SOBRE MITOS ARGENTINOS Y APARATOS FILOSÓFICOS IMPOPULARES
Lamento no haber podido formarme académicamente en filosofía, antropología, sociología, psicología, historia y literatura, con nivel universitario y la suficiente solvencia crítico-analítico-ensayística como para tratar el pensamiento o la perversión del pensamiento publicitado de, por ejemplo, ese solitario resentido o progresista arrepentido que hoy es Juan José Sebreli, entre otros que están siendo tan difundidos, tan mimados por los poderosísimos multimedios transnacionales de publicidad y propaganda. No digo haberme capacitado teóricamente a nivel universitario para negarlos con alguna crítica demoledora, sino tener mejor andamiaje para revisarlos, para reflexionar y pesar lo bueno y lo malo sobre lo que opina un Sebreli cuando sostiene que hubo cuatro mitos populares nefastos para la cultura de los argentinos, como son: Gardel, Evita, el Che y Diego Armando Maradona.
Mi saber es el de uno que escucha radio, que lee diarios y revistas, que mira cine o TV como todos, y ha escuchado discos, he visto a cantantes y orquestas de tango, pero no tengo ese nivel o capacidad para fundamentar, para desarrollar racional, lógica y metódicamente una intuición que me viene a las entrañas o a la mente cuando veo u oigo criticar cruelmente y opinar sobre mitos populares.
Me parece que no se puede chivar al hombre por el mito que a partir de su vida pública se genera.
Sebreli se aburre mucho en el día del amigo porque no lo saluda nadie, entonces, de bronca se la agarra contra el pueblo y dice que Gardel era políticamente un oportunista relacionado con el Partido Conservador y que aprovechó esas relaciones para trepar en su carrera. Eso es comprensible porque en los años veinte del siglo pasado el poder y el dinero lo manejaban los conservadores y después algún puntero radical negociador, pero ninguna otra fuerza política popular tenía el poder de bancar una carrera artística costosa como la de Gardel.
Dice Sebreli que a los temas más famosos o reconocido no los hizo Gardel sino que hubo arregladores que lo asesoraron sobre qué letras elegir como repertorio vendible, qué nivel de lenguaje emplear, cómo decir o cantar. Es decir, asesores de imagen, asesores del constructo o producto llamado Gardel.
Valga aclarar que el mito Gardel no existía en vida de ese cantor, el mito no lo hizo el cantor sino la gente de los barrios humildes.
El accidente aéreo en Medellín con su muerte trágica fue el desencadenante principal de algo que ya estaba armado en potencia por el sello discográfico y los productores cinematográficos para vender esa última imagen de Gardel que hemos comprado y elevado a mito popular de todos los argentinos.
Pero a ese santuario de adoración y fervor popular no lo sueñan los asesores de imagen, sino que la proyección imaginaria, la mitificación, la mistificación, la ficción, ilusión, fantasía, fantasmagorización, leyenda, etc, responden a una necesidad psíquica tan profunda como la necesidad de soñar y cumplen una función comparable a la que la interpretación psicoanalítica de los sueños descubre estudiando clínicamente la función onírica.
El mito es una manifestación colectiva de deseo, un sueño despierto y colectivo. Encarna la manera en que vamos depositando o delegando en el genio o la figura de alguien nuestros deseos de trascender la triste situación particular que sufrimos o soportamos como clase baja mal entretenida y amontonada en conventillos, como suburbanos o villeros.
Mucha gente no soportaría el peso de tener que seguir viviendo o sobreviviendo si no se permitiera soñar o mitificar o conectar de algún modo con el ya construido pero abierto mito del zorzal criollo, el morocho del abasto, el bronce que ríe y cada día canta mejor, ese que –aunque la realidad histórica lo desmienta- habiendo sido hijo de madre sola o soltera, exiliado pobre, pibe de barrio que salía a vender frutas con un carrito, llegó a gustarle a muchos parroquianos que lo oían cantar en un bar, en un club.
Y lo elogiaron tanto que llegó a la radio, al disco, a que los diarios y revistas hablaran de él, al cine, a la estampita o calcomanía pegada en carros, en colectivos, en taxis, en peluquerías, carnicerías de barrio, verdulerías, etc.
En el mito ya madurado y en todo su pleno esplendor y poder persuasivo se han realizado todas las instancias de esa fenomenal construcción colectiva de no una historia sino un deseo, un sueño en vigilia, una ilusión que trasciende a cada una y a cada uno de los que necesitaron desear y soñar y verse como realizados ellos mismos en la realización o éxito o logros del otro triunfador.
¿Por qué tanta gente no realiza su vida propia sino que sueña el sueño de otros y festeja como suyos los goles que hacen otros?
Porque muchas chicas y muchachos quisieron salir lindos en una foto, cantar lindo, aunque sea en un cumpleaños o fiestita escolar o vecinal o en el programa de Galán o en Crónica TV. Muchos quisieron vestir lindo, ser vistos y admirados aunque más no sea en las imágenes fotográficas o filmadas de esas películas como las de Gardel, el rey Palito o Sandro. Y no podían, sentían que ellos no hubieran podido hacer todo eso que Carlitos o Lolita Torres o Palito o Diego o el Che Guevara sí pudieron hacer.
Todos querían fama y dinero, todos sueñan con el ascenso social, deportivo, económico y cultural. Todos tuvimos ese sueño de barrilete como Eladia Blázquez, a todos nos faltó piolín o soga o suerte o nafta super especial para despegar, triunfar, salir de perdedor, salir de pobre, sonreír ganadores como Gardel, pero sufrían pobreza, barro y miseria, tuberculósis, hambre, tísis, mal de chagas, malaria, fiebre de los rastrojos, prostitución, cárcel por hurto o por punga o pibe chorro o ratero; reformatorio, correccional, penitenciaría y todas las inconfesadas o nunca cantadas maldiciones de la pobreza y la desgracia permanente de ser clase baja. Todas y todos querían aliviar su diario sufrimiento, su frustración, sus penas, sus amarguras, sus humillaciones y sacrificios y carencias y vergüenzas. Y el remedio para esos males, el remedio natural e interno, era ilusionarse, proyectar sus ilusiones, poner en Carlitos, en Evita, en Maradona, el poder ser que ellos por sí mismos no podían ni pueden ni creen que vayan a poder nunca.
Los admiradores comparten entre ellos sus fracasos reconvertidos en esa proyección masiva de sus deseos e ilusiones en la realización cinematográfica, legendaria o fabulosa, que se levanta como arquetipo mítico o estampa Gardel, Imago Frater, el argentino que triunfó en el mundo.
Porque lo imaginan como ellos y a la vez tienen que ver y comprobar que no es como ellos, que triunfó donde ellos se quedaron, que ascendió adonde ellos no ascienden, que viajó adonde ellos no pueden viajar, que se acostó con o se casó con una o uno de una clase social a la que ellos no pueden aspirar a llegar más que como sirvientes.
¿Quién no se siente tocado cuando uno de los nuestros triunfa y baja y nos dice por micrófono:
"Barrio pobre, estoy contigo. Vuelvo a cantarte viejo amigo."
Dan ganas de votarlo presidente, dan ganas de hacerlo Papa o ascenderlo a General,
aunque el pobrerío piquetero y reo por sí solo no puede hacer eso.
La masa pobre argentina hizo catarsis con Gardel como la plebe griega de antes de Cristo hacía catarsis en el anfiteatro de Atenas, proyectando sus deseos y temores en las Olimpíadas, en los dramas y tragedias de Esquilo y otros representados en escena.
Esa catarsis no le ha hecho daño a los que se ilusionaron con cada héroe o figura idealizada en la oscuridad de la sala de cine de barrio o en la escucha casera de tangos por radio o a la vista del cantor en la vecinal o en el club de barrio.
El pobre paga para poder soñar, paga para ver bien vestido y bien engominado y bien perfumado y cantando lindo a su ídolo; paga para ver la foto del auto que ese ídolo suyo se pudo comprar – y que él desea y no podrá comprarse- Paga para ver la foto del caballo de carrera o del departamento que su ídolo se pudo comprar, paga para oír los discos que su ídolo pudo grabar y que a él le hubiera gustado grabar y no pudo.
A cada uno de los adoradores le hubiera gustado ser adorado por todos los demás humildes adoradores, pero cada uno suma a la adoración y no es nunca el semi-dios adorado sino siempre el gil de cuarta iluso cholulo adorador, el que paga para alimentar la maquinaria religiosa, social, política o artístico-cultural, la gran tramoya profana, farsesca o trucha, de esos deseos o sueños o ilusiones que en mi corazón humilde parecen tan puros y gloriosos.
Para el productor artístico es solamente un negocio, el productor no sueña con su ídolo, no desea ser Gardel. Al productor le interesa el porcentaje de ganancia de la venta multiplicada de su producto, de la venta de la imagen producida para ese consumo masivo de cultura popular que él ve como venta masiva en mercado y un sociólogo podría caracterizar o analizar como elaboración grupal del mito, como construcción del inconsciente colectivo, como puesta en escena de lo obsceno, de los deseos colectivos reunidos en un arquetipo, en ese vacío significante devenido en resemantización del viejo y nunca olvidado tótem., caído y vuelto a entronizar y adorar como nuevo ídolo o renovación de la idolatría, de la mitología o de la mitificación.
El creyente paga para seguir creyendo.
Juan José Cebreli afirma en libros y conferencias y debates que Gardel no resulta tan nefasto para la cultura de los argentinos pero que el mito alimentado con la figura de Eva Duarte de Perón sí ha sido perjudicial. Me parece que habría que revisar esas conclusiones pesimistas, peyorativas o denostativas. Hay que distinguir la persona Eva Duarte de la imagen populistamente recreada y del mito que el colectivo de los humildes hizo a partir de aquella mujer. Pero el realismo no está separado de la magia, como bien sabían Alejo Carpentier, Eduardo Galeano y Gabriel García Márquez.
La historia verdadera no se desenvuelve aparte del mito popular. Los que sueñan no hacen mal en soñar, los que desean no hacen mal en desear un Hombre Nuevo como Jesús o Mahoma o el Che, aunque la revolución sea un sueño eterno de nunca alcanzar.
Claro que los que sueñan no quieren que uno los zamarree y los despierte con un puntero de maestro ciruela, un baldazo de agua fría o una cachetada o una carcajada de burla y les diga:
pero no, boludo útil, no ves que te están engañando, que Gardel nunca fue como vos lo soñás, que Evita nunca fue en realidad como vos la soñás, que el Che nunca fue en realidad como vos lo soñás, que Tita Merelo o Mercedes Sosa o Diego Armando Maradona nunca fueron como vos los soñás.
Mucha gente siente todavía hoy que necesita, no sabemos hasta dónde, en qué grado o dosis o hasta cuando, esos analgésicos para nada truchos que son sus ilusiones, el opio fiel de creer en Dios, el opio cholulo de creer en Los Nocheros o en Soledad Pastorutti, de idolatrar a Tato Bores, a Sandrini, a Mafalda. De creer en Favaloro; en santa Yakira, en Ricky Martin, en Ricardo Montaner, en Oasis, en Fabulosos Cadillacs, en la revista RADIOLANDIA, en el Readder s Digest, en los Beatles, en el Angel de la Guarda, en Harry Potter, en Carlitos Balá, en el mito Rambo, en el mito Patoruzito, en el mito Padre Mario, difunta Correa, san La Muerte, el sombrerudo, obispo Angelelli, el Curupy, el Pombero, el alohé vera, el ginko bilova, León Gieco, Charly, Luca Prodam, Calamaro, Susana Giménez, la panacea, el placebo.
El pobrerío ignaro se siente sediento y sucio y sueña con el santo Grial, el agua bendita, la niña virgen por oposición a su vergüenza de tantas niñas hijas hermanas madres manoseadas, violadas por el policía, metido en sus anos y vaginas el dedo del oficial policía o de la mujer policía cuando a la entrada de la cárcel revisan a una mujer que va a visitar a su familiar preso, sobre todo cuando no son presos vip.
Los fracasados, los repetidores, los relegados, los humillados necesitan sacarse la vergüenza de que su abuela, su madre, su hermana, su hija, fueron y serán manoseadas por el gendarme, por el señorito, por el cura, por el pastor protestante, por el comerciante, por el capo mafia, por el jefe y señor político. Esa gente oprimida crea mitos porque sienten que sus vidas fueron pisoteadas, frustradas, violadas, ensuciadas, pero la virgencita sigue en el trono, limpia otra vez y cada vez que la necesitan; buena, santa, milagrosa, como ellos no pueden ser. Porque ellos, los consumidores de estampitas y fetiches y mitos, sienten que nunca podrán ser tan buenos como aquel objeto de ilusión, objeto de sueño o beatificación o santificación o heroización o divinizació, objeto de deseo, el catexiado, el libidinado, el amado, la amada, la famosa, el exitoso, el record de venta, el más pedido del mes, aquel que no puede andar solo y libre por nuestras calles porque se le amontonan para pedirle autógrafo, para tocarlo, para besarle o lamerle la sombra, para sacarse la foto con él y mostrársela a nuestros amigos, a nuestra familia, a otros tan pobres o ilusos como casi todos nosotros.
No se crea ningún historiólogo o politólogo mercenario massmediático vocero de la paquetocracia for export, que fabricar mitos es un mal de los que Sarmiento llamaba argentinos ignorantes, porque todos los pueblos del mundo en todas las épocas sintieron y sentirán siempre a la vez la necesidad de sobrevivir y de soñar, de hacer a la vez la historia y los mitos, las leyendas y la ciencia, el altarcito pobre y la rica arquitectura, el conocimiento más elevado y el sueño y deseo colectivo.
Rubén Vedovaldi
Lamento no haber podido formarme académicamente en filosofía, antropología, sociología, psicología, historia y literatura, con nivel universitario y la suficiente solvencia crítico-analítico-ensayística como para tratar el pensamiento o la perversión del pensamiento publicitado de, por ejemplo, ese solitario resentido o progresista arrepentido que hoy es Juan José Sebreli, entre otros que están siendo tan difundidos, tan mimados por los poderosísimos multimedios transnacionales de publicidad y propaganda. No digo haberme capacitado teóricamente a nivel universitario para negarlos con alguna crítica demoledora, sino tener mejor andamiaje para revisarlos, para reflexionar y pesar lo bueno y lo malo sobre lo que opina un Sebreli cuando sostiene que hubo cuatro mitos populares nefastos para la cultura de los argentinos, como son: Gardel, Evita, el Che y Diego Armando Maradona.
Mi saber es el de uno que escucha radio, que lee diarios y revistas, que mira cine o TV como todos, y ha escuchado discos, he visto a cantantes y orquestas de tango, pero no tengo ese nivel o capacidad para fundamentar, para desarrollar racional, lógica y metódicamente una intuición que me viene a las entrañas o a la mente cuando veo u oigo criticar cruelmente y opinar sobre mitos populares.
Me parece que no se puede chivar al hombre por el mito que a partir de su vida pública se genera.
Sebreli se aburre mucho en el día del amigo porque no lo saluda nadie, entonces, de bronca se la agarra contra el pueblo y dice que Gardel era políticamente un oportunista relacionado con el Partido Conservador y que aprovechó esas relaciones para trepar en su carrera. Eso es comprensible porque en los años veinte del siglo pasado el poder y el dinero lo manejaban los conservadores y después algún puntero radical negociador, pero ninguna otra fuerza política popular tenía el poder de bancar una carrera artística costosa como la de Gardel.
Dice Sebreli que a los temas más famosos o reconocido no los hizo Gardel sino que hubo arregladores que lo asesoraron sobre qué letras elegir como repertorio vendible, qué nivel de lenguaje emplear, cómo decir o cantar. Es decir, asesores de imagen, asesores del constructo o producto llamado Gardel.
Valga aclarar que el mito Gardel no existía en vida de ese cantor, el mito no lo hizo el cantor sino la gente de los barrios humildes.
El accidente aéreo en Medellín con su muerte trágica fue el desencadenante principal de algo que ya estaba armado en potencia por el sello discográfico y los productores cinematográficos para vender esa última imagen de Gardel que hemos comprado y elevado a mito popular de todos los argentinos.
Pero a ese santuario de adoración y fervor popular no lo sueñan los asesores de imagen, sino que la proyección imaginaria, la mitificación, la mistificación, la ficción, ilusión, fantasía, fantasmagorización, leyenda, etc, responden a una necesidad psíquica tan profunda como la necesidad de soñar y cumplen una función comparable a la que la interpretación psicoanalítica de los sueños descubre estudiando clínicamente la función onírica.
El mito es una manifestación colectiva de deseo, un sueño despierto y colectivo. Encarna la manera en que vamos depositando o delegando en el genio o la figura de alguien nuestros deseos de trascender la triste situación particular que sufrimos o soportamos como clase baja mal entretenida y amontonada en conventillos, como suburbanos o villeros.
Mucha gente no soportaría el peso de tener que seguir viviendo o sobreviviendo si no se permitiera soñar o mitificar o conectar de algún modo con el ya construido pero abierto mito del zorzal criollo, el morocho del abasto, el bronce que ríe y cada día canta mejor, ese que –aunque la realidad histórica lo desmienta- habiendo sido hijo de madre sola o soltera, exiliado pobre, pibe de barrio que salía a vender frutas con un carrito, llegó a gustarle a muchos parroquianos que lo oían cantar en un bar, en un club.
Y lo elogiaron tanto que llegó a la radio, al disco, a que los diarios y revistas hablaran de él, al cine, a la estampita o calcomanía pegada en carros, en colectivos, en taxis, en peluquerías, carnicerías de barrio, verdulerías, etc.
En el mito ya madurado y en todo su pleno esplendor y poder persuasivo se han realizado todas las instancias de esa fenomenal construcción colectiva de no una historia sino un deseo, un sueño en vigilia, una ilusión que trasciende a cada una y a cada uno de los que necesitaron desear y soñar y verse como realizados ellos mismos en la realización o éxito o logros del otro triunfador.
¿Por qué tanta gente no realiza su vida propia sino que sueña el sueño de otros y festeja como suyos los goles que hacen otros?
Porque muchas chicas y muchachos quisieron salir lindos en una foto, cantar lindo, aunque sea en un cumpleaños o fiestita escolar o vecinal o en el programa de Galán o en Crónica TV. Muchos quisieron vestir lindo, ser vistos y admirados aunque más no sea en las imágenes fotográficas o filmadas de esas películas como las de Gardel, el rey Palito o Sandro. Y no podían, sentían que ellos no hubieran podido hacer todo eso que Carlitos o Lolita Torres o Palito o Diego o el Che Guevara sí pudieron hacer.
Todos querían fama y dinero, todos sueñan con el ascenso social, deportivo, económico y cultural. Todos tuvimos ese sueño de barrilete como Eladia Blázquez, a todos nos faltó piolín o soga o suerte o nafta super especial para despegar, triunfar, salir de perdedor, salir de pobre, sonreír ganadores como Gardel, pero sufrían pobreza, barro y miseria, tuberculósis, hambre, tísis, mal de chagas, malaria, fiebre de los rastrojos, prostitución, cárcel por hurto o por punga o pibe chorro o ratero; reformatorio, correccional, penitenciaría y todas las inconfesadas o nunca cantadas maldiciones de la pobreza y la desgracia permanente de ser clase baja. Todas y todos querían aliviar su diario sufrimiento, su frustración, sus penas, sus amarguras, sus humillaciones y sacrificios y carencias y vergüenzas. Y el remedio para esos males, el remedio natural e interno, era ilusionarse, proyectar sus ilusiones, poner en Carlitos, en Evita, en Maradona, el poder ser que ellos por sí mismos no podían ni pueden ni creen que vayan a poder nunca.
Los admiradores comparten entre ellos sus fracasos reconvertidos en esa proyección masiva de sus deseos e ilusiones en la realización cinematográfica, legendaria o fabulosa, que se levanta como arquetipo mítico o estampa Gardel, Imago Frater, el argentino que triunfó en el mundo.
Porque lo imaginan como ellos y a la vez tienen que ver y comprobar que no es como ellos, que triunfó donde ellos se quedaron, que ascendió adonde ellos no ascienden, que viajó adonde ellos no pueden viajar, que se acostó con o se casó con una o uno de una clase social a la que ellos no pueden aspirar a llegar más que como sirvientes.
¿Quién no se siente tocado cuando uno de los nuestros triunfa y baja y nos dice por micrófono:
"Barrio pobre, estoy contigo. Vuelvo a cantarte viejo amigo."
Dan ganas de votarlo presidente, dan ganas de hacerlo Papa o ascenderlo a General,
aunque el pobrerío piquetero y reo por sí solo no puede hacer eso.
La masa pobre argentina hizo catarsis con Gardel como la plebe griega de antes de Cristo hacía catarsis en el anfiteatro de Atenas, proyectando sus deseos y temores en las Olimpíadas, en los dramas y tragedias de Esquilo y otros representados en escena.
Esa catarsis no le ha hecho daño a los que se ilusionaron con cada héroe o figura idealizada en la oscuridad de la sala de cine de barrio o en la escucha casera de tangos por radio o a la vista del cantor en la vecinal o en el club de barrio.
El pobre paga para poder soñar, paga para ver bien vestido y bien engominado y bien perfumado y cantando lindo a su ídolo; paga para ver la foto del auto que ese ídolo suyo se pudo comprar – y que él desea y no podrá comprarse- Paga para ver la foto del caballo de carrera o del departamento que su ídolo se pudo comprar, paga para oír los discos que su ídolo pudo grabar y que a él le hubiera gustado grabar y no pudo.
A cada uno de los adoradores le hubiera gustado ser adorado por todos los demás humildes adoradores, pero cada uno suma a la adoración y no es nunca el semi-dios adorado sino siempre el gil de cuarta iluso cholulo adorador, el que paga para alimentar la maquinaria religiosa, social, política o artístico-cultural, la gran tramoya profana, farsesca o trucha, de esos deseos o sueños o ilusiones que en mi corazón humilde parecen tan puros y gloriosos.
Para el productor artístico es solamente un negocio, el productor no sueña con su ídolo, no desea ser Gardel. Al productor le interesa el porcentaje de ganancia de la venta multiplicada de su producto, de la venta de la imagen producida para ese consumo masivo de cultura popular que él ve como venta masiva en mercado y un sociólogo podría caracterizar o analizar como elaboración grupal del mito, como construcción del inconsciente colectivo, como puesta en escena de lo obsceno, de los deseos colectivos reunidos en un arquetipo, en ese vacío significante devenido en resemantización del viejo y nunca olvidado tótem., caído y vuelto a entronizar y adorar como nuevo ídolo o renovación de la idolatría, de la mitología o de la mitificación.
El creyente paga para seguir creyendo.
Juan José Cebreli afirma en libros y conferencias y debates que Gardel no resulta tan nefasto para la cultura de los argentinos pero que el mito alimentado con la figura de Eva Duarte de Perón sí ha sido perjudicial. Me parece que habría que revisar esas conclusiones pesimistas, peyorativas o denostativas. Hay que distinguir la persona Eva Duarte de la imagen populistamente recreada y del mito que el colectivo de los humildes hizo a partir de aquella mujer. Pero el realismo no está separado de la magia, como bien sabían Alejo Carpentier, Eduardo Galeano y Gabriel García Márquez.
La historia verdadera no se desenvuelve aparte del mito popular. Los que sueñan no hacen mal en soñar, los que desean no hacen mal en desear un Hombre Nuevo como Jesús o Mahoma o el Che, aunque la revolución sea un sueño eterno de nunca alcanzar.
Claro que los que sueñan no quieren que uno los zamarree y los despierte con un puntero de maestro ciruela, un baldazo de agua fría o una cachetada o una carcajada de burla y les diga:
pero no, boludo útil, no ves que te están engañando, que Gardel nunca fue como vos lo soñás, que Evita nunca fue en realidad como vos la soñás, que el Che nunca fue en realidad como vos lo soñás, que Tita Merelo o Mercedes Sosa o Diego Armando Maradona nunca fueron como vos los soñás.
Mucha gente siente todavía hoy que necesita, no sabemos hasta dónde, en qué grado o dosis o hasta cuando, esos analgésicos para nada truchos que son sus ilusiones, el opio fiel de creer en Dios, el opio cholulo de creer en Los Nocheros o en Soledad Pastorutti, de idolatrar a Tato Bores, a Sandrini, a Mafalda. De creer en Favaloro; en santa Yakira, en Ricky Martin, en Ricardo Montaner, en Oasis, en Fabulosos Cadillacs, en la revista RADIOLANDIA, en el Readder s Digest, en los Beatles, en el Angel de la Guarda, en Harry Potter, en Carlitos Balá, en el mito Rambo, en el mito Patoruzito, en el mito Padre Mario, difunta Correa, san La Muerte, el sombrerudo, obispo Angelelli, el Curupy, el Pombero, el alohé vera, el ginko bilova, León Gieco, Charly, Luca Prodam, Calamaro, Susana Giménez, la panacea, el placebo.
El pobrerío ignaro se siente sediento y sucio y sueña con el santo Grial, el agua bendita, la niña virgen por oposición a su vergüenza de tantas niñas hijas hermanas madres manoseadas, violadas por el policía, metido en sus anos y vaginas el dedo del oficial policía o de la mujer policía cuando a la entrada de la cárcel revisan a una mujer que va a visitar a su familiar preso, sobre todo cuando no son presos vip.
Los fracasados, los repetidores, los relegados, los humillados necesitan sacarse la vergüenza de que su abuela, su madre, su hermana, su hija, fueron y serán manoseadas por el gendarme, por el señorito, por el cura, por el pastor protestante, por el comerciante, por el capo mafia, por el jefe y señor político. Esa gente oprimida crea mitos porque sienten que sus vidas fueron pisoteadas, frustradas, violadas, ensuciadas, pero la virgencita sigue en el trono, limpia otra vez y cada vez que la necesitan; buena, santa, milagrosa, como ellos no pueden ser. Porque ellos, los consumidores de estampitas y fetiches y mitos, sienten que nunca podrán ser tan buenos como aquel objeto de ilusión, objeto de sueño o beatificación o santificación o heroización o divinizació, objeto de deseo, el catexiado, el libidinado, el amado, la amada, la famosa, el exitoso, el record de venta, el más pedido del mes, aquel que no puede andar solo y libre por nuestras calles porque se le amontonan para pedirle autógrafo, para tocarlo, para besarle o lamerle la sombra, para sacarse la foto con él y mostrársela a nuestros amigos, a nuestra familia, a otros tan pobres o ilusos como casi todos nosotros.
No se crea ningún historiólogo o politólogo mercenario massmediático vocero de la paquetocracia for export, que fabricar mitos es un mal de los que Sarmiento llamaba argentinos ignorantes, porque todos los pueblos del mundo en todas las épocas sintieron y sentirán siempre a la vez la necesidad de sobrevivir y de soñar, de hacer a la vez la historia y los mitos, las leyendas y la ciencia, el altarcito pobre y la rica arquitectura, el conocimiento más elevado y el sueño y deseo colectivo.
Rubén Vedovaldi
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