domingo, 30 de marzo de 2008

Ximena Sciorra: La estrella


Tranquilamente ese joven de veintinueve años podría ser el hermano que tengo y no conozco.

Pero no lo era.

Rubio, rubio oro. Profundos ojos verdes...pupilas punzantes. Me miraba como nunca nadie me miró: pidiendo misericordia.

Estaba allí sentado, portando en sus brazos dorados, hondos tatuajes. Y resaltaban, como grietas dolorosas, cicatrices que denotaban un pasado desgraciado.

Me acerqué a él, con pasos letargados, inserta en mi pollera blanca tubo, ceñida por una camisa gris perla.

Lo saludé cordialmente y me senté enfrente suyo. No esbozó palabra alguna. Busqué el expediente en mi carpeta y repasé los cargos que se le imputaban.

Mis neuronas producían más sinapsis que nunca...en ese instante me cuestioné qué hacía una mujer de veinticuatro años, como yo, en California, sentada frente a aquél sujeto asesino...¿¡Yo!? ¡¡que podría estar tomando sol en las playas más hermosas del Caribe!!...¡¡o vendiendo collarcitos de perlas en La Habana...!! ...sin tener que soportar el silencio de ese hombre, que me intimidaba con su mirada.

- Roger Brown? le pregunté en un inglés difícil.

Bruscamente agitó la cabeza. Entendí que, efectivamente, era ésa su identidad.

- Todo puede ser más fácil si se anima a pronunciar una monosílaba, aunque sea, Roger. Soy su defensora, no su detractor...- repuse molesta.

- Bien. Puedes decirme Roy...

- No hace falta, Roger. Necesito que me cuentes que pasó la noche del 24 de enero de 2000....

- Nada.

- No pasó nada?, ¿acaso no hallaste a tu esposa muerta?-

- ¡¡¡No la maté yo!!!!...¿¿qué más quieres saber??...-

Lo miré. Acerqué intempestivamente mi rostro a su rostro rudo, y amigablemente repuse:

- No te exasperes, solo necesito que me cuentes, para elaborar tu defensa. Tengo que velar por tus derechos y garantías...si no la mataste, ¿quién lo hizo?.

Palideció. Comprendí. Me acomodé, en la butaca, relajada, para oír la historia...

- Hacía cinco meses que no nos llevábamos bien. Quería divorciarme pero ella me amenazaba con no dejarme ver a los niños si eso sucedía. Mis hijos aparecían golpeados, los maltrataba cuando yo iba a trabajar...

Al volver de mi empleo, a la madrugada, la encontré en el living. Los pequeños dormían...comenzó a gritarme, a reprochar que había vuelto tarde, a decirme que ella quería tener otro hijo, y que mi respuesta siempre era negativa...Entonces...sentí que la cabeza me estallaba...

Roger bajó la vista y lloró. Tomé uno de mis pañuelos descartables y sequé con suavidad sus mejillas rústicas mientras retorcía sus dedos ásperos, de hombre laborioso.

Lo contemplé...imaginando la escena que relataba...

- Entonces, - prosiguió-, la tomé del cuello y hundí mis dedos con violencia, haciendo que sus rodillas se aflojaran...y mis uñas marcaban su piel con vehemencia...y sus gritos se transformaban en gemidos lacónicos. Asombrosamente, a medida que ella se quedaba sin oxígeno, yo me llenaba de paz...

- ¡¡Es suficiente!!- lo interrumpí semidescompuesta. Desesperada. Atónita.

Respiré. (Creí ser yo la estrangulada por un momento...) Reviví cuando me percaté de mi rol de abogada patrocinante de Roger, defensora de Roger, “ángel guardián” de Roger, “amiga” de Roger...¡Dios!...del “pobre” Roger, a quién el secreto profesional me imponía guardar sus dichos como si fueran el salmo 28 de las Sagradas Escrituras, a quién el Código de Ética Profesional me obligaba a tratar con decoro y amabilidad...

Transcurridos dos minutos, pude volver a hablar:

- La ley, en el estado de California es muy rigurosa, Roger...sabes que para un homicida, la pena es la muerte...

Asintió.

- Esta defensa tiene el único objetivo de poder dilatar el tiempo, para que la pena no te sea aplicada tan de prisa...

- Lo sé. Qué pasará con mis hijos?-

- El juez designó para ellos un tutor especial. Están bien y podrás encontrarte con ellos antes de...

- De morir...

- De morir...- Levanté mis cosas y lo observé. “Miré” a ese ser humano, con la connotación que ello implica...

- La próxima entrevista es el miércoles próximo, cuidate Roger...

- Gracias.

El guardiacárcel lo condujo hasta un pasillo contiguo a su celda. Cerré los ojos.


El miércoles, nueve y treinta minutos, arribé dormida al Penal. La noche anterior había dado una fiesta en casa, con amigos y amigas de diferentes nacionalidades. A las seis de la mañana ya estaba en el aeropuerto, despidiendo a mi novio que viajaba a Argentina para concretar sus ambiciosos negocios con una financiera latinoamericana, a las siete corría, cronómetro en mano, por el Boulevard Saint Germain, a las nueve manejaba por calles inundadas de tránsito, para ver a mi “querido Roger”.

Caminé por los pasillos oscuros hasta llegar a la sala fría y silenciosa.

Allí esperaba, sentado, el señor rubio oro. Esta vez, una delicada sonrisa se asomaba por entre sus labios.

- Buen día -.

- Buen día -.

Repetí el ritual de abrir la carpeta, hacer un breve repaso del expediente...

- ¿Cómo estás?

- Bien, tengo algo para usted...-extendió la mano y dejó sobre la mesa un sobre - fíjese...

Tomé el mismo, y al abrirlo, hallé una medalla redonda de plata, con una estrella blanca dibujada en el centro.

- Es hermosa, Roger...¿qué significa esto?-

- Significa que una persona como yo puede vivir en la oscuridad total, en tinieblas, pero sin embargo, siempre hay una persona, como usted, que tiene el valor de aparecer, acercarse, traer un poco de luz, y convertirse en la estrella que guía el camino...por más que sea la compañía de la última parte del trayecto...

Jamás el nudo en mi garganta y el sentimiento de impotencia habían sido tan gigantes...Roger tenía la grandeza de reconocer la miseria que lo rodeaba, pero también llevaba consigo la capacidad de reflexionar, de agradecer...agradecerme algo que yo no merecía, pues, sólo estaba cumpliendo mi tarea...para mi sociedad asesorar, patrocinar, defender jurídicamente era un simple trabajo, para él y su entorno, eso tomaba dimensiones mucho más importantes...


El 3 de febrero a las siete de la mañana estuve junto a él. No quiso manifestar nada. No quiso entregar ni una monosílaba al público reducido que permanecía serio, anhelando el broche de la “función”: la ejecución.

Temblé. Nuestras pupilas se despidieron, pero no nuestros espíritus... Recorrí con mi vista sus tatuajes hondos, que parecían suplicar compasión y sus cicatrices rosadas, fervorosas, crueles...

Mientras aplicaban la inyección letal en su brazo derecho, una lágrima se deslizaba por la mejilla izquierda de esta abogada formateada por las leyes, que en ese instante comprendió que era la estrella que ahora colgaba en su pecho la que le había enseñado lo poco que sabía del amor sin condiciones...sí...es la estrella colgada en mi pecho la que me enseñó lo poco que conozco del amor sin condiciones.

Ximena Sciorra
xsciorra@yahoo.com.ar

1 comentario:

Avesdelcielo dijo...

Excelente y conmovedor relato. siempre se puede ser guía de alguien, aunque sea en el último momento, porque como el protagonista, no partió de la vida con desesperanza. Felicitaciones a la autora.
MARITA RAGOZZA