lunes, 5 de febrero de 2007

Poemas de Luis Benítez

ESE HERMANO QUE ENVENENA LOS RIOS

Ese hermano que envenena los ríos
Abre una ancha brecha
Que le parte la vida.
La mano que asesina los huevos de los peces,
El dedo que ordena que se sequen las raíces del mundo,
Que la fruta se pudra antes de llegar a su boca,
Que en el aire fallezcan las alas de los pájaros,
Y el silencio congele el paisaje de su misma muerte,
Ese hermano que pide
Que los hongos se asomen en lo rubio del trigo,
Y que la noche se abra en el corazón del alto mediodía.
Ese hermano que obliga
A retroceder al tiempo hasta su aborto,
El que invoca calaveras
en medio de la fiesta de su propia carne viva,
no sabe que se suicida en el ave que cae,
no sabe que se muere
donde declina el tallo
su alegre columna verde,
donde el todo de los campos
se convierte en la nada.
Ese hermano que envenena los ríos
No sabe que envenena también el rojo río
Que lo anima por dentro,
El que desagua en la sangre de sus hijos
Lo empetrola hoy y ahora con su error infinito.
La mano que alzó la orden
De talar el futuro
Derribó cada hora de ese día, mañana,
Donde había gestos y rostros
Que se le parecían
Al hermano equivocado que envenena los ríos.



EN EL BALNEARIO


Demoré cuarenta años en llegar al Pacífico.
Durante esa travesía hacia el poniente,
hacia estas aguas que eligen
como espuma llegar hasta el planeta,
abrí puertas que daban a insólitas escenas,
donde a veces alguien gritaba y otras
todo el teatro se quedaba en silencio.
Fueron centenares de habitaciones las que crucé
antes de llegar ante el Pacífico.
Conocí el pánico de vivir
y la fobia de morir,
dos hermanos gemelos.
Aprecié millones de gestos, muecas, rictus.
Oí en los vecindarios amalgamas de risas,
sollozos y lamentaciones, y muchas más
quedaron en ese cielo ajeno
al que se le da la espalda.
Estoy ante el sitio que dio nombre al azul,
frente al lugar donde el pesado color
se mece entre dos tierras.
Estoy inmóvil al borde mismo
como la piedra que una mano arroja
para que otra mano, invisible, la detenga.
Como aquel que sale a las euforias del sol
de las complejidades de un mundo subterráneo,
sombra sólo él bajo el extenso mediodía.
Porque también soy ese hombre.
El que, en un paisaje de espejos,
es devuelto a su única imagen
por el reflejo de las olas,
para vivir –entonces y nunca antes–
el instante donde todo acaba y se termina:
es el rompecabezas, que se arma.
El sol, el poco pasto, el aire que también es azul
y las exactas manchas del negro de las rocas
están finalmente en su lugar.
Este es el sitio donde se sabe
que levantar un puñado del volátil suelo
es arañar el vaso del reloj de arena.
Donde se interpreta que esas rápidas
construcciones de agua,
esos vertiginosos lazos de plata que suben
y pronto en lo muy hondo se sumergen,
son el mar que piensa
y que esas oscuras aves –que repentinamente allá se elevan–
son sus mejores ideas,
esas que se marchan para siempre.
Estoy ante el Pacífico
como el hombre ante el fuego.



ANOCHE ALGUIEN DERRIBO UN ARBOL QUE CUMPLIA TRES MIL AÑOS


Anoche alguien derribó un árbol
Que cumplía 3.000 años
Erguido sobre el campo.
En la noche sus astillas ardieron
Calentando a los hombres ateridos
Y en la niebla el resplandor
Indicaba el sitio de su muerte,
El mismo de su larga vida,
El mismo de su corta hoguera.
Ayer su sombra
Se alargaba hasta la casa distante,
Cruzaba el arroyo
Que cuando él brotó
No estaba.
Hoy un pozo
Con colgajos de raíces,
Con fragmentos de ramas y cortezas
Indica dónde floreció
A través de los siglos
Su savia poderosa.
En su copa anidaron
Animales que ya no existen,
Y bajo sus ramas
Estallaron infinitas tormentas.
Sus altos brazos
Surgían de entre las nubes bajas.
Entre sus raíces
Primitivos hombres
Se escondieron de las fieras,
Y luego se ocultaron tesoros,
Cartas de amor,
Objetos robados,
Y alguien talló
Con cortaplumas
Palabras que no se leen.
Anoche alguien derribó un árbol
Que cumplía 3.000 años
Erguido sobre el mundo.



DE LO INSISTENTE


La gran mosca había resistido mi ataque
por toda la casa pero la ley del amo se impuso
Vi su rayado cuerpo caer en el espacio y el tiempo
en un cuadrante del parquet allá abajo donde las leyes son otras
y los libros no existen con toda naturalidad cayó en lo natural
la única relación que tuvo con un hombre fue la última
Iba a volver a mi mundo donde vive la mujer que amo
y en teoría somos lo mejor que dio la materia
que creció hasta su belleza hasta su perfecta forma
que como la mía hace tanto dejó atrás el escalón de la mosca
Cuando cerca del deshecho cadáver allí en lo diminuto
(a lo que todavía tengo acceso aunque ya no sea un niño)
vi a la progenie de la mosca agitarse blancamente contra
la remota oscuridad de la madera
pasajeros desprevenidos arrojados todavía vivos del aeroplano roto
Uno y multiplicado el gran animal desde su mundo
le contestó al mío sin palabras.



UN INSECTO EN ENERO


mínima en la ventana una presencia activa
apenas diferente del aire en su elemental dibujo
más seis patas y dos alas que el cuerpo verde
apenas una línea que atravesó
millones de años en su aleteo
desde los ollares de los dinosaurios
hasta el sobrio y frío presente en mi ventana
nunca fue más grande y jamás abundó:
cuando plantas que hoy son la hierba
alcanzaban alturas y redondeaban formas colosales
unos pocos como él se elevaban
hacia las lejanas copas con no poco esfuerzo
de esas mismas delicadas membranas
que frente a mí apenas mueve o que reposan
allí donde refleja el todo otro vasto mundo
que también le pertenece
su victoria hecha de un silencio seguro
como todas las cosas


Luis Benítez
lben20032003@yahoo.com.ar

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