Por Roberto Páez González
En el marco de la calidad institucional actual y de su cacareada mejora, el resultado del tratamiento del 82% móvil es una fantochada.
Se sabe –el Jefe de Gabinete, por ejemplo, lo dijo- que el artículo 38 de la ley 24.156 requiere que cualquier ley que autorice gastos no previstos en el presupuesto general tiene que especificar la fuente de los recursos para financiarlos.
La decisión de Diputados, además de ser una fantochada es demagógica y pretende cautivar a prorrata la cuantía electoral de la mal llamada clase pasiva.
La irresponsabilidad política abarca a toda la oposición que se manifiesta en el Grupo A; pero aunque cabe esperar que el Senado corrija, lo más serio en la situación es el anuncio de la voluntad de llegar al veto presidencial si así no ocurriera.
Está claro que nuestro país tiene una constitución presidencialista y que con el tema del 82 % móvil esta oposición quiere destruir a golpe de pico -como generalizado concierto de la Pico Fatal, la Andalgalornis steulleti (ya saben)- la estabilidad de la gobernanza mediante la desfinanciación del Estado.
Entre las bajezas de pretendida altura política del concierto de pico la puerilidad de Tumini de anteponer (lo hemos le_do) una H al nombre del Jefe de Gobierno, innovándoselo con dos enes, para evocar al rey de los hunos. Son cosas de escaso vuelo, como el sueño del pibe que pretende ver pintado su nombre en todas las paredes para presidente. Apenas pinitos de ensoberbecidos parlamentarios recién llegados. Y llegados en alas de Clarín, el malo, por cierto.
Bueno. El oportunismo de Proyecto sur quedó de manifiesto cuando dio quórum sin el resguardo de que se financiara legítimamente el 82%, como lo señaló Sabbatella: “Ganaron la especulación y el oportunismo”.
De hecho coparticipan de la victoria que canta la derecha. Sin duda, no ignoraban que la cláusula para garantizar su financiación se la iban a saltar a la torera, como dicen en España, y su “táctica” parlamentaria luce como una de esas agachadas a las que ya deberíamos estar acostumbrados desde la foto de Claudio Lozano con todos los que se oponían a la reforma del Consejo de la Magistratura (como recordarán, se gestó allí un arco opositor que lo incluía junto a Mauricio Macri y Ricardo López Murphy (del PRO, esa vez), Carrió (del ARI, entonces), Claudio Lozano (de una CTA que parecía unida) … y eso viene del 2006, me parece.
Creyendo más en la magia de las cifras que en otras percepciones de vida cotidiana y emotividad, creen acaso que los viejitos son tontos de capirote, como decían antes muchos gallegos aquerenciados. Pero el faro del 82% es un antojo y muchos jubilados agradecidos confían en las realidades obtenidas durante los últimos gobiernos –y su mejora posible, claro está- que no en los confeti de unos profetizados y eventualmente pasajeros días de carnaval. Hasta los no peronistas saben en Argentina que mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar.
No cabe duda tampoco, que el verdadero problema reside en la cuestión de los aportes patronales. Es decir, en la continuación de una política progresista de posneoliberalismo, porque hay que saber si las ventajas del posneoliberalismo son también para los trabajadores, para los jubilados y la juventud o no; en suma: saber cuáles son las ventajas sociales del nuevo modelo y sus evoluciones. Porque es indudable que el conjunto de la experiencia histórica argentina, incluyendo aciertos y platos rotos, trasluce diáfanamente que si fuera tan sólo por los patrones –ya sea los del campo o los industriales- la única cuestión importante sería el crecimiento (de ellos) y que a uno –a vos- te parta un rayo.
Pero no podemos llamarnos a engaño: las coporaciones, los grandes medios y el políticamente overo grupo A tienen un tufillo de unión democrática bis.
No es posible ignorar la mejora de las jubilaciones lograda en los últimos años. Es posible buscar las formas de acentuarlas y parece evidente que esas formas consisten en cerrar filas para apoyar políticamente al poder ejecutivo y exigir que los parlamentarios que existen hoy se den cuenta de su falta de seriedad en el tratamiento de estos los problemas nacionales.
El año electoral nos amenaza con profusión de bajezas. El año del Bicentenario nos dio la prueba de que podemos creer en nosotros mismos. Las nuevas ganas culturales que se expresaron con la participación multitudinaria del pueblo es más que un atisbo de que los ciudadanos –y en particular los de Capital- se inclinan por manifestar su apego a los logros y a favorecer los cambios. Que no se diga simplemente que la calle no gobierna. Que se diga que el pueblo quiere saber de qué se trata o que el pueblo sabe de qué se trata y quiere decir lo que quiere.
Muchos ciudadanos de a pie -con y sin partido propio- tenemos que saber por dónde vamos, para no meter la pata. La experiencia que tenemos ha costado muy cara, como para no usarla. El espíritu creativo de los ciudadanos de Buenos Aires haría bien en manifestarse apoyando a la presidenta de la Nación y buscando un gobierno progresista de verdad en la Ciudad de Buenos Aires.
Roberto Páez González
atlanticamente@yahoo.fr
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