Sola, autodidacta y enterrada por la historia
Por Luciana Peker
En el comienzo de las clases, sólo se habla de los reclamos, aumentos, o posibles paros de los docentes. El trabajo del día a día y letra a letra –que se conjuga, cada vez más, con un plato de comida o un abrazo que reemplaza otros desamparos– que dan los y las docentes en la Argentina está invisibilizado. Los y las maestras no son magnificados en el comienzo de las clases, sino como un motor que importa sólo si arranca o no arranca. Y cuando arranca ya nadie ve cómo sigue en el camino. El trabajo del día a día y letra a letra –que se conjuga, cada vez más, con un plato de comida o un abrazo que reemplaza otros desamparos– que dan los y las docentes en la Argentina está invisibilizado. Ellos y ellas son la red que sostiene –mucho más allá y más importante que su función educativa– la bronca, la rabia, la hipertecnologización, la violencia de género, el hambre, los abusos, las peleas escolares y tantos otros efectos colaterales que se cuelan entre las letras y los números.
El 11 de septiembre, Día del Maestro, sí son homenajeados. Pero, paradójicamente, para un gremio y un oficio integrado mayoritariamente por mujeres, para rendirle tributo a Domingo Faustino Sarmiento, una figura histórica, que más allá del mito de no faltar nunca –suerte que no lo agarró la gripe A– es eso: un maestro. ¿Y las maestras? ¿Y si el Día del Maestro es el de los y las maestras/os? ¿Y sí además de Sarmiento, como símbolo y como mínimo, se homenajea a Juana Manso?
Sarmiento dijo que ella era su mejor hombre. Y eso era un elogio en tiempos donde no ser hombre era sinónimo de no ser y de no hacer. Y, mucho menos, de ser parte de la historia. Ser valioso era ser hombre. ¿Y si recuperamos el valor de las mujeres para que los alumnos y las alumnas aprendan que no todas las figuritas llevan caras masculinas y no sólo hubo peinetas en la cabeza de las mujeres durante la creación de la patria?
Juana Manso nació el 26 de junio de 1819 y fue la primera educadora de la Argentina. Su primer paso fue educarse a ella misma. Aprendió sola a leer y a escribir. Y en 1824 fue alumna de la primera escuela para señoritas de la Argentina. Fundó en Uruguay –exiliada del gobierno de Juan Manuel de Rosas– una escuela para mujeres y publicó sus poesías en los diarios El Nacional y El constitucional.
Pero no tuvo una vida de manual. A pesar de ser una mujer inteligente se enamoró sin rumbo de un músico bohemio –el violinista Francisco Noronha– con el que tuvo dos hijas en el medio de giras por Estados Unidos y Cuba. El matrimonio fracasó y ella, igual que muchas mujeres en la actualidad, terminó solventando a su marido, criando sola a sus dos hijas y maltratada por él. Pero con las agallas –que se acrecientan en perspectiva histórica– de separarse de esa desigualdad.
Aunque ella no era una mujer actual y su situación no era aceptada en el siglo XIX. Sin embargo, ser madre soltera no la encerró sino que la potenció. Tampoco era agraciada, ni por la estética, ni por la alcurnia. No descendía de una familia rica ni acomodada. Pero ella no buscó estar cómoda, sino progresar y que progresen las mujeres.
Por eso, es considerada la primera feminista argentina. Ella convocaba a la mujer a luchar por sus derechos, por una vida digna y por el acceso a la educación. Peleó por la escuela mixta, por las bibliotecas populares, por la libertad de culto, entre muchas otras cosas. Por eso, hoy su nombre es sinónimo de progreso y, en su tiempo, fue sinónimo de polémica. En 1862 escribió el primer manual de historia argentina. Murió trece años después, en 1875, apenas, a los 55 años. La jerarquía católica y los sectores conservadores le negaron sepultura en el Cementerio de Buenos Aires. Hasta 1915 estuvo enterrada en el Cementerio de Disidentes.
Su nombre debería figurar –con los honores que no le rindieron ni en su vida ni en su muerte– en los manuales de historia argentina que los chicos y chicas, a partir de marzo, comienzan a estudiar y que ella comenzó a crear.
Luciana Peker
Permalink:
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-5551-2010-02-28.html
Por Luciana Peker
En el comienzo de las clases, sólo se habla de los reclamos, aumentos, o posibles paros de los docentes. El trabajo del día a día y letra a letra –que se conjuga, cada vez más, con un plato de comida o un abrazo que reemplaza otros desamparos– que dan los y las docentes en la Argentina está invisibilizado. Los y las maestras no son magnificados en el comienzo de las clases, sino como un motor que importa sólo si arranca o no arranca. Y cuando arranca ya nadie ve cómo sigue en el camino. El trabajo del día a día y letra a letra –que se conjuga, cada vez más, con un plato de comida o un abrazo que reemplaza otros desamparos– que dan los y las docentes en la Argentina está invisibilizado. Ellos y ellas son la red que sostiene –mucho más allá y más importante que su función educativa– la bronca, la rabia, la hipertecnologización, la violencia de género, el hambre, los abusos, las peleas escolares y tantos otros efectos colaterales que se cuelan entre las letras y los números.
El 11 de septiembre, Día del Maestro, sí son homenajeados. Pero, paradójicamente, para un gremio y un oficio integrado mayoritariamente por mujeres, para rendirle tributo a Domingo Faustino Sarmiento, una figura histórica, que más allá del mito de no faltar nunca –suerte que no lo agarró la gripe A– es eso: un maestro. ¿Y las maestras? ¿Y si el Día del Maestro es el de los y las maestras/os? ¿Y sí además de Sarmiento, como símbolo y como mínimo, se homenajea a Juana Manso?
Sarmiento dijo que ella era su mejor hombre. Y eso era un elogio en tiempos donde no ser hombre era sinónimo de no ser y de no hacer. Y, mucho menos, de ser parte de la historia. Ser valioso era ser hombre. ¿Y si recuperamos el valor de las mujeres para que los alumnos y las alumnas aprendan que no todas las figuritas llevan caras masculinas y no sólo hubo peinetas en la cabeza de las mujeres durante la creación de la patria?
Juana Manso nació el 26 de junio de 1819 y fue la primera educadora de la Argentina. Su primer paso fue educarse a ella misma. Aprendió sola a leer y a escribir. Y en 1824 fue alumna de la primera escuela para señoritas de la Argentina. Fundó en Uruguay –exiliada del gobierno de Juan Manuel de Rosas– una escuela para mujeres y publicó sus poesías en los diarios El Nacional y El constitucional.
Pero no tuvo una vida de manual. A pesar de ser una mujer inteligente se enamoró sin rumbo de un músico bohemio –el violinista Francisco Noronha– con el que tuvo dos hijas en el medio de giras por Estados Unidos y Cuba. El matrimonio fracasó y ella, igual que muchas mujeres en la actualidad, terminó solventando a su marido, criando sola a sus dos hijas y maltratada por él. Pero con las agallas –que se acrecientan en perspectiva histórica– de separarse de esa desigualdad.
Aunque ella no era una mujer actual y su situación no era aceptada en el siglo XIX. Sin embargo, ser madre soltera no la encerró sino que la potenció. Tampoco era agraciada, ni por la estética, ni por la alcurnia. No descendía de una familia rica ni acomodada. Pero ella no buscó estar cómoda, sino progresar y que progresen las mujeres.
Por eso, es considerada la primera feminista argentina. Ella convocaba a la mujer a luchar por sus derechos, por una vida digna y por el acceso a la educación. Peleó por la escuela mixta, por las bibliotecas populares, por la libertad de culto, entre muchas otras cosas. Por eso, hoy su nombre es sinónimo de progreso y, en su tiempo, fue sinónimo de polémica. En 1862 escribió el primer manual de historia argentina. Murió trece años después, en 1875, apenas, a los 55 años. La jerarquía católica y los sectores conservadores le negaron sepultura en el Cementerio de Buenos Aires. Hasta 1915 estuvo enterrada en el Cementerio de Disidentes.
Su nombre debería figurar –con los honores que no le rindieron ni en su vida ni en su muerte– en los manuales de historia argentina que los chicos y chicas, a partir de marzo, comienzan a estudiar y que ella comenzó a crear.
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