FERNANDO PESSOA: UNA IDENTIDAD NÓMADE
Por Silvia Ceres
Existen vidas contadas en línea recta, otras semejan remolinos, algunas transcurren en zigzag y en la mayoría es difícil captar las figuras dibujadas. En el caso de Fernando Pessoa su biografía recuerda una red, una urdimbre similar a un complejo tapiz. Cuando cree percibirse el boceto final, es necesario volver una y otra vez sobre detalles que modifican el panorama de conjunto.
Además Pessoa no es solamente un individuo, sino también un lugar: Lisboa. Pocos autores poseen un nombre que evoca de inmediato la ciudad donde transcurre su obra, espacios fundados nuevamente desde la literatura. Joyce es Dublín; Garcia Lorca, Granada; Kafka, Praga.
De manera que Pessoa –persona en portugués- no sólo es la diversidad de personajes creados para dar amplitud a su creación, sino también es el bullicio de las calles lisboetas iluminadas por la penumbra de un sol oblicuo, mostrando su luz tímidamente entre la envolvente bruma, la música melancólica del fado, las tabernas del puerto, el recuerdo de un imperio replegado a una capital casi provinciana…
Intentemos ordenar una existencia laberíntica empezando por el principio–como si esbozáramos un mapa para guiarnos por las callejuelas ascendentes del antiguo barrio de la Morería, concientes que el mapa no es el territorio-.
Fernando Antonio Pessoa nació el 13 de junio de 1888 en el Chiado (Lisboa), en una casa ubicada entre el primer teatro lírico de Portugal y la iglesia de los Mártires. Tal vez un símbolo de la existencia futura del poeta: un universo pleno de imaginación y ascetismo.
La infancia transcurrió protegida por unos padres amantes del arte y la cultura. La sencilla vida familiar acontecía en el cuarto piso de una casa frente a la Plaza de San Carlos, siempre acompañada por los sonidos del repicar de las campanas llamando a misa y los acordes de las orquestas, fugándose a través de las paredes del teatro.
Como telón de fondo su tatarabuelo judío Sancho Pessoa da Cunha, condenado por la Inquisición de Coimbra en 1706 por ser “cristiano nuevo”, la frágil salud de una familia amenazada por la tuberculosis, la locura de la abuela Dionisia, su propio temor a la locura.
La temprana muerte de su padre (1893) fue la primera en una vida marcada por sucesivas pérdidas: la de su hermano Jorge (1894), la de sus hermanas Magdalena Henriqueta (1901) y María Clara (1906), la de quizás su único amigo, el también poeta Sa Carneiro quien se suicidó en París (1916).
La madre se casó nuevamente en 1895 con el cónsul portugués de Durban (Sudáfrica), ciudad hacia la que partieron en enero de 1896. Fernando concurrió allí a un colegio británico y devino otra pérdida: la lengua materna. En esos años escolares leyó ávidamente literatura en inglés: Shelley, Milton, pero especialmente Poe -cuya intensidad lo conmociona- y Shakespeare, de quien admira su capacidad para crear universos-. Pero no sólo es un lector voraz, sino también un escritor prolífico. En ese período marcado por la lengua inglesa recibió uno de sus dos galardones literarios: el premio Reina Victoria.
Años más tarde se definirá a sí mismo como un poeta por la vivencia y un dramaturgo por la distancia. "Soy un poeta dramático...tengo la exaltación del poeta y la despersonalización del dramaturgo. Como poeta, siento; como poeta dramático, siento separándome de mí. Como dramático (sin poeta), traspaso automáticamente lo que siento a una expresión ajena a lo que sentí, construyendo en la emoción una persona inexistente que la sintiese verdaderamente y por eso sintiese, en derivación, otras emociones que yo, puramente yo, me olvidé de sentir"1.
En 1905 retornó a Lisboa para estudiar Letras, recuperando recién entonces el idioma portugués.
Llevó adelante una vida bohemia, formando parte de diferentes grupos literarios. Mientras tanto, su vida cotidiana transcurre mudándose de pensión a casa de parientes y de casa de parientes a algún cuarto prestado.
Come en bodegones de mala muerte, bebe café y alcohol copiosamente mientras gana un magro sustento en sucesivos trabajos: monta una imprenta, intenta ser editor, y finalmente se emplea en casas comerciales para redactar correspondencia en inglés y francés.
A comienzos de 1920 conoció a su única novia: Ofelia –digno nombre para este Hamlet-, una humilde dactilógrafa trece años menor que él con quien fantasea casarse. Para ello envía resoluciones de crucigramas a periódicos británicos con la peregrina esperanza de ganar como premio el dinero que le permita establecer un hogar.
No sucedió ni lo uno ni lo otro.
El tiempo va pasando, intentó conseguir un puesto como bibliotecario en Cascais, en las afueras de Lisboa, suponiendo que esa labor le ayudaría a organizar su vida de escritor y publicar su primer gran libro antes de octubre de 1935.
No lo aceptaron para el cargo y falleció el 30 de noviembre -a los 47 años- en el Hospital de San Luis de los Franceses, tal vez acompañado por el mismo desasosiego que signó su vida.
Entre sus pocas pertenencias se encontró un baúl sencillo, similar al de muchos hogares humildes de la época. Nada en su aspecto permitía sospechar el tesoro oculto: 25.426 páginas de originales manuscritos.
El universo de heterónimos
Trascurridos más de sesenta años de su muerte, un equipo de estudiosos prosigue en la Casa Pessoa intentando descifrar, clasificar y organizar –como cabalistas medievales- los mensajes escondidos en las miles de carillas desordenadas de sus escritos.
Hasta ahora fueron catalogados 75 heterónimos, es decir, 75 personajes con vida y expresión propia –unos escriben en francés, otros en inglés, unos son poetas, otros narran historias policiales, algunos son ocultistas-.
El primer heterónimo creado por el poeta -a los siete años- fue el Chevalier de Pas, un personaje mediante el cual el pequeño Fernando se enviaba cartas a sí mismo.
Desde el punto de vista literario, 1914 marcará un momento esplendoroso. Realizaron su aparición triunfal los tres principales heterónimos: Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Álvaro de Campos, iniciando una magnífica etapa poética.
Compañeros de ruta que no sólo legaron una fenomenal obra, sino a los que Pessoa –eximio astrólogo- les confeccionó una carta natal, tramó biografías y hasta prometió dar a conocer sus fotografías. Entre tanto, cambian opiniones literarias desde distintos periódicos de Lisboa, discuten entre sí, ocupan un lugar significativo en la vida cultural de la ciudad, generando movimientos de seguidores adscriptos a la visión del arte de cada uno.
El fenómeno de la heteronimia suscitó apreciaciones contrapuestas entre los estudiosos de la obra de Pessoa. Unos opinaron que se trata de una postura modernista asociada a la imposibilidad de acceder a un yo unificado, otros dirigieron su atención a ciertas rasgos psiquiátricos –recordando los alaridos nocturnos de la abuela paterna que tanto terror le generaron en su niñez- unos pocos creen ver alguna secreta trama esotérica.
Sin desmentir esas versiones, aún podemos sumar algunas hipótesis.
El asesinato de su antepasado puede ser un hito significativo. La Inquisición se estableció en Portugal a mediados del siglo XVI, llevando adelante una política menos cruenta que en España.
La mayoría de la población judía se convirtió al impuesto catolicismo en las formas exteriores–concurrían a misa, bautizaban los hijos- manteniendo en la intimidad los rituales propios de su creencia religiosa. Este cripto judaísmo perduró a través del tiempo sin una persecución sistemática por parte de las autoridades religiosas.
En ese escenario, no deja de ser llamativo -150 años más tarde de la masiva y obligada conversión- la condena por falso cristiano de Sancho Pessoa da Cunha. Se desconocen los pormenores del juicio que concluyó con la sentencia a la hoguera, pero sería probable inferir fallas en la simulada cristianización.
Joaquín -el padre del poeta- se desempeñó en un oscuro y mal pago empleo burocrático. Su verdadera pasión surgía por las noches escribiendo crónicas musicales, publicadas en forma anónima por el Diario de Noticias.
Tal vez, Fernando Pessoa incorporó tempranamente el riesgo –o la inadecuación- de mostrar en público aquello auténtico y vital, que conviene ser protegido con celo y cuidado de la mirada ajena. De manera que decidió desplegar una vida tan opaca en lo formal -apenas una novia, apenas un empleo para sobrevivir, apenas un poco de bohemia, apenas un baúl- y a la vez tan inabarcable en su vivencia interior.
Aún podemos esbozar otra hipótesis sobre su universo multifacético, utilizando la astrología, disciplina en la que Pessoa era experto. Para desarrollar su actividad en este campo, creó un heterónimo llamado Raphael Baldaya, de quien ya se han rescatado del baúl 318 diagramas de horóscopos con sus respectivos cálculos y numerosas anotaciones teóricas.
Su carta natal denota un frágil aparato psíquico, cruzado por líneas de tensión que por momentos parecen amenazar con la ruptura de su entramado interno. Marzo de 1914 fue un momento crítico de presión, a la vez que aparecen los tres heterónimos principales.
Pessoa al multiplicarse en personajes exteriores neutraliza la ruptura interna. Sobre esta línea interpretativa desarrollo parte del material incluido en mi libro “Fernando Pessoa. Poesía, Heterónimos y Astrología”.
Luego de su muerte, los años van pasando y llega el reconocimiento a una de las voces poéticas más significativas del siglo XX. Se multiplicaron las ediciones y los estudios críticos, pero también crecieron los enigmas, no sólo sobre su existencia y la producción poética sino también sobre su implicación con el mundo esotérico –la masonería, la kábala, la teosofía, la posible pertenencia a grupos ocultistas- y la adscripción a ideales políticos monárquicos anacrónicos, difíciles de contextualizar en las primeras décadas de un siglo XX, lapso marcado por el enfrentamiento encarnizado entre los movimientos de izquierda y el ascenso del fascismo.
De hecho, todavía siguen editándose nuevos libros conformados por algunas de aquellas hojas escritas con su pequeña y elegante letra. Quien tanto disfrutó de la literatura de suspenso y de resolver crucigramas, legó una obra que como un rompecabezas, se arma y se desarma de acuerdo al criterio del recopilador.
Como cierre del sucinto recorrido biográfico, tal vez sea significativo recordar la última frase escrita el día anterior a su muerte: “I know not what tomorrow will bring”. “No sé lo que traerá el día de mañana”.
Nota:
1.- Carta escrita el 11 de diciembre de 1931 a Joao Gaspar Simoes.
Silvia Ceres
silviaceres@gente-de-astrologia.com.ar
Por Silvia Ceres
Existen vidas contadas en línea recta, otras semejan remolinos, algunas transcurren en zigzag y en la mayoría es difícil captar las figuras dibujadas. En el caso de Fernando Pessoa su biografía recuerda una red, una urdimbre similar a un complejo tapiz. Cuando cree percibirse el boceto final, es necesario volver una y otra vez sobre detalles que modifican el panorama de conjunto.
Además Pessoa no es solamente un individuo, sino también un lugar: Lisboa. Pocos autores poseen un nombre que evoca de inmediato la ciudad donde transcurre su obra, espacios fundados nuevamente desde la literatura. Joyce es Dublín; Garcia Lorca, Granada; Kafka, Praga.
De manera que Pessoa –persona en portugués- no sólo es la diversidad de personajes creados para dar amplitud a su creación, sino también es el bullicio de las calles lisboetas iluminadas por la penumbra de un sol oblicuo, mostrando su luz tímidamente entre la envolvente bruma, la música melancólica del fado, las tabernas del puerto, el recuerdo de un imperio replegado a una capital casi provinciana…
Intentemos ordenar una existencia laberíntica empezando por el principio–como si esbozáramos un mapa para guiarnos por las callejuelas ascendentes del antiguo barrio de la Morería, concientes que el mapa no es el territorio-.
Fernando Antonio Pessoa nació el 13 de junio de 1888 en el Chiado (Lisboa), en una casa ubicada entre el primer teatro lírico de Portugal y la iglesia de los Mártires. Tal vez un símbolo de la existencia futura del poeta: un universo pleno de imaginación y ascetismo.
La infancia transcurrió protegida por unos padres amantes del arte y la cultura. La sencilla vida familiar acontecía en el cuarto piso de una casa frente a la Plaza de San Carlos, siempre acompañada por los sonidos del repicar de las campanas llamando a misa y los acordes de las orquestas, fugándose a través de las paredes del teatro.
Como telón de fondo su tatarabuelo judío Sancho Pessoa da Cunha, condenado por la Inquisición de Coimbra en 1706 por ser “cristiano nuevo”, la frágil salud de una familia amenazada por la tuberculosis, la locura de la abuela Dionisia, su propio temor a la locura.
La temprana muerte de su padre (1893) fue la primera en una vida marcada por sucesivas pérdidas: la de su hermano Jorge (1894), la de sus hermanas Magdalena Henriqueta (1901) y María Clara (1906), la de quizás su único amigo, el también poeta Sa Carneiro quien se suicidó en París (1916).
La madre se casó nuevamente en 1895 con el cónsul portugués de Durban (Sudáfrica), ciudad hacia la que partieron en enero de 1896. Fernando concurrió allí a un colegio británico y devino otra pérdida: la lengua materna. En esos años escolares leyó ávidamente literatura en inglés: Shelley, Milton, pero especialmente Poe -cuya intensidad lo conmociona- y Shakespeare, de quien admira su capacidad para crear universos-. Pero no sólo es un lector voraz, sino también un escritor prolífico. En ese período marcado por la lengua inglesa recibió uno de sus dos galardones literarios: el premio Reina Victoria.
Años más tarde se definirá a sí mismo como un poeta por la vivencia y un dramaturgo por la distancia. "Soy un poeta dramático...tengo la exaltación del poeta y la despersonalización del dramaturgo. Como poeta, siento; como poeta dramático, siento separándome de mí. Como dramático (sin poeta), traspaso automáticamente lo que siento a una expresión ajena a lo que sentí, construyendo en la emoción una persona inexistente que la sintiese verdaderamente y por eso sintiese, en derivación, otras emociones que yo, puramente yo, me olvidé de sentir"1.
En 1905 retornó a Lisboa para estudiar Letras, recuperando recién entonces el idioma portugués.
Llevó adelante una vida bohemia, formando parte de diferentes grupos literarios. Mientras tanto, su vida cotidiana transcurre mudándose de pensión a casa de parientes y de casa de parientes a algún cuarto prestado.
Come en bodegones de mala muerte, bebe café y alcohol copiosamente mientras gana un magro sustento en sucesivos trabajos: monta una imprenta, intenta ser editor, y finalmente se emplea en casas comerciales para redactar correspondencia en inglés y francés.
A comienzos de 1920 conoció a su única novia: Ofelia –digno nombre para este Hamlet-, una humilde dactilógrafa trece años menor que él con quien fantasea casarse. Para ello envía resoluciones de crucigramas a periódicos británicos con la peregrina esperanza de ganar como premio el dinero que le permita establecer un hogar.
No sucedió ni lo uno ni lo otro.
El tiempo va pasando, intentó conseguir un puesto como bibliotecario en Cascais, en las afueras de Lisboa, suponiendo que esa labor le ayudaría a organizar su vida de escritor y publicar su primer gran libro antes de octubre de 1935.
No lo aceptaron para el cargo y falleció el 30 de noviembre -a los 47 años- en el Hospital de San Luis de los Franceses, tal vez acompañado por el mismo desasosiego que signó su vida.
Entre sus pocas pertenencias se encontró un baúl sencillo, similar al de muchos hogares humildes de la época. Nada en su aspecto permitía sospechar el tesoro oculto: 25.426 páginas de originales manuscritos.
El universo de heterónimos
Trascurridos más de sesenta años de su muerte, un equipo de estudiosos prosigue en la Casa Pessoa intentando descifrar, clasificar y organizar –como cabalistas medievales- los mensajes escondidos en las miles de carillas desordenadas de sus escritos.
Hasta ahora fueron catalogados 75 heterónimos, es decir, 75 personajes con vida y expresión propia –unos escriben en francés, otros en inglés, unos son poetas, otros narran historias policiales, algunos son ocultistas-.
El primer heterónimo creado por el poeta -a los siete años- fue el Chevalier de Pas, un personaje mediante el cual el pequeño Fernando se enviaba cartas a sí mismo.
Desde el punto de vista literario, 1914 marcará un momento esplendoroso. Realizaron su aparición triunfal los tres principales heterónimos: Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Álvaro de Campos, iniciando una magnífica etapa poética.
Compañeros de ruta que no sólo legaron una fenomenal obra, sino a los que Pessoa –eximio astrólogo- les confeccionó una carta natal, tramó biografías y hasta prometió dar a conocer sus fotografías. Entre tanto, cambian opiniones literarias desde distintos periódicos de Lisboa, discuten entre sí, ocupan un lugar significativo en la vida cultural de la ciudad, generando movimientos de seguidores adscriptos a la visión del arte de cada uno.
El fenómeno de la heteronimia suscitó apreciaciones contrapuestas entre los estudiosos de la obra de Pessoa. Unos opinaron que se trata de una postura modernista asociada a la imposibilidad de acceder a un yo unificado, otros dirigieron su atención a ciertas rasgos psiquiátricos –recordando los alaridos nocturnos de la abuela paterna que tanto terror le generaron en su niñez- unos pocos creen ver alguna secreta trama esotérica.
Sin desmentir esas versiones, aún podemos sumar algunas hipótesis.
El asesinato de su antepasado puede ser un hito significativo. La Inquisición se estableció en Portugal a mediados del siglo XVI, llevando adelante una política menos cruenta que en España.
La mayoría de la población judía se convirtió al impuesto catolicismo en las formas exteriores–concurrían a misa, bautizaban los hijos- manteniendo en la intimidad los rituales propios de su creencia religiosa. Este cripto judaísmo perduró a través del tiempo sin una persecución sistemática por parte de las autoridades religiosas.
En ese escenario, no deja de ser llamativo -150 años más tarde de la masiva y obligada conversión- la condena por falso cristiano de Sancho Pessoa da Cunha. Se desconocen los pormenores del juicio que concluyó con la sentencia a la hoguera, pero sería probable inferir fallas en la simulada cristianización.
Joaquín -el padre del poeta- se desempeñó en un oscuro y mal pago empleo burocrático. Su verdadera pasión surgía por las noches escribiendo crónicas musicales, publicadas en forma anónima por el Diario de Noticias.
Tal vez, Fernando Pessoa incorporó tempranamente el riesgo –o la inadecuación- de mostrar en público aquello auténtico y vital, que conviene ser protegido con celo y cuidado de la mirada ajena. De manera que decidió desplegar una vida tan opaca en lo formal -apenas una novia, apenas un empleo para sobrevivir, apenas un poco de bohemia, apenas un baúl- y a la vez tan inabarcable en su vivencia interior.
Aún podemos esbozar otra hipótesis sobre su universo multifacético, utilizando la astrología, disciplina en la que Pessoa era experto. Para desarrollar su actividad en este campo, creó un heterónimo llamado Raphael Baldaya, de quien ya se han rescatado del baúl 318 diagramas de horóscopos con sus respectivos cálculos y numerosas anotaciones teóricas.
Su carta natal denota un frágil aparato psíquico, cruzado por líneas de tensión que por momentos parecen amenazar con la ruptura de su entramado interno. Marzo de 1914 fue un momento crítico de presión, a la vez que aparecen los tres heterónimos principales.
Pessoa al multiplicarse en personajes exteriores neutraliza la ruptura interna. Sobre esta línea interpretativa desarrollo parte del material incluido en mi libro “Fernando Pessoa. Poesía, Heterónimos y Astrología”.
Luego de su muerte, los años van pasando y llega el reconocimiento a una de las voces poéticas más significativas del siglo XX. Se multiplicaron las ediciones y los estudios críticos, pero también crecieron los enigmas, no sólo sobre su existencia y la producción poética sino también sobre su implicación con el mundo esotérico –la masonería, la kábala, la teosofía, la posible pertenencia a grupos ocultistas- y la adscripción a ideales políticos monárquicos anacrónicos, difíciles de contextualizar en las primeras décadas de un siglo XX, lapso marcado por el enfrentamiento encarnizado entre los movimientos de izquierda y el ascenso del fascismo.
De hecho, todavía siguen editándose nuevos libros conformados por algunas de aquellas hojas escritas con su pequeña y elegante letra. Quien tanto disfrutó de la literatura de suspenso y de resolver crucigramas, legó una obra que como un rompecabezas, se arma y se desarma de acuerdo al criterio del recopilador.
Como cierre del sucinto recorrido biográfico, tal vez sea significativo recordar la última frase escrita el día anterior a su muerte: “I know not what tomorrow will bring”. “No sé lo que traerá el día de mañana”.
Nota:
1.- Carta escrita el 11 de diciembre de 1931 a Joao Gaspar Simoes.
Silvia Ceres
silviaceres@gente-de-astrologia.com.ar
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