“Todo es hoja.”
Goethe
Los árboles no sólo son hermosos.
También son necesarios.
Cuando empezó la vida,
en los orígenes del tiempo, cuando tanto nacía,
bajo la atmósfera recién inaugurada
que permitía dar comienzo a la existencia,
capaz de inaugurarla,
¿fue primero lo verde o lo animal?
Sin verde no hay futuro.
Ni presente posible.
Los árboles no sólo son hermosos.
El hombre que no se emociona al percibirlo
directamente no sabe percibir qué es la belleza.
El hombre que no alcanza a ver un árbol
en todo su esplendor, cimbreándose en el viento,
colmo de su belleza,
el hombre que no alcanza a ver un árbol,
está ciego, está sordo, está mudo.
Porque los árboles no sólo son hermosos.
Cada uno es hermoso.
Cada árbol que crece en libertad,
desarrollándose,
desarrollando contra el cielo
digna y serena, majestuosamente,
todo el milagro que había encerrado en su semilla
Nuestra Señora la Naturaleza,
llega a su propio ser, lo logra, cada árbol
bello, entero, feliz,
se logra,
despliega esplendorosamente fondo y forma,
es un canto en el aire,
se convierte en un ser vivo tan vivo
como cualquiera de las otras bellas formas vivas
que todavía son nuestro universo.
(Porque no hay sólo una Belleza,
Cada uno, en el concierto de la vida,
debe esforzarse por alcanzar la suya,
su belleza.
Y cada árbol es hermoso, tiene su propia forma
de ser bello, a su manera, única, suya.)
Los árboles no sólo son hermosos.
Carl Sagan dijo que si seguimos hacia muy atrás
en la cadena que dio origen a la vida
--toda la vida--
veremos que por ejemplo ese olmo y yo somos hermanos.
No hay diferencia interna entre nosotros.
Desde la misma célula,
en el meollo mismo de los tiempos,
algo (que en el fondo es lo mismo)
decidió hacerse árbol, hombre o animal,
y cada uno tiene su lugar en la armonía del cosmos.
Los árboles no sólo son hermosos.
También son necesarios.
Como el Pobre de Asís, aquel Francisco santo
que aprendió a amar en los pobres la riqueza de un dios,
y que llamó Hermano al lobo, al sol y hasta a la luna,
bien podemos decir humildemente, sabiamente:
gracias, Hermano Árbol.
Porque los árboles no sólo son hermosos.
Sin ellos no hay oxígeno, no hay vida.
Sin ellos, sin el milagro de sus hojas,
sin el milagro de la fotosíntesis
que hace aire de la luz,
sin la savia jovial, sin la maravillosa clorofila,
sin la vida que derrochan a baldes como nos han regalado su belleza,
sin ese pulmón del mundo que es un bosque,
sin los bosques del mundo,
no hay vida posible, no hay mundo, no hay futuro.
Los árboles no sólo son hermosos.
También son necesarios.
Gracias, Hermano Árbol. Muchas gracias.
Si te cuido me cuido.
Si te amo me honro.
Si me reflejo en tu belleza
porque aún soy capaz de percibirla,
si vivo por el aliento de tus hojas,
hasta mi último suspiro tendría que decirte
--inclusive por ese último suspiro
que tú vuelves posible--:
gracias, Hermano Árbol.
Apenas, nada menos.
Gracias, Hermano Árbol.
Gracias por existir,
por darnos existencia.
Gracias.
Enviado para compartir por María Gabriela Abeal
Goethe
Los árboles no sólo son hermosos.
También son necesarios.
Cuando empezó la vida,
en los orígenes del tiempo, cuando tanto nacía,
bajo la atmósfera recién inaugurada
que permitía dar comienzo a la existencia,
capaz de inaugurarla,
¿fue primero lo verde o lo animal?
Sin verde no hay futuro.
Ni presente posible.
Los árboles no sólo son hermosos.
El hombre que no se emociona al percibirlo
directamente no sabe percibir qué es la belleza.
El hombre que no alcanza a ver un árbol
en todo su esplendor, cimbreándose en el viento,
colmo de su belleza,
el hombre que no alcanza a ver un árbol,
está ciego, está sordo, está mudo.
Porque los árboles no sólo son hermosos.
Cada uno es hermoso.
Cada árbol que crece en libertad,
desarrollándose,
desarrollando contra el cielo
digna y serena, majestuosamente,
todo el milagro que había encerrado en su semilla
Nuestra Señora la Naturaleza,
llega a su propio ser, lo logra, cada árbol
bello, entero, feliz,
se logra,
despliega esplendorosamente fondo y forma,
es un canto en el aire,
se convierte en un ser vivo tan vivo
como cualquiera de las otras bellas formas vivas
que todavía son nuestro universo.
(Porque no hay sólo una Belleza,
Cada uno, en el concierto de la vida,
debe esforzarse por alcanzar la suya,
su belleza.
Y cada árbol es hermoso, tiene su propia forma
de ser bello, a su manera, única, suya.)
Los árboles no sólo son hermosos.
Carl Sagan dijo que si seguimos hacia muy atrás
en la cadena que dio origen a la vida
--toda la vida--
veremos que por ejemplo ese olmo y yo somos hermanos.
No hay diferencia interna entre nosotros.
Desde la misma célula,
en el meollo mismo de los tiempos,
algo (que en el fondo es lo mismo)
decidió hacerse árbol, hombre o animal,
y cada uno tiene su lugar en la armonía del cosmos.
Los árboles no sólo son hermosos.
También son necesarios.
Como el Pobre de Asís, aquel Francisco santo
que aprendió a amar en los pobres la riqueza de un dios,
y que llamó Hermano al lobo, al sol y hasta a la luna,
bien podemos decir humildemente, sabiamente:
gracias, Hermano Árbol.
Porque los árboles no sólo son hermosos.
Sin ellos no hay oxígeno, no hay vida.
Sin ellos, sin el milagro de sus hojas,
sin el milagro de la fotosíntesis
que hace aire de la luz,
sin la savia jovial, sin la maravillosa clorofila,
sin la vida que derrochan a baldes como nos han regalado su belleza,
sin ese pulmón del mundo que es un bosque,
sin los bosques del mundo,
no hay vida posible, no hay mundo, no hay futuro.
Los árboles no sólo son hermosos.
También son necesarios.
Gracias, Hermano Árbol. Muchas gracias.
Si te cuido me cuido.
Si te amo me honro.
Si me reflejo en tu belleza
porque aún soy capaz de percibirla,
si vivo por el aliento de tus hojas,
hasta mi último suspiro tendría que decirte
--inclusive por ese último suspiro
que tú vuelves posible--:
gracias, Hermano Árbol.
Apenas, nada menos.
Gracias, Hermano Árbol.
Gracias por existir,
por darnos existencia.
Gracias.
Enviado para compartir por María Gabriela Abeal
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