EN SU NUEVO LIBRO, FANTASMAS EN EL PARQUE, LA INCONFUNDIBLE MARÍA ELENA WALSH MEZCLA NOVELA, AUTOBIOGRAFÍA Y LOS MÁS DIVERSOS MATERIALES PARA DAR FORMA A UN TEXTO EN QUE SE IMPONE LA VITALIDAD DE UNA MIRADA SIN NOSTALGIAS DEL PASADO.
Fantasmas en el parque
Por María Elena Walsh
Alfaguara/258 páginas/$ 39
Los fantasmas han gozado siempre de un prestigio literario bien ganado. En los textos de habla inglesa, por ejemplo, han sido protagonistas ilustres; Hamlet o El fantasma de Canterville pueden dar testimonio de ello.
A los argentinos, los fantasmas de verdad y los de ficción nos vienen persiguiendo desde la época de la colonia y convivimos con ellos con suerte diversa. No es extraño entonces que María Elena Walsh haya elegido, para continuar su anterior novela autobiográfica, Novios de antaño (1990), a estos personajes tan elusivos como constantes. Fantasmas en el parque se llama, entonces, esta nueva incursión de una de las más importantes escritoras argentinas contemporáneas en el terreno de la ficción-no ficción.
No se trata esta vez de las experiencias, verdaderas o fabuladas, de la niña y la adolescente que fue María Elena ni hay un sencillo ordenamiento cronológico como para ir ubicándose en la trama de esta "mezcla originalísima de novela y autobiografía", como acierta en definir el texto de contratapa. Aquí los fantasmas mandan, y se va o se viene al compás de los recuerdos y la cronología se vuelve un poco loca, pero está todo bien, como dicen ahora los chicos jóvenes.
Organizado en cuatro partes (las tres primeras están a su vez divididas en seis capítulos, y la última es, prácticamente, un epílogo), el libro se abre y se cierra con los rituales de la muerte, pero en un ámbito aparentemente inesperado: ese solárium en que se ha convertido el parque Las Heras ("solárium poco festivo, ocupado por una muchedumbre que se borró el pasado y no percibe los fantasmas") y al que Walsh va a volver una y otra vez, sola o acompañada por un reducido grupo de amigos recientes, paseantes ellos también, lo cual le permite ir escandiendo las entradas y salidas de su propio pasado con comentarios sobre la actualidad argentina.
El parque Las Heras ha sido escenario real de los paseos de la escritora, pero, también y hasta mediados del siglo pasado, fue sede de la Penitenciaría Nacional. Y aunque ya no quede de ella ni un ladrillo para mostrar, toda su historia de presos (políticos y de los otros), de fugas y quizá de fusilamientos brota ahora entre los lapachos rosados y los palos borrachos, la escuelita de fútbol y un mástil sin bandera. Este es el lugar mítico elegido para convocar a los fantasmas: al sol y entre paseadores de perros y vendedores ambulantes.
Textos de agenda (teleagenda, también), relatos de sueños o de viajes, noticias del diario, citas más o menos extensas de autores amados: todos son materiales nobles para ir armando un texto prodigioso, donde ni los temas de la vejez, la enfermedad o la muerte pueden contra la vitalidad que da recordar sin nostalgias. Y aunque la autora diga de sí misma que "no soy optimista, soy más bien apocalíptica", el humor y el amor pueden más ("Señora se ofrece para medir endecasílabos. También versos de otros metros. Va a domicilio"), porque "lo que se necesita es intercambiar afecto y respeto".
La obra de Walsh ha abarcado desde siempre temas y géneros muy distintos: poesía ( Otoño imperdonabl e fue su primer libro de poemas, a los 17 años, celebrado por Neruda y Juan Ramón Jiménez); canciones, cuentos y poemas para chicos; canciones para adultos; textos periodísticos de crítica política, o la novela Novios de antaño. Aquí Fantasmas en el parque participa de manera expresa o sutil de todas estas vertientes. Por ejemplo, un caracol "se desliza seguro y orondo" ante el respeto de los paseantes, y las cotorritas invaden la mañana y los árboles, como los gatos invaden los sueños. Quisquillosa e implacable, Walsh arremete ya sea contra los baños públicos, ya sea contra un mundo donde la vida es una mutitudinaria botonera, "con controles remotos, teclados, consolas, telefonitos para enanos, camaritas multifunción", que sólo podrá ser dominada por los niños, "con dedos pequeños y ojos sanos".
Pero también hay tiempo para dar un largo paseo por ciertas calles de la ciudad en "Buenos Aires, 1948": Florida (Borges citaba en la Richmond de Florida), Santa Fe y Callao ("en un discreto departamento tapiado de libros, Helena Muñoz Larreta de Mallea me invitaba a compartir el almuerzo dominical, con su marido socarrón y el muy risueño poeta Francisco Luis Bernárdez"), Posadas (donde estaba la casa de los Bioy), o el barrio de Caballito (domicilio de poetas como Conrado Nalé Roxlo). Silvina Ocampo, el fotógrafo Pepe Fernández (el mismo de "Zamba para Pepe"), María Herminia Avellaneda, Celeste Albaret, París, Punta del Este, Juan Ramón Jiménez, el humo del cigarrillo o un quirófano pueden ser, también, disparadores de la memoria.
Muy leída, muy amada por su público (muy envidiada, también: "A mí me había tocado una envidiable porción de fama que me ganó amigos permanentes y algunos rivales oblicuos y ponzoñosos"), la aparición de Fantasmas en el parque viene a culminar un "año Walsh": a la edición, por primera vez en forma de libro, de Canciones para mirar y Doña Disparate y Bambuco , se sumó también en estos días el estreno en el teatro Tabarís de Varieté para María Elena , el espectáculo musical, creación de Gerardo Sofovich, inspirado en "El viejo varieté". Otra vez, Walsh ha sorprendido con una vuelta de tuerca a los argentinos: su voz inconfundible, que tantas veces supo expresar lo que casi nadie se atrevía, vuelve para entregarle a esa "exigua tribu de los lectores de libros" una flor nueva que crece, misteriosa y perfecta, en medio de un parque ciudadano y sobre los restos de una cárcel.
Por Graciela Melgarejo
Fuente: ADN Cultura
Más información: http://www.lanacion.com/
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