, por lo menos, de reuniones en que la música es protagonista, donde Carlos se deslumbra oyendo a los últimos payadores criollos, y donde canta regularmente ya a los doce años. Como se ve, si para los argentinos la prodigiosa voz de Carlos Gardel demuestra cómo todo un pueblo consiguió cerrar su herida; para los uruguayos ese canto es expresión de una herida soterrada y abierta para siempre, llanto de un "hijo de todos" que quedó esencialmente fuera del sistema social.
Algo notable en lamayoría de los biógrafos es que mucho antes de ponerse a escribir, parecen haber creído en uno u otro mito, y se resisten a considerar las pruebas que desmienten esa primera "covicción intuitiva". Pero lo cierto es que las dos líneas se enrolan intelectuales de igual seriedad y talento, y es difícil, para quien quiera mantener cierta objetividad, decidirse por una u otra hipótesis. Lo que verdaderamente asombra es que casi todos soslayen el cuidado, típico de todos los hijos naturales, con que el propio Gardel se aplicó desde niño a dar pistas falsas sobre su origen -nombres de padres inventados, varios lugares y fechas de nacimiento, etc.-, en lo que parece un desesperado intento por evitar la vergûenza y el destierro a ese último escalafón social que en nuestra sociedad es nombrado por la peor injuria: el hijo de puta.los biógrafos se pierden en bosques de falsedad, pero nunca están dispuestos a admitir que su propio ídolo los descaminó. "Queda mucho por pensar sobre el modo en que la humillación forja a los seres humanos y al arte de todas las épocas", dijo Ingmar Bergman; podríamos empezar por sugerir que, evidentemente, esa huella de la humillación en la obra de Gardel fue lo que lo ligó, a lo largo de los años, con legiones de "humillados y ofendidos".
Leopoldo Brizuela
De "Los tres misterios de Gardel"
(Fuente: Revista "Ñ", Nº 90, 18.06.2005)
Coincidan o no con hechos reales, los dos mitos que circulan sobre el origen de Gardel resultan sumamente reveladores de las dos naciones que los concibieron: Argentina y Uruguay. Francia, curiosamente, jamás reivindicó ser la cuna de este artista infinitamente superior a cualquier cantante popular francés, incluida la notable Edith Piaf, ni mucho menos haber tenido sobre su formación algún tipo de influencia. El primer mito, el argentino, habla de un Charles Gardes nacido en Toulose en 1890, hijo de una madre soltera que, huyendo de la reprobación social, llega a Buenos Aires. Una vez instalada en el Abasto, doña Berta, gracias a un incansable trabajo como planchadora y lavandera de casas ricas y teatros (donde su hijo concibe el amor por la música, atisbando divos entre bambalinas), habría conseguido dar a Charles una educación básica y abrirle un futuro que él enriqueciera gracias a su milagroso talento musical. Como se ve, este primer mito -que el mismo Gardel fomentaba, menos con afirmaciones que sugerencias- dibuja una "santa madrecita" y un "santo varón" en los mismos términos de los tangos que él cantaría; pero, además, coincide punto por punto con el relato que, hasta hoy, miles de descendientes de inmigrantes hacen de su historia familiar. Se trata de una fábula cuya doble y machacona moraleja sostiene, por un lado, la esencial bondad del ídolo, y por otro, curiosamente, su carácter de "argentino típico".
El mito uruguayo, como suele suceder, resulta menos verosímil pero infinitamente más parecido a la vida real, y digno, no ya de un fabulista, sino de un William Faulkner. Para los "uruguayistas", Carlos sería el hijo no reconocido del coronel Carlos Escayola, un sangriento caudillo de Tacuarembó que, en vida de su primera esposa, se vuelve amante de la hermana menor de ésta. Cuando Escayola enviuda, se casa con la segunda hermana, lo que no impide que deje embarazada a una tercera, de sólo quince años, a la que manda a parir en una especie de campo de concentración, perdido en alguna de sus vastas estancias en la frontera de Río Grande. Cuando el niño nace en 1885, para evitar el escándalo, Escayola lo entrega a Berthe Gardes, una prostituta llegada de Toulouse a ofrecerse a los hombres de la Compañía Francesa del Oro; paga suculenta mediante, Berthe trae al niño a Buenos Aires después de una larga estada en Montevideo. A los vaivenes de este trato entre la prostituta francesa y esta especie de Barbazul tacuaremboense, que sólo muy irregularmente manda a Berthe el dinero prometido, se habría debido la infelicidad indecible de la niñez de Carlos, sus ausencias largísimas e inexplicables, sus tempranos roces con el hampa y la prostitución y la frecuentación de comités conservadores: centros de corrupción política -pero también, por lo menos, de reuniones en que la música es protagonista, donde Carlos se deslumbra oyendo a los últimos payadores criollos, y donde canta regularmente ya a los doce años. Como se ve, si para los argentinos la prodigiosa voz de Carlos Gardel demuestra cómo todo un pueblo consiguió cerrar su herida; para los uruguayos ese canto es expresión de una herida soterrada y abierta para siempre, llanto de un "hijo de todos" que quedó esencialmente fuera del sistema social.
Algo notable en lamayoría de los biógrafos es que mucho antes de ponerse a escribir, parecen haber creído en uno u otro mito, y se resisten a considerar las pruebas que desmienten esa primera "covicción intuitiva". Pero lo cierto es que las dos líneas se enrolan intelectuales de igual seriedad y talento, y es difícil, para quien quiera mantener cierta objetividad, decidirse por una u otra hipótesis. Lo que verdaderamente asombra es que casi todos soslayen el cuidado, típico de todos los hijos naturales, con que el propio Gardel se aplicó desde niño a dar pistas falsas sobre su origen -nombres de padres inventados, varios lugares y fechas de nacimiento, etc.-, en lo que parece un desesperado intento por evitar la vergûenza y el destierro a ese último escalafón social que en nuestra sociedad es nombrado por la peor injuria: el hijo de puta.los biógrafos se pierden en bosques de falsedad, pero nunca están dispuestos a admitir que su propio ídolo los descaminó. "Queda mucho por pensar sobre el modo en que la humillación forja a los seres humanos y al arte de todas las épocas", dijo Ingmar Bergman; podríamos empezar por sugerir que, evidentemente, esa huella de la humillación en la obra de Gardel fue lo que lo ligó, a lo largo de los años, con legiones de "humillados y ofendidos".
Leopoldo Brizuela
De "Los tres misterios de Gardel"
(Fuente: Revista "Ñ", Nº 90, 18.06.2005)
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