domingo, 16 de septiembre de 2007

Mónica Russomanno: La fiesta del Cacho

Gente habrá habituada a las reuniones donde la gente es mucha y
variada, y la comida se esparce sobre las mesas y todos hablan a los gritos
para hacerse escuchar por el vecino. Habrá gentes que tengan por costumbre
compartir el vino y la alegría, gente que no halle extraordinario que un
hombre festeje sus sesenta años con su esposa y su hijo y sus nietos y
muchos amigos.
Pero como yo encuentro estos eventos como algo maravilloso, como una
interrupción a la ferocidad de los días; como yo hallo que tener muchos
amigos amorosos no es algo habitual o indigno de mención, como no tengo por
costumbre escuchar a un hijo cantar una zamba con la letra de su padre, como
no me es cotidiano ni ordinario, entonces tengo que poner en letras la
emoción de una reunión donde el homenajeado es el homenajeado, donde es
posible cantar o berrear al unísono los viejos temas y donde la bendición se
derrama mientras afuera el cielo rosado se cae de a poquito en garúa,
mientras los árboles recortan sombras delicadas sobre la luz difusa.
Y tanta soledad en ese afuera y tanta calidez en ese adentro que podría
decirse sin miedo a la cursilería que es la concavidad que hace posible la
continuidad de la vida. Porque en ese momento cada uno es cada uno y está
vivo y se define allí como ser humano y como pertenencia. Aunque sea por un
rato.
Los hijos y nietos, la niñez ajena y a la vez atenta a la reunión de
padres e hijos, ajena y observadora de las sonrisas y del entusiasmo por las
viejas canciones y las viejas amistades, y los nuevos encuentros. Vaya
regalo, vaya enseñanza a la niñez que ve con ojos grandes y oídos sin tapón,
y aprende la lección que nadie da y todos imparten.
Nilda Godoy cantará con voz exquisita, afinada hasta que duele, y todos
harán silencio de pronto, congelados por la canción sin autor, antigua y
simple, una de esas canciones de amor con la sencillez de lo que no tiene
artificio.
Como hombre Oscar Agú abraza a sus compañeros de ruta, los de siempre,
los de hace poco, los que se van uniendo en su camino que sigue una
dirección y va abriendo senderos en la maleza de los días. Como padre y
abuelo, como esposo y como ser desvalido frente a una hija demasiado lejos
pero tan cercana al centro del ser. Como amigo.
Como amigo el Cacho, feliz y vital, sonriendo generosamente mientras
afuera rosado y luminoso el cielo se deslee en una puntilla evanescente.
Si los lugares tienen un alma, seguramente cada tanto, a lo largo del
tiempo inabarcable, se escucharán en ese salón las risas guardadas por las
paredes celosas de lo extraordinario que, de vez en vez, doy fe de ello,
ocurre.

Mónica Russomanno
russomannomonica@hotmail.com

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