CAMINITO DE BUENOS AIRES
La vida, a veces, es un largo ovillo. Se tira del hilo y empiezan a crecerle a uno kilómetros en los pies. Y yo tiré del hilo en México cuando conocí a la poeta argentina Ana Guillot, que me invitó a ir a Buenos Aires, y a vueltas con ese emprendimiento ando. Luego viajará Ana con su marido aquí a Galicia, como ambos visitamos en su día al poeta mexicano Roberto Resendiz, o como Roberto me visitó a mí, y así, poco a poco, iremos aboliendo fronteras aunque sólo sea con el corazón, el pensamiento y algún que otro pasaje aéreo.
Hay caminos, que al contrario de cómo dice el tango, nunca borra el tiempo. Caminitos que antes eran de agua y ahora de viento, que se hacen en barco o en avión, pero que en realidad se recorren con los zapatos de los sueños. Caminos que, a veces, carecen de vuelta atrás, como el de la emigración.
A un mes y medio vista de tomar el avión e iniciar una nueva aventura poética, un nuevo viaje transoceánico, intento imaginar la estampa del tío abuelo Emilio, al que nunca conocí, maleta en mano, subiendo al barco en algún puerto de Galicia. La estela de las olas construyendo palacios de espuma blanca en su imaginación a medida que iba dejando atrás a los seres más queridos. Y una tonelada de lágrimas arrojada por la borda que, como las de muchos otros emigrantes, ayudan a engordar el océano pero también a reducir la distancia entre los pueblos y naciones.
Después, los avatares de su llegada a un país extraño. La feroz lucha por la supervivencia tratando de hacerse un hueco en el nuevo mundo. La trágica muerte, una verdadera sátira del destino, atropellado por un tranvía, el mismo día en que se dirigía al encuentro de un hermano que llegaba de España para ayudarle en su negocio, hermano al que siguieron, nada más y nada menos, que otros cinco hermanos. En total siete, de un total de dieciséis hijos que tuvieron mis bisabuelos, si la memoria de quienes lo recuerdan no se equivoca. Y no emigraron más porque algunos no llegaron a vivir lo suficiente para cruzar el charco.
Un paisaje que todavía sigue existiendo en el mundo aunque ahora los emigrantes hagan el camino inverso o vengan a España desde África en patera y no en aquel “paquebote esmaltado que cosía con líneas de humo ágiles cuadros sin marco”, recordando los versos del poeta vanguardista gallego Manuel Antonio, también familia.
Cuando era un niño, Argentina me olía a piel, a cuero curtido, a la piel de la cartera escolar que a mis hermanos y a mí nos enviaban los parientes y que, orgullosos como si de un trofeo se tratara, mostrábamos a todos en el colegio. Sonaba a aquel: ¡Hala, váyanse a joder por ahí! con el que nos obsequiaban en sus visitas, y que yo siempre entendí como una manera cortés de desearnos lo mejor, pero que levantaba ampollas entre el beaterío familiar reducidas las palabras al significado literal en castellano, teniendo en cuenta que no pasábamos de los quince años.
Veía Argentina a través de las letras, las de las cartas que intercambiaba con una prima de mi edad, María Martoccia, hoy novelista en auge a quien los diarios La Nación y Clarín han tratado con muy buena tinta.
Argentina también me sabía a fútbol, a las tardes de gloria del primo Eliseo Mouriño, jugador de Boca Juniors y de la selección en la década de los cincuenta, y cuyo recuerdo mantenía vivo mi madre en todos nosotros, cuando nos mostraba una revista en la que salía un reportaje del entierro multitudinario, cuando murió, víctima de un accidente aéreo.
Tal vez por todos esos detalles, desde siempre supe que algún día iría a Buenos Aires y recorrería sus calles, hasta pelarle el corazón y sentir así los latidos del tango erizando mi piel al más puro estilo Gardel.
Y ese momento creo que ha llegado.
El próximo día 4 de mayo parto desde la ciudad portuguesa de Oporto para Buenos Aires y permaneceré allí hasta el día 25 de mayo. Algunos amigos poetas se están volcando conmigo para que pueda disfrutar de una cumplida agenda de recitales y participación en cafés literarios, de la que daré una información detallada en cuanto la tenga cerrada. Espero contar también con el apoyo de toda la colectividad gallega.
Es la hora de ponerle rostro a mucha gente y definir los rasgos de un montón de siluetas borrosas que hasta ahora vivían en el parcial anonimato que proporciona una dirección de correo electrónico, una lista literaria o un Messenger sin foto; es la hora de estrecharle la mano a un montón de amigos poetas argentinos o de disculparse personalmente ante los que se consideren enemigos, porque sin duda soy culpable de esa distancia; es la hora de reencontrarme con la familia y dar un paso más en este difícil oficio de transformar la realidad en sueño o los sueños en realidad, que tal vez diría Borges, si es que no lo dijo.
Marzo 2008©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España
http://www.eltallerdelpoeta.com/
La vida, a veces, es un largo ovillo. Se tira del hilo y empiezan a crecerle a uno kilómetros en los pies. Y yo tiré del hilo en México cuando conocí a la poeta argentina Ana Guillot, que me invitó a ir a Buenos Aires, y a vueltas con ese emprendimiento ando. Luego viajará Ana con su marido aquí a Galicia, como ambos visitamos en su día al poeta mexicano Roberto Resendiz, o como Roberto me visitó a mí, y así, poco a poco, iremos aboliendo fronteras aunque sólo sea con el corazón, el pensamiento y algún que otro pasaje aéreo.
Hay caminos, que al contrario de cómo dice el tango, nunca borra el tiempo. Caminitos que antes eran de agua y ahora de viento, que se hacen en barco o en avión, pero que en realidad se recorren con los zapatos de los sueños. Caminos que, a veces, carecen de vuelta atrás, como el de la emigración.
A un mes y medio vista de tomar el avión e iniciar una nueva aventura poética, un nuevo viaje transoceánico, intento imaginar la estampa del tío abuelo Emilio, al que nunca conocí, maleta en mano, subiendo al barco en algún puerto de Galicia. La estela de las olas construyendo palacios de espuma blanca en su imaginación a medida que iba dejando atrás a los seres más queridos. Y una tonelada de lágrimas arrojada por la borda que, como las de muchos otros emigrantes, ayudan a engordar el océano pero también a reducir la distancia entre los pueblos y naciones.
Después, los avatares de su llegada a un país extraño. La feroz lucha por la supervivencia tratando de hacerse un hueco en el nuevo mundo. La trágica muerte, una verdadera sátira del destino, atropellado por un tranvía, el mismo día en que se dirigía al encuentro de un hermano que llegaba de España para ayudarle en su negocio, hermano al que siguieron, nada más y nada menos, que otros cinco hermanos. En total siete, de un total de dieciséis hijos que tuvieron mis bisabuelos, si la memoria de quienes lo recuerdan no se equivoca. Y no emigraron más porque algunos no llegaron a vivir lo suficiente para cruzar el charco.
Un paisaje que todavía sigue existiendo en el mundo aunque ahora los emigrantes hagan el camino inverso o vengan a España desde África en patera y no en aquel “paquebote esmaltado que cosía con líneas de humo ágiles cuadros sin marco”, recordando los versos del poeta vanguardista gallego Manuel Antonio, también familia.
Cuando era un niño, Argentina me olía a piel, a cuero curtido, a la piel de la cartera escolar que a mis hermanos y a mí nos enviaban los parientes y que, orgullosos como si de un trofeo se tratara, mostrábamos a todos en el colegio. Sonaba a aquel: ¡Hala, váyanse a joder por ahí! con el que nos obsequiaban en sus visitas, y que yo siempre entendí como una manera cortés de desearnos lo mejor, pero que levantaba ampollas entre el beaterío familiar reducidas las palabras al significado literal en castellano, teniendo en cuenta que no pasábamos de los quince años.
Veía Argentina a través de las letras, las de las cartas que intercambiaba con una prima de mi edad, María Martoccia, hoy novelista en auge a quien los diarios La Nación y Clarín han tratado con muy buena tinta.
Argentina también me sabía a fútbol, a las tardes de gloria del primo Eliseo Mouriño, jugador de Boca Juniors y de la selección en la década de los cincuenta, y cuyo recuerdo mantenía vivo mi madre en todos nosotros, cuando nos mostraba una revista en la que salía un reportaje del entierro multitudinario, cuando murió, víctima de un accidente aéreo.
Tal vez por todos esos detalles, desde siempre supe que algún día iría a Buenos Aires y recorrería sus calles, hasta pelarle el corazón y sentir así los latidos del tango erizando mi piel al más puro estilo Gardel.
Y ese momento creo que ha llegado.
El próximo día 4 de mayo parto desde la ciudad portuguesa de Oporto para Buenos Aires y permaneceré allí hasta el día 25 de mayo. Algunos amigos poetas se están volcando conmigo para que pueda disfrutar de una cumplida agenda de recitales y participación en cafés literarios, de la que daré una información detallada en cuanto la tenga cerrada. Espero contar también con el apoyo de toda la colectividad gallega.
Es la hora de ponerle rostro a mucha gente y definir los rasgos de un montón de siluetas borrosas que hasta ahora vivían en el parcial anonimato que proporciona una dirección de correo electrónico, una lista literaria o un Messenger sin foto; es la hora de estrecharle la mano a un montón de amigos poetas argentinos o de disculparse personalmente ante los que se consideren enemigos, porque sin duda soy culpable de esa distancia; es la hora de reencontrarme con la familia y dar un paso más en este difícil oficio de transformar la realidad en sueño o los sueños en realidad, que tal vez diría Borges, si es que no lo dijo.
Marzo 2008©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España
http://www.eltallerdelpoeta.com/
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