lunes, 14 de mayo de 2007

María Eugenia Caseiro: Destierro de un sombrero

Destierro de un sombrero.

Andar por este mundo al que a veces le apestan las calles, fatigándose una los juanetes de los sesos, despidiendo el humo de la cachimba de los cuestionamientos.
Camina y camina; piensa y piensa, sin saber cómo colocarse una esta prenda que hicieron seguramente con algún objeto. De pronto se da una cuenta que no se ha sentado en ninguna parte y que los bancos, los muros, las iglesias y las plazas, tienen ese look de los adornos intocables. Pero hay que decidirse; tomar en cuenta que el aire fresco es gratis por ahora. Entonces al mirar este dichoso artilugio ya sin plumas en las manos, se pregunta una para qué rayos inventaron el sombrero y comienza una a buscar fronda o zaguán donde encontrar razón, tal vez un tinte rosa o un poema de aquellos en los libros de mi padre, capaz de resurtir de sístoles y diástoles las cárcavas del corazón. Quién sabe si algunos pájaros cantores que armonicen con el ritmo circadiano tengan la respuesta a esta torpeza que me cuelga de las manos y no sabe luego posarse en la cabeza.
Supongo que no valdrá de nada distraerse con la gente que pasa vestida apenas de tatuajes cubriendo las inmensas carreteras de sus cuerpos con esa tinta que ya no es indeleble. Sería bueno destapar esos cajones que pululan por años en los closets para encontrar allí algún recorte de revista de la abuela que indicara el cómo, el cuando y la razón de usarlo. Ahora sólo se me ocurre revolver la época en que se inventó el primer escote y la nostalgia, maldecir la hora en que todos nos quedamos sin recuerdo. Los que nunca se olvidaron, los que optaron por sembrar plumas y mariposas, tienen la ventaja de poderse equivocar; los que no duermen, tienen además la noche. Sin embargo algo se enfría entre mis dedos merodeando el “yo no tengo donde rayos...” Las imágenes gastadas de los libros se me cierran en los ojos sin que se haga la luz y en la azotea en que a veces anidan las evocaciones, hay ahora un silencio como de peligro.
Una anda por el mundo sin bancas para subirse al descanso, sin entradas para colgar el paraguas, sin cabeza para ponerse el sombrero. No ve a nadie que lleve la prenda para la que alguna vez se hizo un poema, una canción, un colgador, un estante y hasta un museo, pero una adivina que detrás del frontispicio de toda fortificación, detrás de los tatuajes y hasta de las máscaras, hay seres que viven precisamente para preguntárselo.

Tal vez este dar vueltas sin encontrar el parque, la señal, el paradero, me lleve al mismo puerto. Gira y gira; lucha y anda y sueña y piensa y tiembla una, y no encuentra la fórmula, la posición, la idea, el motivo, para calzarse el dichoso sombrero que ya pesa como una vida entera, o como un perro muerto que no sabe una dónde podrá enterrarlo, o como una isla desierta.
Tal vez no haga falta saber, entender, encontrar, y sea solamente sueño este vagar con algo que estorba entre las manos y pesa como el mundo, como el hedor de sus calles, como el mástil de un barco que se hunde...
Ahora, en medio de esta isla que me ha dado forma, soy un animal casi perfecto rodeado de mar por todas partes en medio de la brisa, del oleaje repentino que ya no puede detenerse y arrastra una banca vacía hasta mis pies… Le pregunto, pero ella tampoco sabe.


María Eugenia Caseiro

buhowriter@hotmail.com
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