DEFENSA CERRADA
de Petros Márkaris
(Tusquets Editores, Buenos Aires, 2008, 414 páginas)
Por Germán Cáceres
En esta novela negra de Petros Márkaris (Estambul, 1937), en la que interviene nuevamente Kostar Jaritos, a cargo del Departamento de Homicidios de la Jefatura de Policía de Atenas, lo que importa es el perfil del personaje y del entorno social en que se mueve.
Según el texto del autor, Atenas —donde reside— es una ciudad que funciona mal: el tránsito es un infierno, la basura se ha erigido en una presencia permanente más allá de las frecuentes huelgas, los hospitales están colapsados, hay manifestantes que cortan las carreteras y portan pancartas, pululan las emisiones contaminantes y los ciudadanos se pelean en la cola para subir al autobús.
Es interesante la ironía y el humor ácido que emplea Jaritos para comentar estas molestas circunstancias de la vida cotidiana: “llego a una colina (…) no se trata de una colina, sino de una montaña de bolsas, cajas de verduras, cartones de pizzas, huesos roídos por los perros, espinas relamidas por los gatos y envases plateados de comida a domicilio”/ “mientras en los parques, bajo las estatuas, duermen inmigrantes ilegales, yonquis, o ambas cosas a la vez”/ “Los economistas inútiles acaban siendo contables; los abogados inútiles, diputados”. O como opina su esposa Adrianí” acerca de los políticos, “Ni siquiera son capaces de construir una buena red de alcantarillado. Sólo se dedican a buscar votos”. Un camionero, ante el caótico embotellamiento de una autopista, despotrica: “¡Qué país, éste!”.
La trama que urde Márkaris es complicada e ingeniosa porque suma crímenes a medida que avanza la narración: de un desconocido en una isla del Mediterráneo, de un empresario que posee un restaurante de lujo y dos club nocturnos atenienses, de su ex esposa de la que estaba separado hacía quince años y, por último, de una prostituta que trabajaba en uno de los clubes. En principio, ninguno de los asesinatos está relacionado, pero la inteligencia de Jaritos logra desentrañar una compleja red de lavado de dinero, negocios sucios en el fútbol de tercera división y corrupción de políticos y de funcionarios (incluso la policía ateniense no duda en torturar para esclarecer casos). Ello le permite al relato acumular datos y abrirse en numerosas direcciones.
Pero lo más cautivante de la novela es la personalidad del teniente Kostas Jaritos. Son antológicas las discusiones que mantiene con el “bloque formado” por su esposa y su hija Katarina, que rozan la comedia de costumbres, así como su sarcasmo (“Lo malo del matrimonio es que empieza bien y termina mal, aunque el síntoma es siempre el mismo: al principio la taquicardia del primer encuentro con la mujer de tus sueños y al final la taquicardia de la vida diaria con la mujer de tus pesadillas.”). Además, Jaritos, de salud endeble, se ha convertido en un tipo intolerante, gruñón y malhumorado.
Aunque el teniente ostenta, ante todo, una honestidad intachable, exhibe modales toscos y un estilo de interrogación agresivo, propio de la prepotencia policial. Y es sumamente reaccionario y está a favor de la Junta Militar que tiranizó su país (“Un poli sin prejuicios no es poli ni es nada”, apunta).
Con Defensa cerrada vuelve a confirmarse una constante conocida: la novela policial es una llave maestra para adentrarse en la problemática de nuestro tiempo.
Germán Cáceres
de Petros Márkaris
(Tusquets Editores, Buenos Aires, 2008, 414 páginas)
Por Germán Cáceres
En esta novela negra de Petros Márkaris (Estambul, 1937), en la que interviene nuevamente Kostar Jaritos, a cargo del Departamento de Homicidios de la Jefatura de Policía de Atenas, lo que importa es el perfil del personaje y del entorno social en que se mueve.
Según el texto del autor, Atenas —donde reside— es una ciudad que funciona mal: el tránsito es un infierno, la basura se ha erigido en una presencia permanente más allá de las frecuentes huelgas, los hospitales están colapsados, hay manifestantes que cortan las carreteras y portan pancartas, pululan las emisiones contaminantes y los ciudadanos se pelean en la cola para subir al autobús.
Es interesante la ironía y el humor ácido que emplea Jaritos para comentar estas molestas circunstancias de la vida cotidiana: “llego a una colina (…) no se trata de una colina, sino de una montaña de bolsas, cajas de verduras, cartones de pizzas, huesos roídos por los perros, espinas relamidas por los gatos y envases plateados de comida a domicilio”/ “mientras en los parques, bajo las estatuas, duermen inmigrantes ilegales, yonquis, o ambas cosas a la vez”/ “Los economistas inútiles acaban siendo contables; los abogados inútiles, diputados”. O como opina su esposa Adrianí” acerca de los políticos, “Ni siquiera son capaces de construir una buena red de alcantarillado. Sólo se dedican a buscar votos”. Un camionero, ante el caótico embotellamiento de una autopista, despotrica: “¡Qué país, éste!”.
La trama que urde Márkaris es complicada e ingeniosa porque suma crímenes a medida que avanza la narración: de un desconocido en una isla del Mediterráneo, de un empresario que posee un restaurante de lujo y dos club nocturnos atenienses, de su ex esposa de la que estaba separado hacía quince años y, por último, de una prostituta que trabajaba en uno de los clubes. En principio, ninguno de los asesinatos está relacionado, pero la inteligencia de Jaritos logra desentrañar una compleja red de lavado de dinero, negocios sucios en el fútbol de tercera división y corrupción de políticos y de funcionarios (incluso la policía ateniense no duda en torturar para esclarecer casos). Ello le permite al relato acumular datos y abrirse en numerosas direcciones.
Pero lo más cautivante de la novela es la personalidad del teniente Kostas Jaritos. Son antológicas las discusiones que mantiene con el “bloque formado” por su esposa y su hija Katarina, que rozan la comedia de costumbres, así como su sarcasmo (“Lo malo del matrimonio es que empieza bien y termina mal, aunque el síntoma es siempre el mismo: al principio la taquicardia del primer encuentro con la mujer de tus sueños y al final la taquicardia de la vida diaria con la mujer de tus pesadillas.”). Además, Jaritos, de salud endeble, se ha convertido en un tipo intolerante, gruñón y malhumorado.
Aunque el teniente ostenta, ante todo, una honestidad intachable, exhibe modales toscos y un estilo de interrogación agresivo, propio de la prepotencia policial. Y es sumamente reaccionario y está a favor de la Junta Militar que tiranizó su país (“Un poli sin prejuicios no es poli ni es nada”, apunta).
Con Defensa cerrada vuelve a confirmarse una constante conocida: la novela policial es una llave maestra para adentrarse en la problemática de nuestro tiempo.
Germán Cáceres
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