martes, 12 de junio de 2007

Mónica Russomanno: La veda

La veda, esa suspensión temporaria para la caza rige para ciertas especies en un cierto tiempo. Cuando la especie se ha extinguido, la veda es definitiva.
Cuando se acabó un amor, cuando se pasó la posibilidad del retorno y expiró el último plazo, cuando no sonó ni el timbre de la puerta ni el teléfono, entonces, amigo mío, comienza la zona de exclusión.
Alguien pasa de ser “bichito” o “gordi” a llamarse Federico, por ejemplo. Y sucede así de golpe. De golpe, realmente.
¿Cómo se puede hablar, en qué lenguaje desconocido, a quien ya es otro así de golpe, así por súbita transposición de actitud, cambio de nombre, cierre de puerta?
Un beso que conoce el camino de los labios tiene que recomponer el rumbo a la mejilla, o quedar en gesto inconcluso. Y en vez de la sonrisa al evocar la imagen del otro, esa imagen se resuelve en nudo en la garganta, en un brillo en los ojos justo a punto de brotar como catarata, en una necesidad de cruzarse de piernas o cerrar las manos. Hacer algo.
Es tan reciente el dolor que una se olvida de que hay que sofrenar la ternura, que está prohibido desde ayer acampar en esa playa.
Es tan reciente el dolor que parece que no duele. Hay que darle tiempo para que aparezca el desamparo, para que el pájaro negro de Poe nos diga mil veces “nunca más, nunca más, nunca más”. Para comprender que la veda es definitiva y cierto olor, cierto modo de mirar, cierta caricia se han ido con su dueño en ese “para siempre” que estruja y que hace daño.
La especie se ha extinguido, y, entonces, es en vano tomar arco y flecha. No la hallaremos. Habrá que prender el calefactor, encender la televisión, pasar el invierno.

Mónica Russomanno
monicarussomanno@hotmail.com

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