De creencias y transformaciones.
He pensado en Kafka, muchas veces. Tuve el privilegio de estar en la que fuera su casa, en la castigada, singular y hermosa Praha. Leí los reconocimientos del genio de Borges al genio de Kafka. En cada palabra de su memorable cuento (volviéndose una suerte de chinche, animalito peludo, cascarudo y con articuladas y numerosas patas), he sentido a la par esa “metamorfosis” que vamos sufriendo todos: cuando nos sentimos a la intemperie, desprotegidos, contagiados de la indiferencia de propios y ajenos. Imagino aquella ciudad renaciendo come el ave fénix después de años de ocupación nazi, y luego soviética. Y como Kafka, al final de su cuento: también soñamos renacer mejores y aleccionados de cada crisis. O sea, deberíamos ser perfectos y maravillosos los argentinos (pues, no ha habido década que no hayamos sufrido de profundas crisis). ¡Si, somos expertos en crisis! ¡Y nos adelantamos al primer mundo hasta en sus desventuras! Ya sean las devaluaciones, la inflación, los cacerolazos... Y ello, seguramente, porque Dios es argentino -así dicen los adeptos a la iglesia maradoniana. ¡Esto no es poco! Y no podría ser de otra manera, ¡¿de dónde sería oriundo el Señor si no es de Argentina?! Para corroborar, según dicen de nosotros nuestros queridos hermanos latinoamericanos, aquello de la arrogancia.
En fin, ¿ha pensado… quizá en nuestra obstinación por equivocarnos?; ¿por tropezar más de dos, tres, cuatro, etc. veces con la misma piedra? ¿Que el ensayo y error (de Pavlov), en nosotros, es: ensayo y error, “y error”?, como si se nos tildara… ¡el aprendizaje!
Por eso, como cada uno de ustedes – en distintas épocas, acaso-, he pensado seriamente en cambiar. Sintiendo que si cada uno de nosotros cambiara, haríamos un país mejor, una Latinoamérica de pares. Y a la vez… construiríamos un mundo mejor, es decir: ¡¡más argentino!!
En realidad, Chopra en su particular y filosófica manera de concebir las cosas y los hechos, refiere como parte del cambio y las transformaciones en sentido positivo: que nada ni nadie es igual dos minutos después.
Imagínense lo desconcertados que andaríamos si este cambio fuese “muy evidente” -por así decirlo…
Lo cual sería una fantástica noticia para varios que querrían borrar su pasado de un plumazo, o al menos algunas cosas de su pasado. Me refiero concretamente a ciertos personajes de nuestra historia reciente. Y ello, sin hacer uso y abuso de nuestro querido historiador Pigna, porque lo recordamos bien fresquito en nuestra memoria.
Digo, estarán haciendo malabarismos para que la tesis del autor del sincrodestino sea absolutamente cierta, entonces... no deberían rendir cuentas ni expiar o purgar delito alguno, ni “tan siquiera” culpa que les quepa; por ejemplo: el autor de “-Síganme no los voy a defraudar...” hoy podría decir… ¡que aquél ya no es él! O, quien huyó en helicóptero en medio del caos: desconocerse en aquélla fuga -¿Quién huyó?, ¿yo? O quien capturó los ahorros de la gente: haberse convertido en monje tibetano negando anteriores maldades.
Lo cual sería fantástico para nuestra renovación, pero podría ocasionarnos
graves problemas si uno le prestó dinero a alguien que afirma ya no ser ese… O más grave aún: en caso de tener que condenar al autor de un robo si cuando lo atrapan asegura no ser el mismo: - ¡No, no soy yo ese que fui ayer…!
¡¿Y quién podría culparlo si la mismísima física y Chopra lo afirman…?!
Y de ese modo… voy diciéndome lo que alguna vez todos nos decimos. Adentrándome. Porque como Confucio o Sócrates, creo, no hay mejor manera de conocernos que escucharnos, mejor dicho, “aturdirnos” con… ¿quiénes somos?... ¿de dónde venimos….? ¡¿y hacia donde vamos?! “Clásicos del pensamiento universal” “-¡Ya callate!” me he dicho infinidad de veces… y así voy aguantándome a mí misma como quien más…
Ni hablemos del plano privado, si tu marido o tu novio te dice que ese que encontraste en la cama con otra mujer.. ¡ya no es él...! ¡ya no es quién en esa hora previa quiso engañarte! Y te atrapa en su constante devenir metamórfico, hasta que no sabes con cual de sus transformaciones enojarte: te rodea de su filosofía de alcoba y... no podés decirle ni jota.
Ahora, si de creencias se trata, en caso de ser nihilista radical puede ser más complicado aún. Aquellos escépticos pírricos que no creen en nada: ¡nada los convencerá! He llegado a la conclusión por ello que ser escépticos es una posición, genuina si se quiere, pero bastante cómoda. Uno no necesita demostrar… ¿demostrar qué? Es mucho más laborioso esgrimir una teoría y sostenerla, una fe y defenderla, una esperanza y argumentarla.
Otro capítulo para el “ni” (en el que por un tiempo también me acomodé) como “el agnosticismo” que a veces resulta un mullido sillón que encanta y embelesa, lejos de los herejes y “convencidos” ateos que irritarían hasta los últimos descendientes de Torquemada. “Tampoco” cerca de los fundamentalistas devotos que no pueden ni calzarse sin arrogárselo a las supremas voluntades. Esto también a veces se cubre de cuento, ¿quién podría discutirle a alguien que dice tener la gracia de Dios, o a quién afirma hablar a través de su palabra?; si está declarándose con una superioridad espiritual imposible de corroborar y de igualar.
Y total, para que sentirnos pecadores… si para oscuros, ya están los vilipendiados masones con Jacques Mollë a la cabeza.
En definitiva, no importa lo que crea, lo destacable es: ¡que crea!; y tenga la capacidad de transformarse sin dejar olvidada su esencia -sobre todo si la alimentó de valores y de coherencia. Después de todo, la vida… es sólo un viaje con escalas: por la vida.
Del stress al new age y subite a la vida..
“¿Quién no ha sufrido alguna vez stress, o tantas veces stress? ¿Has oído hablar de las perturbaciones comunicacionales? Pues los otros días, ocasionalmente me madrugué con esta nueva especialidad de locura. ¡Cómo para que la comunicación no cause perturbaciones! Desde que la civilización se civilizó, es decir, desde aquella definición de animal político social de Aristóteles a la de ser bio-psico-social de la ciencia, los humanos hemos perdido humanidad, o interioridad, por socializarnos. Así, nos hemos comunicado, tantas veces, para incomunicarnos. O sea, hemos perdido un poco del bio-sico para ser más social a costa de: trastornos de ansiedad, stress, anorexia, competencia leal y desleal; masificación de talles; señales de celulares; desconfianzas varias; y etc, etc. Digamos, que el bendito progreso nos des-programó, fue inversamente proporcional a “nuestro progreso como unidades integradas en la diversidad”. Es simple, mientras por un lado volamos en avión y producimos más tecnología, por otro, nos armamos como en el far west para defendernos del supuesto cara de hijo de puta que vendrá tarde o temprano a robarnos. Y esto de la “faccia criminale” gracias a Carrara, autor intelectual de la portación de cara de delincuente ha venido a incorporarse -sin saberlo- a las cuestiones nuestras de cada día. Es cierto, uno anda por ahí desconfiándose ante la misma especie, sobre todo, si se hace de noche y alguien golpea dos veces a nuestra puerta, que no será la remake de “El cartero llama dos veces…”- de seguro. Entonces, resurge toda nuestra paranoia –cadenas o trancas mediante- abrimos la puerta como si la mismísima inquisición viniese a acusarnos de prácticas heréticas varias.
O comentamos: - “Hay una tipo que está parado en la puerta hace rato, ¿lo viste?;¡qué cara tiene!; ¿no será que..?”; ¡he ahí el delito de “portación de cara”!
Si el stress además, tiene características de permanente (léase crónico), tiene otros paliativos. Si la psicología por momentos nos llenó de dudas y enconos contra nuestros equivocados ascendientes: quienes nos legaron junto a la vida, otras cuestiones non sanctas como diversos tipos de ansiedades, predisposiciones, conductas aprendidas y aprehendidas, y uno acaba casi maldiciendo los compartidos genes. Llegó entonces para bien de la simplicidad, como panacea salvadora, la queridísima “¡onda new age!” y todo se trata precisamente: de ¡buenas o malas ondas!, o… ¿qué onda...? Sintetizamos años de teoría freudiana en una mera cuestión de ondas para definir la existencia. Si te va bien es porque tenés ondas positivas, y si la suerte se te cae como argumento de tramposo, la culpa es siempre de tu mala onda.
Te debes programar y actualizar como windows a favor de aquello que quieras o desees. Creer que el universo es el cuerpo de Dios. Volver a la naturaleza como fuente de energía y expresión de todo lo vivo: sintiendo a los filósofos de la naturaleza, o a Spinoza en ese Dios extenso, en cada síntoma de esa perfección natural. Rememorar a Tagore: emparentando la belleza con la verdad. Reconocer los humores buenos para contrarrestar las emociones malas.
Y merecerían un capítulo aparte todos los libros de autoayuda, desde aquellos que remarcan: “nuestras zonas erróneas” para caer en la cuenta que somos un
error con patas, hasta “aniquilar” (como presidente norteamericano persiguiendo el petróleo) todas y cada una de nuestras emociones insanas, pasando por: “liberarnos de los miedos”; “sanar las emociones”, caer en la cuenta que: “no estamos solos”-porque hay peores locos aún-; o convencernos que: “yo estoy bien, tu estás bien”.
Es decir, no hay queja que valga aunque te apriete el zapato o se te encarne la uña. Se lo traduzco en buen romance español: ¡¡lo importante es reírse!! Sí, reír de lo que sea… del último capítulo de “friends”; del chiste de su amigo en el asado del sábado que ya lo contó diez veces; de ese señor cara de nabo que la atendió con cara de ajo después de hacer una hora de cola para decirle que debe sacar número en otra sección de la misma oficina pública.
De hecho: tenemos siempre, y aún…, la maravillosa solución de la risa. En definitiva, todo apunta a lo mismo, “sentirse bien”, el equilibrio: en un mundo desequilibrado; combatir el stress o los trastornos de ansiedad: en un mundo alocado; y reírse dentro de una realidad: invadida por sollozos. “-Niente”, nada” –como dicen los adolescentes- y luego viene el discurso o la historia de sus vidas. La intrincada cuestión es así… aunque Freud, Young, la Gestalt u otras terapias disponibles quieran por momentos complicarla. Se trata de ese relato antes y después de “la nada”. Se trata de estar en onda; de vivenciar la “mas-moda” “man…”
Pero a decir verdad, Las enseñanzas de la filosofía oriental nos han llenado de sabiduría. Hemos aprendido a respirar luego de décadas de andar por la vida -parece ni respirando.
Nos han mostrado como relajarnos, cayendo también en la bendita cuenta de que no sabíamos ni remotamente sobre las tensiones que padecían nuestros torturados músculos. Hemos despertado a través de la amamnesis o método platónico, de esa larga siesta que nos sometió en el letargo de la ignorancia: de la “idea” de vida que no era tal. Empeñados en hacernos mala sangre hasta de
la tortilla a la española que se nos quemó el domingo por la noche. No se trata de andar por la vida preocupándose de casi todo. Fluir. Dejarse fluir, ¡sacarse las malas influencias! ¡Esa es la clave! Es inútil a la desinteligencia emocional no hay con que darle… ¡Ni Goleman te desasna!
Así, deberíamos llenar esos fatigosos minutos de las horas de cada día nutriéndonos poco a poco de una fantasía nueva.
Sentir “las señales” que nos da la vida, y la extraña pero maravillosa sensación de ser uno mismo: uno en el universo, uno más en la multitud. Despertar del adormecimiento como Platón u Osho. Encontrarle un sentido a la vida como Víctor Frankl. Palpar las enseñanzas de Don Juan, el brujo yaqui. Desandar ese camino de los miedos para subirnos al lomo de alguna quimera aunque nos quede el glúteo doliendo de tanto cabalgar. Alentar un sueño y creer en él, defenderlo a capa y espada como loca, o idealista, o simplemente como un mosquetero de la rutina.
Es sin duda, el comienzo de un nuevo desafío evitando el fin…
Myriam Arcerito
He pensado en Kafka, muchas veces. Tuve el privilegio de estar en la que fuera su casa, en la castigada, singular y hermosa Praha. Leí los reconocimientos del genio de Borges al genio de Kafka. En cada palabra de su memorable cuento (volviéndose una suerte de chinche, animalito peludo, cascarudo y con articuladas y numerosas patas), he sentido a la par esa “metamorfosis” que vamos sufriendo todos: cuando nos sentimos a la intemperie, desprotegidos, contagiados de la indiferencia de propios y ajenos. Imagino aquella ciudad renaciendo come el ave fénix después de años de ocupación nazi, y luego soviética. Y como Kafka, al final de su cuento: también soñamos renacer mejores y aleccionados de cada crisis. O sea, deberíamos ser perfectos y maravillosos los argentinos (pues, no ha habido década que no hayamos sufrido de profundas crisis). ¡Si, somos expertos en crisis! ¡Y nos adelantamos al primer mundo hasta en sus desventuras! Ya sean las devaluaciones, la inflación, los cacerolazos... Y ello, seguramente, porque Dios es argentino -así dicen los adeptos a la iglesia maradoniana. ¡Esto no es poco! Y no podría ser de otra manera, ¡¿de dónde sería oriundo el Señor si no es de Argentina?! Para corroborar, según dicen de nosotros nuestros queridos hermanos latinoamericanos, aquello de la arrogancia.
En fin, ¿ha pensado… quizá en nuestra obstinación por equivocarnos?; ¿por tropezar más de dos, tres, cuatro, etc. veces con la misma piedra? ¿Que el ensayo y error (de Pavlov), en nosotros, es: ensayo y error, “y error”?, como si se nos tildara… ¡el aprendizaje!
Por eso, como cada uno de ustedes – en distintas épocas, acaso-, he pensado seriamente en cambiar. Sintiendo que si cada uno de nosotros cambiara, haríamos un país mejor, una Latinoamérica de pares. Y a la vez… construiríamos un mundo mejor, es decir: ¡¡más argentino!!
En realidad, Chopra en su particular y filosófica manera de concebir las cosas y los hechos, refiere como parte del cambio y las transformaciones en sentido positivo: que nada ni nadie es igual dos minutos después.
Imagínense lo desconcertados que andaríamos si este cambio fuese “muy evidente” -por así decirlo…
Lo cual sería una fantástica noticia para varios que querrían borrar su pasado de un plumazo, o al menos algunas cosas de su pasado. Me refiero concretamente a ciertos personajes de nuestra historia reciente. Y ello, sin hacer uso y abuso de nuestro querido historiador Pigna, porque lo recordamos bien fresquito en nuestra memoria.
Digo, estarán haciendo malabarismos para que la tesis del autor del sincrodestino sea absolutamente cierta, entonces... no deberían rendir cuentas ni expiar o purgar delito alguno, ni “tan siquiera” culpa que les quepa; por ejemplo: el autor de “-Síganme no los voy a defraudar...” hoy podría decir… ¡que aquél ya no es él! O, quien huyó en helicóptero en medio del caos: desconocerse en aquélla fuga -¿Quién huyó?, ¿yo? O quien capturó los ahorros de la gente: haberse convertido en monje tibetano negando anteriores maldades.
Lo cual sería fantástico para nuestra renovación, pero podría ocasionarnos
graves problemas si uno le prestó dinero a alguien que afirma ya no ser ese… O más grave aún: en caso de tener que condenar al autor de un robo si cuando lo atrapan asegura no ser el mismo: - ¡No, no soy yo ese que fui ayer…!
¡¿Y quién podría culparlo si la mismísima física y Chopra lo afirman…?!
Y de ese modo… voy diciéndome lo que alguna vez todos nos decimos. Adentrándome. Porque como Confucio o Sócrates, creo, no hay mejor manera de conocernos que escucharnos, mejor dicho, “aturdirnos” con… ¿quiénes somos?... ¿de dónde venimos….? ¡¿y hacia donde vamos?! “Clásicos del pensamiento universal” “-¡Ya callate!” me he dicho infinidad de veces… y así voy aguantándome a mí misma como quien más…
Ni hablemos del plano privado, si tu marido o tu novio te dice que ese que encontraste en la cama con otra mujer.. ¡ya no es él...! ¡ya no es quién en esa hora previa quiso engañarte! Y te atrapa en su constante devenir metamórfico, hasta que no sabes con cual de sus transformaciones enojarte: te rodea de su filosofía de alcoba y... no podés decirle ni jota.
Ahora, si de creencias se trata, en caso de ser nihilista radical puede ser más complicado aún. Aquellos escépticos pírricos que no creen en nada: ¡nada los convencerá! He llegado a la conclusión por ello que ser escépticos es una posición, genuina si se quiere, pero bastante cómoda. Uno no necesita demostrar… ¿demostrar qué? Es mucho más laborioso esgrimir una teoría y sostenerla, una fe y defenderla, una esperanza y argumentarla.
Otro capítulo para el “ni” (en el que por un tiempo también me acomodé) como “el agnosticismo” que a veces resulta un mullido sillón que encanta y embelesa, lejos de los herejes y “convencidos” ateos que irritarían hasta los últimos descendientes de Torquemada. “Tampoco” cerca de los fundamentalistas devotos que no pueden ni calzarse sin arrogárselo a las supremas voluntades. Esto también a veces se cubre de cuento, ¿quién podría discutirle a alguien que dice tener la gracia de Dios, o a quién afirma hablar a través de su palabra?; si está declarándose con una superioridad espiritual imposible de corroborar y de igualar.
Y total, para que sentirnos pecadores… si para oscuros, ya están los vilipendiados masones con Jacques Mollë a la cabeza.
En definitiva, no importa lo que crea, lo destacable es: ¡que crea!; y tenga la capacidad de transformarse sin dejar olvidada su esencia -sobre todo si la alimentó de valores y de coherencia. Después de todo, la vida… es sólo un viaje con escalas: por la vida.
Del stress al new age y subite a la vida..
“¿Quién no ha sufrido alguna vez stress, o tantas veces stress? ¿Has oído hablar de las perturbaciones comunicacionales? Pues los otros días, ocasionalmente me madrugué con esta nueva especialidad de locura. ¡Cómo para que la comunicación no cause perturbaciones! Desde que la civilización se civilizó, es decir, desde aquella definición de animal político social de Aristóteles a la de ser bio-psico-social de la ciencia, los humanos hemos perdido humanidad, o interioridad, por socializarnos. Así, nos hemos comunicado, tantas veces, para incomunicarnos. O sea, hemos perdido un poco del bio-sico para ser más social a costa de: trastornos de ansiedad, stress, anorexia, competencia leal y desleal; masificación de talles; señales de celulares; desconfianzas varias; y etc, etc. Digamos, que el bendito progreso nos des-programó, fue inversamente proporcional a “nuestro progreso como unidades integradas en la diversidad”. Es simple, mientras por un lado volamos en avión y producimos más tecnología, por otro, nos armamos como en el far west para defendernos del supuesto cara de hijo de puta que vendrá tarde o temprano a robarnos. Y esto de la “faccia criminale” gracias a Carrara, autor intelectual de la portación de cara de delincuente ha venido a incorporarse -sin saberlo- a las cuestiones nuestras de cada día. Es cierto, uno anda por ahí desconfiándose ante la misma especie, sobre todo, si se hace de noche y alguien golpea dos veces a nuestra puerta, que no será la remake de “El cartero llama dos veces…”- de seguro. Entonces, resurge toda nuestra paranoia –cadenas o trancas mediante- abrimos la puerta como si la mismísima inquisición viniese a acusarnos de prácticas heréticas varias.
O comentamos: - “Hay una tipo que está parado en la puerta hace rato, ¿lo viste?;¡qué cara tiene!; ¿no será que..?”; ¡he ahí el delito de “portación de cara”!
Si el stress además, tiene características de permanente (léase crónico), tiene otros paliativos. Si la psicología por momentos nos llenó de dudas y enconos contra nuestros equivocados ascendientes: quienes nos legaron junto a la vida, otras cuestiones non sanctas como diversos tipos de ansiedades, predisposiciones, conductas aprendidas y aprehendidas, y uno acaba casi maldiciendo los compartidos genes. Llegó entonces para bien de la simplicidad, como panacea salvadora, la queridísima “¡onda new age!” y todo se trata precisamente: de ¡buenas o malas ondas!, o… ¿qué onda...? Sintetizamos años de teoría freudiana en una mera cuestión de ondas para definir la existencia. Si te va bien es porque tenés ondas positivas, y si la suerte se te cae como argumento de tramposo, la culpa es siempre de tu mala onda.
Te debes programar y actualizar como windows a favor de aquello que quieras o desees. Creer que el universo es el cuerpo de Dios. Volver a la naturaleza como fuente de energía y expresión de todo lo vivo: sintiendo a los filósofos de la naturaleza, o a Spinoza en ese Dios extenso, en cada síntoma de esa perfección natural. Rememorar a Tagore: emparentando la belleza con la verdad. Reconocer los humores buenos para contrarrestar las emociones malas.
Y merecerían un capítulo aparte todos los libros de autoayuda, desde aquellos que remarcan: “nuestras zonas erróneas” para caer en la cuenta que somos un
error con patas, hasta “aniquilar” (como presidente norteamericano persiguiendo el petróleo) todas y cada una de nuestras emociones insanas, pasando por: “liberarnos de los miedos”; “sanar las emociones”, caer en la cuenta que: “no estamos solos”-porque hay peores locos aún-; o convencernos que: “yo estoy bien, tu estás bien”.
Es decir, no hay queja que valga aunque te apriete el zapato o se te encarne la uña. Se lo traduzco en buen romance español: ¡¡lo importante es reírse!! Sí, reír de lo que sea… del último capítulo de “friends”; del chiste de su amigo en el asado del sábado que ya lo contó diez veces; de ese señor cara de nabo que la atendió con cara de ajo después de hacer una hora de cola para decirle que debe sacar número en otra sección de la misma oficina pública.
De hecho: tenemos siempre, y aún…, la maravillosa solución de la risa. En definitiva, todo apunta a lo mismo, “sentirse bien”, el equilibrio: en un mundo desequilibrado; combatir el stress o los trastornos de ansiedad: en un mundo alocado; y reírse dentro de una realidad: invadida por sollozos. “-Niente”, nada” –como dicen los adolescentes- y luego viene el discurso o la historia de sus vidas. La intrincada cuestión es así… aunque Freud, Young, la Gestalt u otras terapias disponibles quieran por momentos complicarla. Se trata de ese relato antes y después de “la nada”. Se trata de estar en onda; de vivenciar la “mas-moda” “man…”
Pero a decir verdad, Las enseñanzas de la filosofía oriental nos han llenado de sabiduría. Hemos aprendido a respirar luego de décadas de andar por la vida -parece ni respirando.
Nos han mostrado como relajarnos, cayendo también en la bendita cuenta de que no sabíamos ni remotamente sobre las tensiones que padecían nuestros torturados músculos. Hemos despertado a través de la amamnesis o método platónico, de esa larga siesta que nos sometió en el letargo de la ignorancia: de la “idea” de vida que no era tal. Empeñados en hacernos mala sangre hasta de
la tortilla a la española que se nos quemó el domingo por la noche. No se trata de andar por la vida preocupándose de casi todo. Fluir. Dejarse fluir, ¡sacarse las malas influencias! ¡Esa es la clave! Es inútil a la desinteligencia emocional no hay con que darle… ¡Ni Goleman te desasna!
Así, deberíamos llenar esos fatigosos minutos de las horas de cada día nutriéndonos poco a poco de una fantasía nueva.
Sentir “las señales” que nos da la vida, y la extraña pero maravillosa sensación de ser uno mismo: uno en el universo, uno más en la multitud. Despertar del adormecimiento como Platón u Osho. Encontrarle un sentido a la vida como Víctor Frankl. Palpar las enseñanzas de Don Juan, el brujo yaqui. Desandar ese camino de los miedos para subirnos al lomo de alguna quimera aunque nos quede el glúteo doliendo de tanto cabalgar. Alentar un sueño y creer en él, defenderlo a capa y espada como loca, o idealista, o simplemente como un mosquetero de la rutina.
Es sin duda, el comienzo de un nuevo desafío evitando el fin…
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