lunes, 17 de marzo de 2008

Alfredo Di Bernardo: Crónicas del Hombre Alto (38)

NADA NOS DEJA MÁS EN SOLEDAD

"¿Viste que se murió Guinzburg?", me dijeron. "¿Quién?", pregunté por reflejo, como si no hubiese entendido bien, como si en verdad no supiera de quién me estaban hablando. "Guinzburg, Jorge Guinzburg", me confirmaron, derribando así mi incredulidad inicial. "¿Y cómo?", me descubrí balbuceando estúpidamente. Escuché entonces un comentario algo impreciso acerca de una probable afección pulmonar. No era la respuesta adecuada, claro. Mi inquietud no iba dirigida a una cuestión de causas; era una petición de lógica, una búsqueda de sentido. Lo que yo había querido preguntar, en realidad, era cómo podía ser que esa persona se hubiera muerto.

Toda muerte inesperada de un famoso causa conmoción, pero cuando quien muere es alguien que nos hacía reír, lo imprevisto de la noticia parece golpear mucho más hondo. La muerte temprana de un humorista presenta un matiz obsceno del que otras muertes carecen. Y es que, por naturaleza, la risa excluye a la muerte. La combate, la empuja, la aleja. No puede cancelarla, es cierto, pero logra el formidable prodigio de mantenerla oculta por un rato. La hace desaparecer de nuestro horizonte y nos obsequia, por lo tanto, una breve ilusión de eternidad. Tal vez sea por eso que, inconscientemente, uno tiende a incurrir en la errónea impresión de que quien nos hace reír no se puede morir nunca. Y hasta nos sorprende que un buen día nos contradiga haciéndolo.

Decía Pitigrilli que "el humorista es un niño que silba al atravesar las habitaciones oscuras para esconderse a sí mismo su propio miedo". A esta aguda observación faltaría agregarle que nosotros vamos caminando a su lado, llevando a cuestas nuestro propio temor, y que son justamente sus gracias y ocurrencias las que nos alivian el trayecto.

"Nada nos deja más en soledad que la alegría si se va", canta Fito Páez, y tiene razón. Así como el año pasado nos quedamos sin Fontanarrosa, ahora lo perdimos a Guinzburg. Ya no disfrutaremos de su humor inteligente, de su implacable ironía, de sus réplicas demoledoras.

El problema es que la habitación sigue a oscuras y nosotros continuamos pasando a través de ella. ¿Quién habrá de silbar, entonces, para sacarnos el susto?



Alfredo Di Bernardo
alfdibernardo@ciudad.com.ar

1 comentario:

S .M.T dijo...

A hora qué?
¿ Sólo burdos y groseros cómicos O humoristas?