“Es infinita esta riqueza abandonada”
LAS 200 OMISIONES de la antología “200 años de poesía argentina”
Por cierto, las antologías poéticas del país dejaron de ser motivo de interés en los circuitos literarios y culturales por razones más que obvias. Una serie de objetos voladores no identificados, para ser ilustrativos, arreció estos años sin piedad sobre la credibilidad y el sentido. Y entre esos objetos hubo ejemplos, valga la redundancia, de verdad antológicos: una muestra de poesía argentina de finales de siglo, editada en la ciudad en 1995, y presentada con discursos y platillos, que incluyó a 23 autores nacionales, 21 de ellos de Buenos Aires. Y otra, para decir sólo de dos ejemplos, más cercana, también preparada en la ciudad, y editada en Santiago de Chile, que terminó siendo más conocida, y comentada, por los piedrazos y palos chilenos que recibió.
Pero por estos días el interés parece haber regresado, por un nuevo ejemplo, sobre el tema antología (que es todo un tema). Más bien se fue gestando una corriente de monólogos, por decirlo de alguna forma, donde intervienen, observo, tanto escritores como docentes, y que se incluye ya en algunas “cartas de lectores”. La aparición de la antología “200 años de poesía argentina”, en el año del bicentenario, tiene ese mérito. Un tomo editado por la editorial Alfaguara, de un millar de páginas, que se presenta como un verdadero documento histórico (que incluye la letra del Himno Nacional), y que fue precedido de una avanzada publicitaria y de un abanico de auspicios varios, comprendió a unos y a otros, y no podía ser para menos.
Porque la falta de interés en la edición de libros de poesía por la industria editorial; la apatía o el descuido, para lo mismo, por las instituciones oficiales, ya nacionales o provinciales; la carencia de obras ensayísticas que aborden la cosa poética nacional y la poesía en su historicidad, ya como letra y voz de nuestros creadores; y, en definitiva, la necesidad cultural de un compendio del horizonte de voces, también para su incidencia en el quehacer docente, creaban un deseo, una expectativa, en torno de esta muestra que se anunciaba bajo el nombre ostentoso de “200 años de poesía argentina”.
Pero será el propio Licenciado Monteleone, firmante de la antología citada y crítico del matutino La Nación, quien en los comienzos mismos del prólogo nos va a advertir, contraviniendo en rigor al propio título, y abriendo el paraguas, para que no queden dudas, lo que sigue acerca de la obra: “Tal vez no sea un conjunto más o menos razonado o azaroso de inclusiones, sino un sistema de ausencias, porque la acosa el fantasma de la totalidad. No sólo porque hay poetas que no están, que deberían haberse incluido y que, aun por motivos extraliterarios, cuya peripecia es irrelevante, no figuran en esta selección”.
Entonces uno no puede sino preguntarse ante tan voluminoso y pesado tomo, ¿en qué quedamos? ¿”200 años de poesía argentina”?, ¿o el acoso del fantasma de la totalidad?; ¿”200 años de poesía argentina”?, ¿o los poetas no incluidos por motivos extraliterarios? Y ¿cuáles son esos motivos? Porque aquí quedaron desdeñadas, o en olvido, las producciones poéticas de provincias enteras, en no pocos casos en las voces de poetas referenciales, o de verdaderos hitos (¿acaso Carlos Alberto Álvarez, Bernardo Canal Feijóo y Roberto Themis Speroni no lo son?, ¿y Felipe Aldana?, ¿y la santiagueña María Adela Agudo?), que desvanecen o tiran por tierra el publicitado sentido documental de la obra. Ciertamente, hay toda una provincia copiosa de omisiones, de identidades y obras soslayadas –recordamos a propósito algunos poemas de Felipe Rojas, de Lucía Carmona, entre otros–, que dan a esos aires latido y carnadura. Porque podrá afirmarse que están presentes tales voces y tales otras, amadas siempre y leídas (bueno sería que tampoco lo estuvieran), pero faltan esas geografías, esos poetas, de los que por ejemplo habla esa docente en las “cartas de lectores” del diario El Día, de La Plata, con tanta razón y elocuencia.
No están excluidos dos, tres o diez poetas, cuyas ausencias podrían tratarse de un juicio o de un olvido del antólogo; aquí queda en entredicho el título mismo de la obra, ya que los 200 años de la poesía argentina fueron y siguen siendo otra cosa, con una diversidad honda y una vitalidad que el Licenciado Monteleone, parece, no ha comprendido, y una apertura y una promesa que los tornan ejemplares. Caben numerosas preguntas, entre tantas sorpresas que tejen las ausencias, en un tema inclusive que a nivel ensayístico, a nivel de la fecundidad e incidencia de la propia historia en sus dos siglos, esta obra no alcanza siquiera a rozar con sus escasas y ligeras veinticuatro páginas de prólogo.
Las ausencias son más que significativas, y van, por acercar sólo algunos ejemplos, desde Álvaro Yunque a Julio Huasi, o desde Armando Tejada Gómez a Alberto Vanasco, nombres a los que se suman el cordobés Osvaldo Guevara, autor de ese legendario canto al sapo, que es probable que el Licenciado Monteleone aún no haya leído, y el platense Horacio Preler, con sus estremecedores poemas de Oscura memoria (1992). Pero lo que también sorprende, y deja pensando, en estos ríos de exclusiones, es que esas aguas también atañen a numerosas voces de referencia actual en sus provincias, que han contribuido con sus obras, escritas en el lapso de estas tres décadas, para la extensión de un mapa lo suficientemente cierto e identificable. La lista es importante; pero baste citar a cuatro muy apreciados poetas: Jorge Isaías (Los Quirquinchos, 1946), autor de una singular Crónica gringa, con numerosas ediciones; César Cantoni (La Plata, 1951); Alejandro Schmidt (Villa María, 1955) y Roberto Malatesta (Santa Fe, 1961), creador del recordado poemario Por encima de los techos (2003), entre otras obras. Y además de ello los duros poemas de Soldados, de Gustavo Caso Rosendi (Esquel, 1962), vivenciados en el campo de batalla, en Malvinas.
Pero avanzando y volviendo sobre esas mil páginas son más y más los pozos de olvido, los huecos, de modo increíble, desde el entrañable Marasso (de “Dichoso aquel que vive en mansión heredada…”) hasta el inspirado Romilio Ribero, creador de un Libro de bodas… (1963), que aún canta y maravilla. Y más, mucho más, porque los viejos maestros modernistas tampoco la sacaron barata: desde Leopoldo Díaz al polémico Manuel Ugarte; como si una podadora automática hubiera pasado zumbando con todo su filo. De modo parecido se obró, entendemos, en relación a la poesía de Buenos Aires de estos años, con intensos poemas de referencia, en su mayoría ignorados o desechados.
Preguntamos: ¿estaba el Licenciado Monteleone, aun con el aporte de su ayudante Saavedra, en condiciones intelectuales para intentar abordar una obra de tal magnitud? ¿O se trató, en verdad, que la editorial Alfaguara entrevió un mercado propicio con la poesía, a propósito del bicentenario, y tuvo en cercanía o a mano al Licenciado Monteleone para redondear un libro, aunque fuera sin mucha investigación, que llegara a las librerías alrededor de mediados de año? Porque, además de cualquier presunción o crítica, fue el propio Licenciado que en reportaje escrito declaró que le llevó un año, un solo año, terminar un libro que trata de una historia de dos siglos. Todo un verdadero record Guinness, para figurar en los anuarios, pero no en las páginas que entiendan del territorio vasto y profundo de la Poesía Argentina, que sigue siendo posible.
Por momentos siento que ésta es una antología, básicamente, para circular y afirmarse en los cenáculos de los selectos grupos del denominado “canon porteño”, y para su difusión y confirmación más allá de sus fronteras, y decididamente para la facturación y caja de la empresa editorial. A propósito, una vez me tocó escuchar en una reunión informal de poetas, en cercanía del Centro Cultural Rivadavia, de Rosario, unas palabras que a nadie sorprendieron, y que decían, si recuerdo bien: “En Buenos Aires cualquiera hace una antología de poesía argentina, que después aparece comentada en los diarios…” Otras veces, en otros encuentros, me tocó escuchar cosas por el estilo, que ahora no puedo sino recordar.
Hay un mapa concreto y amplio de la poesía argentina –y no una pirámide, como afirma extrañamente el Licenciado firmante–, en nombres y en títulos, que en esta obra aparece lastimado, entre nieblas y agujeros negros; en mucho, también, por los numerosos poemas referenciales, inclusive de los poetas seleccionados, en que esta antología no reparó. “Esto sucede –escuché exponer a una profesora de letras– por la falta de un equipo de investigación, con tiempo y espacio, y porque todo recayó en una sola persona y en una empresa editorial comercial, aun tratándose de un segmento sensible de la producción cultural del país.”
Copio a continuación algunas palabras de otra docente, en este caso del diario El Día, también críticas a partir de la no inclusión de Roberto Themis Speroni y de otros poetas platenses, que firma Laura Santoro y que asevera, entre otras cosas: “Hay omisiones que son inexplicables en la antología de Monteleone (...). Habrá que explicar a los alumnos de las muchas escuelas y universidades argentinas”. Para concluir: “es imperdonable para la memoria de la literatura argentina”. Y a tal punto, creo, que el Licenciado Monteleone les debe una disculpa a los poetas del país, inclusive, y mucho más, a los seleccionados, por haberlos enrumbado en una aventura precaria y sin destino. Y a la editorial Alfaguara, que entrevió en la poesía la posibilidad de una concreción rápida y jugosa, no creo que le quede más que reparar lo hecho, y, mientras, reintegrar a los lectores los importes embolsados.
Una antología, siento, muy propia de este tiempo que corre, y muy representativa de él, con toda su arrogancia, sin dudas, su olvido, su desdén y sus vacíos.
Eduardo Dalter
Buenos Aires, agosto de 2010
Eduardo Dalter nació en Buenos Aires en 1947. Poeta e investigador cultural. Parte de su obra está reunida
en la antología Hojas de ruta, 1984-2004, que tuvo edición en 2005. En el bienio 2004/2005 diseñó y dictó
los seminarios de poesía latinoamericana en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
LAS 200 OMISIONES de la antología “200 años de poesía argentina”
Por cierto, las antologías poéticas del país dejaron de ser motivo de interés en los circuitos literarios y culturales por razones más que obvias. Una serie de objetos voladores no identificados, para ser ilustrativos, arreció estos años sin piedad sobre la credibilidad y el sentido. Y entre esos objetos hubo ejemplos, valga la redundancia, de verdad antológicos: una muestra de poesía argentina de finales de siglo, editada en la ciudad en 1995, y presentada con discursos y platillos, que incluyó a 23 autores nacionales, 21 de ellos de Buenos Aires. Y otra, para decir sólo de dos ejemplos, más cercana, también preparada en la ciudad, y editada en Santiago de Chile, que terminó siendo más conocida, y comentada, por los piedrazos y palos chilenos que recibió.
Pero por estos días el interés parece haber regresado, por un nuevo ejemplo, sobre el tema antología (que es todo un tema). Más bien se fue gestando una corriente de monólogos, por decirlo de alguna forma, donde intervienen, observo, tanto escritores como docentes, y que se incluye ya en algunas “cartas de lectores”. La aparición de la antología “200 años de poesía argentina”, en el año del bicentenario, tiene ese mérito. Un tomo editado por la editorial Alfaguara, de un millar de páginas, que se presenta como un verdadero documento histórico (que incluye la letra del Himno Nacional), y que fue precedido de una avanzada publicitaria y de un abanico de auspicios varios, comprendió a unos y a otros, y no podía ser para menos.
Porque la falta de interés en la edición de libros de poesía por la industria editorial; la apatía o el descuido, para lo mismo, por las instituciones oficiales, ya nacionales o provinciales; la carencia de obras ensayísticas que aborden la cosa poética nacional y la poesía en su historicidad, ya como letra y voz de nuestros creadores; y, en definitiva, la necesidad cultural de un compendio del horizonte de voces, también para su incidencia en el quehacer docente, creaban un deseo, una expectativa, en torno de esta muestra que se anunciaba bajo el nombre ostentoso de “200 años de poesía argentina”.
Pero será el propio Licenciado Monteleone, firmante de la antología citada y crítico del matutino La Nación, quien en los comienzos mismos del prólogo nos va a advertir, contraviniendo en rigor al propio título, y abriendo el paraguas, para que no queden dudas, lo que sigue acerca de la obra: “Tal vez no sea un conjunto más o menos razonado o azaroso de inclusiones, sino un sistema de ausencias, porque la acosa el fantasma de la totalidad. No sólo porque hay poetas que no están, que deberían haberse incluido y que, aun por motivos extraliterarios, cuya peripecia es irrelevante, no figuran en esta selección”.
Entonces uno no puede sino preguntarse ante tan voluminoso y pesado tomo, ¿en qué quedamos? ¿”200 años de poesía argentina”?, ¿o el acoso del fantasma de la totalidad?; ¿”200 años de poesía argentina”?, ¿o los poetas no incluidos por motivos extraliterarios? Y ¿cuáles son esos motivos? Porque aquí quedaron desdeñadas, o en olvido, las producciones poéticas de provincias enteras, en no pocos casos en las voces de poetas referenciales, o de verdaderos hitos (¿acaso Carlos Alberto Álvarez, Bernardo Canal Feijóo y Roberto Themis Speroni no lo son?, ¿y Felipe Aldana?, ¿y la santiagueña María Adela Agudo?), que desvanecen o tiran por tierra el publicitado sentido documental de la obra. Ciertamente, hay toda una provincia copiosa de omisiones, de identidades y obras soslayadas –recordamos a propósito algunos poemas de Felipe Rojas, de Lucía Carmona, entre otros–, que dan a esos aires latido y carnadura. Porque podrá afirmarse que están presentes tales voces y tales otras, amadas siempre y leídas (bueno sería que tampoco lo estuvieran), pero faltan esas geografías, esos poetas, de los que por ejemplo habla esa docente en las “cartas de lectores” del diario El Día, de La Plata, con tanta razón y elocuencia.
No están excluidos dos, tres o diez poetas, cuyas ausencias podrían tratarse de un juicio o de un olvido del antólogo; aquí queda en entredicho el título mismo de la obra, ya que los 200 años de la poesía argentina fueron y siguen siendo otra cosa, con una diversidad honda y una vitalidad que el Licenciado Monteleone, parece, no ha comprendido, y una apertura y una promesa que los tornan ejemplares. Caben numerosas preguntas, entre tantas sorpresas que tejen las ausencias, en un tema inclusive que a nivel ensayístico, a nivel de la fecundidad e incidencia de la propia historia en sus dos siglos, esta obra no alcanza siquiera a rozar con sus escasas y ligeras veinticuatro páginas de prólogo.
Las ausencias son más que significativas, y van, por acercar sólo algunos ejemplos, desde Álvaro Yunque a Julio Huasi, o desde Armando Tejada Gómez a Alberto Vanasco, nombres a los que se suman el cordobés Osvaldo Guevara, autor de ese legendario canto al sapo, que es probable que el Licenciado Monteleone aún no haya leído, y el platense Horacio Preler, con sus estremecedores poemas de Oscura memoria (1992). Pero lo que también sorprende, y deja pensando, en estos ríos de exclusiones, es que esas aguas también atañen a numerosas voces de referencia actual en sus provincias, que han contribuido con sus obras, escritas en el lapso de estas tres décadas, para la extensión de un mapa lo suficientemente cierto e identificable. La lista es importante; pero baste citar a cuatro muy apreciados poetas: Jorge Isaías (Los Quirquinchos, 1946), autor de una singular Crónica gringa, con numerosas ediciones; César Cantoni (La Plata, 1951); Alejandro Schmidt (Villa María, 1955) y Roberto Malatesta (Santa Fe, 1961), creador del recordado poemario Por encima de los techos (2003), entre otras obras. Y además de ello los duros poemas de Soldados, de Gustavo Caso Rosendi (Esquel, 1962), vivenciados en el campo de batalla, en Malvinas.
Pero avanzando y volviendo sobre esas mil páginas son más y más los pozos de olvido, los huecos, de modo increíble, desde el entrañable Marasso (de “Dichoso aquel que vive en mansión heredada…”) hasta el inspirado Romilio Ribero, creador de un Libro de bodas… (1963), que aún canta y maravilla. Y más, mucho más, porque los viejos maestros modernistas tampoco la sacaron barata: desde Leopoldo Díaz al polémico Manuel Ugarte; como si una podadora automática hubiera pasado zumbando con todo su filo. De modo parecido se obró, entendemos, en relación a la poesía de Buenos Aires de estos años, con intensos poemas de referencia, en su mayoría ignorados o desechados.
Preguntamos: ¿estaba el Licenciado Monteleone, aun con el aporte de su ayudante Saavedra, en condiciones intelectuales para intentar abordar una obra de tal magnitud? ¿O se trató, en verdad, que la editorial Alfaguara entrevió un mercado propicio con la poesía, a propósito del bicentenario, y tuvo en cercanía o a mano al Licenciado Monteleone para redondear un libro, aunque fuera sin mucha investigación, que llegara a las librerías alrededor de mediados de año? Porque, además de cualquier presunción o crítica, fue el propio Licenciado que en reportaje escrito declaró que le llevó un año, un solo año, terminar un libro que trata de una historia de dos siglos. Todo un verdadero record Guinness, para figurar en los anuarios, pero no en las páginas que entiendan del territorio vasto y profundo de la Poesía Argentina, que sigue siendo posible.
Por momentos siento que ésta es una antología, básicamente, para circular y afirmarse en los cenáculos de los selectos grupos del denominado “canon porteño”, y para su difusión y confirmación más allá de sus fronteras, y decididamente para la facturación y caja de la empresa editorial. A propósito, una vez me tocó escuchar en una reunión informal de poetas, en cercanía del Centro Cultural Rivadavia, de Rosario, unas palabras que a nadie sorprendieron, y que decían, si recuerdo bien: “En Buenos Aires cualquiera hace una antología de poesía argentina, que después aparece comentada en los diarios…” Otras veces, en otros encuentros, me tocó escuchar cosas por el estilo, que ahora no puedo sino recordar.
Hay un mapa concreto y amplio de la poesía argentina –y no una pirámide, como afirma extrañamente el Licenciado firmante–, en nombres y en títulos, que en esta obra aparece lastimado, entre nieblas y agujeros negros; en mucho, también, por los numerosos poemas referenciales, inclusive de los poetas seleccionados, en que esta antología no reparó. “Esto sucede –escuché exponer a una profesora de letras– por la falta de un equipo de investigación, con tiempo y espacio, y porque todo recayó en una sola persona y en una empresa editorial comercial, aun tratándose de un segmento sensible de la producción cultural del país.”
Copio a continuación algunas palabras de otra docente, en este caso del diario El Día, también críticas a partir de la no inclusión de Roberto Themis Speroni y de otros poetas platenses, que firma Laura Santoro y que asevera, entre otras cosas: “Hay omisiones que son inexplicables en la antología de Monteleone (...). Habrá que explicar a los alumnos de las muchas escuelas y universidades argentinas”. Para concluir: “es imperdonable para la memoria de la literatura argentina”. Y a tal punto, creo, que el Licenciado Monteleone les debe una disculpa a los poetas del país, inclusive, y mucho más, a los seleccionados, por haberlos enrumbado en una aventura precaria y sin destino. Y a la editorial Alfaguara, que entrevió en la poesía la posibilidad de una concreción rápida y jugosa, no creo que le quede más que reparar lo hecho, y, mientras, reintegrar a los lectores los importes embolsados.
Una antología, siento, muy propia de este tiempo que corre, y muy representativa de él, con toda su arrogancia, sin dudas, su olvido, su desdén y sus vacíos.
Eduardo Dalter
Buenos Aires, agosto de 2010
Eduardo Dalter nació en Buenos Aires en 1947. Poeta e investigador cultural. Parte de su obra está reunida
en la antología Hojas de ruta, 1984-2004, que tuvo edición en 2005. En el bienio 2004/2005 diseñó y dictó
los seminarios de poesía latinoamericana en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
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