lunes, 31 de agosto de 2009

Miguel Angel de Boer: Ese lugar



Al fin pude estar. En ese lugar. Ese día. Llegué alrededor de 10,30 horas luego de caminar a lo largo de las rejas cubiertas con las fotos de los compañeros desaparecidos, con sus rostros juveniles que tanto se sieguen pareciendo a la mía de aquel entonces. En la entrada principal ya se encontraban los miembros de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos y fui a abrazarla a Lidia y sus compañeras y después a Laura, con su cara iluminada y su pañuelo más blanco que nunca. Y nos quedamos así, juntos, muy juntos, asolados por el calor, ardiendo de emoción a la espera del momento del acto. Parecía que no faltaba nadie (éramos no menos de treinta mil) y a la vez las ausencias se nos hacían insoportables. Tal vez por eso algunas de las madres, que estaban mas hermosas que nunca, contaban sus historias de pérdidas, sufrimiento y ternura casi con naturalidad: "yo no sabía que mi hijo estaba aquí, pero cada vez que pasaba por aquí enfrente sentía una sensación espantosa"; "estudiaba abogacía, ahora tendría 53 años"; "y.. yo era joven… si lo tuve cuando tenía 20 años"; "yo también me lo pasé buscándolo y me mandaban de un lado para otro"; " tuve un cáncer en un riñón y me lo sacaron"; y yo las escuchaba como si fuera su hijo o como si pudiera haberlo sido. Conforme iba llegando mas gente nos apretujábamos contra el portón y el aire se hacia irrespirable. No recuerdo si antes o después del acto una madre, anciana, se desmayó a mis pies y sólo algunos me escucharon cuando dije que era médico para intervenir, pero rápidamente la llevaron para atenderla. Sentí pena por ella, tan viejita y pasando por eso. Por que todos estábamos pasando por eso: el calor, la sofocación y la intensa emoción de estar a las puertas de la ESMA, nada menos. Teniendo que recorrer por lo menos veintiocho años de historia, de esta historia. Y eso que se había hecho un cordón para que no se acercaran: "che, no aplasten a las madres", gritaban; "como vamos a querer aplastarlas", contestaban, con la tensión que se iba acrecentando, frente a lo que estaba aconteciendo y lo que estaba por acontecer. "Dejame pasar, yo también soy un sobreviviente" dijo uno; "aquí todos somos del palo" contestó otro, "pero mirá que me quiere correr con chapa, a mí que me comí años en La Perla", comentó creo que el Negro Juan. Parecía una competencia de sufrimiento, producto de vivencias, recuerdos y tantos sentimientos que todos estábamos atravesando. También había alegría, si cabe el término, porque era una alegría distinta a cualquier alegría. La que deviene no solo cuando se vive un jalón que se sabe histórico sino la de que, como fuera, sabíamos que estábamos allí vivos, en ese lugar, que a pesar de todo la "podíamos contar". Yo aproveché de abrazar a todos los que pude y de paso saludarlo a Copani "de hincha a hincha". También a Mario Villani, quien se alegro de conocerme "de cara", ya que solo nos conocíamos por internet. Al pobre no lo dejaban tranquilo con los reportajes y contaba una y otra vez su terrible experiencia hasta que pudo salir "al mundo de los vivos" según sus palabras. Cuando llegó el Presidente Kirchner todo se aceleró intempestivamente, por fuera y por dentro. Se abrieron las rejas y yo que con filmadora y máquina de fotos a cuestas, no quería perderme nada. De pronto cruzo delante de Hebe y las madres y me conmueve, como siempre, esa fortaleza inquebrantable que transmiten. El tiempo, como suele ocurrir en estas situaciones, parecía acelerarse y lentificarse a la vez. Ya una vez adentro sentí que estaba en otra realidad, y no se tome como una mera metáfora: madres, familiares y sobrevivientes en la escalera, una de ellas hablando y yo que casi no entendía lo que decía; compañeros y militantes deambulando sin saber donde ubicarse; yo que lo veo a Mario, si, Villani, abrazado a una compañera que lloraba en su pecho y aprovecho para abrazarlos y sentirme abrazado también, y el aire que se tornaba extraño y esas letras en el atrio: ESCUELA de MECANICA de la ARMADA, que mirábamos una y otra vez para ver si era cierto. Y las flores y fotos en la puerta. Y más llantos. Y cánticos. Y todos sin saber que hacer invadidos por múltiples percepciones. Al cabo de unos minutos comencé a caminar hacia el patio, internándome en el predio casi por inercia. Caminábamos prácticamente en silencio, no sé sin con temor o recelo, pero en mi caso con perplejidad, tratando de asimilar, sin conseguirlo, lo que veía y sentía. Murmullos y silencios que a la vez de respeto y agobio, eran un modo de tolerar los hechos que sabíamos habían ocurrido allí, precisamente, en ese lugar. Yo temía alucinar o escuchar gritos o ayes de dolor. Temía despertarme y encontrarme allí hace 22 o 28 años. Y supongo que a muchos les pasó lo mismo, pues la angustia, se palpaba y olía a cada paso. Parecía, y me sigue pareciendo, increíble que en ese mismo espacio, en otro tiempo hubiera ocurrido lo que ocurrió y que ahora pudiéramos estar allí. El espanto y la tristeza eran todo uno y de a poco fui rumbo al escenario donde iba realizarse el acto principal. Mi mente bullía y mi corazón palpitaba conforme avanzaba, hasta que llegó un momento en que sentí el aire irrespirable y rápidamente volví sobre mis pasos para ir por fuera adonde ya se escuchaba el Himno en la versión de Charlie. Después el poema de Ana María, las palabras de los Hijos, del Presi, y por fin la música que no podía ser sino con León, Víctor y Serrat. Yo aprovechaba para recobrar el aliento, mirar la gente, recorrer el cielo y el verde de los árboles. Y también observar con detenimiento el rostro de un chico, pequeño, aindiado, bello, con sus ojitos vivaces, jugando entre las piernas de su madre, sentada en el suelo, con una botella de plástico, ajeno a las circunstancias. El futuro es nuestro pensé que pensé tantas veces. Y allí, en ese lugar, como en tantos otros, hicieron lo que hicieron para que no lo fuera, pensé. Ojalá ese niño lo tenga, por todos lo que hicieron lo que hicieron para que fuera posible. El presente sigue siendo de lucha. Pese a ese lugar.

Miguel Angel de Boer
Comodoro Rivadavia, Chubut, Marzo 28 de 2004.






2 comentarios:

diana poblet dijo...

Vos lo dijiste Miguel.OJALÁ.
Sólo mi abrazo,
d.

Avesdelcielo dijo...

No puedo comentar mucho. La herida sigue abierta. Pero tienes razón , nuestros hijos, la nueva generación al saber lo que pasó, no lo permitirá más.
Como dice mi amigo Andrés Aldao, todo tiempo y fecha es buena para relucir la memoria.
MARITA RAGOZZA