domingo, 22 de abril de 2007

Virginia Edit Perrone: Decires

Alimento balanceado

Están en las colas de los bancos, son los primeros de la primera hora, del primer
día de pago de cada mes, según número final de documento que no los documenta para
calificar.

Están en la cola del tiempo, en la cola de la cola de la vida, en esa parte del
cometa que no vemos en el viaje.

Esperan sin ser vistos, esperan sin esperar.
Mirarlos es conjugar el futuro imperfecto, el tiempo del horror que cae fuera de
toda gramática.

Los miramos poco para no mirarnos cuando la cinta avance.
Hoy pasé por la vereda de doña Mercedes, había olor a comida de abuela. Fue día de
cobro, día de alivio y bizcochuelo.

Del uno al catorce de cada mes se turnan en colas como rondas litúrgicas, ocupan las
veredas recién húmedas, quiebran sin quebrar.

La casa bizcochuelo, casa abuela, casa plato único, se descascara, mientras al lado,
la familia chalet, familia madera y vidrio, familia fondo y pileta le prepara a Fido
su infaltable alimento balanceado.



La PanCasa

Cada noche él volvía con su portafolios y su traje de todos los días. Ella, al
terminar la jornada, escribía y se ocupaba de sus papeles mientras lo esperaba.

Así, cada noche de cada día volvían a encontrarse en Casa.
Ella amaba jugar con su barba y con el mechón dorado que le había descubierto,
tantos años antes, entre el pelo castaño.

Pan de palabras en el teclado. Pan de sus manos en los abrazos. Era, aquella, una
casa de Pan, y una PanCasa.

Él preparaba las cenas y, ambos debatían sobre el Mundo en la pequeña cocina. Él
tenía cada noche un nuevo sueño y también algunas desesperanzas, ella sacaba
palabras de abajo de su teclado y, entre tanto, la cocina humeaba en la casa de Pan.

Cada día los signos de la eternidad dejaban sus huellas entre el vino y las paredes.
No algo algo tan eterno como el Pan, pensaba ella, que siempre supo que ese
entrañable Quijote lleno de sueños, ese renacentista caballero barbado capaz de
dedicarle sus noches a la cena, al amor y a los sueños, no podía tener manos que no
fueran de Pan.

Ella creía saberlo todo de su amor de Pan, menos que la muerte también se enamora,
aunque no sepa de vinos, ni de palabras, ni de amor, ni de cocinas.

Ella creía saberlo todo. Pero no sabía de ausencias.

Virginia Edit Perrone
De "Decires" (Breves ensayos poéticos en prosa)
Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 2003
perronev@infovia.com.ar
weblog: http://virginiaperrone.blogspot.com

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