martes, 31 de agosto de 2010

Cristina Pailos: Los traidores literarios



En la década del 20 del siglo pasado, la Editorial Claridad del Grupo Boedo, colocaba el siguiente mensaje en la solapa de sus libros:

Al Lector: “La Editorial CLARIDAD encarece a cada lector de sus publicaciones la opinión que le merezca esta edición en particular y en general sobre toda la obra que desarrolla con las ediciones populares y la revista. Deseamos conocer opiniones, ya sean favorables o contrarias para consolidar nuestra orientación, ampliar nuestra iniciativa o corregirnos con las ideas que nos pueda sugerir el público (…)”

Al repasar los estantes de mi biblioteca me encontré una vez más con libros que nunca leí. No recordaba la razón de mi abandono, pero al abrirlos volví a irritarme como aquella vez, al volver de la librería.
Elfriede Jelinek, Kensaburo Oé, Nadine Gordimer, por nombrar algunos son francamente ilegibles.
¿Sabrán esos autores lo mal traducidos que se presentan ante nosotros? ¿Conocerán ellos el esfuerzo que hay que hacer para leerlos? No sólo desaparece la belleza, el estilo, la certeza de un pensamiento, sino que los errores de puntuación, la sintaxis, el desconocimiento de expresiones idiomáticas en el idioma original los transforman en textos incomprensibles. ¿De donde salen estos traductores y las editoriales que los contratan? No nombro a ninguna editorial en especial porque en realidad estoy pensando varias. Los libros pertenecían a editoriales diferentes. Que sean ediciones baratas no justifica semejante brutalidad. En nuestro país tuvimos una larga tradición de lecturas y fue precisamente a través de diferentes estrategias para ediciones muy baratas que la literatura universal se volvió accesible a amplios sectores aún en épocas ya lejanas y difíciles.
Algunas editoriales rivalizaban en el lanzamiento de novedades tanto en la presentación como en la encuadernación, ilustraciones, diagramado, y cuando, por razones económicas todo ese cuidado no era posible, al menos se tenía en alta estima la elección de autores, traductores, descubrimiento permanente de nuevos autores y sobre todo, el respeto por sus lectores. Dicha convicción de respeto se dio en los años 20 en los dos movimientos emblemáticos: Boedo y Florida. Se dio en los años 30 con Victoria Ocampo o con el material que podía surgir de imprentas anarquistas, socialistas o comunistas. Se dio con la Editorial EUDEBA, y tantas otras, públicas o privadas. Unos y otros bien diferenciados en cuanto a proyectos culturales, análisis de la sociedad de su tiempo y posición ideológica pero con algo importante en común: trataban de darle lo mejor a sus respectivos públicos. Se respetaba al lector.
. Escuchamos teatro inglés o norteamericano en un castellano correcto y natural por parte de buenos actores pero basados en excelentes traducciones. Los traductores que no profesan esa delicada doble fidelidad al original y a su propia lengua, no tienen justificación. A Borges, Cortázar, Rodolfo Walsh y muchos otros escritores argentinos o de otras nacionalidades de habla hispana les debemos excelentes traducciones por las que accedimos a la literatura universal.
Y aquí viene la duda. Me estuve refiriendo a épocas donde no existían tantas facilidades técnicas y las correcciones de pruebas de galera y vuelta a los talleres de impresión donde se fundía el plomo, nada tenían que ver con nuestro moderno ejercicio de copiar, pegar, borrar y de la sencillez de todo el proceso. Creo que tampoco existían demasiados traductores graduados en la Universidad o en centros de estudios superiores. Muchos de los traductores del pasado eran escritores y poetas que conocían muy bien la lengua y el estilo de los escritores que traducían, o bien había señores traductores cuyos trabajos eran impecables.
Sé que hay que estudiar bastante en el traductorado y tanto el conocimiento de los programas de estudio como el conocimiento personal de algunos de ellos me merecen un gran respeto. ¿Qué pasa, entonces? ¿Se pueden recibir sin cultura literaria? ¿Las editoriales contratan traductores recibidos o a alguna hija o sobrina del dueño porque “sabe mucho inglés” y se arregla con tarifas muy inferiores a las que fija el Colegio de Traductores? ¿Cómo es la cuestión?
Durante muchos años y diría hasta hace poco, se conocía a los editores, se sabía de su posición frente a la literatura, el arte, la sociedad y la política. Participaban de encuentros con gente de letras. Los libreros del interior encargaban obras que les solicitaban sus lectores, intercambiaban ideas y compartían una charla y un café con ellos cuando llegaban a Buenos Aires. Todavía existen algunos, pero muy contados. Después vino la época de las grandes multinacionales del libro y como no hay cara visible, en la mayoría de los casos, se pueden permitir lanzar al “mercado” el “producto” sin atisbos de vergüenza y carentes del sentido de aventura intelectual y empresaria para promover nuevos autores. Libro que no se vende rápido se retira de su exposición en las librerías y es por eso, que por lo general, los autores mediáticos son los primeros que saltan a la vista en las góndolas cercanas a la entrada.
Afortunadamente, parece que está surgiendo gente joven que se arriesga a la aventura de editoriales chicas e independientes con criterios de selección y de búsqueda. Esperemos que también sean criteriosos con la elección de traductores y en el cuidado del libro que a pesar de la existencia de otros soportes, no merece desarmarse y morir despedazados y lo peor: a precios para nada populares.

Cristina Pailos

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cristina muy bueno tu texto, la ironía al servicio del pensamiento y las preguntas que valen y empujan la refexión

Cris de Uriarte

MA dijo...

Hola muy buen post.

Un placer leer tu entrada de blog.

Un abrazo de MA para ti desde Granada.