LA DANSE, EL BALLET DE LA ÓPERA DE PARÍS
(La danse, Le Ballet de L´Opéra de Paris, Francia/EE.UU., 2009)
Dirección y sonido: Frederick Wiseman. Fotografía: John Davey. Producción: Françoise Gazio, Pierre-Olivier Bardet y Frederick Wiseman. Montaje: Frederic Wiseman y Valérie Pico.
Por Germán Cáceres
John Ruskin dijo que todas las artes confluyen en la danza, opinión con la cual es difícil no coincidir después de ver esta maravillosa película. Porque a la par que escuchamos una música sublime (entre otros, Bach, Gluck, Berlioz, Chaikovski), también disfrutamos la adaptación al ballet de un texto de Lorca, admiramos prodigiosas escenografías y nos sorprendemos ante esos bailarines que parecen acróbatas y contorsionan sus cuerpos en busca de la belleza.
Es el primer filme que se estrena en la Argentina de Frederick Wiseman (EE.UU., 1930), un documentalista que tiene treinta y ocho títulos en su filmografía y ha merecido elogios y premios internacionales, y que ya incursionó en la danza con Ballet (1995).
El estilo de este realizador es sumamente personal: elimina explicaciones en off, no comenta lo que muestra y tampoco emplea textos para mencionar a las personalidades que aparecen en la pantalla. O sea, es el espectador quien debe sacar conclusiones y elegir su propio punto de vista para valorar La danse. Además, su escritura cinematográfica es despojada, y en lugar de utilizar primeros planos, la cámara, que suele permanecer fija, registra prolongados planos generales con los cuerpos de los bailarines entregados a superlativos movimientos.
La película puede enfocarse, además, desde la docencia, ya que en su mayor parte está dedicada a los ensayos, en lo cuales implacables profesores reclaman la perfección adoptando una actitud rayana en la manía, aunque esa obsesión y esa extrema exigencia están acompañadas por un respeto y una educación ejemplares.
La danse asombra asimismo por sus revolucionarias y creativas coreografías —apoyadas por juegos de luces y puestas restallantes— a cargo de maestros de la jerarquía de Pierre Lacotte, Rudolph Nureyev, Wayne McGregor, Angelin Preljocaj, Mats Ek, Sasha Waltz y Pina Bausch, de los que se representan fragmentos de, respectivamente, las siguientes obras: Paquita, El Cascanueces, Genus, Medea, La casa de Bernarda Alba, Romeo y Julieta, y Orfeo y Eurídice.
Pero Wiseman no se limita a mirar el gran arte, como si éste estuviera incontaminado y apartado del mundo. Así, en forma constante, exhibe la ciudad de París, los pasillos del Palacio Garnier en el que funciona la Ópera, su restaurante, la sastrería, la sala de maquillaje, los pasillos, las escaleras, las cloacas subterráneas, el techo (en donde trabaja un apicultor), y obreros que mantienen el edificio. Y, asimismo, las variadas reuniones presididas por su directora artística, la brillante Brigitte Lefévre, en las que se habla de los benefactores —cuyos aportes demandan almuerzos y galas de agasajo—, se organiza un plan de lucha ante la reforma de la ley de jubilaciones, se le exige a un talentoso coreógrafo un plan de trabajo, o se escucha a una joven bailarina que se lamenta de que ya no tiene veinticinco años.
Para concretar este filme se emplearon doce semanas durante las que se rodaron ciento treinta horas de metraje, de las cuales, a través de un año de montaje, sólo quedaron ciento sesenta minutos (158`).
Una espectadora emocionada, al terminar la función dijo que era imprescindible conseguir el DVD de esta cumbre del cine documental para tenerlo a disposición y poder disfrutarlo el resto de su vida. Esta crónica avala totalmente esa apreciación.
Germán Cáceres
(La danse, Le Ballet de L´Opéra de Paris, Francia/EE.UU., 2009)
Dirección y sonido: Frederick Wiseman. Fotografía: John Davey. Producción: Françoise Gazio, Pierre-Olivier Bardet y Frederick Wiseman. Montaje: Frederic Wiseman y Valérie Pico.
Por Germán Cáceres
John Ruskin dijo que todas las artes confluyen en la danza, opinión con la cual es difícil no coincidir después de ver esta maravillosa película. Porque a la par que escuchamos una música sublime (entre otros, Bach, Gluck, Berlioz, Chaikovski), también disfrutamos la adaptación al ballet de un texto de Lorca, admiramos prodigiosas escenografías y nos sorprendemos ante esos bailarines que parecen acróbatas y contorsionan sus cuerpos en busca de la belleza.
Es el primer filme que se estrena en la Argentina de Frederick Wiseman (EE.UU., 1930), un documentalista que tiene treinta y ocho títulos en su filmografía y ha merecido elogios y premios internacionales, y que ya incursionó en la danza con Ballet (1995).
El estilo de este realizador es sumamente personal: elimina explicaciones en off, no comenta lo que muestra y tampoco emplea textos para mencionar a las personalidades que aparecen en la pantalla. O sea, es el espectador quien debe sacar conclusiones y elegir su propio punto de vista para valorar La danse. Además, su escritura cinematográfica es despojada, y en lugar de utilizar primeros planos, la cámara, que suele permanecer fija, registra prolongados planos generales con los cuerpos de los bailarines entregados a superlativos movimientos.
La película puede enfocarse, además, desde la docencia, ya que en su mayor parte está dedicada a los ensayos, en lo cuales implacables profesores reclaman la perfección adoptando una actitud rayana en la manía, aunque esa obsesión y esa extrema exigencia están acompañadas por un respeto y una educación ejemplares.
La danse asombra asimismo por sus revolucionarias y creativas coreografías —apoyadas por juegos de luces y puestas restallantes— a cargo de maestros de la jerarquía de Pierre Lacotte, Rudolph Nureyev, Wayne McGregor, Angelin Preljocaj, Mats Ek, Sasha Waltz y Pina Bausch, de los que se representan fragmentos de, respectivamente, las siguientes obras: Paquita, El Cascanueces, Genus, Medea, La casa de Bernarda Alba, Romeo y Julieta, y Orfeo y Eurídice.
Pero Wiseman no se limita a mirar el gran arte, como si éste estuviera incontaminado y apartado del mundo. Así, en forma constante, exhibe la ciudad de París, los pasillos del Palacio Garnier en el que funciona la Ópera, su restaurante, la sastrería, la sala de maquillaje, los pasillos, las escaleras, las cloacas subterráneas, el techo (en donde trabaja un apicultor), y obreros que mantienen el edificio. Y, asimismo, las variadas reuniones presididas por su directora artística, la brillante Brigitte Lefévre, en las que se habla de los benefactores —cuyos aportes demandan almuerzos y galas de agasajo—, se organiza un plan de lucha ante la reforma de la ley de jubilaciones, se le exige a un talentoso coreógrafo un plan de trabajo, o se escucha a una joven bailarina que se lamenta de que ya no tiene veinticinco años.
Para concretar este filme se emplearon doce semanas durante las que se rodaron ciento treinta horas de metraje, de las cuales, a través de un año de montaje, sólo quedaron ciento sesenta minutos (158`).
Una espectadora emocionada, al terminar la función dijo que era imprescindible conseguir el DVD de esta cumbre del cine documental para tenerlo a disposición y poder disfrutarlo el resto de su vida. Esta crónica avala totalmente esa apreciación.
Germán Cáceres
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