Sin bajar la voz la llaman la Forastera o la Mesalina, y secreteando le dan nombres peores. Dicen que por ella anda Bolívar pesado de sombras y acribillado de arrugas y que en la cama quema sus talentos.
Manuela Sáenz ha peleado a lanza en Ayacucho. Los bigotes que arrancó a un enemigo fueron talismán del ejército patriota. Cuando Lima se amotinó contra Bolívar, ella se disfrazó de hombre y recorrió los cuarteles con una pistola y una bolsa de dinero. Aquí, en Bogotá, se pasea a la sombra de los cerezos, vestida de capitana y escoltada por dos negras que llevan uniformes de húsares.
Hace algunas noches, en una fiesta, fusiló a un muñeco de trapo contra la pared, bajo un letrero que decía: Francisco de Paula Santander muere por traidor. Santander ha crecido a la sombra de Bolívar, en los años de la guerra: fue Bolívar quien lo nombró vicepresidente. Ahora Santander quisiera asesinar al monarca sin corona en algún baile de máscaras o asalto a traición.
el sereno de Bogotá, farol en mano, da la última voz. Le contestan las campanadas de la iglesia, que asustan al Diablo y llaman a recogerse.
Suenen balazos, caen los guardias. Irrumpen los asesinos escaleras arriba. Gracias a Manuela, que los distrae mintiendo, Bolívar alcanza a escapar por la ventana.
Eduardo Galeano
De 1828 Bogotá. Memoria del fuego: Las caras y las máscaras.
Manuela Sáenz ha peleado a lanza en Ayacucho. Los bigotes que arrancó a un enemigo fueron talismán del ejército patriota. Cuando Lima se amotinó contra Bolívar, ella se disfrazó de hombre y recorrió los cuarteles con una pistola y una bolsa de dinero. Aquí, en Bogotá, se pasea a la sombra de los cerezos, vestida de capitana y escoltada por dos negras que llevan uniformes de húsares.
Hace algunas noches, en una fiesta, fusiló a un muñeco de trapo contra la pared, bajo un letrero que decía: Francisco de Paula Santander muere por traidor. Santander ha crecido a la sombra de Bolívar, en los años de la guerra: fue Bolívar quien lo nombró vicepresidente. Ahora Santander quisiera asesinar al monarca sin corona en algún baile de máscaras o asalto a traición.
el sereno de Bogotá, farol en mano, da la última voz. Le contestan las campanadas de la iglesia, que asustan al Diablo y llaman a recogerse.
Suenen balazos, caen los guardias. Irrumpen los asesinos escaleras arriba. Gracias a Manuela, que los distrae mintiendo, Bolívar alcanza a escapar por la ventana.
Eduardo Galeano
De 1828 Bogotá. Memoria del fuego: Las caras y las máscaras.
2 comentarios:
Bello relato histórico....azpeitia
Simple, con la simplicidad del artista que maneja su oficio, este texto de Galeano, no sólo me hace pensar en la mujer que acompañó a Bolivar, sino en todas mis compañeras y en todas la Madres y Abuelas. Un abrazo , Anibal y gracias
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