AL PIE DE LA ESCALERA
de Lorrie Moore
(Seix Barral, Buenos Aires, 2009, 432 páginas)
Por Germán Cáceres
Esta novela no atrapa por su historia, sino que se lee con
atención para captar las singulares descripciones sociales y
psicológicas de Lorrie Moore (Glens Falls, Nueva York, 1957), así como
para apreciar su aguda observación sobre los contradictorios
comportamientos de los seres humanos, que la llevan a emprender
extensas y perspicaces digresiones. Ello lo hace a través de la
narración en primera persona —irónica, ácida y a la vez sagaz—de la
protagonista, la joven Tassie Keltjin. Es admirable cómo refiere las
torpezas, los actos fallidos y los errores en que incurre la gente
cuando habla. Asimismo, la personalidad oculta de los personajes (“Al
parecer nadie era quien decía ser”) va surgiendo en forma gradual a
través de sus conductas, gestos y estados de ánimo.
Pero una velada corriente subterránea fluye (compuesta de
frases sueltas y escuetos comentarios) por debajo de la lectura, y
alerta de que la vida es trágica y el mundo es absurdo, por tanto,
algún acontecimiento desdichado se desencadenará: “donde hay placer al
final siempre hay lágrimas, y estas acaban arruinando el placer”. Así,
desliza que “Estas mujeres de mediana edad daban la sensación de estar
muy cansadas, como si se les hubiera estrujado la esperanza y ésta
hubiera sido reemplazada por una especie de sopor, de sueño
moribundo”. Sus acotaciones sobre la gente común de una pequeña ciudad
del Medio Oeste norteamericano son feroces y crueles: “siniestros
androides que tal vez habían sido incubados correctamente como jóvenes
humanos pero que, de mayores, resultaban inadecuados y poco
atractivos”. Y tras esa aburrida y somnolienta cotidianeidad
pueblerina está como telón de fondo la patología desgarradora que
causó el S-11 y que en la actualidad provocan las guerras de
Afganistán y de Irak (la acción transcurre desde diciembre 2001 a
diciembre 2002). Y apunta que en la población es inmediata la
asociación entre musulmán y terrorista.
Según Al pie de la escalera, la problemática de la
sociedad multicultural que se ha instalado en los Estados Unidos no ha
sido superada. Se la reprime mediante falsas sonrisas, cierta
pretenciosa urbanidad y una gran hipocresía. El odio y el prejuicio
racial persisten. Los diálogos y polémicas que entablan los personajes
queriendo demostrar su amplitud en el tema se embrollan en
divagaciones insustanciales: emplean tantos circunloquios para
explicarse que demuestran que no se entienden entre ellos y que están
absolutamente confundidos respecto a una realidad ominosa que se les
escapa.
No obstante, Tassie no deja de rendir culto en todo
momento a la música en general, ya sea popular, folklórica, jazz o
clásica, tal vez como único rescate de una existencia implacable.
Y, en los tramos finales, la novela —que en el fondo es de
iniciación, o sea el paso traumático de la protagonista a la adultez—
se cierra con una visión pesimista: “La vida era insoportable, y sin
embargo uno tenía que cargar con ella a todas partes”.
La autora, que ha obtenido importantes premios por su
producción, nos ofrece una obra estupenda, distinta y muy personal. La
traducción de Francisco Domínguez Montero es digna de elogio.
Germán Cáceres
de Lorrie Moore
(Seix Barral, Buenos Aires, 2009, 432 páginas)
Por Germán Cáceres
Esta novela no atrapa por su historia, sino que se lee con
atención para captar las singulares descripciones sociales y
psicológicas de Lorrie Moore (Glens Falls, Nueva York, 1957), así como
para apreciar su aguda observación sobre los contradictorios
comportamientos de los seres humanos, que la llevan a emprender
extensas y perspicaces digresiones. Ello lo hace a través de la
narración en primera persona —irónica, ácida y a la vez sagaz—de la
protagonista, la joven Tassie Keltjin. Es admirable cómo refiere las
torpezas, los actos fallidos y los errores en que incurre la gente
cuando habla. Asimismo, la personalidad oculta de los personajes (“Al
parecer nadie era quien decía ser”) va surgiendo en forma gradual a
través de sus conductas, gestos y estados de ánimo.
Pero una velada corriente subterránea fluye (compuesta de
frases sueltas y escuetos comentarios) por debajo de la lectura, y
alerta de que la vida es trágica y el mundo es absurdo, por tanto,
algún acontecimiento desdichado se desencadenará: “donde hay placer al
final siempre hay lágrimas, y estas acaban arruinando el placer”. Así,
desliza que “Estas mujeres de mediana edad daban la sensación de estar
muy cansadas, como si se les hubiera estrujado la esperanza y ésta
hubiera sido reemplazada por una especie de sopor, de sueño
moribundo”. Sus acotaciones sobre la gente común de una pequeña ciudad
del Medio Oeste norteamericano son feroces y crueles: “siniestros
androides que tal vez habían sido incubados correctamente como jóvenes
humanos pero que, de mayores, resultaban inadecuados y poco
atractivos”. Y tras esa aburrida y somnolienta cotidianeidad
pueblerina está como telón de fondo la patología desgarradora que
causó el S-11 y que en la actualidad provocan las guerras de
Afganistán y de Irak (la acción transcurre desde diciembre 2001 a
diciembre 2002). Y apunta que en la población es inmediata la
asociación entre musulmán y terrorista.
Según Al pie de la escalera, la problemática de la
sociedad multicultural que se ha instalado en los Estados Unidos no ha
sido superada. Se la reprime mediante falsas sonrisas, cierta
pretenciosa urbanidad y una gran hipocresía. El odio y el prejuicio
racial persisten. Los diálogos y polémicas que entablan los personajes
queriendo demostrar su amplitud en el tema se embrollan en
divagaciones insustanciales: emplean tantos circunloquios para
explicarse que demuestran que no se entienden entre ellos y que están
absolutamente confundidos respecto a una realidad ominosa que se les
escapa.
No obstante, Tassie no deja de rendir culto en todo
momento a la música en general, ya sea popular, folklórica, jazz o
clásica, tal vez como único rescate de una existencia implacable.
Y, en los tramos finales, la novela —que en el fondo es de
iniciación, o sea el paso traumático de la protagonista a la adultez—
se cierra con una visión pesimista: “La vida era insoportable, y sin
embargo uno tenía que cargar con ella a todas partes”.
La autora, que ha obtenido importantes premios por su
producción, nos ofrece una obra estupenda, distinta y muy personal. La
traducción de Francisco Domínguez Montero es digna de elogio.
Germán Cáceres
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