“Nada nuestro, que estás en nada,
nada es tu nombre, tu reino,
nada, tu serás nada, en nada
cómo es en nada”.
Ernest Hemingway
Se levantó del escritorio y dobló la carta en cuatro pedazos para guardarla en el bolsillo trasero del jean; pensativo y con la cara deformada por esa depresión que lo atormentaba desde hacía varios días le dijo a su madre que iría a casa de un amigo.
El personaje que encabeza esta historia, Eze como lo llamaban sus amigos, nació en Capital Federal a mediados de 1981, y de muy pequeño junto a su familia se trasladó a alguna ciudad (que no viene al caso cuál) del Gran Buenos Aires. Siempre fue muy reservado, callado y con un gran talento que lo ayudó a expresarse a través de la pintura y las artes en general.
Ya en la calle, Eze para al primer colectivo que pasa, pero al estar tan repleto decide esperar al siguiente que nunca llegó.
Cansado, emprendió a pie el camino hacia la quinta de su padre, que se encontraba a unas cuantas cuadras de su casa.
La ciudad de angostas calles pavimentadas y de una eterna humedad que moja hasta los calcetines le era ajena. Los vecinos pasaban a su lado y lo saludaban, pero él sumergido en su depresión simplemente agachaba la cabeza con intención de esconder su cara.
En el trayecto, ya faltando una cuarta parte del camino, se detuvo en un kiosco y compró algunas provisiones para pasar la tarde. Un paquete de papas fritas para cortar el ayuno matinal, una cerveza de envase descartable, una botella de whisky marca pirulo, y dos paquetes de cigarrillo. Lindo cocktail para un domingo, dijo al despedirse del quiosquero.
La quinta estaba vacía. Hacía más de quince días que nadie la visitaba, por lo cual el polvo había hecho estragos; muebles cubiertos por una capa de tierra que opacaba su brillo, una repisa que simulaba ser una biblioteca, y libros en desuso que alojaban polillas dispuestas a devorar las palabras. En las esquinas de la gran habitación central arañas tendían sus trampas para cazar y luego masticar alguna mosca que revolotease distraída.
Ya familiarizado con el estado de desorden y soledad en que se encontraba la quinta, Eze se sirvió un vaso de whisky para luego con mucha paciencia picar el bagullo de marihuana que traía, y separar la piedrita de cocaína que días antes le había regalado un amigo.
Entre bocanadas de humo que le relajaban los músculos y le tranquilizaban los pensamientos se acercó a observar la biblioteca. Allí descubrió un libro de Enriqueta Ochoa que nunca antes había visto. Al abrirlo se encontró con un poema que, aunque la decisión ya estaba tomada, le acelero el corazón.
“Pienso en la fecha de mi suicidio
y creo que fue en el vientre de mi madre,
aunque así, hubo días en que Dios me caía
igual que gota clara entre las manos”.
Las bocanadas de humo ya no lo relajaban ni tranquilizaban, mas bien lo ahogaban, lo inquietaban, lo desesperaban.
Bebió un trago de whisky, y empezó a caminar impaciente de un lado a otro. Tiró el porro y encendió un cigarrillo; bebió, fumó y transpiró.
La transpiración lo incomodó, por lo que decidió cambiarse la ropa por otra más suelta, más fresca. Eligió un short de baño naranja/fluorescente para cubrirse, y fue suficiente para rever su decisión, relajarse, pensar y actuar.
¿Cómo llegar a esa sentencia?, ¿Cómo dejar a su familia y amigos?, huir, esfumarse, rajar, hacerse humo, ¿Cobarde?, ¿Valiente?, nadie lo sabe. No había vuelta atrás, la despedida estaba escrita. ¿Cómo hacerlo?, ¿ahorcarse?, ¿cortarse las venas?, pegarse un tiro era lo menos complicado, pero carecía de armas, el cianuro no es de fácil conseguir, ¿tirarse a la piscina y quedarse en el fondo?
Los cigarrillos se consumían, uno, dos, diez, quince, veinte, arrancó con el primero del segundo atado; la marihuana lo asqueó, le repugnó; el whisky por el contrario sí le gustó, le lubricó sus amígdalas que se secaban rápidamente, lo embriagó.
Insatisfecho se dirigió en busca de la piedra de merca que había dejado en la mesa; con una moneda de cincuenta centavos que encontró en el piso la molió muy detalladamente y la transformó en línea.
Pase uno, pase dos, el cuerpo se le endureció, le picó la nariz; pase tres, mandibuleó para un lado y para otro con intenso nerviosismo, tenía frío y transpiraba, los ojos se le dilataban, brotaron lágrimas, llantos, miedo, odio; pase cuatro, le era imposible parar; pase cinco, miró para todos lados, estaba frío y duro como una roca de hielo antártico; pase seis.
Se levantó bruscamente y se dirigió a los tumbos hacia la puerta que da al patio, la abrió y corrió desesperado a la piscina, su cuerpo le ardía y el agua lo calmó. Temió a la muerte , pero fue inevitable, el cuerpo no le respondía. El agua le entraba por la boca y la nariz, le inundaba los pulmones. Lucha mental derrota corporal. Cada bocanada de aire era un intento por vivir, por estar, por pertenecer, por ser; esfuerzo en vano, en sus pulmones no cabía una gota de oxigeno.
Días después su padre halló el cuerpo ya frío e inmóvil, y en el bolsillo del pantalón que dejó tirado en el piso de la habitación encontró una carta de hermosa caligrafía con la cuál Eze se despedía.
¿Cómo comenzar? Es difícil pensar en una despedida para siempre y sin retorno cuando hay gente a la que uno ama.
Los últimos meses de mi vida transcurrieron en un profundo letargo de dolor, imaginen estar continuamente con el trajecito de chico sin problemas. Es muy duro cuándo ese traje pesa, no lo soportás, la espalda se te encorva, los hombros se te caen; no podés mantenerte erguido, cualquier obstáculo te hace tropezar.
Deseo que nadie se eche las culpas, porque esto lo decidí yo en estado bien conciente y fue premeditado; ninguno de ustedes , a los que quiero con todo mi alma, tienen la culpa; simplemente no soporto más, quiero devolver esta vida que me han regalado y la cuál no me pertenece.
Mi gran problema es de identidad, mi homosexualidad; se sorprenderán, pero si soy puto; lo oculté durante mucho tiempo. Desde que era chico, once o doce años, me atraen los hombres. Traté de estar con mujeres pero no pasaba nada, no funcionaba. Uno nace con eso y listo, no hay vuelta atrás, te aceptás o sufrís.
Mi gran temor es el perder todo lo que quiero, familia y amigos. Miedo a no ser aceptado. Yo mismo no me acepté, porque al seguir con vida estaría destinado a una vida de mierda en la que todos se te ríen, se te burlan y te dan vuelta la cara. Es una mierda, yo no lo soporto más, luchas o te morís, y yo no tengo la fuerza necesaria frente a tanta miseria y agresión. Hasta acá llegué.
Su cuerpo flotó boca abajo dándole la espalda al mundo, sus ojos bien abiertos observaban el interior, celeste, brillante, cristal. Su boca enmudecida no gritó ni lloró más, se encontraba ahogado en un mar de agua dulce retenido por cuatro paredes de problemas no resueltos, prejuicios, miedos, luchas inconclusas, cansancio y perturbación. Paz, ahora sí flotaba tranquilo en un suave océano que lo sumergió en los misterios de sus profundidades. QEPD
Mariano Meiraldi
kira_baleno@yahoo.com.ar
domingo, 16 de septiembre de 2007
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