domingo, 16 de septiembre de 2007

Victoria Aloisio: La Prueba

Junín un pueblo de vigilia permanente. Pocas cosas rompían la monotonía, los velorios y los casamientos eran todo un festejo.

La única diversión que tenían las mujeres del barrio, era salir a la vereda todas las tardes de verano. Se sentaban en el banco de piedra, formando grupos de tres o cuatro. Conversaban sobre: la vida, las películas, las novelas de la radio, pero por sobre todo los chismes.

A lo lejos, se veía la silueta de las mujeres que se dirigían a la unidad básica. Desde su banco ellas miraban y criticaban a las militantes del partido peronista.

Un crespón negro cubría la puerta del local. Ellas, las del banco de piedra se justificaban, sin Evita ya nada es igual, para que van. Criticaban pero no se atrevían.

En frente detrás de las rejas verdes, se veían las plantas de mandarina. La casa, con la puerta despintada estaba a unos pasos de la escuela. Allí vivía la Tana o la Carmela. Baja, gorda, cabellos canosos, la piel enrojecida. Regalaba salud.

La tía Emilia vio salir corriendo a su sobrina de la casa de la Carmela. Marita se tiró en el regazo de su madre llorando desconsolada. Y entre sollozos con una voz entrecortada y con el sonido de la angustia comenzó a contar “ Yo miraba las mandarinas, la vieja me llamó, me invitó a entrar, acepté pero con miedo. No me llevó hacia la planta sino hacia un cuarto oscuro. Abrió las persianas, corrió las cortinas de crochet que dejaron filtrar la luz. Y así nomás me lo mostró estaba debajo de la cama matrimonial, era un cajón negro lustroso. -Si nena me lo compré así cuando me muera mi marido me entierra en algo bueno- Y ahí nomás hizo la prueba de meterse adentro, yo me escapé y desde el cajón me gritó: - Nena, las mandarinas!-

Años más tarde ella enterró a su marido. Vagaba por las calles del pueblo medio loca repitiendo y ahora quien me va a enterrar.



Victoria Aloisio, Septiembre de 1997
victorialo@fibertel.com.ar

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