Escribir o no escribir
(El monólogo)
Siempre dibujo un libro antes de empezar con él. Y lo borro cien veces en mi mente, o simplemente ya no despierta mi interés y solo queda la intención de hacerlo. A veces, en esa dialéctica del pensamiento disyuntivo, me he preguntado sobre el profundo sentido de escribir. He cambiado la calavera de Hamlet por calabazas bien amarillas; y he retaceado impulsos para no salir corriendo detrás de cada idea. Otras veces… me ha invadido hasta asfixiarme la necesidad visceral de contar cosas como un escupitajo de entraña para ser vulgarmente gráfica. Es decir, como un desahogo profundo que se renueva cada vez. Las mujeres tenemos algo de compulsivo al hablar: cuando guardamos un secreto o finalmente hacemos el comentario pareciera que estamos a punto de reventar como un sapo, y no sé… si eso tiene algún parentesco de grado con ser escritor después de todo o es mera catarsis. O tiene que ver… con alguna desventura kármica que atraviesa las neuronas, entonces: esas horas y deshoras junto a lo cotidiano resultan providentes y sencillamente ofician de disparador y empiezas a escribir. Así… comienzas dibujando versos, palabras, frases. Imaginando vidas: narrando cuentos. Y no sabes por qué, si por premio o por castigo: terminas arropándote con los vestidos o los andrajos de tus mismos personajes, llorando sus desgracias o desgraciándote con sus desamores -además de los tuyos… He querido contar historias mucho antes que el teclado de mi computadora me permitiera abrir o cerrar signos por ser importado, en una época ( la “marketinera década del´90”) donde en Argentina se importaban hasta los escarbadientes. Y acaso, he dejado olvidado al alba, más de un poema divagando entre insomnios malqueridos y ambiguas sensaciones, con el último destello de luna llena apagándose en el papel.
También comencé algunas novelas que pobrecitas naufragaron peor que el Titanic en el décimo capítulo. Del mismo modo, he guardado manuscritos en carpetas sobre la democracia que supimos conseguir, la Sociedad y el Estado pretendido -luego de un meduloso análisis entre lo que vivimos y lo que alguna vez soñamos. Mejor dicho, nosotros, sufridos y aletargados ciudadanos de este costado del mundo: hemos visto colapsar, estallar en mil pedazos, entre desapariciones en épocas de botas; y cacerolazos en tiempos de corrupción, aquella esperanzadora meta de “libres o dominados”. Hemos aprendido a soportar buenamente en una suerte de resignada rebeldía. Y si le parece una reverenda contradicción, ¡lo es! ¡Así somos! Contradictorios y esperanzados. Apostamos “setenta veces siete” a construir y reconstruirnos, de obstinados nomás. Como esos profetas del tango y el lamento (“uno, vive lleno de esperanza, los caminos.... ” ) como aprendices del desencanto y del canto que nace de las calles mismas. Del farolito, del arrabal; del inmigrante que quiso venir y a la vez llora por las raíces perdidas. Esta tierra buscada por nuestros abuelos, quienes se arrinconaron en un barco por días. Vinieron la mayoría escapando de la guerra y la hambruna, aventurándose en estos paisajes soñados: al norte, al sur, al este y al oeste del país, por donde mires la madre natura ha sido harto generosa y los inmigrantes dejaron sus simientes. Esta bendita tierra, que, nos brindó a Borges, Cortázar, Alfonsina, Bioy y Silvina Ocampo, entre tantos genios; también nos legó una zaga de políticos que nos fundieron. Y antes, militares que nos diezmaron y cortaron las alas junto a las mejores intenciones de utopía.
Y somos a la vez… raros. El más legendario y romántico de los guerrilleros en el mundo, quien además se inmortalizó con un vocablo que en este pueblo usamos para llamarnos: “che, vos..”; “che, decíme..” no nos pertenece tan visceralmente como el fanatismo por el club de fútbol o la novela de moda; incluso nos incomoda cuando alguien nos pide la opinión sobre él; “si.. pero... la violencia...”; y atinamos a defender .. “si bien es encomiable que murió por sus ideales…” y gesticulamos casi como si nos costara reconocerlo. Por momentos somos híbridos, no vayan a confundirnos con izquierdistas radicalizados en plena época del celular o Internet ¡por favor! ¡Ayyy..., describirnos!, no es nada fácil... Los argentinos tenemos la necesidad de creernos los mejores y, si no lo somos, lo inventamos como el dulce de leche y las huellas digitales… que dicho sea de paso, se me borraron de tanto detergente ¿quién habló de liberación femenina?
Por eso... escribir es sentir, decir, amar; convertirse en letra o fluir. Sólo fluir ¡Eso! Navegar entre líneas formando frases conexas, qué se yo o meramente cóncavas, y páginas ¡sí páginas! Imaginas cataratas de páginas invadiéndote con la mejor de las historias, aunque no sepas a que jodido lugar te llevará. Recrear un diálogo mientras preparas el desayuno, o esa idea que se te ocurrió mientras te duchabas, tal vez sea… Y después… apenas la recuerdas, ¡¡¡nooo!! ¡¡¡Si la hubieses escrito!!! quieres estrujarte el cerebro para que caiga como una moneda, pero en el instante menos pensado cuando preparas la receta de la abuela o vas manejando, estás en la cola del Banco, o compras el kilo de papas, ahí, justo ahí surge de nuevo, y no llevas birome ni papel, menos que menos la netbook, entonces el pobre verdulero no entiende si la cara que haces es porque le desconfías lo que te vende, te falta algún tornillo, o estás conjeturando el comentario de la vecina que habló de la novia del protagonista de “Alguien que me quiera...” y que es justo lo que andabas necesitando de un tiempo a esta parte… Y divagas eligiendo los tomates o mirando los duraznos. Vas como Shakespeare, con el limón en la mano debatiéndote entre ser o no ser.
Crees a menudo que no vale la pena contar eso que pensabas… Que a nadie le importará demasiado, salvo que tu generosa imaginación te lleve a vislumbrar mundos fantásticos. Historias fabulosas de efectos especiales insospechados: sagas milenarias con héroes que atraviesan un sin fin de escollos. O epopeyas de antología en sitios increíbles, secretos rigurosos, y bellas doncellas con peinados perfectos y perfil de ensueño, No..,no..,no.. ¡jamás las verás refunfuñando contra su galán mientras barren la cocina, o revientan haciendo un escrito: contestando una expresión de agravios –por ejemplo- o una monografía, doce horas sentada detrás de un monitor. ¡Ni se despeinan… !¡Nunca me lo expliqué!, por qué no se despeinan ni se les corre el lápiz negro debajo de los ojos…
Y si al final, insistes en ese berretín de escribir, te subes a tus benditos sueños con caballo incluido (Pegaso, puede ser…), y en plena cabalgata hacia ellos… continúas haciendo lo que en verdad hace que tu vida sea tuya: en ese mismísimo instante donde lo que realmente te gusta se une a lo que haces. Muchas veces me siento de ese modo: dibujando una frase, tarareando un poema, pretendiendo un cuento, zurciendo un capítulo, pensando en alguna historia, cocinando un futuro proyecto, lavando una vieja idea, o simplemente imaginado un personaje. Entre condimentos y amor al arte, entre noches trasnochadas e impulsos de cuando en cuando. Sino, Borges, no podría haber definido con genial sencillez aquello de la felicidad: simplemente como “un instante” “…todos los días uno tiene un instante en el paraíso...” y cada uno íntimamente sabe cuál es, y por ese instante: ¡brindemos a nuestra salud! Hacer legítimamente lo que nos gusta se parece bastante a ser feliz.
Myriam Arcerito
(El monólogo)
Siempre dibujo un libro antes de empezar con él. Y lo borro cien veces en mi mente, o simplemente ya no despierta mi interés y solo queda la intención de hacerlo. A veces, en esa dialéctica del pensamiento disyuntivo, me he preguntado sobre el profundo sentido de escribir. He cambiado la calavera de Hamlet por calabazas bien amarillas; y he retaceado impulsos para no salir corriendo detrás de cada idea. Otras veces… me ha invadido hasta asfixiarme la necesidad visceral de contar cosas como un escupitajo de entraña para ser vulgarmente gráfica. Es decir, como un desahogo profundo que se renueva cada vez. Las mujeres tenemos algo de compulsivo al hablar: cuando guardamos un secreto o finalmente hacemos el comentario pareciera que estamos a punto de reventar como un sapo, y no sé… si eso tiene algún parentesco de grado con ser escritor después de todo o es mera catarsis. O tiene que ver… con alguna desventura kármica que atraviesa las neuronas, entonces: esas horas y deshoras junto a lo cotidiano resultan providentes y sencillamente ofician de disparador y empiezas a escribir. Así… comienzas dibujando versos, palabras, frases. Imaginando vidas: narrando cuentos. Y no sabes por qué, si por premio o por castigo: terminas arropándote con los vestidos o los andrajos de tus mismos personajes, llorando sus desgracias o desgraciándote con sus desamores -además de los tuyos… He querido contar historias mucho antes que el teclado de mi computadora me permitiera abrir o cerrar signos por ser importado, en una época ( la “marketinera década del´90”) donde en Argentina se importaban hasta los escarbadientes. Y acaso, he dejado olvidado al alba, más de un poema divagando entre insomnios malqueridos y ambiguas sensaciones, con el último destello de luna llena apagándose en el papel.
También comencé algunas novelas que pobrecitas naufragaron peor que el Titanic en el décimo capítulo. Del mismo modo, he guardado manuscritos en carpetas sobre la democracia que supimos conseguir, la Sociedad y el Estado pretendido -luego de un meduloso análisis entre lo que vivimos y lo que alguna vez soñamos. Mejor dicho, nosotros, sufridos y aletargados ciudadanos de este costado del mundo: hemos visto colapsar, estallar en mil pedazos, entre desapariciones en épocas de botas; y cacerolazos en tiempos de corrupción, aquella esperanzadora meta de “libres o dominados”. Hemos aprendido a soportar buenamente en una suerte de resignada rebeldía. Y si le parece una reverenda contradicción, ¡lo es! ¡Así somos! Contradictorios y esperanzados. Apostamos “setenta veces siete” a construir y reconstruirnos, de obstinados nomás. Como esos profetas del tango y el lamento (“uno, vive lleno de esperanza, los caminos.... ” ) como aprendices del desencanto y del canto que nace de las calles mismas. Del farolito, del arrabal; del inmigrante que quiso venir y a la vez llora por las raíces perdidas. Esta tierra buscada por nuestros abuelos, quienes se arrinconaron en un barco por días. Vinieron la mayoría escapando de la guerra y la hambruna, aventurándose en estos paisajes soñados: al norte, al sur, al este y al oeste del país, por donde mires la madre natura ha sido harto generosa y los inmigrantes dejaron sus simientes. Esta bendita tierra, que, nos brindó a Borges, Cortázar, Alfonsina, Bioy y Silvina Ocampo, entre tantos genios; también nos legó una zaga de políticos que nos fundieron. Y antes, militares que nos diezmaron y cortaron las alas junto a las mejores intenciones de utopía.
Y somos a la vez… raros. El más legendario y romántico de los guerrilleros en el mundo, quien además se inmortalizó con un vocablo que en este pueblo usamos para llamarnos: “che, vos..”; “che, decíme..” no nos pertenece tan visceralmente como el fanatismo por el club de fútbol o la novela de moda; incluso nos incomoda cuando alguien nos pide la opinión sobre él; “si.. pero... la violencia...”; y atinamos a defender .. “si bien es encomiable que murió por sus ideales…” y gesticulamos casi como si nos costara reconocerlo. Por momentos somos híbridos, no vayan a confundirnos con izquierdistas radicalizados en plena época del celular o Internet ¡por favor! ¡Ayyy..., describirnos!, no es nada fácil... Los argentinos tenemos la necesidad de creernos los mejores y, si no lo somos, lo inventamos como el dulce de leche y las huellas digitales… que dicho sea de paso, se me borraron de tanto detergente ¿quién habló de liberación femenina?
Por eso... escribir es sentir, decir, amar; convertirse en letra o fluir. Sólo fluir ¡Eso! Navegar entre líneas formando frases conexas, qué se yo o meramente cóncavas, y páginas ¡sí páginas! Imaginas cataratas de páginas invadiéndote con la mejor de las historias, aunque no sepas a que jodido lugar te llevará. Recrear un diálogo mientras preparas el desayuno, o esa idea que se te ocurrió mientras te duchabas, tal vez sea… Y después… apenas la recuerdas, ¡¡¡nooo!! ¡¡¡Si la hubieses escrito!!! quieres estrujarte el cerebro para que caiga como una moneda, pero en el instante menos pensado cuando preparas la receta de la abuela o vas manejando, estás en la cola del Banco, o compras el kilo de papas, ahí, justo ahí surge de nuevo, y no llevas birome ni papel, menos que menos la netbook, entonces el pobre verdulero no entiende si la cara que haces es porque le desconfías lo que te vende, te falta algún tornillo, o estás conjeturando el comentario de la vecina que habló de la novia del protagonista de “Alguien que me quiera...” y que es justo lo que andabas necesitando de un tiempo a esta parte… Y divagas eligiendo los tomates o mirando los duraznos. Vas como Shakespeare, con el limón en la mano debatiéndote entre ser o no ser.
Crees a menudo que no vale la pena contar eso que pensabas… Que a nadie le importará demasiado, salvo que tu generosa imaginación te lleve a vislumbrar mundos fantásticos. Historias fabulosas de efectos especiales insospechados: sagas milenarias con héroes que atraviesan un sin fin de escollos. O epopeyas de antología en sitios increíbles, secretos rigurosos, y bellas doncellas con peinados perfectos y perfil de ensueño, No..,no..,no.. ¡jamás las verás refunfuñando contra su galán mientras barren la cocina, o revientan haciendo un escrito: contestando una expresión de agravios –por ejemplo- o una monografía, doce horas sentada detrás de un monitor. ¡Ni se despeinan… !¡Nunca me lo expliqué!, por qué no se despeinan ni se les corre el lápiz negro debajo de los ojos…
Y si al final, insistes en ese berretín de escribir, te subes a tus benditos sueños con caballo incluido (Pegaso, puede ser…), y en plena cabalgata hacia ellos… continúas haciendo lo que en verdad hace que tu vida sea tuya: en ese mismísimo instante donde lo que realmente te gusta se une a lo que haces. Muchas veces me siento de ese modo: dibujando una frase, tarareando un poema, pretendiendo un cuento, zurciendo un capítulo, pensando en alguna historia, cocinando un futuro proyecto, lavando una vieja idea, o simplemente imaginado un personaje. Entre condimentos y amor al arte, entre noches trasnochadas e impulsos de cuando en cuando. Sino, Borges, no podría haber definido con genial sencillez aquello de la felicidad: simplemente como “un instante” “…todos los días uno tiene un instante en el paraíso...” y cada uno íntimamente sabe cuál es, y por ese instante: ¡brindemos a nuestra salud! Hacer legítimamente lo que nos gusta se parece bastante a ser feliz.
Myriam Arcerito
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